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RESEÑAS

Torturas divinas

Vidas de santos, Antología del Flos Sanctorum
Pedro de Ribadeneyra
(ed. Javier Azpeitia)
Océano / Lengua de trapo
Barcelona, 2001
284 págs. $ 22

POR GUILLERMO SACCOMANNO Una puta vieja y desnuda, convertida en el desierto, predicando su fe. Hermanos eunucos cometiendo hazañas con su devoción. Doncellas carbonizadas en la prueba de su religiosidad. Criaturas mitad humanas, mitad animales. Matanzas indiscriminadas de moros. Estas son apenas algunas de las posibilidades narrativas que desarrolla el Flos Sanctorum (colección de biografías de santos) compilado en Toledo en 1599 por el cura Pedro de Ribadeneyra, autor también de Vida de San Ignacio de Loyola. Hay un esquema constructivo que se repite a través de cada vida. En su infancia y juventud, el (o la) protagonista ya da señales de su condición extraña. En la juventud, las manifestaciones virtuosas se vuelven claras, inequívocas, y el don se pone en funcionamiento a través de un talento milagrero que, por lo general, conduce a un tránsito a través del sufrimiento. Con el trance martirológico, viene la pasión. Después, el elegido (o la elegida) muere. Pero sus peripecias no se agotan con la muerte. Algún hecho inexplicable con el cadáver (un traslado, un resplandor) determina ahora, para los mortales incrédulos, la existencia divina. Esta alucinada colección de relatos, conocida alguna vez como Actas de los mártires, fue reimpresa por la BAC (Biblioteca de Autores Cristianos) en 1951 en Madrid, y en su prólogo podía leerse que el cometido de estas páginas, “que chorrean sangre”, era “la edificación del sentimiento espiritual”. Literalmente, estos textos chorrean sangre.
Muchos de estos relatos forman parte del patrimonio narrativo de la cultura occidental. Flaubert, Buñuel y Cioran, entre otros, les prestaron atención. Es que los vericuetos de la tortura física como pasaje hacia la pureza son todavía atractivos para quienes desprecian el cuerpo en función del espíritu. Esta idea profundamente cristiana motoriza todas y cada de las vidas de santos acá antologizadas.
Los primeros antecedentes del Flos Sanctorum hay que rastrearlos en textos fechados en los siglos que van del II al IV, como la carta de Plinio el Joven a Trajano o el reescrito del emperador Adriano. En esos documentos en los que las autoridades romanas demuestran la existencia de juicios y martirios a cristianos yacen los orígenes y las claves ideológicas y literarias del género. Aun cuando la Iglesia pudo ajustar los criterios de veracidad a través del tiempo, las situaciones fantásticas siguen imperando en cada biografía: palomas que se escapan del interior de los cuerpos de los mártires atravesados por el hierro candente, hogueras que con un asombroso efecto de horno doran los cuerpos en lugar de quemarlos, llagas horripilantes que bruscamente cicatrizan y se regeneran.
Si cada relato tiene un afán pedagógico en la fe cristiana, su ideología es por completo distinta de otras estructuras no menos clásicas de literatura educativa: la tragedia griega o el repertorio de literatura zen. En el teatro griego, el héroe atraviesa peligros y penurias para acceder a la conciencia de su naturaleza, su esencia. En los koan zen, mediante un absurdo sospechoso instalado en lo cotidiano, el maestro indica una evidencia que produce una revelación, es decir, un cambio en el punto de vista. El héroe cristiano, en cambio, con su sufrimiento,persigue un sentido acusador: se inmola arrojando su heroísmo contra la sociedad pagana. El martirio a que se somete representa su victoria contra esa sociedad.
En estas vidas de santos, la enseñanza apunta, virulenta, hacia la estigmatización, el pecado, la culpa, el castigo y la división maniquea entre el Bien y el Mal. Más que el héroe enfrentado a los otros (como en el teatro griego) o el discípulo molesto acudiendo al maestro displicente (como en los koan zen), el Flos Sanctorum transmite la idea de que el diálogo que subyace en cada historia de hombre, mujer o niño, es un diálogo escalofriante entre torturador y torturado.
Y es aquí donde frente al Flos Sanctorum se pueden plantear dos lecturas. Una, exclusivamente literaria, podría clasificar el texto como una selección notable y deslumbrante de relatos fantásticos, prodigios de la creación literaria colectiva en la Edad Media. La otra, más cifrada en lo sociológico, indicaría que esta colección es un documento terrible de la imaginería cristiana. En la introducción, De Ribadeneyra dedica algunas páginas, pocas pero suficientes, para describir los tormentos de los mártires. La enumeración de la inventiva aplicada a instrumentos y métodos de tortura es insoportable. Que los primeros cristianos hayan padecido estos suplicios legitimará, más tarde, el accionar de la Santa Inquisición y la persecución de los infieles. Si algún sentido puede tener esta arqueología del horror es su carácter de precedente de metodologías similares aplicadas para proteger la moral occidental y cristiana.


