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SOCIEDAD

Kemble + Churba + Trosman

Con un desfile en el Museo de Arte Moderno, dentro del ciclo “El arte está de moda”, los trosmanchurba homenajearon al maestro Kenneth Kemble, cuya obra investigaron y plasmaron en vestidos. Contaron con la colaboración de Julieta Kemble, hija única del artista, ex modelo y celosa guardiana de la memoria de su padre.

Por Soledad Vallejos

Hay gente que siempre quiere más. Que tiene un objetivo, lo alcanza, lo supera y enseguida, apenas descansar un minuto, va por más. Ese tipo de gente, hay que decirlo, no es fácil de encontrar, pero cuando se la tiene enfrente, reconocerla es cuestión de segundos. Y digamos que cuando Martín Churba (que, para el caso, también habla por su socia Jessica Trosman, ausente con aviso) y Julieta Kemble cuentan cómo el rompecabezas terminó convirtiéndose en un comentadísimo desfile dentro mismo del Museo de Arte Moderno, da la impresión de que pertenecen a ese tipo de personas. Es que hace apenas unos días que las puertas del Mamba permanecieron abiertas hasta bastante más tarde de su horario habitual para que cerca de 400 personas asistieran a un evento que, disfrazado de desfile benéfico, demostró ser una instalación inspirada en la obra de uno de los artistas argentinos más rupturistas del siglo XX, Kenneth Kemble. Pero, en realidad, cuando hablan de la cuarta edición de “El arte está de moda”, Julieta y Martín parecieran relatar una historia de amor y deseo: él, por la atracción irresistible hacia la obra y la personalidad de ese hombre “humilde y sencillo en su forma de ser dandy”; ella, por la fascinación hacia la figura de ese padre inteligente y talentoso que “era un desafiante de todos los tipos de preconceptos y cuestiones establecidas”, y cuya obra sigue difundiendo con todas sus fuerzas. Claro que, como en toda buena novela, el asunto empezó con tropiezos y obstáculos que parecían insalvables: cuando la Asociación de Amigos del Museo convocó a la dupla Trosman-Churba para el desfile de una colección que, tradicionalmente, se basa en obras de distintos artistas, los diseñadores contestaron “obviamente que no”. La Asociación insistió, les mostró videos de desfiles anteriores, “pero cada vez que veíamos los casetes era peor”. “No nos parecía interesante tomar veinte cuadros del Museo, reinterpretarlos en un vestido y mostrarlos en mujeres aburridas. Pero yo, en el fondo, veía como una luz, que era eso de entrar en las arcas del museo. Ese era un gran objetivo para nosotros. Con Jessica lo habíamos dicho: ‘Tenemos que entrar en los contextos de los museos, porque es el lugar donde vamos a legitimar la investigación textil, más allá de lo temporal de la moda’. Y así fue, porque le planteamos al Museo que queríamos cambiar el formato del evento, hacerlo dentro del Museo, y con un solo artista, pero investigándolo a fondo. Y como aceptaron, no nos quedó otra que hacerlo.”
Algunos meses antes, Kemble “había entrado en la oficina” de Palermo donde se idea trosmanchurba como una suerte de referente en cuanto a “la investigación de texturas, un grande en la exploración de los límites, y como un tipo muy moderno, muy contemporáneo”, y eso los impulsó a proponerlo como disparador de la colección, una idea que Julieta, por conocer sus diseños, aceptó enseguida.
Julieta Kemble: –Ellos vinieron a mi casa, estuvieron todo un día viendo los cuadros, las imágenes, las fotos que tengo, hablando conmigo. Después, imagino que ellos habrán pensado, investigado cosas por su cuenta. Y después intercambiamos ideas, y trabajos sobre algunos conceptos deKemble. Porque no sólo trabajaron su obra plástica sino también a Kemble como artista, él como persona, qué le interesaba, qué le pasaba, hicieron toda una búsqueda.
–Por lo general, los acercamientos a Kemble tienen mucho de solemnidad.
