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TALK SHOW

reír para dejar
de llorar

Los golpes se han de administrar a unas partes correctas del cuerpo como los pies y las manos, debiendo utilizarse una vara no demasiado gruesa, es decir fina y ligera, para no dejar cicatrices o hematomas en el cuerpo.” Así aconseja, con escalofriante cinismo, el imán de Fuengirola, Mohamad Keinal Mostafá, en La mujer en el Islam, libro que publicó el año pasado provocando la más que justificada indignación de los colectivos de mujeres musulmanas afincadas en España y –entre otras entidades políticas y religiosas– de la Comisión Mixta por la Igualdad en el Congreso de Diputados. Esto sucedió recientemente en un país donde, a pesar de las numerosas medidas gubernamentales y de la incansable acción de los movimientos de mujeres, la violencia doméstica parece incontenible (en 1999, el número de muertas a manos de maridos o compañeros trepó a 44 según la estadística oficial, a su vez desmentida por la Comisión de Investigación sobre Malos Tratos, que elevó esa cifra a 74).
Vale para nosotras el (mal) ejemplo de España no sólo por sus características de país europeo democrático sino porque allí se ha encarado con bastante seriedad esta forma de violación de los derechos humanos. Lo que no quita que, según detallan los diarios españoles, los hombres sigan golpeando, machacando, estrangulando, descuartizando y/o quemando a sus mujeres, y más de un tribunal no ha visto ensañamiento en algunos de estos crímenes. Es que aunque los españoles no escriban manuales sobre cómo sopapear a las mujeres, sí han acuñado a lo largo de los siglos refranes de este tenor, que todavía incitan a muchos: “La mujer casada, la pierna quebrada y en casa”; “A mujer que no pare ni empreña, darle golpes, cargarla de leña”; “La mula y la mujer, a golpes se han de vencer...”.
El tema es trágico y no parece fácil de tomar con humor sin herir la sensibilidad de las víctimas, que en nuestro país son muchas (se calcula que el 40 por ciento de la población femenina sufre, o ha sufrido, alguna forma de maltrato físico o psíquico por parte de sus parejas). Sin embargo, las argentinas, desde el escenario, se siguen riendo de ellas mismas y sus pesares (Monólogos de la vagina, El amor en los tiempos del colesterol), pasando en ocasiones la denuncia de un inaceptable estado de cosas a través del filtro del humor.
Cuando Mercedes Farriols aparece entre las mesas del Espacio Colette con un estrambótico vestido de novia que la hace aparecer entre artificial y mineral, dice “tenemos tantas ganas de casarnos (mi mamá y yo)” y empieza a provocar el diálogo chistoso con el público sobre el matrimonio y el divorcio, se diría que la cosa viene de puro jajajá. Pero gradualmente, a medida que Encarnación –el personaje protagónico del show– empieza a hablar por teléfono con su madre, con su marido, aunque prosigan las risas, un vago malestar se infiltra en la sala. A esta altura, se advierte que Encarnación lleva un brazo y dos dedos enyesados, que en realidad su traje nupcial de plásticos diversos se completa con una estilizada corona de espinas metálicas puesta sobre una venda, que el presunto ramo de flores hace juego con el tocado...
Sometida a los designios de su madre (neto producto de la cultura machista que no se priva del “algo habrás hecho” cuando el irascible marido abandona a su hija), a los abusos de su compañero, Encarnación ya no sabe qué hacer para darle el gusto a sus torturadores, tan incrustado tiene el sentimiento de que toda la culpa es siempre de ella. Se arrastra, disimula el daño diciendo que fue accidente, promete hacerle ravioles alcastigador cuando se cure y hasta pide perdón por existir... Se deja destruir día a día porque cree que ése es su único lugar en el mundo.
Entre una charla telefónica y otra, Encarnación entona –a veces excediéndose en el grito– tangos como “Nostalgia”, “El día que me quieras”, algún bolero, siempre cargando de intenciones personales las letras. Con causticidad anuncia la gacetilla: “Para que las mujeres sepan: qué hacer para no ser abandonadas; cuáles son las obligaciones de la novia; cómo demostrar siempre agradecimiento por ser queridas...”. Ciertamente, Mercedes Farriols –autora e intérprete– se arriesga y en el balance sale airosa. Acaso le faltó pulir un poco más el texto, que por momentos se queda en el bosquejo, y evitar ciertos chistes de doble sentido sexual para complacer fácilmente a la platea: el tema que elige es lo suficientemente grave, complejo, amplio, universal como para recurrir a esas apoyaturas.

Encarnación va los jueves de octubre y noviembre en el Espacio Colette,
Paseo La Plaza, Corrientes 1660, a $ 8.