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Virginia González es argentina, Anna Fazekas es húngara y Blanca Gascón Lacort es española. Las tres integran la UBS Verbier Fertival Youth Orchestra, con sede en Suiza, que tocó recientemente en el Colón. La agrupación, de notable prestigio, ya ha acompañado a solistas de la talla de Martha Argerich o Barbara Hendricks.

Por Moira Soto

Ciento seis músicas y músicos de entre 17 y 29 años invadieron el escenario del Teatro Colón el 29 de noviembre pasado. Chicas y chicos de todos los colores y de treinta y una nacionalidades Virginia con el director James Levine.diversas hermanados por la música, que forman la UBS Verbier Festival Youth Orchestra. Esta agrupación inició sus actividades en junio del 2000, cuando los jóvenes intérpretes seleccionados se reunieron por primera vez en los Alpes suizos para empezar a conocerse y a ensayar. El muy aclamado debut tuvo lugar al mes siguiente, bajo la dirección de James Levine. Ahí nomás dieron cuatro conciertos con destacados directores y luego realizaron su primera gira internacional, con gran suceso, que incluyó diez importantes ciudades europeas. Este año, Levine invitó a los músicos a reintegrarse a la orquesta y se produjeron algunas bajas inevitables que dieron oportunidad a 26 nuevas incorporaciones. En el Festival Verbier de este año (del 20/7 al 5/8), la Verbier actuó con solistas del prestigio de Martha Argerich, David Geringas, Michel Dalberto, Jian Wang, entre otros. En septiembre ofrecieron concierto en Ginebra y en Zurich, y luego salieron de gira: primero por Canadá y los Estados Unidos, después por Latinoamérica, con la soprano Barbara Hendricks como solista. Hasta llegar a Buenos Aires donde, según afirman entusiasmadas las tres músicas entrevistadas por Las/12, tuvieron “el mejor público, el mejor teatro, el mejor concierto”.
Si algo caracteriza a la orquesta juvenil del Festival Verbier, además de su multicolor variedad de etnias, es que –sin que haya sido necesaria ninguna ley de cupos– está compuesta equitativamente por varones y mujeres, a quienes se les exigió pasar por las mismas pruebas para elegir a los mejores según la opinión de los distintos jurados.
Entre las 45 chicas que formaron parte de la Verbier este año, figuran las argentina Virginia González (27), la húngara Anna Fazekas (26) y la española Blanca Gascón Lacort (27). Las tres se hicieron amigas entre ensayos, giras y conciertos, entre el violín, la flauta y la percusión. Se quedaron juntas unos días más en Buenos Aires, paseando, haciendo shopping y escuchando tango. Oportunidad que aprovechó este suplemento para charlar con ellas en un bar de Pueyrredón y Santa Fe. La gentil santafesina Virginia González, gestora de este encuentro, vive y estudia en Pittsburg, recién casada con un músico argentino que conoció en esa ciudad; la zaragozana Blanca, una verdadera castañuela aunque lo suyo es la percusión, sigue cursos en Alemania si bien tiene a su novio –también músico– en Valencia; la húngara Anna, más reservada aunque no menos simpática vuelve con la flauta a Valencia, su lugar de residencia donde proseguirá un romance que empezó en la orquesta Gustav Mahler. Las tres tienen ya bien asumido esto de las separaciones, los cambios de paisaje, de idioma y de horario, el hartante hacer y deshacer valijas sin saber a veces en qué país se están despertando por la mañana. “Así es la vida de los músicos”, suspiran ellas, sin plantearse todavía qué va a pasar si tienen hijos. “Somos itinerantes, ciudadanas del mundo aunque amemos a nuestros países y sigamos muy unidas a nuestras familias.”

Vidas orquestadas
Anna Fazekas: –A los 7 empecé a estudiar flauta y a los 12, como estaba adelantada, ya tocaba la traversa. Mi papá es percusionista, me crié en un ambiente musical y siempre supe que lo mío era la flauta. Fui a una escuela especial para músicos durante cuatro años. Después, a la Academia Franz Liszt de Budapest, antes de seguir un curso especial en Londres para tener experiencia orquestal. Permanecí dos años en la juvenil Gustav Mahler que fundó Claudio Abbado y hace dos que estoy en la Verbier. Cuando me presenté, el ingreso era muy severo, siete u ocho pruebas en distintos sitios del mundo, después de enviar una grabación y ser seleccionadas.
Virginia González: –En Santa Fe había una orquesta de niños en donde comencé muy chiquita, como Virginia con MartHa Argerich.jugando. Estuve allí hasta los 11, siempre con el violín. A los 12 empecé a ir a Rosario a tomar clases. A los 16 entré al mismo tiempo a las orquestas de Santa Fe y Paraná, y me puse a estudiar con Luis Orlando durante dos años. Ya después me vine a Buenos Aires, viajaba todas las semanas y durante un tiempo me instalé acá. Pablo Saraví, concertino de la Filarmónica, fue mi último maestro en la Argentina. Estando en la Capital, obtuve la beca de Fondo Nacional de las Artes, luego la de la Fundación Antorchas para estudiar aquí, y casi al mismo tiempo me dieron otra beca para estudiar en los Estados Unidos. Estaba tocando en la Nacional, era un buen trabajo, y se me dio todo junto. Fue difícil decidir. Preferí arriesgar, renuncié y me fui a Pittsburg, hace tres años, en donde sigo perfeccionándome. Una amiga me sugirió presentarme al Festival Verbier: hice los trámites, me aceptaron, pasé a la final, audicioné y quedé.
Blanca Gascón Lacort: –Mi caso es un poco diferente porque yo inicié estudios de percusión a los 14, cuando Anna y Virginia ya llevaban varios años practicando sus instrumentos. Antes toqué la guitarra, tuve clases de flauta, todo muy amateur. En un momento decidí estudiar música, teoría y solfeo, y en el segundo año tenía que elegir un instrumento. Ninguno me llamó la atención hasta que llegué al último de la lista, que era percusión. Apenas sabía qué eran los timbales, la batería, el xilófono. Cuando entré al aula y vi los instrumentos, pensé: “Yo no podré tocar esto, es muy grande para mí”. Bueno, empecé y a los seis meses no quería otra cosa en la vida que ser percusionista, fue un flechazo. Es verdad: la percusión no es algo que hagan muchas mujeres todavía, pero fíjate que en la orquesta somos dos (la otra es Ionela Christu, francesa, de 22). Exige un despliegue físico bastante grande, a veces tengo que poner todo el cuerpo para conseguir el sonido que necesito. Bueno, hice toda mi carrera en Zaragoza... Mis compañeras se ríen porque dicen que es la única ciudad con acento en todas las sílabas. Los últimos cuatro años en España estudié en la Academia Neopercusión de Madrid. Como no quería enseñar, a raíz de haber estado en varias orquestas juveniles pude marcharme a estudiar a Alemania, en donde estoy haciendo un posgrado cerca de Hannover. Aprendí alemán, claro; es que la música te ayuda no sólo por el oído afinado: cuando llegas a una orquesta y nadie más habla tu lengua, ahí sí que aprendes a toda velocidad. Para ingresar a la orquesta de Verbier seguí los mismos pasos que Anna y Virginia.

