Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

SOCIEDAD


estrellita mía

Popstars” comenzó, hace unos meses, con un megacasting en Ferro al que asistieron miles de púberes y adolescentes con ansias de ser famosas. El reality show más productivo de plaza dio a luz a Bandana, un grupo de chicas entrenadas para un éxito asegurado de antemano: vendieron tres Gran Rex antes de elegir al grupo definitivo. El fenómeno cae de lleno en un pliegue del mercado en el que la necesidad de identificación se mezcla con la esperanza de salvarse mágicamente, tocado por la varita de un productor.

 

 

Por Marta Dillon

Desde afuera, las puertas de vidrio del shopping Abasto parecen la instalación de algún artista empeñado en mostrar el hacinamiento urbano. Como si hubieran perdido volumen, cientos de cuerpos se estampan sobre el vidrio en un revoltijo que para algún nostálgico podría remedar aquel éxito de Silvio Rodríguez, “La maza” (¿o la masa?), sólo que aquí no se trata de carne con madera sino de carne con algún producto textil para cubrirla y mucho de brillantina para hacerla lucir. Algo está pasando allí dentro, y querer averiguarlo parece una aventura peligrosa. Intentar abrir una de esas puertas implica forzar todavía más el amontonamiento, como una piedra en el agua ese mínimo movimiento parece afectar a toda la marea humana que además de exudar calor produce un sonido similar al de una uña sobre un pizarrón. Es el chillido constante de más de tres mil personas, la mayoría niñas que no han cumplido los 14 y que lloran y se desgañitan por razones que incluso ellas desconocen. Saben, sí, que cualquier sacrificio es menor si el premio es conseguir un autógrafo de las estrellas más recientes del firmamento pop. Y ésa es la promesa anunciada en la pantalla de Azul TV o de Disney Channel, por esas señales se transmite “Popstars”, en versión compacta o ampliada, el reality show destinado a cumplir el sueño más taquillero de las adolescentes: ser famosas. Pero las cinco elegidas entre más de dos mil quinientas que asistieron al primer casting convocado en el estadio del club Ferrocarril Oeste no podrán cumplir con su tarea. El público ha desbordado las expectativas más optimistas y el vaivén de cuerpos amenaza con terminar en tragedia. En su desesperación por estar cerca del escenario las niñas que fueron allí para ver a las cinco elegidas, Ivonne, Virginia, Lourdes, Lissa y Valeria, se golpean unas a otras, se empujan, se atropellan, se caen y se levantan. Ni siquiera desde el mangrullo montado para el equipo de sonido se puede distinguir el escenario, está colmado de audaces que treparon hasta allí en busca de un lugar para gritar más y mejor. Las chicas ya están en el escenario, pero el chillido sin fin no las deja escuchar las pistas sobre las que deberían cantar. Entonces interviene Magalí Bachor, una cantante de coros que integró el jurado que eligió a las privilegiadas y la responsable del entrenamiento de las voces del recién formado grupo Bandana. “Les pido por favor que se tranquilicen, si no, no podemos hacer el show”, pide y se sorprende: “Allí hay una chica desmayada, no, son cuatro, bueno están ahí, a ver si la seguridad puede hacer algo”. Y sobre el número no determinado de chicas desmayadas las Bandana finalmente cantarán los hits de su flamante cd, también Bandana, el producto del producto –el grupo musical–, del producto –el programa de televisión–, que apenas salió a la calle se convirtió en disco de oro, y a una semana está a punto de obtener el galardón de platino. Un nuevo triunfo de los cerebros del marketing que en su versión local no tuvieron que pensar demasiado. Como el resto de los reality shows, éste también es clon de experiencias bien probadas en el primer mundo. Italia, Gran Bretaña y Australia ya parieron su grupo de Popstars y aunque breve como un parpadeo, la criatura siempre trajo un éxito arrollador debajo del brazo.

