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Dos tipos audaces

Sergio Bizzio y Daniel Guebel acaban de publicar respectivamente En esa época (Emecé) y El perseguido (Norma), novelas en las que, más allá de las diferencias, podrían señalarse algunas constantes generacionales. A continuación, una conversación con Radarlibros sobre literatura, televisión y cine: esos mundos de la imaginación que los dos autores vienen explorando desde hace veinte años.

POR JONATHAN ROVNER Puestos a periodizar, Daniel Guebel (1956) y Sergio Bizzio (1956), incluso por motivos que van más allá de lo estrictamente biográfico, podrían ser considerados dentro de una generación. Digamos, la de escritores de cuarenta años. Ambos terminaban el colegio secundario cuando comenzaba la última dictadura militar, ambos se acercaron a la literatura en la época de la revista Babel, cuando Fogwill y Di Paola (dos de sus referentes) hacían de las suyas por la avenida Corrientes. Ambos publicaron sus primeras novelas hacia fines de los 80. Juntos escribieron para el teatro La china y El amor y, separadamente, han trabajado para la televisión vernácula. Ahora, uno y otro han publicado recientemente sendas nuevas novelas. La de Bizzio, En esa época, transcurre en la Pampa, más o menos por 1875. La de Guebel, El perseguido, es la puesta en relato de una paranoia que atraviesa todas las transformaciones propias de este siglo.
¿Cuál es el lugar de la historia en sus
novelas?
Sergio Bizzio: –La historia de En esa época –esta historia de unos soldados de fines del siglo pasado que cavan una zanja y encuentran un plato volador enterrado– se me ocurrió conversando con un amigo. Empecé a escribir con eso un guión de cine. Pero escribí tres o cuatro escenas y enseguida me di cuenta de que era una novela. No me acuerdo ahora por qué situé la novela en ese contexto histórico, pero sí recuerdo que un día cayó en mis manos un libro de ensayos de Juan José Saer, en el que había uno sobre la zanja de Alsina. Cuando Alsina era ministro de Guerra, los malones llegaban casi hasta las puertas de Buenos Aires. Y a Alsina, que era un moderado que preconizaba la anexión de tierras indias en base a alianzas, se le ocurrió cavar una zanja de 1000 kilómetros a lo largo de la línea de frontera, desde el sur de Córdoba hasta Bahía Blanca –¡una muralla china invertida!– para detener a los malones mientras negociaba una paz duradera. Creo que esto fue realmente así. A veces ya no sé qué fue así y qué inventé... Después, bueno, me divertí mucho con la relación entre los milicos y unos extraterrestres nacidos en la nave enterrada, y lo mismo con la relación entre los indios y los marcianos: una confrontación entre dos ignorancias ciclópeas, la de los milicos que no tenían la más mínima noción de vida extraterrestre, y la de dos seres extraterrestres que nacieron enterrados y que a su vez no tienen la noción de un afuera, un mundo con el que se encuentran de golpe.
Daniel Guebel: –Por lo que cuenta Sergio de En esa época, acabo de darme cuenta de que los dos escribimos el mismo libro. Muy diferente, por supuesto. ¿Te acordás, Sergio, cuando Alejandro Katz, del Fondo de Cultura Económica, nos llamó para escribir una colección de novelas por encargo? Vos hiciste Son del Africa (1993) y yo Cuerpo cristiano (1996). Sergio escribió una novela de aventuras sobre Africa y yo una de peripecias teológicas que transcurría en las misiones jesuíticas. Yo me puse a leer libros de la época (muy poco, por cierto) y construí una novela que trabajaba el enfrentamiento entre los jesuitas y los indios guaraníes, donde la idea que andaba flotando por debajo era que la posibilidad de comunicación entre las civilizaciones no existía. Porque los signos que emitía uno eran totalmente incomprendidos por el otro. En mi argumento, para producir un salto sobre la lengua y ser interpretados, los jesuitas contrataban a un grupo de teatro para que representara la pasión de Jesús. Los indios leían la crucifixión de manera particular y terminaban matando a todos los habitantes de una misión.

