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ARQUETIPAS

la chabona

POR SANDRA RUSO

Si ustedes son frecuentadoras habituales u ocasionales de los reality shows, por ejemplo de “Gran Hermano”, habrán descubierto, entre bostezos y escozores ligeramente reprimidos, que en ese abanico de adolescencia tardía que dobla cómodamente la curva de los veinticinco años, hay chabonas bien chabonas, por no decir boludas bien boludas, dicho esto sin el menor empeño despectivo, ya que una chabona que se precie de tal no cesa de intercalar la palabra boluda/o al menos cuatro veces en cada frase que sale de su linda boquita.
La chabona juega su mano a mano con los chabones, baila el meneadito y sin reparos ni solución de continuidad sabe ponerse en tigresa cuando la situación lo requiere. Producida, la chabona es la fierita que enloquece a cierto tipo de varones, proclives a ser seducidos con minifaldas de vinilo y plataformas de corcho, amén de aros colgantes, purpurina, remeritas de lycra extra-small y estampadas, pestañas empastadas de rimmel, chicle y faso.
Hay un éxtasis del barrio en la chabona, un pasado de colegio mixto, acaso incompleto, que ha dejado huella. Hay calle trajinada y códigos de fierro. Hay angustia, pero no angustia existencial sino concreta: abajo de la primera capa de carnaval carioca yacen recuerdos agrios que la parten en dos si ella, por descuido o fatiga, deja que la dominen. La chabona es una chica fuerte y de las más fuertes. Se nota que desde muy chiquita aprendió a defenderse con el puño y la palabra, y no demorará ni dudará en usarlos. La chabona es una especie de gitana que si profiere maldiciones es porque se encargará de que se cumplan.
La chabona, en su esplendor y en confianza, es sumamente escatológica. Puede jugar carreras de escupidas con los muchachos, tirarse pedos en su presencia o eructar muy a gusto si se ha tomado tres cervezas. Su personaje no le impide internarse en conversaciones peligrosamente soeces, que harían enrojecer a cualquier otra chica e incluso a sus contertulios. Ella, tal como los chabones, de jacta de la inmundicia, se huele las axilas, habla a los gritos y si por algún azar inescrutable llega a ruborizarse, siente pudor por el pudor: es como un caballero sin su armadura, como una vedette sin plumas, como un sandwich sin pan.
Dos o tres legítimas chabonas están veinticuatro horas en la pantalla, dando muestras de su destreza en el arte de ser mujeres de un tipo que otras mujeres no saben ser, no pueden o no querrían ser. Son chicas con muy pocos artilugios de los típicamente femeninos, salvo su alta capacidad para enroscarse entre ellas, a destajo de la complicidad a toda prueba que exhiben ellos. Son rústicas, divertidas y valientes, pero no porque las inste a ello Solita. Se la bancan porque, se adivina, desde que son chicas no les ha quedado más remedio.