MUSICA
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Epumer
espumante
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María
Gabriela, Epumer de apellido, tiene sangre ranquel y rockera. La chica
presenta un nuevo trabajo, que fue precedido por un mini CD y un jueguito
de computadora en el que ella se convierte en la muñeca Mapu, la “Barbie
indígena”. La chica que empezó con Viuda e Hijas hoy es mayor de edad.
Por Soledad
Vallejos
Ante los ruidos
de tormenta que recomiendan guardarse hasta que amaine, a la chica algo
le dice que no haga caso, que siga por donde venía, que haga
honor al significado ranquel de su apellido y sea escurridiza no como
un zorro, sino como dos. Y María Gabriela Epumer no es quién
para cuestionar el mandato de la sangre, así que hoy, por estas
horas, debe estar descansando del show que dio anoche para adelantar
en sociedad algunos temas de su tercer disco solista, el que seguirá
a la aparición del simple Pocketpop (un cd pequeñito con
dos temas y un jueguito de computadora con ella convertida en la muñeca
Mapu, la Barbie indígena, a decir de Pipo Cipolatti).
Sé que es un momento espantoso del país, de la economía,
pero a mí lo que me mantiene contenta y con ilusiones es hacer
música, desliza enfundada en unos pantalones multicolores
tan deslumbrantes como esa timidez que la lleva a susurrar antes que
a hablar. Hacer música y mostrarla. Así sea como
hormiguita, eso no me importa, estoy contenta. Y me parece que a la
gente también la inspira, la gente se refugia en la música,
es el mejor refugio que puede haber. Y el que ella ofrece es un
amparo cálido, de sonidos largamente meditados y cuidadosamente
destilados, de una delicadeza que viene construyendo desde mucho antes
de los tiempos en que sacudía unos pelos cortos y despeinados
con las Viudas e Hijas de Roque Enroll. Es que probablemente María
Gabriela no haya tenido alternativa. Si la guitarra de abuelo Epumer
acompañaba a Agustín Magaldi, la de papá hace sonar
temas clásicos, el hermano Lito es conocido como percusionista
de jazz, tía Celeste canta y se apellida Carballo, una prima
es guitarrista de blues en Chicago, y para despejar dudas hay nuevas
generaciones de primos músicos, bueno, a los ocho años
la menor de los tres hermanitos Epumer no podía menos que jugar
con una guitarra y obligarla a soltar los acordes de Misión
imposible. Y empezó todo.
Las inquietudes
de un gnomo
Para María Gabriela tener una infancia súper
musical significó, por ejemplo, acompañar a su tía
Violeta a ver los ensayos del grupo en que tocaba su novio baterista.
Así que mientras sus compañeritos del colegio veían
al Pato Carret por la tele, la mocosita de pelo lacio tenía primera
fila en pruebas de sonido y shows de Sui Generis. Era un gnomo
que iba a todos lados, me colaba en todos los shows, me súper
enojaba si no me llevaban. Fue por entonces que le llamó
un poco la atención un muchacho de pelo largo, con bigotes raros,
un poco despistado.
Una vez, Sui Generis tocó de soporte de Madre atómica,
el grupo de mi hermano, Pedro Aznar y el Mono Fontana. Me acuerdo que
estaba en la prueba de sonido, ahí, mirando. Y estaban Charly
(García), con un pianito en vertical, y Nito (Mestre), los dos.
Siempre me llamó la atención Charly, bah, me quedó
grabado algo. Estaban probando sonido, y él iba chequeando por
el escenario. Va caminando por el borde del escenario y de pronto se
cae. Se cayó del escenario, se rompió algo, no sé,
se lastimó. Siempre me quedó grabada esa anécdota,
me pareció un personaje extraño.
Convengamos, entonces, que el gnomo tenía la fortuna de estar
en el lugar preciso en el momento justo, bastante intuición y
una herencia genética que en esos años todavía
luchaba con otro un amor incontrolable por las danzas clásicas.
Pero Argentina siempre se ha parecido mucho a sí misma, y cuando
ella tuvo edad para el sueño de la guitarra propia, bueno, no
había fondos familiares como para subvencionarla, así
que los 13 años la encontraron trabajando en una fábrica
de zapatos.
A los 14, me llama un día Claudia Sinesi (luego también
integrante de las Viudas) y me propone juntarnos todas las tardes a
tocar con el Mono Fontana. El era baterista y estaba estudiando piano,
nos necesitaba para que tocáramos las bases y poder practicar.