J.K.: –Y él, justamente, no era nada solemne sino todo lo contrario. El siempre recalcaba la pelotudez de la solemnidad argentina, que no tiene nada que ver con la seriedad ni la profundidad. Además, él iba a dar una charla, o una conferencia, para un montón de gente y los tipos no paraban de morirse de risa, y el tipo no paraba de decir cosas brillantes. No es porque yo sea la hija sino porque sé cómo era la historia. La gente que lo conoció también lo dice, porque él tenía como una cosa muy particular y extraña de movilizar a la gente desde ese lugar.
Martín Churba: –Creo que la clave del trabajo está en que nosotros no tratamos de copiar o representar a Kemble sino que intentamos, por un momento, ser Kemble: envalentonarnos en cuanto al espíritu que encontrábamos en esas imágenes, tragarlas para después escupir algo que lo contuviera. Nos pasó que empezamos a trabajar y llegó un momento en que no podíamos parar, porque todo nos remitía a Kemble, todo era un laburo de textura. Además, hubo muchos desafíos en este trabajo. Uno de ellos, por ejemplo, fue el hecho de que todo ese nuevo formato del evento fuese adquirido en forma natural y ecológica por estas señoras (voluntarias de la Asociación, que desfilan) que estaban acostumbradas a ser vestidas por Bogani. Y cómo les iba a caer estar vestidas de bicho, o cómo les iba a caer estar vestidas con un harapo, cómo era esta cosa de la reina pobre, o como dice Kemble en su cuadro, El rey de los pordioseros. Pero, a medida que lo íbamos haciendo, era como subir una montaña que habías visto de lejos. Y así, las señoras, que son muy cultas, también tenían como una especie de sensibilidad; me ha pasado que han venido algunas de esas señoras acá y dijeron: “Poneme cualquier cosa”. Todo lo contrario a lo que yo me imaginaba.
Y “cualquier cosa” se tradujo, en el desfile, en una especie de ensayo textil, de colores y formas (telas bordadas con piedras en dibujos concéntricos, en caída, chaquetas con picos, entre mezclas de colores y formas y la sobriedad más pura), acompañado por obras de Kemble proyectadas sobre una cabina blanca, inmaculada, la misma en la que, al inicio del evento, Déborah del Corral, Sebastián Rosenseldt, Diego Souto y Setrak habían entrado para musicalizarlo con sonidos retro-futuristas.
M.C.: –Hubo un gran equipo de trabajo, y no estaba el ego presente sino que importaba, ante todo, el producto. Teníamos todos un compromiso muy fuerte, y cuando había alguno boludeando, todos hacíamos así y lo mirábamos. Y pasó con el público, que una señora del público no entendió la propuesta, y cuando pasaba su amiga le gritó desde la platea: “¡Sonreí!”, y todo el público se dio vuelta para mirarla. Me lo contó mi vieja.
J.K.: –Creo que este tipo de evento que mezcla arte y moda es interesante para la Argentina, en especial en este momento. Porque está el arte que ha tenido un contacto reducido con el público en general, o específico para un público interesado. Después está el arte popular, el más didáctico, que quiere llegar. Y esta es una forma de acercamiento al arte que no tiene ni una cosa ni la otra. Es importante, porque para un artista no hay nada más importante que el hecho de que su obra trascienda, y quede, y pase algo. Mi padre tardó cuatro meses en morirse, y él en esos cuatro meses entendió que yo me iba a ocupar de su obra. Porque yo era su única hija, me amaba, etc., pero como yo trabajé de modelo, siempre me veía como una chica un poco más tilinga y superficial. Nunca pensó que fuera posible que yo me hiciera cargo. Pero mientras él estaba enfermo, yo me iba con un cuadernito y anotaba cosita por cosita el proyecto del libro La gran ruptura (que Julieta editó hace tres años). Su sueño era ese libro, toda la vida lo quiso hacer, pero nunca consiguió guita ni apoyo de ningún tipo. Sin embargo, el tipo seguía, tenía proyectos. La figura misma de Kemble, dentro y fuera de su obra, no deja de sobrevolar la conversación, casi con la misma intensidad con que debe haber supervisado y animado cada uno de los pasos previos al desfile. Cuando Martín habla, Julieta intercala descripciones, gestos muy propios de su padre. Cuando Julieta habla, Martín hojea, precisamente, el libro en cuestión. Busca algo.
