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LITERATURA
POSTCOLONIAL
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Infancia
ydesgracia
Las
dos últimas novelas del gran escritor sudafricano J.M. Coetzee,
Infancia y Desgracia, acaban de ser distribuidas por editorial
Mondadori. Más allá de la obvia adhesión a los principios teóricos
y políticos del poscolonialismo, Coetzee vuelve a demostrar su
estatura excepcional como narrador.
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POR
GUILLERMO SACCOMANNO
Quizá
pocos escritores contemporáneos como J.M. Coetzee se presten para
ser leídos a través de las propuestas de análisis
del crítico palestino Edward Said. Pareciera, de a ratos, que Coetzee
leyó a Said, lo cual no es improbable, y que su narrativa se presta
deliberadamente a una lectura de lo sudafricano desde la perspectiva de
los estudios poscoloniales. Prismar una narrativa desde la política,
como lo propone Said, no es ninguna novedad, pero siempre es necesario
refrescarlo y enriquece su lectura: Lejos de constituir un plácido
rincón de convivencia armónica, la cultura puede ser un
auténtico campo de batalla. Desde esta perspectiva, Said
propone analizar la literatura teniendo en cuenta las relaciones entre
imperialismo y cultura, ideología y lenguaje. No resultaría
desatinado entonces leer con esta mirada dos novelas de publicación
simultánea de J.M. Coetzee (sus iniciales, dispuestas siempre como
enigma, caracterizan la firma de sus libros). Sin embargo, Coetzee puede
no ser un absoluto desconocido: hace casi dos décadas, casi en
forma subterránea, se publicaba en nuestro país su Esperando
los bárbaros, una novela que documenta cuestionamientos a las políticas
raciales del apartheid.
Nacido y criado en una familia de habla inglesa, pero con una cotidianidad
con el afrikaaner, Coetzee es un observador tan cítrico como impiadoso
de las tensiones de su entorno. Con aquella novela, Coetzee se ganó
una reducida pero sólida fama de escritor de culto, de escritor
de escritores. A la vez que se manifestaba un escritor preocupado por
lo social, Coetzee exhibía una formidable pericia narrativa con
una no menos notable economía de recursos. Hay otras traducciones
de Coetzee en español: Vida y obra de Michael K. y El maestro de
Petersburgo. Las contradicciones socioculturales de Sudáfrica y
una prosa lacónica, despojada de efectos, constituyen el atractivo
principal de su narrativa.
Coetzee se llama John Michael, nació en 1940 en Ciudad del Cabo
y se crió en Sudáfrica y Estados Unidos. Es profesor de
literatura, traductor, lingüista y crítico literario (para
los interesados, un artículo suyo sobre Borges puede detectarse
en Internet). Coetzee no sólo es uno de los escritores sudafricanos
más importantes. Es también el más premiado: el Booker
Prize dos veces, el Jerusalem Prize, el Étranger Fémina,
el International Fiction Prize son algunos de sus galardones. Infancia
(1997) y Desgracia (1999) son sus últimas novelas.
