|
POR ARTURO
CARRERA ¿Por qué releemos a Artaud, a Michaux? ¿Por
qué elegimos de este último los poemas escritos bajo el
efecto de la mescalina, que es una experiencia de la locura?
¿Con qué yo me resisto o accedo a universos
o acontecimientos o tan sólo a imágenes hirientes que guardo
para mí y cuyo exorcismo cumplo en principio mediante esta otra
experiencia sin igual que con Yves Bonnefoy consiento llamar el traducir?
Y que parece conllevar esa grata fidelidad hacia un solo autor o poema:
...esa actividad, el traducir, vuelve también a determinados
poemas con una notable insistencia, como si éstos fueran más
inspiradores que muchas obras.
No es fácil responder, pero conjeturo que el pensamiento de Artaud
y el de Michaux son paralelas que se intersectan en varios puntos. Sin
duda, ambos poetas utilizaron la escritura como naturalmente nos suceden
los sueños de dormido y los sueños de despierto: para
salir, para combatir con magias parciales las instantáneas
y duraderas prisiones, las situaciones de dependencia que son siempre
centenas de dependencias.
Sin duda, para ambos la poesía fue, de un modo mucho más
rotundo que para otros poetas, una especie de exorcismo. Para Artaud,
un gran exorcismo para el conjuro de un pensamiento que se autodestruye
queriendo pensar, queriendo ser únicamente pensamiento; para Michaux,
en cambio, distintas experiencias de vida, incluidos sus constantes viajes,
no fueron otra cosa que buscados exorcismos. Pero como él mismo
los definía: Reacción en fuerza, en ataque de carnero,
verdadero poema del prisionero... En el mismo sitio del sufrimiento y
de la idea fija introducimos una exaltación tal, una violencia
tan magnífica, unidas al martilleo de las palabras, que el mal
progresivamente disuelto es reemplazado por una bola aérea y demoníaca
¡maravilloso estado!.
Sueños y pensamiento, y acontecimientos dolorosos guardados con
insufrible rencor, son convertidos en poemas, en obra que exorciza. Basta
leer El ombligo de los limbos, de Artaud y Brazo quebrado,
Nosotros dos aún o El día, los días,
el fin de los días, de Michaux, para sentir cómo ambos
poetas enfrentaban sea el pensamiento mismo, que transforma y devora todo
pensamiento, sea la quebradura de un brazo derecho, la muerte por fuego
de su mujer amada o el suicidio de Paul Celan. Podría decirse que
cada poema y cada dibujo y cada alucinación provocada fueron para
Michaux íntimos exorcismos, incluido obviamente su precioso libro
donde tematiza las distintas maneras y la eficacia de ese operativo mágico-religioso
para tener en jaque al mundo hostil. II ¿Pero qué viene
a buscar Michaux en Momentos, libro que incluye poemas escritos bajo los
efectos de alucinógenos? Casi como en el gesto de Alicia a través
del espejo, viene a pedir que el espacio lo libere: El espacio tosió
sobre mí y he aquí que no estoy más..., escribe,
pero en ese no estar más la mescalina lo busca y le da una vida,
un sinfín de vidas horrorosas. Aunque el horror, aclara,
consistía sobre todo en que yo no era más que una
línea. En la vida normal uno es una esfera, una esfera que descubre
panoramas. Se pasa a un castillo de un momento a otro, se pasa sin cesar
de un castillo a un nuevo castillo; tal es la vida del hombre, aun del
más pobre, la vida del hombre de mentalidad sana. Aquí hay
sólo una línea. Una línea que se quiebra en mil aberraciones.
El látigo de un carretero enfurecido me hubiera dado reposo.
Por la droga se transforma en un fenómeno físicofilosófico.
Por la droga es una línea por la que debe pasar todo el tiempo,
y por sus sacudidas espantosas; por la droga es, según él,
la metafísica aferrada por la mecánica.
Exorciza no el mal, ni el bien, ni la verdad, ni la razón, sino
también, como Artaud, el pensamiento. La crueldad del pensamiento.
Su mundoexterior, también, y el despropósito del pensamiento
volviéndose hacia un yo que es casi un Uno primordial. Exorciza
al diablo, a lo que separa -¿qué hay en
una palabra que no pueda transformarse en cuchillo? y busca
el símbolo, lo que une. Siente súbita nostalgia,
como Mallarmé, del canto completo, esférico, único,
del grillo. Busca su ritmo pacífico, pero irritante. Busca ese
mundo de trazos cortos que unen o vuelven a unir las palabras a las cosas
(¿qué será la metafísica, qué la cuántica?).