¿Te gusta la música que hacen? “Más o menos, a mí me gusta la cumbia” ¿Y qué es lo que te gusta de Bandana? “No sé, ellas, su personalidad, cómo son, son de verdad, a mí también me gustaría ser una estrella”. Priscilla llegó desde El Palomar al Abasto en colectivo, con dos amigas del barrio con las que también se junta para imitar los pasos de las coreografías que se enseñaban por televisión a las aspirantes a Popstars. Tiene los dientes amarrados por la ortodoncia, 13 recién cumplidos y el cuerpo empapado por la transpiración. No aguantaba hasta la fecha de los shows que desde esta misma noche las Bandana darán en el Gran Rex, el teatro destinado para los grandes éxitos musicales. Quería verlas antes, ella y sus amigas querían verlas antes para poder contar en el barrio que estuvieron allí y cómo son en vivo y en directo las chicas que conocen por la televisión. Nunca formaron parte de ningún club de fans, nunca sintieron ese deseo imperativo de conocer a ningún otro artista. Pero esta vez hay algo diferente, ellas podrían estar en el lugar de las Bandana, “porque la oportunidad se les dio a todas las chicas argentinas, nosotras no llegamos porque no nos daba la edad, pero en una de ésas...” Entonces Priscilla quiere compartir la magia del sueño cumplido, una suerte de sorpresa y media a gran escala que premió el esfuerzo y las aptitudes naturales de cinco chicas como cualquier otra. La fascinación está puesta en esa verdad expuesta, “una convención en la que los chicos creen y por eso lo siguen, lo que perciben más que nada, a partir de esa intromisión que propone la televisión de la cocina del armado de una estrella se accede a un mundo que está vedado para la gente común. Funciona la identificación y la rivalidad, para ver hasta donde llegan las chicas elegidas, dos componentes fundamentales de la adolescencia”, dice Eva Tabakian, psicoanalista especialista en niños y adolescentes. “¿Vos sos periodista? –pregunta Priscilla–. ¿Sabés si van a hacer otro, si van a elegir más chicas? Porque ahora ya cumplí los trece”.


Así empezó todo: el casting en Ferro.

Y así siguió: miles de fanáticas en el Abasto

 

Hacemos terapia grupal para poder enfrentar lo que se viene, en especial el tema de la fama de que somos un producto expuesto”, dice Virginia, la rubia del grupo, estudiante de la Universidad del Salvador y vecina del barrio de Belgrano. Y en apariencia el problema no es ser un producto sino la exposición. Ellas, las elegidas, eran materia prima antes de ingresar en su nuevo mundo de brillitos y colores estridentes, el producto se fue moldeando a lo largo de cuatro meses de intenso trabajo del que las Bandana están orgullosas. “Trabajamos muy duro, yo no estoy acostumbrada a que me controlen y acá me dicen todo lo que tengo que hacer”. Valeria Gastaldi, hija del Gastaldi yerno de Mirtha Legrand, no se sorprende por el lujo de la casa en la que viven como parte del reality show del que es una de las protagonistas, pero en el control ve perdidos algunos de sus privilegios de clase. Que no influyó para nada en que la hayan elegido, a ella le cupo el zapatito de Cenicienta como a sus compañeras y está dispuesta a pagar el precio de su suerte. “Hay una identidad en ser producto, no le pueden ver ninguna contra a eso porque están obnubiladas por el beneficio, esto de saltar a la fama abruptamente –opina Analía Kornblit, psicóloga y socióloga, investigadora del instituto Gino Germani–. Antes los sueños de las púberes y las adolescentes pasaban por la realización del romance, una aspiración individual que se trocó por un fenómeno plural y masivo, ser un producto estereotipado para el consumo de grandes masas”. Aun cuando la elección final tuvo cuidado en buscar cierta diversidad políticamente correcta -hasta último momento participó Daniela, “la gordita del grupo”, aunque la corrección no alcanzó para incluirla–, la estética elegida para el grupo las uniforma de género pop. Además de Valeria y Virginia, las “más fashion”, según la calificación que la revista Popstars les otorgó, forman parte de Bandana Lourdes, “la más rockera” y Lissa, la del look “rapero”, e Ivonne, la colombiana, como representante de la nueva ola de inmigrantes en la Argentina. A Lissa y Lourdes el cambio de imagen a que se vieron obligadas no termina de causarles gracia, deberán dejar los pantalones demasiado grandes, las camperas de cuero, aprender a caminar sobre altas plataformas y elegir su vestuario –siempre que lo apruebe la vestuarista- entre las cinco marcas de ropa que auspician su nacimiento como estrellas pop. “A veces Lissa tarda en producirse y cuando la vemos tenemos que cambiarla entera”, se queja Natalia, una de las maquilladoras, “es que no quiere que le cambien la personalidad”, agrega. Pero Lissa asume: “Ahora ya no soy yo, somos nosotras”.

