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Por Joaquín
Mirkin
Pensar en la Argentina de hoy
a partir de su pasado, de la misma manera en que la filosofía política
moderna pensó el presente, no puede dejar sino un sabor amargo,
o tal vez, la sensación de que algo salió mal. Lejos ha
quedado aquella vieja imagen de la República moderna que se erigía
a fines del siglo XIX y principios del XX, y que se consolidaba con la
inmigración. En su reemplazo, una especie de islote a la deriva
o un barco a punto de hundirse flota en el mar de la globalización.
Es por ello que la relectura de la historia se torna indispensable a la
hora de intentar alguna explicación convincente que pueda definir
qué está sucediendo en el presente, además de recordarnos
que no hace mucho (tres generaciones, no más) los europeos bajaban
de los barcos cargados de esperanza.
Además de una reedición actualizada de la clásica
Breve historia contemporánea de la Argentina de Luis Alberto Romero
(ver aparte), tres nuevos libros sobre la historia nacional han sido recientemente
publicados. La Argentina. Historia del país y de su gente (Sudamericana,
766 págs.) de María Sáenz Quesada se plantea como
un recorrido integral de la historia total de Argentina. Su autora es
historiadora y docente, subdirectora de la revista Todo es historia y
ex secretaria de Cultura de Buenos Aires (entre 1996 y 1998). El segundo
es una Historia de la vida privada en la Argentina. Desde la Constitución
de 1853 hasta la crisis de 1930 (Troquel, 208 págs.). Su autor,
Ricardo Cicerchia es Doctor en Historia por la Universidad de Columbia,
titular de Historia Latinoamericana en la carrera de Ciencia Política
(UBA), investigador del Conicet y consultor de Unicef. El tercero integra
la colección de diez volúmenes de la Nueva Historia Argentina
y enfoca el período 1930-1943 bajo el título Crisis económica,
avance del Estado e incertidumbre política (Sudamericana 478 págs.).
El director del tomo es Alejandro Cattaruzza, profesor titular de la Universidad
de Rosario y adjunto en la de Buenos Aires, con estudios de posgrado en
el Instituto Di Tella. Los tres historiadoras fueron convocados por Radarlibros
para tratar de descifrar el enigma argentino. A continuación,
un extracto de la conversación que sostuvieron.
Ustedes describen la historia de un país que recibía inmigrantes,
creaba una cultura nacional, expandía su economía y se presentaba
al mundo como un país rico y en crecimiento. Hoy la Argentina parece
ir a la deriva, sumida en una de las crisis más graves de su historia,
al borde del default. ¿Cómo pensar un país que se
planteó como una república moderna y que no parece serlo
más?
María Sáenz Quesada: Esta sensación de la deriva
es el resultado de la falta de un proyecto convocante. Hoy no hay proyectos,
sino problemas coyunturales que nos agobian, y que hay que resolver de
inmediato. Y estos problemas sin miras a futuro provocan un clima de disgregación,
el síntoma más grave de la enfermedad que nos afecta como
país. He intentado en mi libro una mirada muy abarcativa, es decir,
desde 500 años antes de que fuéramos Argentina. Allí
planteo la llegada de los distintos grupos a lo largo del tiempo; cómo
se fue creando el país, cómo se formaron sus instituciones,
y también aspectos que, sin señalarlos expresamente surgen
para el análisis, como por ejemplo, la tendencia a la lucha facciosa
en las épocas de las guerras civiles y en el dramático siglo
XX; y también cómo en los últimos tiempos se ha dejado
de dar respuestas a problemas cruciales como el tipo de sociedad que queremos
o qué vamos a producir, al punto de encontrarnos hoy en un país
dominado por la falta de esperanza, con enormes procesos de marginación
y del cual la gente se quiere ir.
Ricardo Cicerchia: Algún historiador decía que la
historia apenas hace predicciones sobre el pasado, es decir que mucho
menos puede hablar del futuro y del porvenir, y tiene dificultades para
hacerlo sobre el presente. Sería interesante reflexionar, sin embargo,
alrededor de la explosión editorial de los textos históricos
en los últimos dos o tres años. Allí está
la mejor respuesta que se podría dar desde la producción
de conocimiento histórico a los desafíos que propone
la sociedad contemporánea en general y la crisis argentina en particular.
