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RESEÑAS
Los
hundidos y los salvados
Primo Levi
trad. Pilar Gómez Bedate
Muchnik Editores
Barcelona, 2000
138 págs. $ 19
Ser
testigo
POR DANIEL
MUNDO Los hundidos y los salvados fue publicado en 1986, cuarenta
años después de terminada la guerra y un año antes
de que Primo Levi, su autor, se suicidara. En principio, su objetivo es
el mismo que los libros anteriores de la trilogía conformada por
Si esto es un hombre (1946) y La tregua (1963): dar testimonio de la vida
en los campos de exterminio nazis, del hambre y del frío que asolaba
a los prisioneros, y de los distintos escalafones entre las diferentes
clases de prisioneros que estructuraban la vida indescifrable que se soportaba
en el Lager. En otras palabras, dejar constancia de lo que el ser humano
puede realizar y en qué cosa o bestia puede convertirse. Pero Los
hundidos y los salvados persigue también otro objetivo íntimamente
ligado con la idea de testimoniar: ¿cómo hacer para recordar
y para que las generaciones posteriores conozcan lo que no puede olvidarse?
En este sentido, el libro nos interpela a nosotros: ¿Nuestro
esqueleto moral pregunta P. Levi, europeos de hoy, es fuerte?
¿Cómo nos comportaríamos cada uno de nosotros si
fuésemos empujados por la necesidad y, al mismo tiempo, atraídos
por la seducción?.
De las distintas guerras que había entablado el nazismo, una de
esas guerras era contra la memoria. Es relativamente sencillo trastrocar
la memoria, reemplazar las decisiones que impulsan una acción por
otras decisiones y motivos inventados a posteriori para justificar la
acción realizada. Distintas excusas les sirven a los asesinos para
descargar su responsabilidad. Algunas de ellas parecen mentiras descaradas,
por ejemplo: Lo hice porque me mandaron. Primo Levi no se
satisface con esa explicación. Frente a una excusa como ésta,
plantea Levi, no sólo a nosotros se nos dificulta saber si el individuo
miente o no sino que él mismo no puede recordar los verdaderos
motivos de los hechos: En la representación de su mentira,
es un actor totalmente fundido con su personaje y no puede diferenciarse
de él. Al no poder recordar su propio pasado (los gobiernos
totalitarios, plantea P. Levi, cuentan con fuerzas poderosas para embotar
el poder de decisión de los hombres), el sujeto tiende a negar
su realidad y a aceptar por real la falsificación de sus recuerdos;
a la falta de valores enraizados en su cultura, la ideología asesina
del Reich se le hace la única medida para evaluar las decisiones
que toma y las acciones que realiza. La memoria personal se ve reemplazada
por una memoria cuasi colectiva que representa al asesino como alguien
que sólo puede tomar la decisión de obedecer. De parte de
las víctimas también se observa una desviación de
la memoria, pero aquí el finno es engañar(se) sino defenderse:
la realidad del recuerdo se presenta demasiado dolorosa para no consentir
en transformarla.
A la fragilidad inherente de la memoria hay que sumarle el plan de trabajo
implementado por los nazis. Al comienzo del libro encontramos la transcripción
de otro sobreviviente, Simon Wiesenthal, que cuenta que los soldados de
la SS les advertían cínicamente a los prisioneros judíos
que, cualquiera fuera el resultado de la guerra, la guerra contra ellos
la habían ganado, primero, porque ninguno de vosotros quedará
para contarlo; segundo, porque la movilización permanente
del prisionero de un campo a otro tenía como misión borrar
las huellas del campo de exterminio, que así guardaba el
secreto de lo que fue el nazismo; tercero, porque aunque hubiere
algún sobreviviente, los hechos que éste tendrá que
relatar son tan monstruosos que no será creído.
Es curioso agrega Levi que esa misma idea (aunque
lo contásemos, no nos creerán) aflorara en forma de
sueño nocturno en los prisioneros. Lo que asumía la
forma de una pesadilla en la conciencia del prisionero era una consigna
consciente para la mentalidad alemana nazi. A las pocas semanas de estar
en el campo, todo prisionero sabía que tarde o temprano lo exterminarían:
lo carcomía entonces la idea de no ser ni siquiera recordado.