Confesión y crónica personal, libro de memorias y de iniciación,
Infancia tiene un título más sugestivo en inglés:
Boyhood. Scenes from Provincial Life. La infancia que describe Coetzee,
en tercera persona y en presente, pareciera ser la típica de todo
chico criado en una periferia colonial, entre ciudades de segunda, granjas
en decadencia, una geografía en la que se combustionan las ruinas
del colonialismo con un paisaje de salvajismo. Así comienza Infancia:
Viven en una urbanización a las afueras de Worcester, entre
las vías del ferrocarril y la carretera nacional. Las calles de
la urbanización tienen nombres de árboles, aunque todavía
no hay árboles. Y así como se plantea el ambiente,
de igual modo siguen las escenas que despliega Coetzee con una austeridad
cortante, reflejando una infancia aterrorizada a un tiempo por la inclemencia
doméstica y la violencia colectiva. Ya no se trata aquí
de los días míticos del saqueo colonial pionero. El recelo
entre dos culturas dominantes y en decadencia, la boer y la inglesa, no
es menor que el desprecio inspirado por la negritud. Al respecto, con
una lucidez que remite al Sartre de Materialismo dialéctico y revolución,
anota Coetzee sobre los negros: Simplemente no se sabe cuándo
dejan de ser niños y se convierten en adultos. Pero, si es
cierto que ser un chico negro puede resultar una pesadilla, el mundo que
se le revela al chico blanco no está menos libre de amenazas: la
represión es más que un síntoma, un gesto, una costumbre
familiar que ejecuta a menudo un castigo corporal feroz. Coetzeeapunta
este silogismo: La belleza es la inocencia; la inocencia es la ignorancia;
la ignorancia es la ignorancia del placer; el placer es culpable; él
es culpable. Ese muchacho, con su cuerpo nuevo, intacto, es inocente,
pero él, gobernado por sus oscuros deseos, es culpable. La
infancia que cuenta Coetzee no es, en absoluto, un relevamiento bucólico.
A lo Camus, el chico Coetzee no sólo es un chivo expiatorio en
una sociedad reprimida y represora. También es, en su pertenencia
e identidad, un colonizado por las reglas del mundo adulto y un extranjero
de la hostil niñez afrikaaner. Hay una pregunta que se desprende
de la lectura: ¿cuál es el sentido de testimoniar todo este
sufrimiento, una serie interminable de vejámenes en el que la epifanía
raramente sucede? ¿Autocompasión, venganza, denuncia? En
el final de la infancia, Coetzee reflexiona: Lo han dejado a él
solo con todos los pensamientos. ¿Cómo los guardará
todos en su cabeza, todos los libros, toda la gente, todas las historias?
Y si él no los recuerda, ¿quién lo hará?.
Si Infancia tiene ese don de la belleza literaria (responder preguntas
con más y nuevas preguntas), Desgracia, a pesar de su tono distante,
casi de thriller, de un manejo eficaz de la intriga, traza un recorrido
inverso: su trama presenta preguntas que rápidamente van a ser
contestadas. Esquemática, esta novela funciona como un guión
base de todos los sentimientos positivos de la ideología
de lo políticamente correcto. Un profesor de literatura
cincuentón y separado, especialista en Wordsworth y Byron, dando
rienda suelta a su animalidad, se liga con una alumna, padece la sanción
pública y después del escándalo y el consecuente
bochorno, se refugia en la naturaleza, en la granja de su hija new age
y presuntamente lesbiana que se dedica a la artesanía, la floricultura
y el cuidado de los perros en medio de una geografía inhóspita.
Que el ahora ex profesor, después de la caída, se sienta
un perro lastimado lo empujará no sólo a identificarse con
los perros sino también a relacionarse eróticamente con
una veterinaria.
Si la civilización puede encontrar su razón de ser, pareciera
argumentar Coetzee, la encontrará en lo que persiste de animal
en su condición. Pero en el reconocimiento de esta condición,
siguiendo a Coetzee, está el renunciamiento puritano y redencionista
a todas esas categorías que, se suponen, privilegian el ser occidental.
El profesor de campus devenido protector animal es una metáfora
que excede caricaturescamente la representación del conflicto razón/naturaleza.
Como en toda la narrativa de Coetzee asoman también acá,
a pesar de cierta evolución de los códigos de comportamiento,
la necedad intolerante y la brutalidad del primitivismo. Pero si la narración
parece con frecuencia bajada de línea, progresismo de salón,
se debe sin duda a que cada suceso parece estar planteado, de modo ejemplificador,
en función de una idea moral. Con su pretensión de best-seller
progre, Desgracia es la antítesis de Infancia, esa historia despojada
que, dejando de lado las buenas intenciones, se transforma en un ejemplo
prodigioso de buena literatura.
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