“Gustavo Yankelevich: gracias por ofrecer esta gran oportunidad en Argentina para las 2700 que fuimos a Ferro, y por transmitir el sentimiento de un fuerte sueño. hasta siempre (y que así sea...). Vale”.
“Gracias Gustavo y, por tanto, por todo, sin vos nada de esto sería posible”, Lourdes.
“Gracias Gustavo por dejarme ser parte de tus desafíos. (...)”, Virginia.
Si en el universo de la fama ellas son las supernovas, Gustavo Yankelevich, quien compró los derechos internacionales de Popstars para su productora, es el dios omnipresente. Ninguna de las chicas se olvidó de él cuando tuvieron que escribir los agradecimientos que se imprimieron junto con las letras de las canciones en el cd de Bandana. El lo hizo posible, él puso el dinero necesario para hacerlo posible y se lo venera como a un demiurgo. Ni los que compusieron las canciones, quienes les enseñaron a cantar o bailar, quienes las contuvieron y quienes ahora las representan en el mundo del espectáculo tienen la misma dimensión que papá Yankelevich. El resto son “maestros”, “ángeles sin alas”, “custodios de estrellas”, pero las jerarquías están claras, ninguno de ellos existiría sin “la producción”, una figura tan poderosa para ellas como esa voz que escuchaba Truman del otro lado de su cielo de mampostería cuando descubría que él no era él sino un producto para televisión. Claro que aquí no hay conflicto alguno, no hay nada que cuestionar, sólo decir gracias, gracias por dejarlas participar de este nuevo y maravilloso mundo en el que esperan permanecer “por siempre”.

Malena llora sentada en el piso cuando en el Abasto no queda más que el vapor del sudor humedeciendo el aire. No consiguió su autógrafo, ni siquiera el que firmaban las madres de las elegidas en nombre de sus hijas. Cuarenta y cinco minutos estuvieron las señoras ocupadas en esta tarea y sin embargo Malena volverá a casa sin nada que mostrar, más que ese pisotón que le dejó los dedos colorados y todavía la hace protestar de dolor. Todavía no cumplió los diez y en su pecho apenas se insinúan dos picaduras de mosquito en el lugar de los pezones, pero lleva una remera minúscula y escotada, por debajo de ella y por encima de la mínima minifalda se asoma una redonda pancita infantil. El día de la presentación de Popstars no es su día, tampoco dio con la presidenta del club de fans de Bandana, su última ilusión de contacto con el más allá de las estrellas. La suya es la edad promedio de los y las admiradoras de las “Popstars” y cuenta los días que le faltan para ser lo suficientemente mayor como para merecer una oportunidad. Podría cantar y bailar como las chicas que estuvieron en el escenario, de hecho conoce cada movimiento y loscopia con su versión de la sensualidad. No es que sea precoz, al menos no más precoz que sus compañeras de cuarto grado. “Es que la cultura de pares en los niños está promovida desde muy temprano. Los padres están inmersos en la lucha por la supervivencia y hay un espacio menor para las experiencias compartidas con los niños –dice Kornblit–. Esto acelera la búsqueda de satisfacciones, placeres, sensaciones fuera del ámbito familiar y se despierta el interés por lo erótico en edades más precoces. Además hay menos tabúes en ese sentido y una permisividad mayor alentada por el mercado, ya que una socialización erotizada desde lo institucional puede tener interés comercial, como sucede con las discotecas que han incorporado una franja de público entre los diez y los quince años en sus matinés que antes no existía”. El canal Disney, una marca registrada del consumo infantil, evidentemente se ha puesto a tono con los tiempos y alterna los dibujos animados con los movimientos sensuales de las estrellas pop y ahora es uno de los auspiciantes del evento “Popstars”.
En las contorsiones y convulsiones que ocasiona la presencia de los ídolos de los púberes y adolescentes también se puede ver el ensayo de acciones futuras que por ahora es necesario aplazar, en algún caso o que se decide aplazar, en otros, cuando comprobar puede ser sinónimo de frustración. “El ansia por estar presentes y acompañar a quienes adoran tiene un motor sexualmente regulado, que esconde un conformismo disfrazado de ímpetu arrollador –escribió la investigadora Eva Giberti en relación a las fans–. Lo cual es bastante más complejo que el calificativo de histéricas con que se las define. Las fans ganaron espacios urbanos y crearon un estilo de tilinguería exasperada que caracteriza sus apariciones. ¿Estarán habilitadas para producir otras cosas?”.