Manual de zoología fantástica

Seres mitológicos argentinos
Adolfo Colombres
Con ilustraciones de Luis Scafati
Emecé
Buenos Aires, 2001
300 págs. $ 16

POR JORGE PINEDO Así como la alegría no es sólo brasileña (también la hay en España, en Taiwán, en las islas Caimán), los seres míticos tampoco son monopolio exclusivo de los antiguos griegos o de los hollywoodenses contemporáneos. Mientras se continúa ignorándolo todo respecto a la alegría, de seguro que los mitos también están presentes desde hace milenios en estas blindadas pampas, valles, montañas, quebradas y cortes. Más específicamente se encuentran (casi) todos acopiados en este libro, en negro sobre blanco, uno al abrigo del otro, en borgeano desorden alfabético como si el mundo se hubiese creado con la letra A y sucumbido al apocalipsis con la Z.
Obra del ingente esfuerzo de Adolfo Colombres, un abogado tucumano cuya afición por el folklore y la historia lo llevó a la afición por la ciencia antropológica, Seres mitológicos argentinos realiza el prolijo inventario de cuanto ser legendario o extraordinario haya sido atrapado por la cultura popular. Provenientes en buena medida de los panteones generados en las comunidades etnográficas (tobas, matacos, mocovíes, pilagá, chorotes, onas, chulupíes, tehuelches, etc.), el catálogo de Colombres comprende asimismo personajes mixturados, híbridos o sincréticos de los sectores criollos como el Familiar, el Ekeko, La Llorona o el Lobizón.
Situados respectivamente en el tiempo, la cultura y el espacio correspondientes a través de un prólogo pletórico de sentido común y de suma utilidad para la ubicación del lego, los protagonistas del inventario constituyen, en su incesante sumatoria, un mito suplementario: el que desmitifica que no hay mitos argentinos. Y así lo hace debido a que la carencia de un sustento teórico que los instale en un universo de sentido, fuerza a que cada personaje se sostenga por la prepotencia de sus propias imágenes en forma, se diría, “arltiana”. Nada más lejano a que tal circunstancia se convierta en una contradicción, ya que al autor no le es exigible el dominio de un terreno tan alejado al propio; por el contrario, los resultados hablan de las carencias de la antropología académica que, imbuida en su paleofenomenología presemiológica, ha demostrado ser incapaz de realizar una obra, al menos, como la presente.
Bienvenida entonces la catártica sucesión de seres fantásticos, sagrados y profanos, pues todos juntos componen un universo que haría regocijarse a Tim Burton y resucitar a Goya. La sagacidad propia del lector permitirá que, para armar un mito en el cual tomen su lugar los personajes respectivos, le sea preciso acudir a los índices de las últimas páginas donde se reúnen todos los seres agrupados por etnia y volver, por gracia del orden alfabético (ante la ausencia de la referencia a la numeración de páginas) hasta que se recomponga la historia ancestral que les da sentido. Pues, de lo contrario, queda un personaje suelto, desencajado, aniquilando a la humanidad, al tiempo que otro, lejano en la lengua, el tiempo y el espacio, le arranca a las mujeres los dientes de los labios vaginales y así facilita la procreación, entre otras cosas.
Libro de consulta para el literato a la caza de personajes fantásticos, de referencia para el antropólogo (aficionado o no, escasa es la diferencia), Seres mitológicos es, por sobre todo, un libro de arte. Las ochenta y seis tintas realizadas por la genial mano de Luis Scafati (Gran Premio Nacional, entre otros galardones) resultan fuertes, temerarias,inquietantes en su luminosa belleza. Ilustraciones que otorgan a los seres míticos una corporeidad que acaso, en su origen telúrico, no siempre hayan obtenido. Lo que multiplica el carácter mitográfico de un volumen signado por la creación.


La cabalgata de las walkirias

Cuentos de escritoras
argentinas
Guillermo Saavedra (comp.)
Alfaguara
Buenos Aires, 2001
236 págs. $ 19

Por Sebastián Basualdo “Una antología es la puesta en escena de esa melancolía y esa nostalgia por toda la literatura ausente de nosotros: la que leímos y olvidamos, la que ignoramos, la que vendrá”, dice Guillermo Saavedra en el prólogo a su selección de cuentos de escritoras argentinas publicada recientemente por Alfaguara, y agrega que no considera “o femenino un género o subgénero literario ni una amable variedad temática (...) Se trata, más bien, de una suerte de deber cívico: en un mundo todavía obstinado en pensar en masculino, publicar literatura escrita por mujeres es una modesta contribución a la igualdad de derechos y una invitación a disfrutar de la diversidad”.
Tres cuentos, firmados por Esther Cross, Liliana Heker y Luisa Valenzuela proponen variantes sobre un vínculo fraterno: una mujer celosa del noviazgo de su hermano con una enana; las astucias de una niña para atraer la atención de condescendiente y adorada hermana mayor; la inversión del sentido de la fábula de la hermana mala que, al hablar, expele alimañas.
Amalia Jamilis narra la silenciosa complicidad entre una niña y su tía política. Ana María Shua cuenta la muerte de un padre a través del paralelo aparentemente indigno del acto de pescar.
Griselda Gambaro, Silvia Iparraguirre, Vlady Kociancich, Tununa Mercado, Elvira Orpheé y Hebe Uhart ensayan aproximaciones muy diversas a las relaciones entre hombres y mujeres: desde un matrimonio donde el hombre somete brutalmente a su mujer hasta un enamoramiento efervescente pero no correspondido, pasando por un conato de violación, un desencuentro doloroso y digno, la persistencia del deseo más allá de la pérdida, y la confrontación entre el amor a los hombres y a los perros.
Sara Gallardo convierte la gesta del cruce de los Andes por el ejército de San Martín en un íntimo episodio de supervivencia de dos soldados enemigos que se resuelve razonando lo sobrenatural. Liliana Heer y Silvina Ocampo exponen, por caminos disímiles, la tragedia de sendas mujeres alcanzadas respectivamente por la locura y la desgracia. Como dice Guillermo Saavedra, “estas catorce mujeres no condensan la literatura argentina pero la convocan, íntegra, con la excelencia de las partes que saben aludir al todo”.

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