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Conversación con Elena Poniatowska

La revancha de Dumbo

Recientísima ganadora del IV Premio Alfaguara de Novela, la mexicana Elena Poniatowska conversó con Radarlibros sobre La piel del cielo, sus próximos proyectos y la transformación de México en nuevo objeto de consumo cultural.

Por Rodrigo Fresán,
desde Barcelona

UNO “Yo quería firmar como Dumbo cuando comencé como periodista en 1953. Pero mi jefe no me dejó: en la redacción ya había una muchacha de ojos enormes a la que le decían Bambi y me explicó que no le interesaba trabajar con todo el zoológico de Walt Disney”, sonríe Elena Poniatowska una tarde de tormenta de Barcelona. En cualquier caso, casi cincuenta años después, Dumbo fue el seudónimo con que se presentó por primera vez a un concurso con La piel del cielo, que acaba de ganar el IV Premio Alfaguara de Novela. En cualquier caso, le digo, Dumbo es tal vez el invento de Disney que mejor representa a aquel que está fuera de lugar, al diferente, al sospechoso. “Bueno, durante mucho tiempo en México se pensó que yo podía llegar a ser una espía rusa. Por mi nombre y eso. Mi padre era un noble polaco, pero mi madre era mexicana, lo que ayudó bastante, porque yo enseguida tuve una de esas gigantescas y poderosas familias mexicanas”.
“La Poniatowska” llegó a España en tiempos turbulentos de mergers editoriales, histérico Día del Libro y polémico discurso del rey acerca del idioma español donde despertó iras al decir aquello de “a nadie se le obligó nunca a hablar en castellano”. Los vascos y los catalanes protestaron y Poniatowska –parisina de nacimiento, pero con el corazón en el D.F. desde que llegó allí junto a su madre huyendo de la Segunda Guerra Mundial mientras su padre participaba en el Día D– no deja de asombrarse (sin perder el aire eternamente bondadoso que le valió ser definida como “la sonrisa literaria de México”) por la peregrina y real afirmación de que el español no haya sido impuesto, en América, a punta de fusil. Tampoco le preocupa demasiado la nueva fascinación extranjera por México, que incluye a los jóvenes escritores del Crack, al grupo de rock Maná o a películas como Amores perros. “La Invasión Azteca”, tituló días atrás el diario La Vanguardia aludiendo a esta especie de fiebre mariachi que ha contraído España y que se traduce en edición masiva de nuevos escritores, desvío del turismo que alguna vez prefirió –y ya parece haber agotado– Cuba y manejo casi familiar de apellidos como Ripstein y Volpi, mientras Joaquín Sabina compone rancheras, Pedro Almodóvar invita a Chavela Vargas a cantar a su casa y el Subcomandante Marcos se convierte en el nuevo poster for-export para consumo indiscriminado de las nuevas izquierdas europeas.
“Es lógico que esto ocurra”, dice Poniatowska, “porque México es un país de contrastes: avasallador, muy violento y al mismo tiempo entrañable. No me parece casual que casi todo el mundo haya pasado por México, ¿no? Me parece que, desde adentro, estamos pasando por un momento de catarsis que se ha activado a partir del cambio del partido político gobernante por primera vez en setenta años. En cualquier caso, todos los nombres que ahora están en boca de los extranjeros me parecen atendibles e interesantes luego de haber sido conocidos durante años nada más que por El Chavo y El Chapulín Colorado, ¿no?”

DOS Hay –suele ocurrir en momentos de cambios– una nueva preocupación mexicana por la historia antigua y sus influencias sobre la historia presente, una suerte de compulsión revisionista. Algo de eso se observa a través de las más de cuatrocientas páginas y varias décadas que abarca La piel del cielo, novela que se apoya en la figura del astrónomo Lorenzo de Tena, con la vista en las estrellas para así intentar escaparse, por lo menos un poco, de las responsabilidades y sinsabores que le produce tener los pies en la tierra, en la tierra mexicana. Lorenzo se siente preparado para comprender la conducta del cielo, pero no consigue entender las conductas terrenas de las mujeres que lo rodean como nebulosas y, mucho menos, los “comportamientos” de su patria, que lo encandila como una nova. Admiradora de Marguerite Yourcenar y consciente de que Juan Rulfo sigue siendo el rey, Poniatowska se siente encantada con este último avatar desu voz narrativa y asegura tener los cajones “llenos de obras inéditas. Cuentos, bosquejos de novelas y, especialmente, mucha poesía corregida de puño y letra por Octavio Paz”.
Luego de años de compaginar la mirada de cronista –Poniatowska cubrió la reciente entrada del Zapatour al D.F. y es autora de La noche de Tlatelolco, obra definitiva sobre la matanza de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas en 1968 y por la que se negó a aceptar un premio “porque mi libro no podía devolver la vida a las víctimas”– parece ahora más que dispuesta a dedicarse a la ficción y a recibir premios por ella. “Yo siempre me moví entre la literatura y la realidad y hubo tiempos de muchísima tristeza por no poder dedicarme de lleno a mis novelas y a mis cuentos. Pero la realidad también tenía sus atractivos. Y yo quería sentirme útil, escribir sobre cuestiones sociales. Ser un poco girl-scout. Recuerdo siempre que cuando yo llegué a México todavía aparecían en el mapa muchas zonas en color amarillo, lo que significaba que todavía estaban por explorar. Ahora, esas mismas zonas aparecen en mi propio mapa. Y ha llegado, por fin y por suerte, el momento de explorarlas”.

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