Aquel que escribe sus memorias o relata sus recuerdos podría decirse
que es, por lo menos, un testigo de lo que cuenta. Para el P. Levi de
Los hundidos y los salvados esto no es así: el sobreviviente, el
que, como él, da testimonio por lo que sufrió y de lo que
vio sufrir, no es el verdadero testigo; habla, más
bien, por delegación: Nosotros hablamos por ellos.
El verdadero testigo es el otro, el que no volvió (o, si volvió,
volvió mudo).
Un pensamiento como éste socava la base de una vida cuya tarea
fundamental consiste en impedir que se pierda el recuerdo y se trastrueque
la memoria.
La
vuelta al mundo
El
sitio de la mirada
Eduardo Grüner
Norma
Buenos Aires, 2001
386 págs. $ 22
POR DIEGO BENTIVEGNA
Pocas veces se ha pensado de manera tan radical el concepto moderno de
arte como en la frase que inicia la Teoría Estética de Adorno:
Ha llegado a ser evidente que nada referente al arte es evidente:
ni en él mismo, ni en su relación con la totalidad, ni siquiera
en su derecho a la existencia. El punto de partida de este extenso
ensayo de Eduardo Grüner es la articulación de esta frase
de Adorno con la afirmación beckettiana de que no hay nada
que decir, pero es necesario seguir hablando y con la última,
dubitativa y lacerante intervención de Primo Levi, muy poco antes
de su suicidio, acerca de los campos de exterminio (Existe Auschwitz,
por lo tanto no puede existir Dios).
Las tres frases citadas constituyen el ritornello con el que se construye
esta recopilación de artículos escritos a lo largo de los
80 y de los 90, y publicados en diversos medios del mundo hispánico
que componen, ahora, un único texto atravesado por tensiones, chirridos,
reiteraciones. En más de un sentido, este libro de Grüner
es un ejercicio estético que se parece al objeto que piensa, que
opera por montaje y por distorsión de los límites entre
texto y contexto, entre escritura teórica pensante y objeto estético
pensado: un texto icónico que pone en cuestión, paradójicamente,
la categoría de representación. Justamente, la pregunta
por la representación permite a Grüner (profesor en las carreras
de Artes y de Ciencias Políticas de la UBA) cruzar reflexión
estética y reflexión política. Es esa pregunta la
que está en la base de este proyecto estético concebido
como una hermenéutica política y como un ejercicio
de destotalización (término de Sartre que Grüner
rescata por claras razones antiderridianas).
En la primera parte del libro, Grüner despliega, en un tono marcadamente
adorniano, una teoría general del arte. Es aquí donde se
revisan las complejas relaciones entre tedio, transparencia discursiva
y medios masivos de comunicación (el fragmento fue reproducido
por Radarlibros). En esta (re)construcción de un concepto negativo,
alterado, de arte, las relaciones entre lo dicho y el silencio, entre
el borramiento como estrategia política (con el contundente análisis
de la representación de los desaparecidos en los actos políticos
y en los medios gráficos) y el balbuceo irreductible de las prácticas
estéticas ocupan un lugar definitorio.
La segunda parte del libro aborda temas ligados al cine que, afirma Grüner,
constituye la cifra y el resumen (asimétrico) del arte occidental.
Por un lado, el cine sólo puede ser pensado en la medida en que
su inicio está ligado con la dicotomía entre arte e industria
cultural. Al mismo tiempo, el cine, que siempre puso en cuestión
los límites convencionales de las artes, es la única forma
estética que ha sido generada por el siglo XX. No en vano su momento
inaugural (Griffith, Eisenstein) coincide con su primer momento vanguardista.
Es a partir de estas tensiones constitutivas de lo cinematográfico
que Grüner afronta el análisis de las relaciones entre el
cine, digámoslo de alguna manera, de autor (con particular
referencia a Fellini y a Pasolini) y la industria de Hollywood (con un
abordaje imprescindible del western de los 40 y los 50). En la última
sección, particularmente heterogénea, Grüner afronta
problemas ligados a la representación pictórica, sobre todo
a la construcción simbólica (y política) del espacio
de representación desde los albores de la modernidad (Botticelli,
Cranach, Velázquez) hasta la refundación del espacio pictórico
por Matisse y Picasso.
