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ARQUETIPAS POR SANDRA RUSO

LA DEBILUCHA
 

Cuando ella era muy chiquita, su madre no la dejaba saltearse la merienda. “Tenés que tomar toooda la leche y comerte tooodos los bizcochitos, porque vos sos debilucha, querida”, le decía. “Poneles mucha mermelada a las galletitas, nena: a vos te hace falta azúcar en el cerebro”, era el comentario en el desayuno. Por la noche, era infaltable el hígado a la plancha por lo menos dos veces por semana. Ella pedía, infatigable, milanesas a la napolitana, pero su madre insistía con el hígado: “Disculpame, chiquita, pero a vos te falta hierro en la sangre”. A ella no le gustaba el yogur, pero yogur fue lo que tomó verano tras verano, mientras veía a sus amigas disfrutar de granadinas bien heladas: “El calcio es necesario para tus dientes. Heredaste el mal esmalte de tu padre”.
Ella ha crecido, y en el transcurso de su vida, contra todas las predicciones maternas, no se le han declarado enfermedades de consideración. Un resfrío, un apéndice, una bronquitis, una alergia de piel. Eso es todo, pero ella lleva incorporado su status de debilucha, de modo que, cuando sale de vacaciones, junto al diafragma pone el termómetro. En las agencias de viajes exige cobertura médica completa, en su agenda tiene el teléfono particular y los celulares de su ginecóloga y de su traumatólogo, gasta más en antiácidos y en antiinflamatorios que en cosméticos, y en su casa, aunque nunca los estrenó, tiene en tensiómetro y un nebulizador.
Cuando el médico le receta algún remedio, antes de tomarlo lee detenidamente los prospectos, y a medida que avanza en la lectura va imaginándose a sí misma padeciendo cada uno de esos contratiempos: colitis, náuseas, vómitos, depresión, cefaleas, trastornos de la visión, mareos, taquicardia, somnolencia, amnesia, gases.
La debilucha se caracteriza, como es natural, por ser más fuerte que un roble. Su cuerpo responde a todos los tratamientos, pero su mente sigue respondiendo únicamente a la voz de aquella señora tan solícita y protectora que porque la nena tenía tos se pasaba la noche entera y en vela poniéndole compresas y frotándole la espalda con Vik Vaporub.
Recién ahora, que es grande, le empiezan a pasar cosas increíbles. Como por ejemplo comerse una lasagna a la bolognesa sin pensar en las atroces consecuencias que ese desliz puede acarrearle a su aparato digestivo, o mandarse dos gin tonic sin la fantasía de perder el control y terminar diseminando sus jugos gástricos por todo el restaurante. La debilucha no es más que una tapada: si por alguna circunstancia deja creer en los mitos maternos, la van a conocer. No tiene débiles ni las puntas del pelo.