La nueva
novela de Hanif Kureishi
¡Pintá
tu aldea, loco!
Por
Rodrigo Fresán
Cuidado
con lo que deseas porque puede cumplirse es una de esas frases
siempre presentes en los labios de nuestros mayores -en particular en
los de nuestras abuelas y el principio articulador de uno de los
cuentos más terroríficos jamás escritos titulado
La pata de mono, de W. W. Jacobs. Es también, una
frase adecuada para referirse a Hanif Kureishi.
No creo ser el único que después de disfrutar de sus dos
grandes novelas étnicas El buda de los suburbios (1990)
y El álbum negro (1995), así como sus excelentes
guiones inmigrantes para las películas de Stephen Frears Ropa
limpia, negocios sucios (1985) y Sammy y Rosie se van a la cama (1987)
tenía ganas de que este escritor inglés de ascendencia
pakistaní cambiara un poco de paisaje, se sacudiera la etiqueta
de narrador de lo interracial y probara de una buena vez que era capaz
de muchas otras cosas igualmente excelentes y, al mismo tiempo, imprevisibles.
Alguien debe habernos escuchado porque al poco tiempo Kureishi (Bromfield,
Inglaterra, 1954) comenzó a dar muestras de estar cambiando de
rumbo. Primero fueron algunos de los cuentos muy buenos
recogidos en Amor en tiempos tristes (1997) y casi enseguida el cambio
de signo en su nouvelle supuestamente autobiográfica sobre el
apocalipsis familiar -Intimidad (1998), donde sonaba extrañamente
próximo a los protestantes de John Updike, a los judíos
de Philip Roth o, mejor, a los cuarentones en crisis de Martin Amis,
Julian Barnes e Ian McEwan. No estaba mal tampoco estaba demasiado
bien y los nuevos cuentos de Midnight All Day (1999) lo mostraban
todavía más cosmopolita, anónimo y sin raza, como
si su narrativa se hubiera ido a vivir a un aeropuerto sin animarse
a subir a un avión.
La recién aparecida Gabriels Gift (Faber and Faber) prueba
que lo peor estaba por llegar y que, sí, debemos ser muy pero
muy cuidadosos a la hora de desear. Novela torpe y millonésima
reescritura de The Catcher in the Rye, el libro cuenta la historia adolescente
de Gabriel, resignado hijo de dos náufragos de los 60-70 y como
lo indica el título del asunto poseedor de un don
a la vez que receptor de un regalo. El don es, por supuesto,
la sensibilidad artística que lo llevará a ser un gran
director de cine cualquier día de estos. El regalo es un dibujo
que le dedica un tal Lester Jones obvia caricatura sin ninguna
gracia de David Bowie, quien alguna vez fue el patrón del
derrumbado padre de Gabriel en una banda llamada Los Cerdos de Cuero.
Ja. Ja, ja...
La trama del libro es una especie de tierna estupidez plagada de frases
irónicas sobre casi todo y que, horror, emparientan a Gabriels
Gift con la estética triunfante, falsamente satírica y
trascendentalmente pasteurizada del insoportable Nick Hornby, ese cocinero
de guisos donde se recoce lo peor y más fácil de imitar
de J. D. Salinger con lo dulzón y todavía mucho más
peor de Neil Simon.
Si algo hay de fascinante en Gabriels Gift es que nos permite
ser testigos preferenciales y privilegiados de un fracaso mayúsculo
e inesperado en la foja de un muy buen escritor que la pifia hasta en
su retrato del ambiente rock londinense alguien que, en su momento,
había escrito un sensible y lúcido ensayo sobre los Beatles
y co-editado el The Faber Book of Pop, cargándolo de clichés
y lugares comunes más propios de alguien que se educó
en el tema viendo MTV y VH1 que viviéndolo más o menos
de cerca. O tal vez ésa exactamente haya sido la maquiavélica
idea de Kureishi: armar un libro apto para todo público, ver
qué pasa.
Así, Gabriels Gift podría ser una gran novela juvenil
para los fans de Britney Spears y NSync pero si la idea
de Kureishi era ofrecernos un libro para adolescentes que también
le guste a sus padres, bueno, mejor quedarse en el castillo con
Harry Potter. Las ciento setenta y ocho páginas de Gabriels
Gift se leen y se digieren con la velocidad de lo que no alimenta ni
provoca la menor gracia, alcanzando el triste final muy feliz del capítulo
17 con la mirada brillosa y narcótica de quién se pregunta
si todo esto no habrá sido un sueño o, mejor o peor, una
pesadilla. El único auténtico misterio está en
las motivaciones de Hanif Kureishi para escribir un libro así:
¿dinero?, ¿popularidad?, ¿perdió una apuesta?,
¿se volvió ligeramente loco?, ¿fue abducido y suplantado
por extraterrestres?, ¿no aprendió nada leyendo el imperfecto
pero apasionante caleidoscopio pop que es El suelo bajo sus pies de
Salman Rushdie?
Sólo queda caer de rodillas y, perdido por perdido, pedir un
nuevo deseo: vuelve a casa, Hanif Kureishi. Tus lectores de novelas
bripakistánicas te extrañan y te piden disculpas por lo
que te han hecho y no te disculpan lo que ahora nos haces.