La risa de estos años
En la novela de Bizzio, de hecho, la historia como dispositivo de verosimilización del relato funciona de manera perfecta, hasta que en la página 18 aparece un indio: “El coronel Godoy le preguntó si traía alguna noticia. No usó la palabra noticia, que no existía, sino ‘hay’: ‘¿Qué hay?’, le dijo. ‘Nada. Ando boludeando un poco’, respondió el indio”. La historia, entonces, puede no ser más que una excusa para elrelato. De hecho ambas novelas incurren en secuencias jocosas, sino humorísticas por lo menos cómicas.
¿Qué posiciones tienen respecto del humor en la ficción?
D.G.: –Yo no tengo una particular voluntad de ser cómico o dramático. Salvo que el camino mismo de la escritura abra esa tendencia. No tengo una debilidad por tocar zonas dramáticas, cómicas o tragicómicas. El perseguido es una continuación formal de mi novela anterior, El terrorista (1998) y tanto una como otra están escritas en reacción a otra que es Nina (2000), donde sí trabajaba en una perspectiva de narración basada en una creencia: la psicología (o, seamos románticos, el alma) de los personajes. Luego empecé a escribir relatos donde la subjetividad del personaje fuera planimétrica y donde la acción estuviera concentrada, es decir: busqué la mayor cantidad de peripecias posibles en el menor número de páginas. Mientras que en Nina era al revés. Se trataba de la expansión absoluta de la subjetividad, para lo cual cada secuencia de acción mínima se desarrollaba a lo largo de muchas páginas. Ahora me corro de todo eso con la novela que estoy escribiendo. Una nueva versión, local y patética, del Quijote, protagonizada por dos viajantes de comercio... El humor es felicidad. Si eso aparece, ¿qué mejor cosa puede hacer uno que seguir la vena? No hay libros de dicha perpetua, siempre necesitan del contraste. Pero también se puede contar amablemente una sucesión perpetua de desgracias. El perseguido es un relato amable y penoso de un caso de paranoia, justificable o no, depende de si uno cree en el recurso de la política o no. Un sujeto que atraviesa todas las transformaciones. Le arrancan los huevos, se hace mujer, luego vuelve a ser hombre, escapando perpetuamente. Pero, ¿por qué ni Sergio ni yo hablamos de manera demasiado entusiasta acerca de lo cómico? ¿Habrá una creencia social respecto del valor del texto cómico y el valor del texto dramático? Cuando se habla de un texto cómico se piensa en algo livianito o de menor cuantía estética. No me parece que sea así.
S.B.: –En cierta forma somos producto de una cultura que considera lo cómico por debajo de lo dramático. Hay que sacarse toda esa basura de encima. Yo siento como la estocada de lo patético cuando oigo decir cosas con un fuerte componente de lo que llamaría capitalismo culinario, valoraciones apoyadas en “más” y “menos” y en “rico” o “pobre” –por ejemplo, cuando se dice de algo que es conceptualmente “pobre” o conceptualmente “rico”–. Una novela o una película, aun pésimas, no son nunca cosas tan ingenuas como para merecer adjetivos como esos. Entender algo es formar parte de lo que se nos dice, y ésa es una posibilidad de cualquier novela o cualquier película. Entender y pensar. Una novela es una máquina para pensar.

