Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Stira

SOCIEDAD

CHICOS Y PAZ

Desde el 12 de septiembre, en los colegios públicos y privados de la ciudad, los chicos tienen un espacio para hablar de la angustia y de la incertidumbre que generó el atentado de Nueva York. Un mes después, el 11 de octubre, se lanzó la campaña “50.000 mensajes por la paz”, postales hechas por chicos que salen dirigidas a otros chicos del mundo.

Por Sandra Chaher

Si la guerra destruye todo, ¿dónde van a nacer mis hijos?”, se pregunta con inmensa ternura y desazón Carlos Nelly, un alumno de séptimo grado de la Escuela Municipal Nº 12. Carlos escribió el texto en una de las 50 mil postales con mensajes de paz que chicos de escuelas públicas y privadas empezaron a mandar el 11 de octubre (un mes después del atentado a las Torres Gemelas) a otros chicos como ellos en otras escuelas del mundo.
La sensación de desprotección de Carlos es compartida por muchos chicos en una ciudad como Buenos Aires. Maestros, psicopedagogos, padres y psicólogos coinciden en la extrema sensibilidad y angustia con que los chicos están viviendo cada acontecimiento, superinformados por la televisión, los diarios e Internet. El día del atentado no fueron al colegio, coincidió en la Argentina con el Día del Maestro. Muchos estuvieron solos o con sus padres frente a la tele. Los días siguientes, las preguntas e imágenes que llevaron al colegio eran recurrentes: aviones, torres, fuego, gente tirándose de edificios. “El 12, después del izamiento, los chicos nos miraban, esperaban que dijéramos algo. Teníamos justo el acto por el Día del Maestro. Entonces les dije que era un día difícil para un festejo, pero que les pedía un paréntesis para tratar de gozar del trabajo preparado y que teníamos que ser respetuosos con ese trabajo y con la vida. Después en cada grado relataban las imágenes del atentado, y era hasta objetivo porque lo habían visto con sus ojos, nadie se los había contado. Estábamos todos muy conmovidos. Ellos trajeron referencias a la AMIA y a la Embajada de Israel porque concluimos que en Nueva York como acá habían muerto personas en manos de gente violenta, no importaban las naciones ni las religiones.” Más de un mes después, la psicóloga Patricia Suárez, directora pedagógica de la escuela primaria Amapola, de Palermo, relata los hechos con voz calma, pero para nadie fue fácil qué decir, ni cómo, ese día. En Amapola tienen desde hace años una hora semanal que llaman “de convivencia”, donde los chicos cuentan lo que les pasa entre ellos, con su entorno, y también se habla de la realidad social. Ese espacio institucionalizado fue después del atentado la red de sostén para reflexionar sobre miedos, información, valores. Si siempre fue complejo explicarle a un chico las nociones del bien y del mal, en el contexto actual puede llevar bastante tiempo y la necesidad de que los adultos tengan las ideas medianamente claras. “Es importante que la escuela tome partido y presente ciertos valores fuertes. Hay cosas que no negociamos: la paz, la vida, el respeto, la justicia. Hay otros valores que tienen que ver con las opiniones personales: cosas buenas para unos y no para otros, y eso tiene que ser respetado. Así se lo transmitimos a los chicos”, dice Suárez.
El 11 de septiembre a la noche, mientras todavía la población mundial estaba atontada por tanto humo que parecía salir de las pantallas, Daniel Filmus, secretario de Educación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, se anticipó con una llamativa rapidez de reflejos a lo que vendría.Redactó una carta que llegó a las escuelas municipales el mismo día 12 en la que instaba a los maestros a no dejar solos a los chicos. “Ante los atentados perpetrados en los EE.UU. que a todos nos conmocionan, creemos que las escuelas, como ámbitos públicos de formación, no pueden permanecer en silencio. Seguramente nuestros chicos y jóvenes vieron ayer imágenes sólo concebibles en la ciencia ficción. Participaron o fueron espectadores de múltiples discusiones y escucharon hipótesis variadas. Frente a esto, en la escuela tenemos la responsabilidad de generar espacios donde acontecimientos como los ocurridos puedan ser dichos y analizados. Donde se trabaje sobre el valor de la vida y el repudio al recurso de la muerte.” Ese fue el comienzo de una avanzada de la Secretaría de Educación en la difusión de valores pacifistas. El 21 de septiembre, 2 mil chicos de escuelas municipales cantaron en el estadio Obras Sanitarias en “un mensaje de paz para todos los chicos del mundo”. Y con las fotos de ese acto se confeccionaron las postales en las que se escribieron los mensajes de la campaña 50.000 mensajes por la paz lanzada el 11 de octubre.
