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Madame Bovary está viva, es inglesa y sigue fantaseando con un amor de novela en una granja perdida de Normandía. Con Gemma Bovery, la ilustradora británica Posy Simmonds resucita a la heroína de Flaubert con una sátira contemporánea que combina historieta y novela. Radarlibros conversó con la autora en el Festival Internacional del Comic, en Angoulême.

Por Alejo Schapire, desde Angoulême (Francia)

Para llegar hasta ella hay que colarse entre los huecos de las interminables colas que confluyen hacia los dibujantes estrella Moebius y Liberatore. Su stand es fácil de identificar, es el único que está precedido por una mayoría de mujeres. Son inglesas, francesas o italianas que intentan conseguir una dedicatoria extendiendo un ejemplar de Gemma Bovery, uno de los platos fuertes de esta vigésima octava edición del festival de la Bande Dessinée.
Posy Simmonds tiene cierto parecido con la cantante Françoise Hardy, en todo caso tiene el mismo corte de pelo (corto y ligeramente plateado), una mirada y una voz muy suaves. Ha estudiado en la Sorbona: de ahí debe venir su impecable francés. Hasta hace poco seguía publicando su tira semanal en el diario británico The Guardian, desde donde en los 80 se destacó como comentarista social por su implacable retrato de los años thatcherianos. Pese al éxito de sus viñetas, el año pasado sintió que quería hacer algo distinto. “Un buen día me harté y les dije: quiero hacer una historia que tenga un final”, explica. No acordamos en qué idioma transcurriría la entrevista, y sin transiciones salta indiferentemente del inglés al francés. Cuenta que después de obtener el “¡Adelante!” del diario, sin tener muy claro qué iba a hacer, se fue de vacaciones a Italia. “Y un día, sentada en la terraza de un café, escuché la voz de una joven mujer que decía (imita con melódico acento italiano): Riccardo, vieni qui. Era una burguesa italiana, muy linda, rodeada por todas sus bolsas de compras de Armani. Y ahí estaba el pobre Riccardo, tratado como un perro, encendiéndole el cigarrillo. Ella posaba, cruzaba y descruzaba las piernas, bostezaba con aire de aburrida, triste, con algo de desesperación. Y mi amigo italiano me susurró: Voilà Madame Bovary!. Cuando volví a Inglaterra les anuncié a los del Guardian: ‘Creo que voy a escribir Madame Bovary’”. “OK –le respondieron–, pero tiene que entrar en cien episodios.”
La tira apareció todos los días durante seis meses. Sólo en Inglaterra, un país en el que la historieta es percibida como un género bastardo y cuyos autores deben emigrar (a Francia, por ejemplo) para sobrevivir, el álbum vendió 20 mil ejemplares.
Gemma Bovery se aburre. Se gana la vida –y bastante bien– como ilustradora para diversas revistas. Pero su vida amorosa es un fracaso. Su novio Patrick Large, sofisticado (y atlético) crítico gastronómico, la ha invitado durante semanas a muchos de los más selectos restaurantes de Londres. Como resultado, al poco tiempo, ella engorda como una vaca, y él la deja por otra. Entonces la consuela Charles, un apacible restaurador de muebles, un tipo bien, no muy apasionado, razonable, discreto. Charlie es divorciado con hijos, pero se lleva muy bien con su ex. En un primer momento Gemma se recupera, no tanto porque haya encontrado el amor de su vida; digamos que decorar la casa de su nuevo protector la pone de buen humor. El problema es que siente que la primera mujer de su nuevo concubino se entromete demasiado en sus vidas. La única solución es mudarse. Gemma sueña –como muchos de sus compatriotas– con el french way of life: vivir en una granja en Normandía, “con el buen vino, esa comida, el clima, el paisaje, la maravillosa lencería”, enumera Simmonds.
Una providencial herencia le sirve para financiar la compra de un viejo caserón en el norte de Francia, en la ciudad de Bailleville (o Ciudad del Bostezo). Y ella es feliz, por lo menos hasta que el hogar queda completamente arreglado. Pero pronto se vuelve a instalar el tedio y, régimen de por medio, Gemma comienza a coleccionar amantes.
Su muerte está escrita. La terrible coincidencia entre su destino y el de Emma ha sido descifrada por Joubert, un panadero intelectual (para los ingleses todos los franceses son intelectuales) y ex hippie que, obsesionado con la joven Gemma, trata de advertirle lo que le espera haciéndole llegar pasajes del libro de Flaubert. Luego de varios intentos fallidos (“no funcionaba”), la autora decidió que el narrador de la historia fuese Joubert, quien, a través de los diarios íntimos que le robó a la difunta, reconstruye los últimos años de su vida.