El conjunto forma un largo y descentrado ensayo de intervención
impensable sin los grandes discursos de la modernidad: el marxismo (fundamentalmente
en sus formas frankfurteriana y gramsciana), Sartre, el psicoanálisis,
Pasolini, Celan. También por este gesto soberbio y poco condescendiente,
por esta fragmentada nostalgia de totalidad, El sitio de la mirada es
un modo díscolo y profundamente poético-político
alejado de las obviedades de los estudios culturales y de la deconstrucción
de percepción desestabilizante de lo real.
Filosofía
a medias
Tensiones
filosóficas
Tomás Abraham (ed.)
Sudamericana,
Buenos Aires, 2001
494 págs. $ 20
POR SERGIO
DI NUCCI El nuevo libro reunido y organizado por Tomás Abraham
comparte los atractivos de géneros filosóficos muy diversos
en sus escalas e intenciones: el diálogo, la correspondencia, el
paralelo, la antinomia. Y también los de la retórica, esa
tradicional enemiga de la filosofía, tan vieja, y más aún,
que los diálogos platónicos. Los jesuitas y otras órdenes
religiosas enseñantes dividían a los alumnos de sus clases
en griegos y troyanos, o romanos y cartagineses. Estaban así obligados
a enfrentarse argumentativamente. Si este apartheid iba en contra de las
propias convicciones, los resultados no siempre eran menos vívidos.
La exploración de las tensiones no busca agotarse, sin embargo,
en el ejercicio de géneros tradicionales. Una tensión
es el plasma inmanente de una identidad, anota Abraham en su prólogo.
La opone a la polémica explícita, en presencia, cara a cara;
a la discusión, preocupada por autoestimas susceptibles y credenciales
inapelables, que aplana la tensión. Tensiones filosóficas
ofrece un total de 24 textos, presentados (como lo hacía Alfred
Hitchcock) por Abraham. Cada uno de un diferente participante del Seminario
de los Jueves, una reunión de amigos de la filosofía, filósofos
por oficio o afición, que se reúnen entre vinos y libros
hace diecisiete años. Cada uno desarrolla una tensión,
cuya forma básica, aunque no única, es la de una pareja.
No faltan así debates clásicos como el de Alberdi y Sarmiento
(por Hebe Uhart); rupturas clásicas, como la de Sartre y Camus
(por Jaime Plager); relaciones (aun literalmente) barrocas, como la de
Bernini y Borromini (por Rodrigo Hugo Amuchástegui); relaciones
discipulares que dejan de serlo, como la de Freud y Rank (por Alvaro Vives),
o Husserl y Heidegger (por Eduardo Osswald); del poeta habitado (y desalojado)
por las tensiones de sus heterónimos, como Pessoa (por Abraham);
de novelistas reunidos por un tema solitario, como Defoe y Tournier en
la isla de Robinson (por Alfredo Siedl); de artistas separados por lo
que los une, como Dalí y Lorca (por Ernesto G. DAmico); tensiones
(también literalmente) familiares, como las de los Discépolo,
Armando y Enrique (por Graciela Torrecillas); tensiones de otra intimidad,
la del autor con su personaje, como Dante con Farinata en el infierno
(por Marcelo Matei), o Sarmiento con Quiroga en la Argentina, y desde
Chile (por Mónica Cabrera).
Otros textos, como los dedicados a Voltaire y Rousseau (por Gustavo Varela),
Goethe y Schiller (por Mónica Virasoro), Weber y Lukács
(por Susana Raquel Barbosa), o Foucault y Derrida (por Felisa Santos),
parecen más próximos a las plutarquianas vidas paralelas,
donde las parejas elegidas correrían el riesgo de elevarse a juegos
de arquetipos. Aquí también se verifica fructífero
el concepto de tensión, porque ésta, al menos en una de
sus dimensiones, es histórica, y no ideal contraposición
de tipos ideales. Porque otro género del que el libro también
participa es la historia de la filosofía. Sólo que alejado
de los rasgos consabidos del manual, además de la ausencia del
tono y propósito que asociamos con la didáctica, y de la
variedad de las figuras preferidas, por el carácter agónico,
dialéctico de las parejas de contrarios que nunca se fusionan -por
definición en pastoral conciliación de los opuestos.
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