La aparición con cada vez más fuerza de libros que son estrictamente
históricos, manteniendo esa preocupación de hablar sobre
la sociedad y para la sociedad es el aporte que podemos hacer los historiadores
a un fuerte sentimiento de fragmentación que atraviesa a la sociedad
en su conjunto. La avidez por estos textos, no sólo en la Argentina,
está vinculado a ciertos interrogantes alrededor de identidades
y de raíces, y allí es donde la historia tiene cosas para
decir.
Alejandro Cattaruzza: En mi caso he dirigido el séptimo tomo
de la Nueva Historia Argentina, sobre los años 30. En ese sentido,
el tema de los 30 es muy peculiar porque fue una época sometida
a una muy fuerte interpretación ideológica que suponía
que allí se estaban desatando los procesos cruciales que iniciaban
la decadencia que sentimos en la actualidad. Y con la profesionalización
de la historiografía (que comento en el prólogo) se muestra
que las imágenes del 30 de las que disponíamos eran mucho
menos integrales que las que disponemos hoy. Por eso, aquellos años
son útiles a la hora de pensar la Argentina de hoy como un espejo
que somete a crítica nuestras propias explicaciones y que permite
ver los condicionamientos que nuestra propia realidad imponía.
En los 60 y 70 era posible identificar muy fácilmente los obstáculos
para la construcción de una sociedad más justa (sólo
posible en un contexto de expectativas donde cierto horizonte de posibilidades
todavía funcionaba). Sin embargo, resulta complejo observar a los
30 como un bloque donde se pudieran identificar proyectos claros y beneficiosos
para el conjunto de la población. En aquel momento había
un núcleo fuerte, fuera de los historiadores, como los intelectuales,
los políticos y los militantes culturales que ofrecían una
explicación de conjunto que se suponía contenía claves
para explicar las crisis de la Argentina moderna, y las salidas de las
crisis...
M.S.Q.: Coincido con la importancia de los años 30 (del 30
al 46) como los años clave para el futuro. Esos años siempre
fueron vistos desde el punto de vista ideológico, con buenos y
malos, cuando lo interesante es analizar justamente los proyectos: cuáles
fracasaban y cuáles no.
R.C.: En ese sentido, estos tres libros desarman la visión
totalizadora de la historia, que gracias a la profesionalización
y el avance de los trabajos historiográficos han logrado el abandono
de la historia como discurso ético o moral. Y así es como
se empiezan a iluminar otros escenarios y otros protagonistas. En mi caso,
pivoteo mi trabajo alrededor de la Generación del 80 y el Proyecto
Nacional. Mi intención es iluminar qué sucedía con
la sociedad civil entre 1890 y 1930, cuánto participaba la sociedad
de este Proyecto Nacional.
¿Cómo pensar el fenómeno actual de las colas en las
embajadas de España e Italia y el éxodo de argentinos a
Miami y otras ciudades de Estados Unidos, en un país que recibió
a millones de inmigrantes de regiones que en ese momento eran pobres y
que hoy viven paradójicamente auge de crecimiento, empleo y consumo?
M.S.Q.: Hay que reconocer que da mucha tristeza. Antes pensaba que
no debía ser así. Pero frente a la dura realidad de la falta
de trabajo... Estuve hace unos días en Mar del Plata y Villa Gesell,
donde me hablaban de jóvenes que se habían ido masivamente.
Esos jóvenes provenían de familias de italianos venidos
en la posguerra, que habían tenido sus pequeñas empresas
textiles y de pesca. Aún así debemos ser más humildes
y ver los cambios que ocurren en la historia. Ni esta relación
entre Europa y América latina va a ser para siempre, ni tiene que
ser una situación permanente. Yo trabajo con lecturas de 1900 a
1910, donde hay estudios de lo mal que se trataba a los italianos y los
españoles, y cómo éstos se integraban a la sociedad:
conflictos apasionantes que se desarrollaban en condiciones de extrema
pobreza y que implicaban enormes esfuerzos de voluntad. Y allí
se ven las diferencias en los cambios de un siglo a otro. Para la Argentina
que se pensó siempre como polo de atracción de la inmigración
todo esto es muy duro.
R.C.: Creo que el fenómeno de las colas en las embajadas
está vinculado a la crisis argentina, y entra dentro de las reglas
del exilio, un fenómeno argentino desde hace algunas décadas.
En este caso, se trata de un exilio vinculado a dificultades económicas
y a la falta de futuro, sobre todo para los más jóvenes.