La escuela Nº 12 República del Uruguay queda en Agrelo al 3200, el límite entre Boedo, Almagro y Once, una “zona de paso” como dice el subdirector Pablo Salazar. Es un lindo colegio: con una especie de plaza adelante y mucho espacio dentro, adonde van chicos argentinos y de países limítrofes, la mayoría hijos de desocupados, que viven en pensiones y prácticamente ninguno tiene la clásica familia constituida. Abre la puerta la directora, Liliana Iribarren. “El tema apareció como comentario en los chicos y por eso nos planteamos hablarlo con ellos. Un día vino la maestra de plástica impresionada a mostrarnos los dibujos, todos eran torres, destrucción, guerra, rotura.” A diferencia de los chicos de Amapola, que tienen acceso fácil a Internet, los de la escuela Nº 12 tienen casi como única fuente de información la televisión y los debates en las familias no existen. Ellos atravesaron una de las dos situaciones que la psicoanalista especializada en chicos Beatriz Janin observó en su consultorio y que señala como perjudicial: quedar solos frente al bombardeo informativo de la TV. “Ellos se pueden identificar con lo que ven. Necesitan que los padres los ayuden a ir procesando todo esto. Si no pasa, es muy probable que no puedan ponerle palabras a su angustia. Lo mismo que a los que se les prohibió que vieran cualquier información relacionada con el tema (la otra situación perjudicial), como si después no se enteraran en el colegio. Un nene que se atiende con una colega se pasó toda la sesión haciendo torres de madera y tirándolas, y aviones que chocaban. Cuando la analista se lo comentó a la madre, ésta le dijo: ‘No puede ser porque él no sabe nada’.”
Tanto en Amapola como en la escuela Nº 12, el atentado, si bien fue shockeante, no tomó desprevenidos a los chicos. En la escuela de Palermo habían estado leyendo Sadako, o La historia de las mil grullas, como se conoce al caso de una nena japonesa que contrajo leucemia como consecuencia del lanzamiento de la bomba atómica en Hiroshima, al final de la Segunda Guerra Mundial. Le habían dicho que si hacía mil grullas de papel, podía pedir un deseo. Llegó a las seiscientas y pico antes de morir. Sus compañeros completaron el resto y el deseo fue “que haya paz en el mundo”. Como el aniversario de su muerte es en agosto, durante ese mes los chicos de Amapola habían hecho grullas de papel que enviaron al monumento levantado a la nena en Japón. El 12 de septiembre, los chicos les decían a las maestras: “No sabés cómo nos acordamos de Sadako”. En la 12, por otras razones, pasó algo parecido. La escuela había sido elegida el 18 de julio para que el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires acompañara el aniversario del atentado a la AMIA. Sofía Gutenberg, mamá de una de las víctimas, estuvo en el acto y se quedó hablando largo rato con los chicos. Un mes después los visitó de nuevo. Ellos le preguntaban: “¿Cómo hacés para levantarte con tanto dolor cada día?”. “Cuando estéstriste, vení que te acompañamos.” “Si tu hija se encontrara con el terrorista que la mató, ¿qué le preguntaría?” Beatriz Janin recuerda cómo empezó la sesión con un nene de 5 años unos días después del atentado: “Antes que nada te tengo que hacer tres preguntas –dijo seriamente el gurrumín, que no traía machete ni recitaba de memoria–: ¿Por qué los hombres inventaron el fuego, si quema? ¿Por qué los hombres inventaron el cigarrillo, si hace daño? ¿Y por qué los hombres inventaron las bombas, si matan?”. “Yo creo que es la primera vez que algo del orden de la realidad irrumpió tan fuertemente en los consultorios –reflexiona–. La muerte se metió totalmente, les generó a los chicos una sensación de desvalimiento y de terror. A la vez observé que no se incrementaron las fobias. Cuando los chicos tienen miedo, se dan cuenta de que es algo que les pasa a ellos y no a otros. Acá, en cambio, sienten que la angustia es transversal y que no se puede prever demasiado. Se encontraron con algo que rebasaba las posibilidades de los adultos, que son los que pueden defenderlos.”
Lucas está en segundo grado de una escuela de Floresta. Dice que no quiere la guerra, que habla del tema con sus amigos pero no con la maestra, y que desde el atentado lee el diario todos los días. Está informado, sobre todo de la “contraofensiva” de Bush, y pide aclaraciones sobre qué tipo de apoyo le dio la Argentina a Estados Unidos. “Pero nosotros no estamos en guerra”, afirma dudoso, como preguntando. Después cuenta el famoso chiste sobre quién gana un partido de ajedrez entre Bush y Bin Laden (la respuesta, para al que todavía no le llegó la humorada popular, es: Bin Laden, porque Bush tiene dos torres menos), pero aclara: “No termina ahí. Bush de verdad no pierde, porque tiene la Dama, la Estatua de la Libertad. Ah, pero perdió los peones en el Pentágono...” (y se queda pensando).