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Todas
las manos, todas
Los
cinco soles de México.
Memorias de un milenio
Carlos Fuentes
Barcelona
Seix Barral, 2000
430 págs. $ 19
Por
Diego Bentivegna
De acuerdo con la mitología de las antiguos tribus del Yucatán,
el tiempo (el mítico, por supuesto) puede entenderse como la sucesión
de cinco edades diferentes, regida cada una de ellas por una cierta forma
de divinidad solar. Para los indígenas mexicanos, el tiempo es
cíclico, pero también autodestructivo: cada uno de los cinco
soles, en el momento indicado, es destruido por cierta fuerza que le es
afín. El último de los soles, el nuestro, será devorado
previene el mito por el fatal e inescrutable movimiento del
mundo.
El movimiento: es ésa la categoría central de la modernidad.
Desde la actualidad, el mito mexicano de las sucesiones solares puede
ser leído como una alegoría de la historia moderna del continente
americano. Es la articulación de tiempo mítico, literatura
e historia (movimiento o modernidad) el punto de partida de esta antología
de la obra de Carlos Fuentes.
Para Fuentes, México constituye un lugar panorámico de enunciación,
un mirador relativamente periférico aunque constitutivo de lo americano.
En la geografía mítica diseñada por Fuentes en el
ensayo con el que se abre la antología, el México ancestral
se contrapone, expeditivamente, a la joven Argentina, que constituiría
su antípoda no sólo geográfica, sino también
cultural, un lugar de pasado módico donde todo parece proyectarse
hacia el futuro, donde no habría descendencia de los indios sino
de los barcos, donde no habría origen sino comienzo (todos lugares
comunes prodigados por Fuentes).
Si hay algo que posibilita ese México panorámico, es reflexionar
en torno de la acuciante pregunta sobre lo que llamamos identidad
latinoamericana. En tal sentido, toda la literatura de Fuentes no
puede sino ser leída en relación con un momento bien determinado
de la historia literaria del continente del que el mexicano es una de
las principales referencias: el de los años 60 como período
de retecnificación, de remodernización literaria y de replanteo
de la pregunta por la identidad. Al mismo tiempo, la obra de Fuentes exige
ser leída como un ejercicio de construcción de un concepto
político de Latinoamérica. De nuevo, entonces, la modernidad:
la literatura como mímesis, como un espejo que, a diferencia de
lo que pretenden los que critican de manera apresurada al realismo, no
devuelve la misma imagen del mundo, sino que funciona como espacio de
autorreflexión, de autoconciencia.
El modo en que Fuentes aborda la historia mexicana, que es la que brinda
el criterio de organización de los fragmentos seleccionados, es
complejo y se aparta deliberadamente de cualquier tipo de linealidad.
Con el tiempo, su literatura ha ido apostando por los bordes. Si el acento
de las novelas clásicas de Fuentes (sintomáticamente, de
La muerte de Artemio Cruz) estaba puesto en los años cruciales
y definitorios de la Revolución Mexicana, los libros de los 90
(sintomáticamente, El naranjo y Los años con Laura Díaz)
se desplazan hacia dos lugares limítrofes de la historia mexicana:
la conquista española y la matanza de estudiantes en la Plaza de
Tlatelolco, en 1968, que cierra un período de luchas que se reabrirá,
redimensionado, en Chiapas. Es allí, en los límites, donde
Fuentes formula hipótesis centrales de su literatura, que ha hecho
del montaje de voces y del conflicto y armonía de tradiciones su
principio de construcción. Más allá de sus carencias
(en vano el prolijo lector buscará el aparato crítico, los
glosarios, alguna cronología, algún articulito crítico,
algo que lo oriente en el áspero océano literario), esta
extensa antología de la obra de Fuentes es un modo de abordar una
porción de la literatura latinoamericana, un fragmento de un proyecto
totalizador que, en más de un sentido, es un proyecto del pasado:
el de la paciente escritura de una comedia humana de este lado del Atlántico
(y del río Bravo).
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