Pero no se trata de un exilio voluntario, sino que es un exilio forzado
por las circunstancias, como en otros momentos fue el impuesto por motivos
ideológicos y políticos. En este sentido, el exilio tiene
responsables, y estos responsables están vinculados a las políticas
económicas y sociales de la última década. Una diferenciación
banal, si se quiere, es el fenómeno de los que se va a buscar mejores
horizontes a Miami, cosa que no veo mal. Pero conozco bien Miami, y la
Florida, y creo que ese escenario su mundo cultural está
vinculado con otro fenómeno y, en todo caso, el origen social de
la gente que está pensando en irse allá es muy diferente
a la que busca posibilidades en España, en Italia, Francia o en
otros lugares.
A.C.: Comparto la pena y la amargura. Me parece que es un fenómeno
que no escapa a ciertas determinaciones del mercado laboral y de la situación
social, inscriptas en un proceso que lleva ya tiempo. No estoy seguro
de que la magnitud de la gente que está buscando irse sea significativa:
las colas pueden llevar diez mil, cincuenta mil, cien mil personas, o
una cifra mucho mayor. Pero probablemente lo que reflejen estas cifras
de salida al exterior sean las propias líneas de tensión
social del país. El desocupado de Jujuy ni siquiera contempla la
posibilidad de irse afuera. Tal vez se vaya a Córdoba, Rosario
o venga a Buenos Aires; se trata de otro tipo de migración, que
además resuelve poco (o nada), a diferencia de lo que sucede con
la gente que se va al exterior. Todo esto tiene que ver con la decadencia
de larga duración que está atravesando nuestro país,
y que podemos ubicar a partir del 76.
Ricardo Cicerchia narra especialmente el crecimiento de la cultura hasta
1930: diarios, revistas, editoriales, libros, bares, cigarrerías,
la cultura barrial, la calle, la ampliación de la comunidad de
lectores, etc. Sáenz Quesada escribe, en cambio, que la Argentina
ha visto en los últimos años derrumbarse muchos de sus mitos
y de sus creencias más arraigadas. No somos el granero del mundo;
tampoco la tierra prometida para la inmigración, no tenemos por
delante ningún destino de grandeza... ¿Qué es lo
que tenemos?
M.S.Q.: Tenemos una realidad despojada de aquello que se pensaba
era la Argentina, una realidad mucho más modesta que la que imaginamos.
Pero lo que interesa, y por eso trabajamos en historia es saber dónde
estamos parados, en qué piso, y no cuáles son las ilusiones
que han servido de muy poco y si sirvieron, hace mucho que no existen
más. Por eso puse en la solapa de mi libro, también en el
capítulo final, dos comentarios que me parecieron alentadores.
Uno, el de Carlos Fuentes, mexicano que admiro, porque pienso que México
es un país, que frente a las presiones de su vecino, ha sabido
defender una cultura propia. Él dice que la Argentina debe volcarse
a su cultura, a sus realizaciones concretas y presentes. El otro, un testimonio
de un argentino que se fue, César Milstein, por aquello de la persecución
política e ideológica que no dejaba crecer a la ciencia.
Milstein dice que en el mundo actual, el talento, la inquietud de saber
y la preparación de los jóvenes argentinos en la investigación
es un gran recurso humano. Pero la pregunta sobre qué hacer con
esa gente debe surgir de inmediato porque lo que asusta en este escenario
de planteles de jóvenes que se van son los recursos que está
perdiendo nuestro país. Por eso, siempre es bueno atenerse a los
hechos, como cuando una familia entra en crisis: es allí donde
se debe decir qué tenemos para poder superar esta coyuntura en
la cual vivimos, que es cada vez más grave. Y la historia siempre
da plazos más largos para pensar.
R.C.: Hay que recordar que el recorrido que hace la sociedad civil
en el momento de conformación del Estado-Nación alrededor
del régimen oligárquico funda fronteras que demarcan lo
político y lo social. Una vez que el régimen planteó
estas fronteras hubo una especie de desborde por parte de la sociedad
civil, en un proceso de construcción de una modernización
particular. Se observa la emergencia de fenómenos culturales vinculados
a lo popular que invaden los espacios públicos. Este crecimiento
de la sociedad civil no retirada a su privacidad se da volcado
hacia el progreso material, con el desarrollo de las ciudades y el mercado
de trabajo. En definitiva, una sociedad que va ocupando los espacios públicos
en parques, plazas, teatros, entretenimientos, tranvías, publicidad,
editoriales, diarios y publicaciones, etc. Poco de esto tenemos hoy.