Hicimos un taller todo el verano, fue la mayor escuela que tuve, increíble.
Tocábamos ocho horas sin parar, tocábamos temas todo el
tiempo, era bárbaro. Y al toque empecé a tocar con María
Rosa Yorio, que venía de Los desconocidos de siempre y tenía
un grupo solista. Con ella grabé su primer disco.
Un comienzo nada despreciable para una adolescente que acababa de comprar
su primera guitarra criolla y de decidir que su necesidad de música
era demasiado vital como para compartirla con el colegio secundario.
Y así siguió, estudiando, poniéndose al servicio
de la música de conocidos y dando clases de guitarra para niños
en una biblioteca y de danzas en el estudio de su casa, hasta que una
amiga le avisó de un grupo que necesitaba ya, urgente, una guitarrista.
En esa época, no había músicas, no había
chicas que tocaran. Cuando había una, decíamos ¡¿dónde
está?!, la queríamos conocer, todo. María
Gabriela consiguió prestada una guitarra eléctrica, un
amplificador, y salió airosa de una audición tras tocar
temas de Aretha Franklin y Gino Vanelli. Rouge, se llamaba la banda
que no llegó a dejar disco (no era fácil, no grababa
cualquiera) pero sí a dar una cantidad considerable de
recitales hasta que llegó el 82, el conflicto de Malvinas
y la prohibición de la música en inglés. Ninguna
componía, empezaron los conflictos, cambió la formación
cuando volvió Claudia Sinesi y llegó Claudia Alvarez (una
baterista que tocó con Soda Stereo, con Divididos, muy buena),
y terminó desapareciendo.
Ya conocíamos a Mavy (Díaz), la cantante de las
Viudas, y ella tenía la punta de un productor que quería
hacer un grupo. Pero no sabíamos, veníamos de Rouge y
no queríamos transar. Finalmente, armamos unos temas,
fuimos con la guitarra española y le cantamos Estoy tocando
fondo. Papaumbaba, papaumbaba, así, las cuatro con las
voces, y Bernardo Bergerc, el productor, abrió la agenda, dijo
graban en un mes, tal día y nos anotó. Firmó
mi mamá el contrato, porque yo tenía 20 años, era
menor.
El resto es más o menos conocido: en dos meses estábamos
sonando en la radio, éramos famosas... tipo Popstars, pero incluyendo
un poco de onda, vamos. Y desde ahí las Viudas, qué se
yo, vorágine, tocar sin parar, discos.
Además, era un momento de explosión del pop acá.
Sí, las compañías discográficas generaron
que el pop y el rock fuera un negocio. Todos los grupos tocábamos
por todos lados, todos vendíamos muchísimos discos, y
era un negocio para todos. Pero cuando los músicos se pusieron
un abogado, a las compañías ya no les gustó, porque
el músico de rock siempre era, entre comillas, el hippie, el
te firmo acá y la plata se la llevaba el otro. Pero ése
era un momento de terrible gloria del pop. Ibas de gira por la costa
y te cruzabas con todos: Virus, Miguel Mateos, los Abuelos, Charly,
Celeste, los Twist. Todos haciendo gira, tocando bien, con gente. Si
agarrás una revista Pelo de la época y ves las fechas
de la costa, ves que era terrible. Estaba divertido.
Por eso, cuando la diversión, crisis económica mediante,
se acabó de un día para el otro (Interdisc, que
era nuestra compañía, cerró, un día vamos
y está quebrado), el ir y venir de abogados y demandas
terminó por agotarla. Se diluyó, nos desgastamos,
dijimos paremos. Y para ese ánimo tampoco fue
demasiado bueno que el siguiente proyecto, Maleta de loca, editara un
disco de vinilo en pleno 89. Estaba medio agotada de llevar
adelante proyectos, empecé de sesionista, no quería pensar
en nada, sólo en tocar la guitarra y que la responsabilidad fuera
de otro. Tocó para Celeste Carballo, estuvo de gira con
Alejandro Lerner, descansó un poco y volvió con una cantante
de los Twist y una bajista de Man Ray... con un grupo hardcore.
Un trío power terrible. Las dos sacadas ahí adelante,
cantando. Era una aplanadora. Estuvimos en Vélez, de soporte
de Fito, y ahí me vio tocar Charly. El me conocía, pero
ahí había como lucimiento instrumental de cada una, podías
hacer muchos solos. Se recopó Charly, qué bien estás
tocando, te felicito. Me empezó a contar que tenía
una gira, que no tenía guitarrista, y le digo, así como
en broma, bueno, llévame a mí, y me reí.