Lissa, ya lo dijimos, es una chica difícil dentro del círculo mágico de Bandana, las Popstars. Tanto que en la revista dedicada a ellas le dedicaron una página a su “diccionario”, para explicar expresiones como “a los gomazos”, “tomate el palo”, “nos cortaron el mambo” (traducido como “nos encarrilaron en la senda correcta”). Es que ella es de “Sanjustolandia”, como le gusta decir, o San Justo a secas. “Es de un barrio humilde”, dice Ileana, madre de Virginia, la rubia. Y cuenta una anécdota que daría cuenta de cómo chicas tan “distintas, como el agua y el aceite formaron una base sólida”. Resulta que la combi que las pasa a buscar para volver a la casa en la que viven mientras son estrellas –los fines de semana son para la familia– recogió primero a Virginia y más tarde a Lissa. Estaba en una capilla “muy sencilla”, tocando la guitarra para un grupo de chicos del barrio. “Y la gorda entró, la vio ahí y le dio un abrazo muy fuerte. ‘No sabés mami’, me decía, ‘fue la primera vez que sentí que ya no me trataban tanto como a una cheta, que me aceptaba”. Ileana se conmueve, frente al éxito que está cosechando su hija se siente arrepentida, en deuda, por no haber vislumbrado sus capacidades artísticas, por haberle exigido antes que nada un título. También la mamá de Lourdes quiere aliviarse del peso que arrastra por no haber comprendido las aspiraciones de su retoño. Y elige para las disculpas la pantalla de Azul TV, con 18 puntos de rating. “Yo tengo que pedirle perdón porque antes la criticaba mucho por la forma en que se vestía, por los aros que usaba, por la forma en que hablaba. Me doy cuenta que no la aceptaba y la eligieron precisamente por esa personalidad particular”, dice visiblemente emocionada para su hija que la mira por tv, dentro de la tv. Con su vestimenta de popstars se ven homogeneizadas, con el pelo planchado y sin pearcing, pero como gusta decir el productor artístico, Afo Verde, promotor de éxitos como el de Natalia Oreiro, “las chicas son ingobernables”, al menos cuando tienen un micrófono en la mano, como aquel día en el Abasto. Sin guión aparecen esos matices que a los ojos de sus admiradores y admiradoras las hacen aparecer como de verdad y acercan la ilusión de que cualquiera, con los recursos necesarios, puede convertirse en una estrella. Cualquiera sabe que si se planta una semilla de maíz un tiempo más tarde crecerá una mazorca, que sólo los perales dan peras y que a la semilla del rosal, tarde o temprano seguirán las rosas. Después de varias experiencias en el mundo ahora también se sabe que de un casting abierto y masivo, después de una rigurosa selección grabada para la televisión y con la adecuada y necesaria promoción de canciones y productos asociados por otros medios electrónicos o gráficos, puede salir un grupo pop destinado al público entre púber y adolescente de éxito significativo. Esta franja etaria que está construyendo su identidad es destinataria privilegiada del mercado, consumen cuando todavía no tienen noción –hablamos de quienes tienen posibilidades de consumir, cada vez menos en nuestro país– de lo que significa ganarse la vida. “En esa etapa de la vida el consumo les da seguridad. Si tienen la ropa, los discos, los accesorios adecuados les permite reconocerse entre sí y como distintos a otros. Además todavía no conocen la urgencia social, suelen tener un dinero asignado y lo mueven con una libertad que el adulto no tiene”, opina Eva Tabakian. Esto está suficientemente probado, no en vano el mayor signo de la globalización es la cadena de comida McDonald’s, destinada a las posibilidades de consumo adolescente, igual que otras marcas de zapatillas o jeans que hacen las delicias de los jóvenes más allá de las fronteras territoriales. Aun cuando los productores artísticos se empeñen en hablar de las particularidades de las chicas elegidas, en sus características personales y en su talento, las coreografías y las canciones parecen un lindo mix de los últimos éxitos pop encarnados también por casi adolescentes como Britney Spears, los Backstreet Boys, y otros tantos grupos convocados también por casting e interpretes de canciones nacidas para triunfar. A Bandana como a otros grupos nacidos del programa “Popstars” en otras geografías las distingue que el gran público vio el antes y el después de ser una estrella. Y que acercan esa ilusión dorada de pensar que si cualquiera atraviesa por la marea de personal trainers, maestros de música, de baile, maquilladores, vestuaristas y productores, cualquiera podría estar en su lugar. Sólo hace falta un toque de “la mano de Dios”, como dijo una de las elegidas, Valeria. Es una ilusión bastante común, hay que reconocerlo ¿cuántas mujeres adultas pensamos alguna vez que de tener los recursos para intervenir el cuerpo, pagar las clases de gimnasio, los masajes y etc. no seríamos también diosas esculturales? Todo parece posible con un toque de suerte, o de un productor. Incluso vender seis funciones completas de un show que nadie vio antes en el peor momento económico del país. Como dice Lissa, orgullosa de haber salido del barro, “ahora lo que haría falta es que esta misma oportunidad la tuvieran otros, pero no para cantantes, sino abogados, arquitectos, ingenieros, obreros”. En su imaginario lo que quita la desocupación podría darlo el casting.