Busca en ese Oriente, que evoca sin parar, los gestos, las letras e ideogramas
que define como niñas que nacieron peinadas: el pensamiento infinito
ceñido a la vida ancilar.
III Las
trepidaciones y destrucciones internas se adhieren al universo barroco
de la alucinación compleja. A ella accede por instantáneas
evocaciones. Una ínfima evocación le alcanza, como a Sansón,
para hacer desmoronar las columnas y el templo del barroco con sus filisteos,
sus asociaciones, las metonimias más puras, las metáforas
más abigarradas. Y la sintaxis se adhiere a esa Paz entre
roturas.
Precisamente en el prólogo a la primera edición de ese poema,
prólogo no incluido después en Momentos, Michaux nos advierte
en relación con sus dibujos: Por la maravilla de mi estado
excepcional percibía eso que de otro modo no percibimos, eso de
lo que dudamos un poco o nada. Estaba en esa ventana, no estaba sino en
esa ventana, en ese paño vibrante, desgarrado, restallante sin
ningún ruido, donde se desplegaba un mundo. Metonimia ocultada,
no menos fascinante, Michaux asocia ese párrafo con éste
que sigue: Hecho digno de un paréntesis, los chinos, que
tuvieron mucho tiempo una inclinación, un verdadero genio de la
modestia para imitar la naturaleza, seguir el sentido, el porte de los
fenómenos naturales y permanecerle fieles en simpatía por
una suerte de inteligencia poética, a la inversa que todos los
otros pueblos de esta tierra, han concebido y utilizado una escritura
que sigue el pensamiento de arriba abajo, siguiendo su desarrollo natural.
Hecho no menos curioso, las palabras son allí caracteres, firmes,
fijos, signos ante todo para ser vistos. Y poco o nada de sintaxis. Relaciones
subterráneas, para adivinar. Lo expuesto, entre ellos, es sobre
todo un cuadro, cuadro hecho de cuadros fijos, invariantes. Cercano aún
del pensamiento visionario, de la aparición original del fenómeno
primero del pensamiento.
Allí está la clave de la poesía de Michaux: acercar
estas dos grandes pasiones de Oriente, la escritura y la visión
extática, y destacar en ellas lo esencial de un estilo, barroco,
por qué no, del despropósito de la repetición, del
descentramiento y la multiplicación de los centros, del eterno
retorno elíptico, del crecimiento eufórico que simula la
calma del crecimiento de las piedras. Pero sobre todo, allí, hay
que observar esa disminución de sintaxis, esa inversión
de causaefecto del estilo: poca sintaxis y muchedumbres de formas,
de líneas, de pensamientos. Y más: Adormecido
el torbellino, queda la joya. La aporía virtual de la fijeza.
Iv
Relaciones gramaticales subterráneas, para adivinar. Poesía
del despropósito, debo decirlo, la así llamada poesía
de la experiencia con la mescalina es también la del desvarío
pasional barroco; y si tuviéramos que recurrir a alguna economía
que no fuera la de la locura diríamos, con Georges Bataille, la
del exceso soberano, la del gasto improductivo, la del potlatch, que buscamos
no para acceder al ser sino para posibilitar en un teatro de aporías,
el destino y el sentido del ser: Su paz entre locuras. Michaux
mismo lo dice: ...así el anciano repite quizá cien
veces una frase, una idea que noventa y nueve zonas de sombras le han
ocultado sucesivamente y que le resulta fresca y espontánea otras
tantasveces. Y todo hombre desvaría, pero se guarda de mostrarlo.
El anciano, en cambio, no puede contenerse y se traiciona. El niño,
por su parte, ¿por qué iba a ocultarse? Sus despropósitos
son su fiesta. La mescalina demuestra a quien la prueba su desvarío
interior.
Estas grandes subidas verticales y explosivas son el ritmo
y la velocidad barrocos. Y en esa ascensión aspirada la poesía
tiene la forma del despropósito; y al revés, todo despropósito
parece la poesía simple, natural, de cada criatura humana en sus
estados límites: el niño viejo, el puer senex que Lezama
Lima vio en el poeta chino y no vaciló en hacerlo participar de
sus Eras imaginarias: Me fue concedido saber que la niñez
era un estado repetible por instantes, por eso decidía prolongarla,
hacer poesía. Más viejo significa más sabio; más
sabios, que somos más niños. Viejo sabio niño era
el nombre de Laotsé.