Con el sudor de tu frente
Tanto Bizzio como Guebel han debido ganarse el pan escribiendo para los medios masivos de comunicación. No sólo de periodismo viven los escritores sino también de guiones para televisión o para cine. Sergio Bizzio, que fue guionista, por ejemplo, de La hermana mayor o de Operación rescate, acaba de ganar con Animalada, su primer largometraje como realizador, el premio a la Mejor Película en el Festival Latino de Nueva York. Daniel Guebel fue el responsable, por mencionar sólo una de sus últimas incursiones massmediáticas, del “desarrollo dramático” del reality show producido por Cuatro Cabezas, “El Bar”.
¿Cómo han influido sus trabajos en televisión en sus proyectos literarios?
S.B.: –Ninguna de mis novelas se vio nunca contaminada por la escritura de guiones, y tampoco al revés. Yo me muevo como pez en el agua escribiendo guiones de cine o televisión, manejo los códigos, conozco el lenguaje. Pero la literatura es un lugar en el que siempre lo ignoro todo, un lugar en el que siempre tengo que aprenderlo todo de nuevo. Por otraparte, los guiones de TV, por lo menos los guiones de las tiras diarias, no se escriben para ser leídos, no son textos literarios, obviamente. Escribir para televisión es escribir para lo que la televisión es: aire. De cualquier manera, la televisión es muchas cosas y hay programas malos, programas buenos y programas que son buenos y malos a la vez. Es ridículo decir que “la televisión es una basura”. Es como decir “la literatura es una basura” porque hay muchísimo más libros malos que libros buenos.
D.G.: –Yo no sé si los trabajos que un escritor debe hacer para ganarse la vida producen efectos sobre la cosas que hace, pero sí lo hacen sobre quien las hace... de modo que terminarían determinando, aunque sea de manera indirecta, ciertas direcciones de escritura. Me parece que uno hace experiencias a partir de sus trabajos. Y no me cabe la menor duda de que esas experiencias producen modificaciones en términos de disposición personal. Recuerdo que cuando me puse a escribir El terrorista como reacción a Nina era porque, hasta ese entonces, yo era un escritor que escribía a tiempo completo. Cuando empecé a trabajar en la revista Noticias, vi que tenía que organizar mis horarios de distinta manera, que no podía plantear modelos de escritura que me significaran un tiempo de resolución virtualmente infinito. Si tuviera que laburar solo una hora por día, me convertiría en un escritor diferente del que soy laburando 13 o 14 horas.
S.B.: –Lo mejor que me pasó fue estar contratado por Canal 9 durante varios meses sin tener que escribir una sola línea y usar ese tiempo (y aquel sueldo) para escribir una novela. De ahí salió Planet (1998), una novela sobre la vanidad. Lo más raro que me pasó como escritor que ingresa al mundo del cine tiene que ver con lo tortuoso de las negociaciones. Es como un murmullo... algo que está ahí todo el tiempo. Es como entrar en la cabeza de un loco. En principio, hay mucha gente que habla todo el tiempo de números. La cantidad de espectadores, el costo de esto o de aquello, el cachet de los actores, con cuánto la hizo éste, cuánto se robó aquél, lo que debe uno, lo que ganó el otro, cuántas entradas compraron, por cuánto se hizo el paquete, en cuántos días se editó, la fecha de estreno, los muñequitos del crítico en el diario... Es agotador. Nunca hasta ahora, durante el año y medio que estuve trabajando en la película, pensé en el mercado, por ejemplo, y eso es lo que se me viene encima ahora. Hay que hacer cálculos sobre un millón de cosas. Yo fui muy feliz haciendo esta película y la película le gusta mucho a las personas que me importan a mí. Lo demás es un abismo y no me inquieta demasiado. Que sea lo que el abismo quiera.
D.G.: –Yo no creo que el trabajo que uno hace para la televisión altere la posibilidad de escribir literatura. La novela que estoy escribiendo ahora la interrumpí para trabajar en el reality show “El Bar”. Y como en esa novela yo tengo personajes con una fuerte oposición que en algún momento empezarán a confundirse, cuando entro a “El Bar” y veo que hay dos personajes que tienen liderazgos fuertes y que son rivales, empiezo a tratarlos como si fueran personajes de mi novela. ¡Qué bueno que me paguen por investigar cómo funciona en vivo una novela! Por supuesto, hay diferencias. Pero no tantas. Un reality show no son más que doce personajes que se van eliminando, así que a mí me pagaban para ver cómo funcionaba esa novela de Agatha Christie, Eran diez indiecitos, donde los personajes iban siendo asesinados sucesivamente. Hoy en día pensar en vivir de la literatura es imposible para la mayoría de los escritores, porque uno no tiene control sobre el proceso de producción del libro. La situación de un autor que publica de manera más o menos regular, dentro de los parámetros normales, es la de una virgen ofendida, que no entiende cómo la han violado. “¿¡Cómo puede ser!? ¡Puse tanto amor y me usaron y no vendieron, no me hicieron prensa, no distribuyeron el libro, lo sacaron demasiado rápido de las librerías!” Quejas de vírgenes, quejas de putas.Para mí, escribir es siempre una satisfacción; publicar es una contingencia que se vuelve un tormento.
¿Y qué pensar entonces de lugares de poder (económico y cultural) como los que detenta Paulo Coelho?
S.B.: –Me encanta. Se lo merece. Se lo merecen los dos, él y la cultura. Ojalá estén juntos para siempre.
D.G.: –Yo leo siempre sus columnas en el baño (salen en Para Ti). Reúne el arte del divulgador y del plagiario, y lo somete a un procedimiento de inversión. Es Borges, para millones, con mala prosa.

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