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El
nuevo zoológico humano
Por
Silvia Fehrmann
No sólo
en la política el escándalo es la norma; también
determina el ritmo de producción de la industria cultural. En efecto,
que el ensayo Normas para el parque humano del filósofo alemán
Peter Sloterdijk se haya publicado relativamente rápido en castellano
(el año pasado en la revista Pensamiento de los Confines, este
año en forma de libro) se debe a que ese texto generó un
alboroto mediático que, Internet mediante, hizo la comidilla del
circuito filosófico internacional.
El escándalo de marras explotó hacia setiembre de 1999,
cuando varios suplementos literarios de Alemania denunciaron que Sloterdijk,
otrora pensador radical a la vanguardia de la izquierda y niño
mimado de los debates más exquisitos, estaba elevando la tecnología
genética a dominante cultural de nuestro tiempo con un discurso
cargado de retórica fascista. Por ejemplo, la revista progresista
Der Spiegel acusaba a Sloterdijk de abogar por una deliberada selección
genética que debía ser conducida por una élite intelectual.
El proyecto Zaratustra tituló con ánimos de
catástrofe Die Zeit, el semanario que dicta la agenda intelectual
de la burguesía ilustrada de Alemania y escenario privilegiado
de este alboroto en el conventillo filosófico. Su editorialista
estrella Thomas Assheuer el Mariano Grondona de los suplementos
culturales denunciaba que Sloterdijk había reflexionado ante
una selecta audiencia de intelectuales judíos reunidos en un castillo
bávaro sobre la inminente posibilidad de que una comunidad
de trabajo de filósofos auténticos e ingenieros genéticos
(...) hiciera realidad el sueño nietzscheano, la fantasía
Zaratustra del superhombre.
Ese
Rasputín alemán
La respuesta de Sloterdijk no se hizo esperar; a la semana del primer
embate mediático, ejercía su derecho de réplica en
Die Zeit descartando de plano la interpretación filonazi y eugenésica:
su intención había sido señalar la necesidad de un
código moral (un corpus de antropotécnicas,
como lo llama él) que estableciera límites entre las optimizaciones
genéticas legítimas a escala individual y las biopolíticas
ilegítimas a escala colectiva. Pero además, para estupor
generalizado, Sloterdijk denunciaba que Jürgen Habermas había
operado en las sombras para provocar deliberadas malas lecturas.
En la carta
abierta al filósofo de Frankfurt que publicó Die Zeit, Sloterdijk
se quejaba de que Habermas le negara la posibilidad de discutir, quebrando
así el respeto a la simetría entre los interlocutores que
la teoría de la acción comunicativa que él mismo
había propuesto plantea como supremo axioma del entendimiento recíproco.
La carta abierta significó la definitiva ruptura de un discípulo
con quien fue su maestro: Usted cosifica a su contrincante. ¿Qué
sucedería si la cosa extensa llamada Sloterdijk se atreviera a
hablar? Que Usted, el gran comunicador, el paladín de la ética
discursiva, orgulloso de su propio no-fascismo, manipule los medios de
esta manera, me da la oportunidad de mostrar cómo se le cae la
máscara liberal. El próximo paso de Sloterdijk fue
decretar que en aquel mes de setiembre había ocurrido la muerte
definitiva de la teoría crítica, esa vieja gruñona
que hace rato agonizaba en la cama, que en su última etapa
habermasiana no era sino un jacobinismo en estado de latencia, una
versión socioliberal de la dictadura de la virtud.
Mucho se escribió del debate Sloterdijk-Habermas, debate que, en
realidad, no existió como tal. Habermas guardó silencio
como ya había hecho con Derrida, cuya producción filosófica
desconoció sistemáticamente declarándola ilegible;
en cambio, contestaron a Sloterdijk sus adláteres (como Ernst Tugendhat,
el padre de la ética discursiva). La polémica suscitó
las más diversas interpretaciones en los incontables suplementos
literarios de Alemania, Suiza y Austria, que se pasaron varios meses magnificando
el affaire. Algunos observadores diagnosticaron que Sloterdijk sufría
de paranoia; hasta el día de hoy, Sloterdijk insiste en que tiene
pruebas de la operación de prensa urdida por Habermas, el paladín
de la transparencia en la esfera pública. Otra versión del
affaire Sloterdijk resta relevancia filosófica al asunto, reduciéndolo
a un mero enfrentamiento generacional: Habermas, profesor emérito,
encarna a la generación que fue adolescente durante el Tercer Reich;
Sloterdijk, que orilla los cincuenta, representa a aquellos que tuvieron
la fortuna de nacer en buena hora: después del nazismo.