V Poesía
del niño orientado por el viejo Oriente de los despropósitos:
las palabras repetidas de un mantra, las direcciones de un yantra, las
patadas como respuesta a un koan zen, que le hacen alcanzar
el satori o la Iluminación al discípulo... Sea lo que fuere,
en efecto, deliramos en la tensión superficial de un universo:
burbuja de un desdén que parece acceder por choques de alegría
a la disposición de la maravilla. Y la maniobra feliz se transforma
sólo en asimiento de las apariencias. A veces el poema cae en absurdas
imágenes o en repeticiones de sonidos que parecen la sublime comprensión
de aquéllas. Se trata de algo así como atrapar efímeros
sólo para obtener de ellos vías mentales. Posibilidad
infinita para una eventual poesía del freudiano FortDa:
aparición-desaparición constantes obtenidas mediante el
artilugio de un pequeño paraíso artificial.
Imágenes inestables, el pensamiento es una imagen desairada,
nos dice. Ni la aserción fácil ni el halago difícil:
sólo la gracia y la tensión parecen sostener esos universos
en constante vacilación y work in progress de Michaux: ...del
transmisor oculto a Isaías purificado por el ángel....
Sería injusto no decir también que en relación con
estas experiencias, en aquel mismo prólogo, y refiriéndose
especialmente ya no a los dibujos sino a los poemas, Michaux advertía:
...pero ya no tenemos más las mismas relaciones la mescalina
y yo. Ya no nos tratamos de la misma manera la mescalina y yo. En todo
lo que se repite, algo se agota y algo madura. Una especie de equilibrio
más profundo es oscuramente buscado y parcialmente hallado.
Entiendo que la búsqueda de Michaux no puede restringirse a un
ubicuo exorcismo ni a la repetición nerviosa de esa palabra si
se quiere hoy fácil. Sin embargo, ese paso al acto
mágico, esa estrategia delirante que él evoca también
asiduamente como parte del rito enérgico, parecen desembocar en
la maniobra aquiescente de su poesía: sacrificar, buscar él
también lo sagrado. Dicho allí mismo por él: A
las centenas de olas que golpean su casco, el barco responde con un amplio
movimiento de cabeceo. Bajo los golpes se tiende a recobrar una unidad.
Apoyo sobre ellos. Sustentación. Las ondas, que producen disloques,
pueden ser también irradiación.
Las fragmentaciones, las roturas, todos los epifenómenos de la
destrucción ingobernable parecen prepararse como para alcanzar
un habla dichosa de la reconciliación: El poema mil veces
roto pesa y puja para constituirse, para un inmenso día memorable
reconstituir; para, a través de todo, reconstituirnos.
VI ¿Podemos
ser adoptados por un ritmo impropio? ¿No reside allí la
posibilidad de ser traductores y poetas, la de imantarnos a un ritmo absoluto
que nos prefiere de otro?
El transmisor oculto. El ángel. El hombre pequeño en su
cockpit de espuma.
Por esto amamos y leemos aún a Michaux, por su ductilidad, su humildad
y en apariencia, frágil grandeza para descifrar el mundo mediante
sus escrituras de astucia... de astucia e inocencia infinitas. Cuando
no son esas tablas o líneas de mareas que dejan en la orilla los
números, las huellas de una pleamar y bajamar del espíritu;
un zigzag de reflexión que él busca oponer a las innumerables
reflexiones que le imponen sus experiencias enteogénicas. ¿No
debí haber empezado por ahí: llamando a todas sus experiencias
enteogénicas, cuya etimología indica buscar
al dios, ir en busca del dios, y que los antiguos tomaron también
como Michaux, en Eleusis, para salir, en los misterios, para encontrar
a las diosas del cereal, de la luz, del perpetuo renacer?
vII Estoy
en medio del campo, en la pampa, en un paraje llamado Yaraví, donde
tantas veces escribí o imaginé escribir. La cosecha terminó.
Los cuadros del cereal trillado refulgen de amarillo contra un cielo plomizo.
Llueve apenas.