A.C.: Yo creo que en los 30 pueden verse los primeros registros de la
decadencia, con las características que todos conocemos. La diferencia
es que hoy estamos hablando de una cuesta para abajo. Y no se trata de
un país pese a las exageraciones que no haya conocido
altos niveles de alfabetización y escolarización o que no
haya sido capaz de integrar (disciplinando, y también reprimiendo,
claro) a vastos sectores marginados. Pero entonces la sociedad argentina
ofrecía horizontes de expectativas más o menos interesante
para amplios grupos sociales. Si hoy existe algo parecido a esto queda
tan sólo en la memoria colectiva.
R.C.: Sin embargo, hay que decir que los historiadores no tenemos nostalgia
por el pasado. No se trata de hacer historias de los triunfos exclusivamente,
sino que construimos y reconstruimos las representaciones del pasado incluyendo
los fracasos. Barthes decía que las fotografías son como
anhelos. Si se miran las fotografías de los libros se ve lo masivo
que era la participación popular. En todo caso, estas fotos reclaman
la necesidad de revitalizar la memoria y señalan que es la misma
sociedad la que tiene que repararse y construir su rumbo.
M.S.Q.: Por eso mismo, yo he intentado en cada etapa de la historia fijar
cómo vivía la gente, qué expectativas tenía,
y a través de eso reflejar los cambios, más que en los propios
hechos políticos. Hoy, en la Argentina, tenemos datos de la sociedad
más completos si miramos la prensa que si nos fijamos en el funcionamiento
de la macroeconomía. La foto de tapa de mi libro, por ejemplo,
muestra una manifestación de huelguistas de las tiendas de Buenos
Aires en 1919, sobre la Avenida de Mayo. Allí puede verse la voluntad
de participar, de reclamar y de mejorar sus condiciones que tenía
la gente. Era una ciudad moderna, que tenía su subterráneo.
Era el país de la clase media argentina, por supuesto, no era así
todo el país, pero Buenos Aires era su fortaleza y su signo distintivo
en América latina.
A.C.: Podría pensarse también que son nuestras propias condiciones
intelectuales y profesionales las que nos ponen ciertos límites
a la reflexión actual. A lo largo del tiempo, muchos de nosotros
hemos intentado un relato sobre el colectivo y la Nación argentina
desde una macroperspectiva histórico-social. Sin embargo, las visiones
de los grupos subalternos, de los sectores populares, de la situación
en escenarios que no habían sido tradicionalmente atendidos hacen
más difícil una respuesta en bloque. Incluso nuestra propia
práctica nos revela que lo que llamamos Argentina es en definitiva
un modo económico de definir una pluralidad de situaciones regionales,
sociales, étnicas, culturales, que son muchas y diversas. Y en
una situación de crisis como la que atravesamos parece mucho más
difícil dar una respuesta global a interrogantes de esta índole.
Sería posible sostener que el proceso inmigratorio, por ejemplo,
habida cuenta de su persistencia en el tiempo parece haber sido exitoso
(en cuanto al aporte de mano de obra, mercado de trabajo, etc.). Y sin
predicar que se debe quedar atrapado por el detalle, reconocer como un
obstáculo esta ambición de la existencia de realidades plurales
en esto que llamamos Argentina impone cierta precaución, cosa que
en otra época de la historia nos faltó. Si esta charla hubiera
sido en 1965 probablemente hubiéramos tenido muy a mano grandes
respuestas a grandes interrogantes...
M.S.Q.: ...Y hoy es al revés: ni grandes respuestas, ni grandes
interrogantes. Las historias nacionales son difíciles en todo el
mundo. Sin ir tan lejos, España, con su formidable éxito
económico, tiene una fragmentación fuertísima con
las autonomías. La Argentina, a pesar de su crisis y pese a la
fuerte identidad, aún conserva una cierta visión de conjunto.
Tal vez sea un barco a la deriva, pero un barco al fin.
La lectura de sus libros da la impresión de que en ellos se habla
de un país remoto. ¿Por qué parece hoy que el presente
de la Argentina está tan alejado de su pasado?
R.C.: Tal vez sea así para la gente joven. Cuando escribí
los capítulos de mi libro sobre principios de siglo, tenían
hasta ecos familiares que comentaban mis padres, como los paseos familiares
frente a las tiendas de Harrods...
M.S.Q.: Sin embargo, la sensación de lejanía puede
ser contrarrestada por la misma vida urbana. La persistencia de lo que
un momento fueron los cabecitas negras en lo que hoy pueden ser los piqueteros
es una de las cosas más sorprendentes y más disgustantes
(si se me permite el neologismo) de una sociedad que pretendió
ser muy moderna. En la Argentina de hoy no sólo reaparece ese país
rural y marginado, sino que aparece como el que más espacio ocupa.
