PERSONAJES
Hace nada menos que 63 años que es actriz. Sus primeras presentaciones en público las hizo como concertista de guitarra, con una presentadora increíble: Alfonsina Storni. Después siguieron décadas del mejor teatro, y más tarde la televisión. Hoy, Lidia Lamaison es una señora que a su paso cosecha admiración. Por Marta Dillon El beso muere en una mejilla fría. Es un gesto común, darlo en el momento del saludo, pero la señora, antes que nada, marca los límites. ¿Por qué debería besar a una perfecta desconocida? No lo dice, pero su falta de gestos es inequívoca. Ya advirtió que tiene poco tiempo y que no le gusta perderlo. Antes incluso de llegar a la mitad del salón donde la esperan, pregunta si ya está todo listo para las fotos y se enfurruña cuando le proponen un cambio de planes: ¿qué necesidad hay de buscar otro lugar, si en ese salón con aspecto de museo ya le han hecho entrevistas con grandes cámaras de televisión? No, no hay opciones y ella se acomoda en el sillón Luis XV donde se siente cómoda, echa hacia atrás su cabeza coronada por una boina roja y acomoda las manos a los lados, sobre los apoyabrazos, donde las moverá al ritmo de las palabras como si fueran pájaros picoteando alpiste. ¡Ah!, está in-dig-na-da y esta vez el pájaro de su mano se mueve con violencia, como si quisiera destripar un gusano que hay que compartir con otros. Esto es el colmo ¿qué se creen, que pueden hacer lo que quieren? Ahora va a venir el tiempo de la usura, esto no se sostiene sin un mercado negro. Se refiere, por supuesto, a las últimas medidas económicas y recita su lamento ante ningún dios, como repitiendo un texto que hay que aprender de memoria. Pero la cita no es para hablar de economía y contiene su enojo espantando las ideas con un gesto sobre la frente. Ahora quiere escuchar las preguntas, pero nada más enunciada la primera la señora Lidia Lamaison hace su segunda advertencia. Antes que sigas adelante te voy a decir una cosa: mi vida privada es aparte, no la toco nunca, nada, ni donde nací, ni de donde vengo, ni si tengo familia, mi vida privada es mía. Se lo digo a todos los periodistas. Obviamente no nací de un repollo. Las pupilas azules se cuelgan de sus párpados superiores y la conclusión obvia es que mejor será dejar que ella cuente lo que quiera. No tiene caso convencer a quien durante 63 años como actriz mantuvo una conducta de la que se siente orgullosa, aunque alguna vez se le haya escapado en público un lagrimón por la ausencia de sus seres queridos. Algo que le sucede a cualquiera que ha cumplido los 88, como ella, aunque el dato más claro de su longevidad sea su memoria que entrega fugazmente escenas como destellos en la que habitan personas que hoy nombran calles. Me
recibí de maestra, sí, pero nunca ejercí. Hasta
entré en la Facultad de Filosofía y Letras, dos años
estuve, hasta que me di cuenta que era demasiado, que no podía
seguir esperando, que mi vocación era el teatro. Eso nació
conmigo y era injusto que me exigieran un título que no me iba
a servir para nada. Su madre la impulsaba a ir un poco más allá.
