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El Extranjero

DEMONOLOGY
Rick Moody
Little Brown & Company
Nueva York, 2001
306 págs. $ 24,95

Rodrigo Fresán

De vez en cuando –muy de vez en cuando–, un libro de cuentos trepa hasta los diez títulos más vendidos en EE.UU. y nos recuerda que buena parte de la tradición literaria de ese país descansa sobre textos breves de larga permanencia. Es ahí –en la short–story– donde los escritores norteamericanos experimentan, descubren, asombran. Tal es el caso del reciente Demonology, segunda colección de relatos del joven escritor Rick Moody (Nueva York, 1961) y renovada evidencia de que este autor ha dejado de ser el futuro de las letras de su país para convertirse en parte de su tan rabioso como sensible presente y también parte de un futuro sin límites. Moody es parte de una generación de neotradicionalistas –que incluye a Donald Antrim, Jeffrey Eugenides, Dave Eggers y David Foster Wallace– y que se nutre de los venerables materiales de Fitzgerald, Cheever y Updike para combinarlos con la estética posmodernista de Pynchon, Barthelme, Gaddis, Coover, Gass y tantos otros renegados de los 60 y los 70. Pero lo que distingue claramente a Moody de sus contemporáneos es la calidad nabokoviana de su prosa, a la vez que un profundo dolor personal y autobiográfico surcando casi todas sus páginas. Hombre de pasado complicado y disfuncional (sus entradas y salidas de diversas instituciones, sus peleas con sus padres salpican aquí y allá las tramas de sus textos), Moody ha ido consolidándose como el nuevo gran cronista de la familia atomizada –tal como supo demostrarlo en los ya traducidos La tormenta de hielo (Debate, llevada al cine por Ang Lee) y América ocaso (Debate)–, a la vez que como un preocupado explorador del estado religioso de las cosas: suyo es un célebre artículo sobre el arte de la plegaria aparecido en la revista Esquire y suya fue la idea de editar la antología Joyful Noise, donde él y sus camaradas revisitan el Viejo Testamento. Los trece relatos de Demonology continúan este rumbo pero, otra vez, como con cada uno de sus sucesivos libros, llegan más lejos. Aquí vuelven a manifestarse los formatos alternativos a la hora de ensamblar un cuento (que puede ser una lista de libros usados o las canciones que conforman un casete grabado), pero –lo más importante para el lector y lo más duro para el escritor– es el lacerante talento a la hora de narrar lo más difícil de narrar. “The Mansion on the Hill” y “Demonology” –relatos que abren y cierran el libro– se ocupan de la muerte prematura e inesperada de la hermana de Moody. El primero hace reír mucho, el segundo hace llorar demasiado. Creo que no se le puede pedir más a un escritor, ¿no?

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