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PORNOGRAFIA Y EROTISMO

La delgada línea roja

Playboy TV presentó “Latin Lover”, su primera “telenovela erótica”, protagonizada por actores y actrices que se jactan de simular besos y coitos. Pero para una señal codificada, el erotismo hoy parece poco: los canales de aire están más que erotizados con sus reality shows que incluyen hasta sexo grupal, mientras las revistas de actualidad y la publicidad no cesa de exhibir desnudeces.

POR MARTA DILLON

Tiene los labios perfectamente delineados y un top con el conocido logo de Playboy TV, cuyo único sentido parece ser evitar que la actriz se vaya de boca arrastrada por el peso de sus pechos. Está habituada a sonreír y a mostrarse, a eso vino a Buenos Aires, y cumple su función con delicada complacencia, aunque, por supuesto, ella tiene otras metas. Después de una breve y exitosa carrera como playmate –conejita, según la traducción local–, Paola Martínez Díaz está proyectando su futuro como actriz y se augura a sí misma un promisorio horizonte. “Es que ya pasé la prueba de fuego, ya no hay cohibiciones (sic), ya no les temo a los desnudos. Conozco muchas que quedaron en el camino porque empezaron con la típica película, con la típica novela y después no se animaron a sacarse el sostén y perdieron la oportunidad. En cambio yo tengo el drama, tengo el cuerpo, y sé mostrar la sensualidad, que es lo más difícil.” Ella, sin duda, no empezó con la “típica”, esta chilena de nacimiento y norteamericana por adopción es una de las protagonistas de la nueva telenovela erótica que el próximo domingo podrán ver quienes estén abonados a la señal codificada de Playboy. Una idea destinada a “acompañar la penetración que la señal tuvo en América latina”, según la gerenta de marketing para Latinoamérica de Playboy TV, Mariana Lacarrere, quien, evidentemente, sabe elegir las palabras. El culebrón de marras se llama “Latin Lover” y, cuidado con las decepciones, se trata de una telenovela erótica, no pornográfica. O al menos eso es lo que pretenden dejar muy en claro los dos protagonistas que vinieron a presentarla en Argentina -Paola y Omar Sibila, un cubano exiliado en Miami desde los nueve meses, que acaba de cumplir 22–, que jamás de los jamases prestarían sus cuerpos para ese género abyecto –según ellos mismos– que es la pornografía. ¿Por qué entonces ubicarla en una señal codificada? ¿Qué necesidad habría de hacer dos versiones del mismo tema, una destinada a la televisión abierta o de cable y otra para los pocos elegidos que deben abonar un plus para ver las escenas ardientes? “Bueno, hay una parte que puedes ver con los niños, con la abuelita, al mediodía mientras haces tus revoltillos, y otra en la que te invitan a pasar al cuarto cuando los actores entran en él”, dice Omar con su característico léxico chicano. En definitiva, ¿cuál sería la diferencia entre una telenovela erótica y una pornográfica si vamos a ver lo que hacen en la cama –o la mesa de billar o el escritorio del ejecutivo–? “Es fácil –dice Paola–; la pornografía y el erotismo son tan distintos como el cielo y el océano. Nosotros no tenemos sexo explícito, solamente lo simulamos. Yo ni siquiera me doy besos de lengua, apoyo la boca. Uno de los actores durante el rodaje me decía que él era muy natural, que necesitaba meter la lengua, pero yo nada, esto es actuación y la actuación no es real, ni por favor ni nada; la cámara no ve lo que pasa dentro de la boca, no veo por qué hay que meter lengua.” Y no, la cámara no ve lo que pasa dentro de los cuerpos, aunque seguramente algo de eso se traduce en las imágenes posibles. De hecho en el primer capítuloes fácil advertir que los actores están efectivamente actuando en una novela en la que actúan de actores. Es que esta ficción, a pesar de la insistencia de su carácter erótico, cumple con casi todas las reglas de la pornografía tradicional. Su argumento, que según Paola es “absolutamente realista”, gira en torno de las acrobacias amatorias que deben realizar un grupo de actrices para quedarse con el protagónico de una novela -obviamente llamada “Latin Lover”– y con los favores de su director, un hombre siempre dispuesto a gozar. Aunque la trama parece estar puesta ahí sólo para justificar los sucesivos coitos (fingidos) a un ritmo de cinco cada veinte minutos –cronometrados en el primer capítulo–. Hay, es cierto, una novedad con respecto a la pornografía clásica, en este género ¡los hombres fingen el orgasmo! La única reivindicación posible para el género femenino que cumple en esta telenovela con todos los supuestos contra los que se revelaron las feministas en las últimas décadas con más o menos virulencia. Las chicas son caprichosas y engreídas, consiguen todo gracias a sus encantos construidos con siliconas, son capaces de matarse entre ellas por conseguir lo que quieren y jamás levantan la voz frente a los musculosos muchachos más que para reclamar por falta de atención sexual. O sensual, como gustan decir los responsables de la tira.