Una lectura más compleja habla de una continuación de la
polémica de los historiadores (aquel debate en el que algunos intelectuales
reclamaban el derecho de Alemania a una normalidad, mientras
Habermas defendía la tesis del carácter único del
Holocausto en la historia, del que se desprende una responsabilidad indelegable).
En ese contexto Sloterdijk es visto como un punto de inflexión
en la filosofía alemana porque deja atrás la fijación
en el pasado y comienza a pensar los problemas filosóficos del
futuro: la biopolítica, la tecnología genética, la
formación de los cuerpos y de las mentes.
Filosofía
de Estado y estado de la filosofía
En realidad, lo que pone en escena el affaire Sloterdijk es el Boca
y River de la filosofía contemporánea: el enfrentamiento
en el que Habermas y sus discípulos de Frankfurt se baten contra
todo intelectual que se atreva a pensar el legado de Nietzsche o Heidegger,
pensadores estigmatizados por su afinidad con el nazismo (forzada por
terceros en un caso, deliberada en el otro). La polémica lleva
varias décadas y sucesivos capítulos, en su mayoría
coprotagonizados por pensadores franceses, desde Foucault a Derrida. Es
el significado de la Ilustración y su proyecto modernizador lo
que está en pugna en este debate, pero también el lugar
de la razón. Con la experiencia del nazismo en sus espaldas, Habermas
y su generación necesitan pensar que la realidad es discernible
y racional. Y en última instancia, también está en
juego una concepción del lenguaje: para los de Frankfurt, todo
filósofo que se permita seducir con juegos del lenguaje peca de
esteticista y deviene sospechoso de irracional.
Sloterdijk participa de este gran debate desde que saltó a la fama
en 1983 con su Crítica de la razón cínica, que terminó
por ser un inesperado best-seller filosófico. En ese monumental
ensayo denunciaba el cinismo imperante entre los intelectuales tras la
desilusión por el fracaso de las utopías sesentistas como
una falsa conciencia ilustrada, modernizada e infeliz que
ya no se siente afectada por ninguna crítica ideológica:
su falsedad se encuentra reflexivamente protegida. Como contraestrategia
para salir de la parálisis de la teoría crítica,
Sloterdijk proponía recuperar la verdadera tradición cínica,
la de Diógenes, el pensador griego que privilegiaba la risa satírica
y la sensualidad, la política del cuerpo y una vida orientada hacia
el placer como forma de resistencia contra los grandes relatos del idealismo
platónico, los valores de la polis y las pretensiones imperiales
de Alejandro Magno.
Domesticar
al hombre como proyecto político
Si se admite la reflexión sobre el legado de Nietzsche y de
Heidegger, si se tienen en cuenta las acotaciones de Sloterdijk que descartan
posibles implicaciones fascistas, las lecturas de las que fue objeto Normas
para el parque humano parecen cuando menos forzadas. Para comenzar, en
lugar del triunfalismo filonazi que quieren leer sus detractores, el tono
general de este texto oscila entre la ironía y la elegancia conceptual;
en todo caso, destila la pasión de un pensador que dice escribir
bajo el mandato del espanto ante el estado del mundo. Sloterdijk
comienza por demostrar que la tertulia literaria como modelo de convivencia
en el seno de la nación ha perdido su antiguo esplendor con el
advenimiento de la sociedad de masas. En tiempos posnacionales, posliterarios,
señala Sloterdijk, resultan insuficientes los intentos humanistas
de contener (amansar dice provocadoramente) las tendencias
más brutales de los seres humanos, desinhibidos por el furor mediático.