Michaux es aún mi maestro. Universal maestro en cada sueño
mío, en cada sensación prometida al sueño. Más
que presencia, es un ritmo que me invade todavía. Y me dejo convencer
por el rumor de su pensamiento esquivo, ahora que él es para mí
una imagen aceptada.
Este sí
Henri Michaux nació
en Namur (Bélgica) el 24 de mayo de 1899, descendiente de
una familia burguesa de arquitectos y juristas. Murió en
París en 1984. Su sueño era ser santo, luego ser médico
y, más tarde, ingresar en la orden de los benedictinos, propósito
al que su padre se opuso. Negado a aceptar todo dato biográfico,
e incrédulo de su capacidad expresiva, escribió unos
apuntes para exorcizar su propia biografía. Allí dice,
entre otras cosas: ...desde los seis meses no fui más
que un recházalotodo: no quería probar bocado y más
tarde me negaba a hablar... A todo oponía un fin de no recibir.
Apretaba los dientes ante la vida. Después, los estudios
clásicos y las desordenadas lecturas; los estudios de Medicina
inconclusos para dedicarse a los grandes y laberínticos viajes.
Al principio por tierra, aire y mar, fruto de los mismos son sus
librosdiarios Ecuador (1929), Un bárbaro en Asia (1933)
y Viaje por la Gran Garabaña (1936). Pero pronto cada experiencia
nueva fue pasada a otro viaje: un acto perpetuo de música,
escritura y pintura. Y así, mágicamente, hizo mapa
de todo, hasta de sí mismo: Escribo para recorrerme.
Pintar, componer música, escribir es igual a recorrerme.
En ello reside la aventura de ser en la vida. A los libros
Pinturas (1939), Pruebas, exorcismos (1945), Nosotros dos aún
(1948), La vida en los pliegues (1949), Poesía por poder,
pasajes (1950) y Frente a los cerrojos (1954) siguieron los libros
escritos bajo el efecto de alucinógenos: Miserable milagro
(1956), Conocimiento por los abismos (1961), Las grandes pruebas
del espíritu (1966) y Momentos (1973), de donde tomamos el
siguiente texto, traducido por Arturo Carrera.
El Opiáceo que
detiene el dolor de entrañas/ detiene tam bién el
Tiempo/ alarga las horas/ eleva la Torre/
y evoca los siglos pasados/ entregando la ciudad
a los Templos y a los Dioses/
Aquel a quien la enfermedad
oscurecía por esos tiempos/ a quien su siglo prometía
sombra/ debía sentir más
que otro/ la importancia de la sombra/ y meditaba a su
vez proyectar una sombra/ pero múltiple/ imborrable/
y que no se atenuaría/ no disminuiría/ no pasaría/
sombra para siempre/
Allí donde los
deseos de emulación son definitivamente extinguidos/ en los
lugares majestuosos/ destina dos al
desenvolvimiento de episodios memorables de la vida
de héroes/ y de hombres fuera de lo común/ sobre
grandes plazas vacías/ sin otros habitantes que algunas
estatuas muy blancas/ la sombra tomó lugar/
Como un mal recuerdo/
como una reprimenda/ como
chalupas en la arena/ como una bóveda sobre la
cabeza/ como viejos tenaces de los que uno no se
puede deshacer/ Irregulares/ severas/ afectadas por la
misma inhumana serenidad/ que sale de la boca de un
cañón/
Parecidas al destierro/
al retorno a la vez temido y
deseado/ a una vigilancia oculta/ a un destino y a los obstáculos
que se le presentan a un destino/
semejantes a la melancolía que ve el futuro
pesadamente velado/
Parecidas a la fatalidad/
Parecidas al trasfondo
de la memoria y al resentimiento/ a reivindicaciones secretas/ a
deseos de afirmaciones
hiperbólicas/
Parecidas a la profunda
resonancia de una sentencia en
lengua extranjera/ oída una noche por un auto didacta inspirado/
Parecidas a la paz recelosa
del/ que exige no aceptar en la
vida más que grandeza y máxima importancia/
Parecidas a la paranoia/
Parecidas a meteoros
que permanecieran inmóviles/ las sombras/ las gigantes/ pesadas
sombras/
En la ciudad de palacios
ciegos/ aislados/ imperativas/
interminables chimeneas/ parecidas a nombres
babilónicos/ tristes/ excesivas chimeneas/
Oblicua/ su larga sombra/
atravesando las calles sin transeúntes/ en el espacio desierto/
como una escollera insensata se adelanta/
|
arriba
|