TALK
SHOW
POR MOIRA SOTO
¿Vamos
a ver cómo es el mundo del revés?
Hace pocos años,
una columnista radial le retrucó al conductor de un programa
de origen judío que acababa de hacer un chiste estúpido
respecto de que a las mujeres les gusta que las golpeen: Sí,
cariño, y a los judíos les gusta que los persigan....
El tipo apenas atinó a murmurar Touché y nunca
más volvió a chacotear en forma tan torpe sobre el tema
en cuestión. No se trata de un caso tomado al azar: a menudo,
parecería que la única forma de que algunos empiecen a
entender lo inaceptable de la discriminación en cualquiera de
sus expresiones, es hacerles imaginar una situación equivalente
(a la que admiten o promueven en otros) en su propia persona.
Gabriela
Tagliavini, con mucho humor y apreciable imaginación, optó
por recursos básicamente semejantes para realizar su primer largo,
que acaba de estrenarse localmente, La mujer que todo hombre quiere.
Tagliavini, argentina con estudios de dirección cinematográfica
y algunos trabajos en producción, se fue en el 93 a los
Estados Unidos para seguir en lo suyo: se doctoró en guión
en el American Film Institute antes de dedicarse a escribir guiones
y dirigir cortos, amén de trabajar como redactora de espectáculos
en la tele. En La mujer..., film que ha merecido varios premios en distintas
muestras norteamericanas, la directora aborda un género poco
cultivado por las cineastas: la ciencia ficción. Poco cultivado
en el cine, claro, porque son muchas y algunas verdaderamente
valiosas las escritoras del citado género, empezando por
la mismísima Mary Shelley, creadora a los 19 años de Frankenstein,
el moderno Prometeo, la monstruosa criatura construida con requechos
de cadáveres y activada por el rayo.
La supuesta humanoide que enamora al supuesto humano de La mujer...desde
luego remite vagamente a Blade Runner, a Robocop y a tantas otras ficciones
que en estos tiempos de embriones frizados, trasplantes, maternidad
casi totalmente tecno y clonación, resultan cada vez más
cercanas. Para mantener la clásica idea de anticipación,
Tagliavini nos lleva al 2030, año en que Estados Unidos es gobernado
por una dama (que se defiende de acusaciones de prácticas sexuales
equivalentes a las que sufrió Clinton), las mujeres son directoras
de grandes empresas y en general gozan de privilegios largamente adjudicados
a los hombres. Ellos, oprimidos y reducidos a puestos secundarios independientemente
de sus méritos, se quejan: Con el Viagra femenino ellas
acaban tan rápido que no me dan tiempo de calentarme, protesta
uno; estoy cansado de ser usado como objeto sexual, se lamenta
otro...
En este estreno, con hallazgos de diseño y color que desafían
el reducido presupuesto, la mujer es la medida de todas las cosas, y
se considera natural que el hombre permanezca en un segundo plano, aunque
se esfuerce por ser reconocido (la vida es injusta con los varones,
le recuerda la superempresaria a un empleado, mientras tanto,
saca tu culo de mi compañía).
Guy, el protagonista, parece ser el último romántico en
este sitio en que las mujeres avanzan hacia los tipos sin remilgos,
o los rechazan sin más. El pobre no querría salir con
un conejito de Energizer, pero ante la ausencia de chicas tiernas,
acepta encargar una humanoide (¿Largo delengua?, ¿color
de vello púbico?, ¿con o sin cerebro?, le preguntan
ante su azoramiento). La chica, es decir la humanoide que adquiere,
es como una representante de la anterior cultura machista: se anticipa
a todos sus deseos, quiere todo lo que él quiere. Lo único
chocante es que de movida va a los bifes en materia sexual y él
se repliega: Si nos acostamos a la primera cita, no me vas a respetar....
Enamorado y satisfecho, el antes rechazado Guy empieza a ser deseado
por las mujeres, incluso por su ex novia. Pero él sólo
tiene ojos (y otros órganos) para su Mary. En el trabajo prosiguen
los escollos (usted no tiene que ser tan bueno como las mujeres;
tiene que ser mejor, le remachan ellas). Guy no se arredra hasta
ser reconocido y hasta sale en los diarios (Nueva y extraña
decisión de Tang Soo Enterprises: un hombre a cargo de la creatividad),
progresa su amor por Mary, la lleva a bailar un tanguito a la terraza
(foto) y ella se sensibiliza cada vez más, aunque a él
le sigue pareciendo demasiado complaciente.
En los últimos tramos de La mujer... hay sorpresas que no serán
reveladas aquí, si bien se puede deducir de lo dicho que la propuesta
de Tagliavini, por la vía de la inversión de roles humorísticamente
formulada, sin sombra de amargura revanchista, es francamente integradora
y de equidad para todo el mundo, incluidas/os las/os humanoides que,
como es usual en el género, también tienen su corazoncito.