Ya que los seres humanos son los únicos animales que se organizan
en parques e inventan reglas para domesticarse a sí mismos, es
hora de revisar las normas para operar ese parque humano: tal es el planteo
central de Sloterdijk en el que la antropología (y no la biología,
como quieren ver sus enemigos) desplaza a la sociología como disciplina
rectora.
En realidad, lo más inquietante de esta reciente intervención
de Sloterdijk es la pretensión megalómana de refundar la
filosofía para el nuevo milenio. Aunque el gesto desmesurado tal
vez no sea sino una suerte de estrategia para contrarrestar la melancolía:
Normas para el parque humano también puede leerse como el canto
de cisne de la filosofía en tiempos de bestialización. La
historia de la filosofía puede entenderse como correspondencia
lanzada hacia el futuro (envíos a amigos posibles).
Pero como las cartas dejan de repartirse por falta de lectores, hay que
reinventar el futuro de la filosofía. Tal vez el escándalo
Sloterdijk saque a la filosofía de su confinamiento en el archivo
para hacernos recordar, como quiere el protagonista del último
escándalo filosófico, que nuestra vida es la confusa
respuesta a preguntas de las que hemos olvidado en dónde fueron
planteadas.
Por
Peter Sloterdijk
En otoño
de 1946 -.en la hondonada más miserable de la crisis postbélica
europea el filósofo Martin Heidegger escribió un ensayo
sobre el humanismo (Carta sobre el humanismo) que llegaría a hacerse
famoso: un texto que a primera vista se podría entender como una
carta voluminosa para los amigos. Pero el procedimiento para establecer
lazos de amistad que esta carta se esforzaba en aprovechar a su favor
no era ya simplemente el de la comunicación burguesa estético-intelectual;
y el concepto de amistad que se propugnaba en esta importante carta abierta
filosófica no era ya en modo alguno aquel de la comunión
entre un público nacional y sus clásicos. Cuando formuló
esta carta, Heidegger sabía que tendría que hablar con voz
quebrada o escribir con pulso tembloroso, y que bajo ningún concepto
podría ya darse por sentada una armonía preestablecida entre
el autor y sus lectores. Ni siquiera tenía claro en aquel momento
si aún le quedaban amigos, y en el caso de que todavía se
pudiera dar con ellos, de todos modos habría que fijar nuevamente
las bases de estas amistades, más allá de todo lo que hasta
entonces había valido en Europa y en sus naciones como motivo para
la amistad entre la gente culta. Pues en este escrito, que formalmente
pretendía ser una carta, Heidegger pone al descubierto las condiciones
de posibilidad del humanismo europeo y le formula preguntas que lo sobrepasan,
abriendo con ello un nuevo espacio de pensamiento trans-humanístico
o post-humanístico dentro del cual se ha movido desde entonces
una parte esencial de la reflexión filosófica acerca del
hombre.
Con ello se pone ya de manifiesto una parte de la estrategia de Heidegger:
es preciso abandonar la palabra humanismo si es que ha de
recuperarse en su inicial simplicidad e ineludibilidad la verdadera tarea
de pensar, que en la tradición humanística o metafísica
pretendía darse ya por resuelta. Dicho con más perspicacia:
¿para qué volver a ensalzar al hombre y a su autorrepresentación
ejemplar filosófica en el humanismo como la solución, si
precisamente en la catástrofe presente se ha demostrado que el
propio hombre, con todos sus sistemas de autosobreelevación y autoexplicación
metafísica, es el verdadero problema?
Desde este punto de vista, el humanismo tiene necesariamente que ofrecerse
como cómplice natural de todas las atrocidades habidas y por haber
que se cometan apelando al bienestar del hombre. Así también
en la trágica titanomaquia de mediados del siglo XX entre el bolchevismo,
el fascismo y el americanismo, donde en realidad se estarían enfrentando
.según Heidegger simplemente tres variantes de una misma
violencia antropocéntrica y tres candidaturas a ostentar un dominio
del mundo orlado de humanitarismo, aun cuando el fascismo haya desentonado
del conjunto, precisamente porque osó manifestar más abiertamente
que la competencia su desprecio por los valores inhibidores de la paz
y la educación. Ciertamente, el fascismo es la metafísica
de la desinhibición; quizá también una forma de desinhibición
de la metafísica. Para Heidegger, el fascismo es la síntesis
de humanismo y bestialidad, es decir, la paradójica coincidencia
entre inhibición y desinhibición.