Froggs vs. Roast beefs
Gemma Bovery es la transposición de la gran novela del siglo XIX a la historieta del siglo XXI. Con un trazo nítido y delicado, extremadamente preciso en los detalles, Simmonds recrea una versión satírica del chef d’ouvre de Flaubert. Más que a un libro de historietas, el objeto (de elegante formato oblongo) se asemeja a una novela gráfica. La artista intercala largos tramos de texto junto a viñetas o ilustraciones aisladas, siguiendo la tradición del comic suizo o alemán de principios del siglo XX. Al mismo tiempo, no duda en usar recursos más modernos, y arma collages a partir de avisos clasificados inventados, falsos artículos periodísticos, pequeñas crónicas policiales. Esta fragmentación y superposición de escritos le dan al relato una mayor densidad y dinamizan su lectura.
Quizás uno de los aciertos más notables de Simmonds es cómo los efímeros estados de ánimo de Gemma se traducen en un cambio del registro narrativo, por lo general parodiando el discurso hedonista que los medios dirigen a la mujer contemporánea. Por ejemplo, cuando Gemma vive un tórrido episodio de infidelidad, la dibujante diagrama la escena como una fotonovela. O, cuando la heroína proyecta una situación idílica de orden y confort, construye una atmósfera que parece extraída de un número de la revista Interiors. El motivo de la apropiación del lenguaje de la prensa femenina reposa en el hecho de que esta literatura es la lectura predilecta de la protagonista, la que alimenta su fértil imaginación. “Como Madame Bovary leía novelas, acá, mi Gemma consume revistas de moda, de decoración. Ella creía que si cambiaba la decoración de su casa, entonces, cambiaba su vida”, resume Simmonds.
El bovarismo y su vigencia (“Sí, las mujeres se siguen aburriendo y ratoneando”) es el tema central del álbum, pero no el único. La eterna rivalidad entre los roast beefs (por el color sanguíneo que los ingleses exhiben luego de exponerse al sol en las playas francesas) y los froggs (por esa incomprendida costumbre francesa de comer ranas) es observada por Simmonds con agudeza y un humor mordaz. Aunque el libro se ocupa, sobre todo, de la fascinación que los franceses ejercen sobre sus vecinos del otro margen de la Mancha. “Es interesante –para hablar de los galos pasa al inglés–: en nuestro idioma hablamos de francofilia o francofobia, pero no tenemos términos equivalentes para otras nacionalidades. No tenemos, por ejemplo, hispanofobia. Bueno, quizás germanofobia... Pero volviendo a los franceses, creo que somos muy distintos. Nos amamos, y al mismo tiempo sabemos que somos viejos enemigos.”
Al entrar en Gemma Bovery, el lector de Julian Barnes se encontrará en tierra conocida. Simmonds confirma que El loro de Flaubert fue una de las relecturas a la hora de emprender su proyecto. Aunque tampoco podemos dejar de pensar en sus otras novelas que tratan de ingleses adulterinos que se refugian cruzando el canal (Hablando del asunto, Antes de conocernos). De hecho, Barnes –el más francés de los escritores ingleses- apreció el libro de Simmonds y lo saludó como “Madame Bovary revisitado por Claire Bretecher”, la célebre ilustradora feminista (sobre todo en los ‘70) de Le Nouvel Observateur.
Al cierre del festival, Gemma Bovery fue consagrada por la prensa local e internacional como una de las grandes revelaciones de la actualidad del comic. Simmonds no oculta su satisfacción: “Me costó mucho entender a los franceses. Caminé por sus calles. Hice muchos dibujos. Quería lograr que la ropa que reproducía en mis planchas fuese la correcta. Quería que hablasen como lo hacen en la realidad. Por eso me hizo feliz que losfranceses compraran el libro. Estoy contenta y sorprendida, siento que gané una apuesta”. Gemma Bovery fue traducido al italiano y al francés. Todavía no existe una versión española.

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