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Nabokov paso a paso

Caviar

La esperada publicación de los Cuentos completos de Vladimir Nabokov, ordenados cronológicamente, es uno de esos raros acontecimientos que los lectores viven como fiesta.

POR RODRIGO FRESAN
Dentro de la cada vez más numerosa tribu de escritoreszombies –ésos que siguen publicando después de muertos como si nada–, el ruso de exportación Vladimir Nabokov (1899-1977) es uno de los que más y mejores alegrías ha proporcionado a sus cada vez más vivos seguidores. Sus didácticas y arbitrarias clases en Cornell University, un contundente tomo sobre la literaria ligereza de las mariposas (contenedor de una “continuación” de La dádiva), una magistral pre-Lolita en forma de nouvelle titulada El hechicero, sus piezas para teatro, su correspondencia con todos y su correspondencia con el crítico Edmund Wilson (de la que acaba de aparecer una edición ampliada) y, dentro de poco (dicen), la publicación de The Original of Laura, obra que quedó inconclusa con su muerte, pero que su fiel hijo y traductor-albacea Dimitri se ha animado a terminar. En este paisaje del “Más Allá” se destacan sus Cuentos completos, inexplicablemente demorados. Reunidos en inglés recién diecisiete años después de su adiós, hubo que esperar seis años más para que el castellano y Alfaguara capturaran y reunieran a todos esos lepidópteros de palabras que andaban sueltos por ahí en ediciones discontinuadas y esquivas a las que se les había caído todo el polvo de colores de las alas. Por fin: sesenta y cinco cuentos que incluyen trece inéditos tempranos que fueron escritos en inglés (nueve), francés (uno) y en ruso entre 1920 y 1940, años a lo largo de los que se extiende la diáspora nabokoviana que lo lleva de San Petersburgo a Lolitalandia, EE.UU.

Una teoría caprichosa
Supongamos que en algún momento tuvo lugar uno de esos cambios de rehenes de película de espías. Supongamos que Estados Unidos entregó primero a Henry James para que ayudara a que la novela europea entrara en el siglo XX y que el Viejo Mundo, tiempo después, obsequió a Vladimir Nabokov –quien venía huyendo de la revolución bolchevique– para que revolucionara el concepto de Gran Novela Americana. Hasta Nabokov, la Gran Novela Americana partía de dos grandes fuentes, el río pagano del viaje iniciático (Huckleberry Finn) y el río metafísico de lo simbólico absoluto (Moby Dick). Nabokov anuda y desemboca ambas vertientes en Lolita, océano donde conviven la idea del camino como punto de fuga con la idea de la persecución y punto. Lolita –fe y blasfemia– es road-novel y ballena blanca al mismo tiempo. Nada volvió a ser lo mismo después de ella y es una suerte que así haya sido. Las novelas de Nabokov que siguieron su estela (Pálido fuego, Ada o el ardor, Cosas transparentes y esa cripto-autobiografía escrita por un fan de sí mismo que es ¡Mira los arlequines! de la que Cátedra acaba de rescatar, anotada, la excelente traducción de Ernesto Pezzoni) fueron todavía más lejos en el terreno de la metaficción. Así, las novelas de Nabokov son, siempre, grandes y radicales gestos mientras que sus cuentos, en cambio –en principio; no es tan así– parecen susurros tímidos, conservadores y solitarios tubos de ensayo extaviados adentro de un gran laboratorio que –como en los relatos de Pnim– a veces se unen para crear una novela atómica. Mejor pensar en los cuentos de Nabokov como en formas reducidas de grandes efectos –donde también aparecen el ajedrez, las mariposas, la poesía en prosa, los juegos perversos y fatales del idioma de los hombres y de las mujeres– con una seña atendible: suelen ser relatos felices comparados con la infelicidad de sus novelas, donde una prosa siempre extática describe a personajes siempre agónicos. Aquí, tregua, hay más luz que sombras.

64, modelo para armar
¿Puede entrar toda la obra de un autor en uno solo de sus cuentos? Nabokov –en un ensayo titulado “On Inspiration”– señala a “El marido rural” de John Cheever y “Un día perfecto para el pez banana” de Salinger como formas sublimes de condensación estilística. En estos Cuentos completos hay varios candidatos a la síntesis de un genio –”Éraseuna vez en Alepo”, “Escenas de la doble vida de un monstruo”, “Lance”, “Mademoiselle O”–, pero uno de ellos que se adelanta y gana sin esfuerzo. En el puesto 64, “Las hermanas Vane”, una perfecta variación del cuento de fantasmas jamesiano, justifica por sí solo la lectura de este libro. Nabokov despreciaba a Henry James, a quien, en una carta a Wilson, llama “esa pálida tortuga”. Pero se sabe que Nabokov cuestionaba todo aquello que podía hacerle sombra: ¿no es Los papeles de Aspern una perfecta trama nabokoviana? ¿No es James, como Nabokov, uno de los escritores que mejor escribió sobre los escritores? En “Las hermanas Vane” aparecen todos y cada uno de los temas del autor de Habla, memoria. Por desgracia, el traductor no le hace justicia (con una nota al final donde se explique cómo la primera letra de cada palabra del último párrafo, en su original inglés, termina armando el acróstico que da sentido y deslumbra con la inapelable revelación de la existencia de un mundo de espectros juguetones desde el que, seguro, el entomólogo Nabokov nos clasifica con alfileres como si fuéramos insectos mientras, a no dudarlo, conversa o discute, con James).

Abrir el regalo
Las casi ochocientas páginas de estos Cuentos completos son una celebración que, por postergada, no deja de ser menos necesaria, inevitable, única. Una de esas ocasiones que –como reflexiona el narrador del relato “Ultima Thule”, fragmento de una novela que nunca creció– produce “un momento de felicidad, de éxtasis; cuando mi alma se desnuda, siento que no hay extinción tras la muerte, que en una habitación contigua y cerrada, bajo cuya puerta sale una corriente helada, allí se nos prepara una iluminación, una pirámide de deleites semejante al árbol de Navidad de mi infancia”. Felices Fiestas.