Malas noticias para el canal Playboy. La primicia que viene anunciando desde hace más de dos semanas morirá de vieja apenas se traduzca en rayos catódicos. No es la intención quitarles expectativas a los posibles espectadores, es que poco hay de novedoso en los capítulos de “Latin Lover”. No para quien ha encendido la televisión en los últimos meses, sea en un canal de aire o de cable, un viernes o sábado por la madrugada o en la trasnoche de los martes. ¿Qué pueden envidiarle a la tan mentada telenovela erótica las películas que se exhiben en señales de cable como The film zone, I sat o Cine Movie? ¿Qué más audaz que los sonidos emitidos en el programa de Azul Televisión, “Confianza Ciega”, cuando varios concursantes se encerraron para tener una sesión de sexo grupal? ¿Por qué llamar erótica a una telenovela cuyo único destino es la eficacia en la respuesta sexual –¿sensual, erótica?– del espectador? ¿Será que este término es más fácil de digerir y borra las vergüenzas posibles a la hora de buscar un estímulo?

Cuestión de categoría
“Me arrepiento de la influencia liberalizadora que mis películas eventualmente puedan haber tenido en las costumbres sexuales de la sociedad italiana. Han contribuido, en la práctica, a una falsa liberalización, en realidad querida por el nuevo poder reformador permitido, que es el poder más fascista que recuerda la historia. (...) en el campo del sexo, por ejemplo, el modelo que tal poder crea e impone consiste en una moderada libertad sexual que incluya el consumo de todo lo superfluo considerado necesario para una pareja moderna.” El arrepentido no es otro que Pier Paolo Pasolini después de haber filmado su Trilogía de la vida y Saló, y después de haber tomado conciencia de que ya no había “realidad física” que no hubiera coptado el mercado en su afán de seguir recreándose. Heredada la libertad sexual que alguna vez fue una utopía por la que se luchó a brazo partido, hoy ésta parece ser una obligación. Aun en este país en el que la esquizofrenia hace convivir la experiencia televisada de parejas que deben aceptar la infidelidad de sus componentes como una regla sine qua non de la vida moderna con la dificultad para tratar leyes de salud sexual y reproductiva. Los medios han retratado como fenómeno las primeras tímidas escenas sexuales en los reality shows de principios de año, pero la voracidad por mirarlo todo en seguida exigió más y aquel fenómeno del primer “Gran hermano” que suplantó las malas palabras por pitidos parece hoy un cuento infantil frente a las escenas del “Bar 2” (¿el bardo?) o de la tira “Cuatro amigas” que dedicó un capítulo a las dificultades y placeres del sexo anal, aunque la intención en ninguno de los casos es lograr la efectividad en el estímulo sexualsino, tal vez, retratar esos cambios en las costumbres de los que se supone suele dar cuenta la televisión. O viceversa.