A la vista de tan tremendos reproches y tergiversaciones, era necesario
replantear la pregunta por el fundamento de la domesticación del
hombre y de la educación del hombre; y si los ontológicos
juegos pastoriles de Heidegger -.que ya en su día sonaron extraños
y chocantes nos parecen hoy completamente anacrónicos, con
todo y sin perjuicio de que resulten penosos y retorcidamente extravagantes
siguen teniendo el mérito de haber sabido articular correctamente
la pregunta de la época: ¿qué amansará al
ser humano, si fracasa el humanismo como escuela de la domesticación
del hombre? ¿Qué amansará al ser humano, si hasta
ahora sus esfuerzos para autodomesticarse a lo único que en realidad
y sobre todo lo han llevado es a la conquista del poder sobre todo lo
existente? ¿Qué amansará al ser humano, si, después
de todos los experimentos que se hanhecho con la educación del
género humano, sigue siendo incierto a quién, a qué
o para qué educa el educador? ¿O es que la pregunta por
el cuidado y el modelado del hombre ya no se puede plantear de manera
competente en el marco de unas simples teorías de la domesticación
y de la educación?
La domesticación del hombre es el gran tema olvidado ante el cual
el humanismo, desde la Antigüedad hasta el presente, ha querido volver
los ojos: basta darse cuenta de esto para hundirnos en aguas profundas.
Allí donde ya no podemos mantenernos en pie, nos vemos sobrepasados
por la evidencia de que en ninguna época ha bastado sólo
con la domesticación educativa de los hombres y con el establecimiento
de amistades con las letras. No cabe duda de que la lectura ha constituido
una gran potencia educadora de los hombres -.y, en dimensiones más
modestas, todavía lo es-; pero, a pesar de ello, la selección
da igual de qué forma se realizara siempre entraba
en juego como el poder oculto tras el poder. Lecciones y selecciones tienen
más que ver entre sí de lo que ningún historiador
de la cultura haya jamás querido o podido pensar, y por mucho que
hoy nos parezca de todo punto imposible reconstruir con suficiente exactitud
esa relación entre leer y seleccionar, no deja de ser algo más
que una mera sospecha no vinculante el hecho de que esta relación
como tal posee una realidad propia.
La misma cultura literaria, hasta el reciente logro de la alfabetización
general, ha acarreado unos efectos fuertemente selectivos. Ha fraccionado
profundamente sus sociedades de patronos, ha abierto entre los hombres
letrados y los iletrados una fosa cuyo carácter insalvable estuvo
a punto de alcanzar la dureza de una verdadera diferenciación de
especies.
Es el signo de los tiempos de la técnica y la antropotécnica
que, cada vez más, los hombres vayan a parar por casualidad a la
parte activa o subjetiva de la selección, incluso sin haber tenido
que esforzarse intencionadamente por alcanzar el papel del seleccionador.
Los próximos intervalos largos de tiempo habrán de ser para
los hombres períodos de decisión sobre políticas
de género. En ellos se mostrará si la humanidad, o sus principales
fracciones culturales, consigue cuando menos volver a poner en marcha
procesos efectivos de autocontención. También en la cultura
actual está teniendo lugar la lucha de titanes entre los impulsos
domesticadores y los embrutecedores y entre sus medios respectivos. Y
ya serían sorprendentes unos éxitos domesticadores grandes,
a la vista de este proceso civilizador en el que está avanzando,
de forma según parece imparable, una ola de desenfreno sin igual.
Preguntas como si el desarrollo a largo plazo también conducirá
a una reforma genética de las propiedades del género, si
se abre paso una futura antropotécnica orientada a la planificación
explícita de las características del género humano,
o si se podrá realizar y extender por toda la especie el paso del
fatalismo natal al nacimiento opcional y a la selección prenatal,
son preguntas en las que el horizonte evolutivo, si bien aún nebuloso
y nada seguro, comienza a despejarse ante nosotros.
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