M.C.: –Hay una frase de él que a nosotros nos quedó muy pegada de hablar con Julieta. Es: “Un traje a lo dandy, pobre, elegante; una música cualquiera y una mujer con un cigarro que dibuja la tarde como si fuera un pincel”. Nos quedó muy fijada esa cosa de él de dandy elegante y pobre, pero no pobre por miseria sino por humildad y sencillez. Y nos quedó esa imagen de la casa que tiene ese jardín, imaginarlo en la tarde pintando ahí, o tirado y viendo los colores. Un perfume sofisticado y un poco anticuado, pero sobre todo muy de tarde tranquila. Sus cuadros transmiten tranquilidad. A nosotros nos dijeron que, en general, era todo lo contrario: la energía, la fuerza. Y no. ¿Sabés por qué? Porque en el reino de la imaginación, esos son los paisajes. Una vez que te acostumbrás a verlo, te das cuenta de que si una sombra pudiera dibujarse, sería como la dibujó él; que si una pared pudiera hablar, sería como esa pared oxidada; que si un paisaje pudiera expresarse no solamente como se expresa todos los días sino con libertad, se expresaría como sus collages, que son de colores. Y otro gran aprendizaje de él, además de la libertad como aprendizaje fundamental, es algo que contó en un documental: que él utilizaba el azar como desafío para la creatividad. El contaba la anécdota de que tenía un catálogo de doscientos y pico de colores, y entonces llamaba a un amigo y le decía: “Decime tres números del 1 al 250”. Y le decía tres números, y le quedaba, por ejemplo, un verde hospital, con un naranja flúo, y un azul ultramar, incombinables, dificilísimos por su vibración. Y él aprendía que todo depende no sólo de quiénes somos sino de en qué medida somos eso. Es decir, no todo depende de que ese color sea eso sino en qué medida es ese color. Es muy distinto una rayita de naranja flúo que un plano de naranja flúo, como ponía él, combinado con un negro. Y eso yo creo que es como una llave: aprendí que necesitamos mucho menos de lo que creemos necesitar. En general, nos pasa eso, somos víctimas de nuestro cerebro.
J.K.: –Eso también es consecuencia de que él era un desafiante, no era un pintor que se ponía la boina y le agarraba la inspiración. Era todo lo contrario, siempre decía que había que tener disciplina.
M.C.: –Las cosas que nos contaba Julieta, más lo que investigamos nosotros, todas esas cosas que van desde los detalles hasta los conceptos sirvieron para unir dos universos que no se conocían. Y esos dos universos terminaron, para mí, enamoradísimos. Porque nosotros estamos enamoradísimos de la obra de Kemble, y yo creo que el espíritu de Kemble debe estar muy enamorado de lo que hemos hecho. Además, pasó una cosa muy misteriosa. Había una sincronización que yo no podía hacer, que era proyectar una foto de él, pero no podía programar cuándo hacerlo. No sabía a qué velocidad iba a caminar Julieta, y pasó algo muy especial cuando ella entró en la cabina, después de desfilar, porque apenas lo hizo se puso la foto de Kemble.
–Y en ese momento, desde afuera, se veía la sombra de ella.
M.C.: –Ayyyy, era muy fuerte. Y quedó Déborah cantando. La sombra de Julieta adentro, la foto de él con la silla rota. Yo dije: “¡Ya está, es esto!”. Fue muy emotivo. Para Jessica y para mí fue mucho placer participar de esto. Porque había muchas cosas verdaderas, la presencia de Julieta, que legitimó todo, la obra de Kemble...
J.K.: –A mí, hablándolo ahora, me resulta súper emotivo. Es muy difícil, porque yo vivía con mi padre, vivíamos los dos solos en la casa donde vivo yo ahora. Yo era hija única, era una relación terrible, de un amor fuerte, por eso me dedico también a hacer lo que hago. Y además yo te lo cuento, pero no es lo mismo que haberlo conocido, no se puede explicar. No sepuede explicar el humor, la inteligencia, todo eso; encima, en un tipo atractivo, súper seductor. Así es la vida.
Dice Julieta, y corre para rastrear hasta dónde llegaron los gateos de los pocos meses de Octavio, su otro amor.