¿Vos podrías? Sí, claro.
Unos días después, cuando sonó el teléfono
y era él, María Gabriela intuyó que la osadía
que había terminado con un vago bueno, hablemos estaba
por convertirse en algo serio. En especial después de que pasaron
las seis horas tocando temas de él y zapando en una sala de ensayo,
y él la saludó con un la semana que viene empezamos
a ensayar. Eso fue a principios de 1993, y sigue siendo hasta
ahora, convertida en una relación musical y amistosa tan pero
tan fuerte que ella ha obtenido de García algo que él
siempre negó a sus músicos: la bendición para sus
proyectos solistas. Y algo, definitivamente, tiene que tener esta chica
para haber sido una de las seleccionadas por Robert Fripp para su primer
seminario en la Argentina, en 1994.
Son seminarios que se hacen en medio del campo, siempre en lugares
alejados. Estás una semana conviviendo con otras 50, 60 personas.
Para eso, le tenés que mandar una carta a él, explicando
los motivos por los cuales querés estar ahí y porqué.
No hace falta ninguna grabación de lo que hacés, a él
le interesa como el concepto espiritual y humano. Fue una experiencia
bárbara, y ahí conocí al guitarrista Fernando Kabusacki,
que es lo más, y a Fripp, que después quiso tocar una
intro en mi primer disco solista (Señorita corazón, con
el grupo A1). Tuve charlas bárbaras con él, reuniones
que podías ir con o sin la guitarra, a hablar de lo que quisieras
o a mostrarle algo que querías que te explicara.
Suena a retiro espiritual
Sí, sí, tiene algo de eso. Cuando él se fue,
me puse a llorar. Estábamos todos muy sensibilizados, era terrible,
terrible, ya el último día era como... Mirá, me
acuerdo y me pongo así. Era estar como al rojo vivo, estabas
con mucha concentración. Y cuando se fue era buauaaaaa. Quedé
que no pude hablar con nadie por 4 días; nadie se enteró
de que había vuelto salvo mis viejos, que fue hola, volví,
¿cómo te fue?, después te cuento.
No podía contarlo. Fue una experiencia espiritual grossa.
La princesa
ranquel
Desde esa mirada por momentos esquiva, por momentos de una firmeza
desbordante, asoma una belleza
absolutamente particular que se complementa a las mil maravillas con
los rasgos de aborigen de piel blanca. Tal vez, claro, eso tenga que
ver con su tatarabuelo ranquel, el cacique al que Lucio V. Mansilla,
en las páginas de su famosa excursión, define como el
indio más temido entre los ranqueles, por su valor, por su audacia,
por su vehemencia cuando está beodo. Dicen la leyenda familiar
y los libros de historia que ese Epumer fue atrapado por las tropas
militares el 12 de diciembre de 1878, que sólo pudieron arrestarlo
después de haberlo encadenado, que fue uno de los últimos
de la tribu en caer ante la misión civilizadora. María
Gabriela contó alguna vez que el nombre de la dinastía
Epumer significa dos zorros. El zorro, para los indios, simboliza
lo escurridizo, y los ranqueles Epumer eran muy ágiles. Nadie
los podía atrapar.
Hace unos años, con Samalea y mucha gente más, impulsaste
el proyecto de la Montecarlo Jazz Ensamble, un disco que trataba, entre
otras cosas, de los aborígenes y la identidad. ¿Ese proyecto
tuvo que ver con el descubrimiento de tu ascendencia, o ya la conocías?
No, ya lo conocía. De hecho, mi tatarabuelo era hermano
de Mariano Rosas, el ranquel que fue raptado por los blancos y adoptado
por Juan Manuel de Rosas, y del que restituyeron los restos ahora, este
año. Yo estuve ahí, estuve con mi papá.
¿Cómo estuvo?
Fue una ceremonia. Yo estuve a la noche, en la ceremonia posta,
con los mapuches, hicimos la celebración del año nuevo,
que justo era ese día. Hicimos la oración para Mariano
Rosas. Estuvimos toda la noche, desde las 4 de la mañana hasta
el amanecer, en medio de un frío terrible. Fue muy intenso, muy
grosso. Pero también está la otra cara, y es que viven
en un desastre, en la pobreza total. La comunidad ranquel está
muy deshecha.
Y recién ahora están empezando a reconstruir sus
identidades.