Lo cierto es que la oferta de productos destinados a amenizar la vida sexual de las personas –al menos de aquellas con poder adquisitivo– parece haber tenido un empujoncito en el último año. Dos nuevas colecciones de literatura erótica vieron la luz este año –una de poesía dirigida por Bárbara Bellock y otra de ficción, la noche mildós, dirigida por Angélica Gorodischer–, y las dos están a cargo de mujeres, quienes parecen ser las nuevas destinatarias de la oferta, o al menos las que marcan la tendencia. “No es exactamente una novedad, hay un interés por todo lo que involucra la sexualidad que no decae, lo que sucede es que antes era un consumo clandestino, secreto, que parece haber sido legitimado en las últimas décadas”, dice Daniel Link, titular de la cátedra de Literatura del siglo XX en la Facultad de Letras de la UBA. “Para los autores como George Bataille o Pasolini, el sexo debería ser una experiencia sublime, sagrada, pero la puesta en mercado desvaloriza esa experiencia, la ritualiza, borra las aristas de lo erótico y queda la pornografía”, agrega Link. ¿Alguien podría preguntarse sobre los límites de la literatura erótica o pornográfica? El mismo soporte podría volver vana la discusión. Tal vez porque la insistencia en catalogar lo pornográfico o lo erótico está más puesta en la culpa del ¿consumidor? que en la calidad del producto. Al menos eso es lo que parece quedar cuando se analiza la insistencia de pregonar la calidad erótica de los productos de canal Playboy en contraposición con la pornografía más clásica adicta al primer plano de los genitales que jamás aparecerán en el canal de las conejitas.
“La pornografía es barata. Esa (y sólo esa) es la razón por la que no podemos confundir las fotos de mapplethorpe con fotos pornográficas. Naturalmente, desde este punto de vista, el deseo también conoce la lucha de clases. La pornografía no sería sino el arte erótico de los pobres, y como se supone que los pobres son pobres materialmente pero también de espíritu, la pornografía apela siempre a una imaginería ramplona y monótona”, resume Flavia Puppo, investigadora en Estética y Teoría del Arte. Y lo cierto es que el desarrollo de la pornografía tal como se la conoce se fortaleció cuando la técnica –la televisión– llegó incluso a los hogares más populares. Aunque pueda sonar tan simplón como la pornografía misma, la insistencia en separarla de lo erótico aparece casi como una cuestión de categoría cuando el consumo de una u otra cosa está destinado a elevar la temperatura de los cuerpos. Y de eso estamos hablando.

Porno pop(ular)
“Creo que llegué a esto por una cuestión intuitiva, un poco a ciegas, creo que en el momento que vive el país, en medio de la negrura hay que salir por el techo.” La salida, para Daniel Schiavi, fue montar una librería temática llamada Audaz se eleva. El material que ofrece combina lo erótico y lo pornográfico, ficción, poesía y ensayo para pensar o recrearse con todo lo relacionado con la sexualidad y los cuerpos. “Para mí es como vender materia prima, lo fundamental, la losa sobre la que se construyen los edificios. Cuando todo falla, cuando no hay norte, hay que volver a libidinal.” En otras palabras, a eso que se supone hay que hacer mientras se acaba el mundo. Y por el momento, da resultado. En un principio Schiavi pensó sólo en eso que se da en llamar erótico, así seleccionó su material, aunque, como plantea Puppo, más allá del soporte de algunos costosísimos libros de fotografía y la calidad de sus imágenes, algunas son tan revulsivas como el más cerrado close up quirúrgicogenital. “Pero muchos pibes y algunas pibas me dijeron ‘¿cómo vas a tener una librería erótica y no vas a tener la pesada?’ Entonces monté el espacio arriba –al que se accede por una intrincada escalera caracol– donde están los productos más clásicos del sex shop y las revistas mászarpadas. De alguna manera creo que soy un intérprete del deseo oscuro de mi medio, es decir una clase media muy cargada de la ideología de lo que se supone el sexo natural. Yo no me considero un pornógrafo, pero ahora que tengo cerca el material digo: ¡qué boludo, cómo no se me ocurrió antes!; ¿cómo no darse cuenta de que los elementos de placer no están atados a identidades sino que son eso, elementos de placer.” Por su local a la calle, desde la que se ve una cama cubierta de libros de toda clase referidos a las posibilidades de la sexualidad, pasan, desde hace un mes, todo tipo de personas. Aunque la mayoría, según él, pasan los cuarenta “largos”. Y muchos, seguramente, recordarán los coletazos de aquello que se dio en llamar revolución sexual, o al menos de sus movimientos en estas latitudes que proclamaban la libertad de ir de lecho en lecho sin promesas de amor y mucho menos de matrimonio. Ahora el mercado puso al alcance de su mano, y de su mirada, aquello que se proclamaba como una utopía. Para Schiavi, fiel representante de la generación del 70, militante de Montoneros y exiliado en España durante la dictadura, algo de su espíritu transgresor de aquel entonces se mezcla entre los libros que eligió vender después de largos años de atender en la librería Gandhi, aunque no es algo que pueda sintetizar en palabras. Sí sabe que la audacia que necesitó para abrir el local ahora se le ocurre inocente: “Después del primer mes de funcionamiento de la librería, me doy cuenta de que los productos que tengo arriba podrían estar mezclados con los libros. Al principio tenía algunos prejuicios con respecto a lo que podrían decir los vecinos, pero me doy cuenta de que no hay problemas, no hay nada que esconder y ya nadie se pone colorado”.