Las tres músicas en la puerta del Carnegie Hall.

Viajar, tocar, confraternizar
–¿Qué les atraía tanto de la orquesta juvenil del Festival Verbier?
Las tres al unísono: –Los directores, las giras, el nivel musical...
V.G.: –A los directores hay que sumar los artistas invitados. No es sólo el hecho de tocar con ellos sino poder verlos de cerca, alternar. Verbier es un lugar paradisíaco pero muy chico, entonces te encontrás con ellos a cada rato. Una vez iba por un pasillo y escuché a un cuarteto que sonaba muy bien. Intrigada, abro la puerta y me encuentro a Martha Argerich, Gidon Kremer, Mischa Maisky y Yuri Bashmeth... Cerré despacito yme fui. Es una maravilla esta casi convivencia, poder ir a cenar con ellos algunas veces.
B.G.L.: –Nos ha pasado en alguna recepción que viniera alguno de estos grandes solistas a felicitarnos, para nuestro asombro, claro, porque nosotros pensábamos que debía ser al revés...
–¿Cómo fueron los primeros tiempos con esta confluencia de países, idiomas y estilos musicales diversos?
A.F.: –Hubo un período de ajuste, de empezar a conocernos. Aparecieron varias chicas: de Nueva Zelanda, de Alemania, de Bulgaria, de Holanda... Chicas que a su vez estudiaban fuera de sus respectivos países, como nosotras. Cada una había aprendido en una escuela diferente, hubo que armonizar gustos y sonidos por sección, antes de incorporarnos a la orquesta, y buscar un sonido común. Se trabajó mucho y este año el entendimiento fue muy bueno.
V.G.: –En general, no hubo problemas de convivencia; no se arman grupitos ni guetos, hay bastante fluidez entre todos, real intercambio.
B.G.L.: –Mira, con gente de tantos lugares se aprende mucho en todo sentido, además de lo musical. Es muy apasionante.
–¿Las sorprendió que las mujeres fueran casi la mitad de la orquesta?
V.G.: –Fue una alegría, por supuesto, pero además hemos logrado sobresalir. Los principales solistas son chicas: la concertina, en las cuerdas, la viola, en las maderas encabezamos la sección. Evidentemente, sólo hace falta que nos den las mismas oportunidades.
–Más allá del intercambio general, ¿viene bien tener una amiga que te preste el hombro o el rouge, alguien con quien compartir confidencias?
B.G.L.: –Claro; imagínate, lo necesitas para los buenos y los malos momentos. El trabajo te puede sobrepasar, extrañas a tu familia, a tu novio, y necesitas un punto concreto de apoyo. Entonces te creas tu pequeña familia transitoria, más íntima, dentro de la orquesta. Nosotras, cuando hay tensiones o algún problema, jugamos a hacernos terapia mutua. Ahí nos desahogamos y la risa alivia cualquier malestar.
–La experiencia en el Colón las dejó muy satisfechas, según ha trascendido.
B.G.L.: –Fue una gran culminación, una sensación única de plenitud y felicidad.
V.G.: –Sobre todo, como les decía a ellas, sabiendo que el público argentino es exigente y que al Colón han venido este año grandes orquestas, grandes solistas.
A.F.: –Es verdad que tuvimos un director tan bueno como Paavo Járvi, con tanta energía, que sabe darte con fianza.
–En un momento mundial de tanta intolerancia ligada a la inmigración, a las guerras étnicas, es francamente alentador que exista una orquesta como la que ustedes integran.
V.G.: –Claro que sí, es un valor más. Evidentemente, que en la orquesta figuren tantos países en pie de igualdad, que haya paridad de varones y mujeres, es un mensaje implícito que nos parece que la gente recibe y comprende muy bien.