Y esto hay que tenerlo en cuenta, con menos certezas que las que había
hace treinta años. Y bienvenido sea tener menos certezas, porque
de otra manera sería imposible procurar soluciones.
A.C.: Además, no debería por qué pensarse que
donde hubo éxito debería ser siempre así. No hay
que olvidar que es en la relación entre el hoy y el ayer donde
deben localizarse las continuidades pero también las discontinuidades.
La mirada del historiador debe señalar las rupturas y mostrar que
no estábamos predestinados, como algunos creíamos y evocábamos,
a ningún destino honorable. En realidad, la sorpresa se funda si
se parte de un cierto sentido común que indica que sólo
hay continuidad histórica. Entonces, cómo puede ser que
un país que andaba tan bien, de golpe y porrazo, pum.
R.C.: También puede ser que estas cosas que reflejan las
fotografías de los libros estén ocurriendo hoy, pero con
un grado de ocultamiento por parte de ciertas hegemonías, por ejemplo
a través de los medios de comunicación, que producen y recortan
lo social.
A.C.: Lo que es evidente es que hoy no hay ningún actor político
que logre convencer a la sociedad de que participe en las experiencias
de intervención pública en torno a una construcción
colectiva. En el pasado había una relación inmediata entre
la participación sindical y la participación política,
a través de los movimientos de izquierda en los años 30
o el peronismo en los 40. Hoy no existen actores colectivos de alcance
nacional que puedan transformar esa actividad que se da a escala microscópica
en una propuesta política más evidente, más allá
de algunos intentos. Para ser más claro: debería haber habido
más conflicto social en estos últimos tres o cuatro años
que en los tres o cuatro años anteriores al Cordobazo. Pero los
conflictos actuales sólo terminan en cortes de ruta. Volviendo
al ejemplo español, podemos ver cómo ellos han tenido que
explicar más de una decadencia en su historia. Tal
vez sea hora de que nosotros comencemos a hacerlo.
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El
último de los Césares
Breve
historia contemporánea
de la Argentina
Luis Alberto Romero
Fondo de Cultura Económica
Buenos Aires, 2001
334 págs. $ 13
Por J. M. Breve
historia contemporánea de la Argentina de Luis Alberto Romero
historiador y docente, investigador principal del Conicet,
profesor titular de Historia social general en la Facultad de Filosofía
y Letras de la Universidad de Buenos Aires, en la Maestría
en Ciencias Sociales de Flacso y en la Universidad Nacional de Tucumán
es ya un verdadero clásico dentro de la historiografía
nacional. Editado por primera vez en 1993, vuelve a publicarse hoy
en una versión revisada y actualizada hasta 1999, es decir,
incluyendo La gran transformación, 1989-1999
(último y lúcido capítulo), además de
un jugoso epílogo sobre La nueva Argentina. El
nuevo Prefacio explica la necesidad de los agregados:
Se conjugaron dos circunstancias. Por una parte, la amplia
utilización del libro en cursos de historia, donde estoy
convencido que el presente inmediato debe ser tratado; por otra,
la próxima publicación del libro traducido a la lengua
inglesa, y un pedido explícito del editor para que se incluyeran
estos últimos diez años.
Es de este modo como el libro se completa y refuerza el éxito
que lo caracterizó: una historia nacional del siglo XX sencilla,
fácil de leer y destinada a un amplio público. Estas
características sumadas a la nueva reflexión acentúan
su utilidad, ya que en definitiva el trabajo de Romero es una buena
herramienta analítica que permite observar, reflexionar y
comprender mejor los sucesos ocurridos a lo largo del siglo, como
el pasaje de una sociedad relativamente homogénea e igualitaria
a otra fuertemente segmentada y desigual.
La organización historiográfica del trabajo es más
o menos convencional: Los gobiernos radicales, 1916-1930; La restauración
conservadora, 1930-1943; El gobierno de Perón, 1943-1955;
El empate, 1955-1966; Dependencia o liberación, 1966-1976;
El proceso, 1976-1983; El impulso y su freno, 1983-1989. Aún
así surge un interrogante: ¿cómo comparar aquellos
años, siempre incluidos en los análisis académicos,
con estos nuevos, los años noventa del menemato? Finalmente,
escribe el autor, encontré mi clave en una obra clásica:
La vida de los doce Césares de Suetonio.
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