A sólo dos cuadras de distancia de Audaz se eleva, otro local, también a la calle y visiblemente iluminado, acerca a quien quiera entrar o mirar desde la vidriera eso que antes estaba relegado a los oscuros fondos de las galerías. “Acá hacemos hincapié en el erotismo”, dice Clementina Ferreyra, una de las creadoras de Erotidia, desde el otro lado del mostrador y rodeada de pequeñas prendas tejidas para vestir al pene, fustas con reminiscencias sado-maso y vibradores de purpurina. “La función de los productos que ofrecemos es la de cualquier vibrador o cualquier objeto destinado al placer, pero ponemos el acento en lo estético.” Eso sería lo que los convierte en eróticos, según Ferreyra, aunque no le teme a la pornografía, sólo que coincide, la última es “berreta”. Este local, dice, no podría haberse abierto hace cinco años. “Lo hicimos en el momento justo”, opina y una de las pruebas es que la mayoría de mujeres que visita y consume en el local, por ejemplo, reconoce en uno de los vibradores a otro que mostraron en la serie “Sex in the city”. El “rabbit”, por supuesto, es un hit, aunque la mayoría sigue diciendo que lo compran para hacer un regalo o para una despedida de solteros. “Lo que empezamos a ver es que ahora entran padres con hijos adolescentes o mujeres con niños pequeños. Al principio yo me ponía nerviosa, no sabía si advertirles sobre el tipo de material que vendíamos. Pero una vez que un chico preguntó ‘qué es eso’ y la madre le contestó ‘pititos’, me di cuenta de que podía quedarme tranquila”. Para las dueñas de Erotidia, empeñadas en la sutileza, lo que ofrecen como erótico les causa cada vez más problemas, tal vez porque la regla del deseo es pedir siempre más. “Hay gente que viene y pregunta para qué son las plumas, y la verdad es que no se puede contestar más que dejá volar tu imaginación, parece que lo quisieran todo servido.” Y todo servido y cocinado es lo que ofrece la pornografía, esas que ellas eluden con una sofisticada estetización de sus productos.
Este acceso popular, en algún sentido, a objetos y materiales antes relegados a la clandestinidad podría aparecer como un signo cierto de cómo se han modificado las costumbres, aunque para el psicoanalista Germán García no es más que “una mueca del mercado hacia un supuesto deseo de justicia, es decir que todos tengan acceso. De alguna manera la pornografía se ha refugiado en generalidades sociológicas, se disfraza de erotismo, ahora se dice así, se habla de nuevas sexualidades, deintercambio de parejas, de sex shops abiertos, cuando en realidad se refiere a las sexualidades más arcaicas. Quienes pensamos en una revolución sexual no la pensamos para todos, ninguna revolución se hace para todos, algunos la disfrutan y otros se la aguantan”. Pero lo cierto es que las distintas variables de la sexualidad, lo erótico o lo pornográfico, hoy puede ser visto y adquirido simplemente utilizando el control remoto o paseando por las zonas adecuadas de Buenos Aires. Y tal vez ya no sea necesario trazar límites para ampararnos de la vergüenza de consumir un género de categoría como la erótica o berreta. Como dice Flavia Puppo en su libro Mercado de deseos “Si hoy gustamos de la pornografía, es precisamente porque un cierto gusto por lo pobre, por lo cutre y por lo kitsch domina nuestras imaginaciones agonizantes. Después de todo, los grandes monumentos del arte demostraron largamente su ineficacia para reintegrar las prácticas estéticas y el continuo vital. ¿Por qué no habríamos de esperar, ahora, algo semejante a la vibración del arte a partir de géneros bajos, pobres, definitivamente irredimibles?”. A quienes no quieran asumir su gusto por el fango, siempre queda la opción Playboy, que no tendrá sexo explícito, pero simula bastante bien la pornografía.