Recién ahora empiezan a saber, y antes no lo querían
decir. En La Pampa, la mayoría dice que no son indios. Se pusieron
Rosas de apellido, que en realidad así bautizó Juan Manuel
a Mariano. Mi apellido, en realidad, es Epumer Rosas, pero todos usan
sólo el Rosas, como para negar eso, zafar. Recién ahora
se están mostrando y diciendo que son indígenas. Y el
disco de Montecarlo, bueno, lo hicimos porque nos copó la idea
de mezclar generaciones, estilos de música y nos parecía
como que redondeaba el hecho de, si se vendía algo, ayudar simbólicamente
a las comunidades indígenas con ese dinero. O generar ese disco
y hacer un movimiento de prensa para que la gente recordara que eso
existe. Era muy romántica la idea...
Y tan ideal que la compañía discográfica que apoyó
el proyecto lo hizo a beneficio de ellos. Pero, más
allá de ciertas intervenciones, no es casual que su primer paso
fuera de una formación preestablecida se haya relacionado de
manera tan estrecha con las identidades.
Eso, lo de Montecarlo, fue la primera cosa que hice individualmente,
digamos, aunque tampoco era sólo mía. De ahí, nos
fuimos a hacer el Unplugged a MTV con Charly, que estuvo buenísimo.
Pero nos peleamos, nos peleamos todos con él, y él nos
echó, todo, a todos. Ibamos por Miami y no nos quería
saludar. Yo venía componiendo hacía mucho, entonces, cuando
volví, dije bueno, me voy a alquilar una sala, voy a hacer
mis temas, voy a salir por los bares a tocar, y empecé
con A1. Es como que, en realidad, empecé a hacer tarde mis propias
canciones, pero tarde en un sentido cronológico, porque recién
entonces era el momento en que yo me sentía segura de mí
como para empezar a hacer algo.
Así parece ser: una chica que se toma su tiempo, que prefiere
pasar por demorada antes que apresurarse y dar el mal paso. Prefiere,
dice, ir abriendo puertitas como hormiguita, como ir haciendo,
logrando cosas, y si es de manera independiente, pues tanto mejor.
Lo que me gusta es el mientras de esto, el transcurrir, ir creando,
pensando cómo hacer la tapa, cómo va a salir el disco,
la cocina. Yo no tengo ninguna compañía hipermultinacional
atrás, tengo a DBN, que es una distribuidora mediana, y a Popart,
que es un sello que está comenzando, no están poniendo
dinero para que suene en las radios. Mi lanzamiento es tranquilo. Tiene
mucho que ver mi trabajo, estoy así, como encima de todo, y eso
es medio angustiante, porque querés mostrar lo que hiciste. Es
el precio de la independencia, pero bueno, yo estoy feliz.
¿Te molesta que desde la prensa se suela comparar a las
mujeres músicas, aunque no compartan estilos, por el simple hecho
de que sean mujeres?
Es un problema de los creativos de los diarios, que se deben quedar
sin temas de notas. Agrupar y comparar no tiene sentido. A mí
me parece que está buenísimo que haya un montón
de mujeres. Es más, hubo como un hueco en unos años que
Fabiana (Cantilo), Hilda (Lizarazu), y Celeste, que son medio pioneras
en carreras solistas, desaparecieron un poco, y a mí me molestaba
un poco eso. Porque claro, tienen un hit, después hacen otra
cosa que no vende tanto y después chau, todo el mundo las sepulta.
Me molesta porque son talentosas. Celeste, por ejemplo, no es porque
sea familiar mía, pero me parece la mejor cantante argentina.
Yo la escuché cantando el Ave María en la iglesia en casamientos
familiares, o cantando música española, flamenco, cualquier
cosa a capella y te mata, te destruye. Es un genio. Me gusta que haya
mujeres haciendo cosas, me parece que tenemos una sensibilidad diferente,
y que tiene que ser el ying y el yang. Y a algunos les gusta mucho menospreciar
el trabajo de algunas mujeres, lo cual me parece patético. Pero
bueno, cual gladiadoras hay que seguir a toda costa. Pero a pesar de
eso, no me iría nunca, eso sí. No me iría a vivir
a otro país. A pesar de que cuando viajo veo que las cosas en
otros lugares son muy distintas, que no hay tanto vedetismo, prefiero
ir y venir, que es lo que hice siempre. Siempre estoy viajando y tocando
afuera, o con Charly o con mis cosas, y me encanta volver. Me encanta
la Ricchieri, aunque sea una desgracia, o la General Paz, que se atasca
el tránsito. No me importa, me gusta acá. Soy de acá.
No sé, sentís que tenés algo acá.