Quería que sus hijas estudiaran, que se valieran por sí
mismas. La docencia era lo que se esperaba de ella, pero la verdad es
que nunca la entusiasmó. Dio clases de teatro, sí, pero
la cansaba un poco la gente joven que todo lo que deseaba era irse pronto,
seguir con su vida. Era el año 1938 cuando dejó las letras
y dio una prueba en la compañía Juan B. Justo, un elenco
del teatro independiente. Tenía 23 años y tal vez entonces
se podría hablar de su pequeña figura para referirse a
su escaso metro cincuenta. Decirlo ahora sería una injusticia. En sólo
un año pudo dejar el teatro independiente, le gustaba lo
que hacía pero quería más. Y sobre todo deseaba
dejar de depender de su familia. Al teatro profesional llegó
de casualidad, dice, aunque esa palabra le molesta un poco. Un
día me vio trabajar un peluquero teatral y se quedó encantado,
él conocía a Blanca Podestá, ya una vieja actriz
en ese momento y me la presentó, más o menos por esta
época, diciembre. Y fui con mi mamá, como se iba antes
a todos lados, con la madre. Me presenté y me dijo que volviera
en marzo, pero en marzo me desilusioné: Qué lastima,
porque ya tengo toda la compañía formada, pero déjeme
su teléfono por cualquier cosa. Y la llamó,
a la semana siguiente, antes de que tuviera tiempo de digerir la desilusión
del primer día. Faltaba la actriz joven y bonita de la compañía
y esa era Lidia. Su primer papel en el teatro Smart el mismo que
hoy lleva el nombre de Blanca Podestá representando la
adolescencia y juventud de Marie Curie le valieron su primer premio,
premio Revelación, por supuesto. Desde entonces nunca dejó
de trabajar. Jamás tuvo apremios económicos ni tuvo que
aceptar un papel que no le gustaba por falta de ofertas laborales. Se
dice a sí misma una mujer de suerte, pero no es lo único
que le tocó en la vida, su talento no sólo le sirvió
sobre las tablas, también supo elegir el lugar en el que quería
estar. Hace casi
treinta años que su rol en televisión es ser la abuela
de la telenovela. Es un rol que representó aun antes de tener
la edad necesaria. Nunca quiso ser la estrellita de ninguna compañía
aunque ocupó ese lugar en el Teatro Cervantes primera actriz
entre 1942 y 1949, en el TeatroSan Martín y muchas de las
películas que protagonizó en aquella era dorada del cine
argentino. En un mismo año hice de vampiresa joven y de
madre mayor, mi sueño fue siempre interpretar distintas cosas,
le repito: no quería ser famosa, quería ser actriz.
La televisión le hizo lugar en los ciclos más prestigiosos
unitarios como Nosotros y los miedos, Compromiso,
Alta comedia, etc.-, pero el gran público la conoce
por su rol en los culebrones de la tarde. Puede haber sido buena o mala,
con esa falta de matices que caracteriza al género, pero siempre
ha sido memorable. Aunque últimamente me llaman nada más
que para la buena de la película. No tiene preferencia
por las villanas, pero sabe que se imprimen más fácilmente
en la memoria del público. Todavía queda algún
taxista que le menciona a la señora Lindsay, su papel en Muchacha
italiana viene a casarse, esa abuela perversa que quería
evitar a cualquier precio que su nieto ¡Rodolfo Ranni! se case
con la sirvienta inmigrante. Igual ella siempre quiso pasar lo más
desapercibida posible, no le gusta firmar autógrafos ni que la
interrumpan cuando va a algún restaurant. Cuesta creer que alguien,
a la edad de Lidia Lamaison, quiera seguir desplegando la actividad
que esta mujer desarrolla sin una queja, siempre agradecida. Este año
grabó la tira Provócame con Chayanne
y Araceli González, hizo dos obras de teatro distintas
cada fin de semana en El Andamio y se ocupó de sus tareas como
vicepresidenta de la Casa del Teatro, ese hogar para actores y actrices
jubilados y sin recursos. Me
quedé viuda a los 64 y nunca más volví a enamorarme.
Te diré que hubo quienes se me acercaron con ciertos fines especulativos,
pero no me interesaba, estuve muy enamorada de mi marido... podría
haberme pasado otra vez, ¿por qué no? Pero no sucedió.
No tuve hijos, tal vez porque me casé con un actor y no nos dimos
el tiempo. Nada en ella habla de cuentaspendientes, ni de arrepentimientos.
Dice y repite que vive el instante, que no habla de proyectos, que el
presente es lo único que valora. A pesar de que defiende el género
telenovela cualquier cosa, desde un streap- tease hasta
Shakespeare, valen si están bien hechos se quita
de encima cualquier asociación libre con la sensiblería. No es una
mujer transgresora, ya lo dijo. Tuvo una vida normal, viajando aquí
y allá con distintos elencos. Y no le gusta hablar de su vida
privada, quedó claro. Pero hay una confidencia que le voy
a hacer: yo me declaré a mi marido. La picardía
le hace bailar un poco los ojos azules, y la mano se abre en un abanico
de uñas pintadas y anillos de brillantes antes de taparse la
boca. Fue sin palabras, a veces una mirada, un beso, es más
que suficiente... |