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BOLAÑO
Y VILLOROPRESENTAN SUS NUEVOS LIBROS
Miradas
excéntricas
Dos latinoamericanos
expatriados, Roberto Bolaño y Juan Villoro, acaban de presentar sendos
libros en la acogedora Barcelona, que poco a poco va convirtiéndose en
una auténtica colmena literaria.
POR
RODRIGO FRESAN,
Desde Barcelona
El chileno Roberto
Bolaño hace más de veinte años que anda por Barcelona
(aunque, técnicamente, vive a hora y algo de tren, en una ciudad
costera de nombre Blanes) y el mexicano Juan Villoro acaba de llegar para
quedarse. Los dos presentan sus nuevos libros (ambos editados por Anagrama)
en el salón de un mismo hotel con diferencia de días ante
los mismos periodistas cada vez más acostumbrados a acudir a la
convocatoria de autores latinoamericanos hasta hace poco casi invisibles
en el panorama local, si se descuentan los grandes nombres que supieron
invadir esta ciudad durante los años dorados del boom y a la que
vuelven cada vez que publican algo con sonrisa nostálgica y triunfadora.
Varios de ellos Jorge Edwards, Alfredo Bryce Echenique, Guillermo
Cabrera Infante serán materia y maestros de un curso revisionista
que arrancará en octubre el ICCI local (la C extra en la sigla
equivale a Catalán) y que se extenderá a lo largo de seis
meses prometiendo acorralar y explicar a la literatura latinoamericana
desde sus primeros balbuceos hasta los últimos 90 en los que, parece,
ya lejanos los fulgores de la era Barral, Barcelona (la
Madame Bovary de las ciudades, según Enrique Vila-Matas)
vuelve a ser uno de los lugares de residencia y escritura y edición
elegido por las nuevas camadas de escritores del otro lado del Atlántico.
Bolaño y Villoro presentan libros que más allá de
su diferencia de géneros el de Bolaño, Putas asesinas,
es un libro de trece cuentos mientras que el de Villoro, Efectos personales,
es una recopilación de quince ensayos aparecen como curiosamente
complementarios de una mirada, de un momento y de una condición
para bien o para mal irrenunciable: los ojos del escritor, siempre extranjeros,
escribiendo sobre ese extranjero en que se ha convertido la patria biológica,
o sobre ese hogar internacional que es la literatura y del que sólo
te sacan con los pies por delante.
FANTASMAS
Hay dos grandes fantasmas en la obra narrativa de Roberto Bolaño
y esos dos grandes fantasmas son Chile (país en el que nació
y con el que mantiene una relación compleja y tirante) y México
(país en el que vivió, que se ha ido convirtiendo en Tema
y Escenario de su literatura y al que no ha vuelto y al que teme volver).
En los últimos tiempos en especial luego de su gran novela
mexicana Los detectives salvajes, una de sus principales actividades
es esquivar invitaciones para viajar al DF. Las razones para la postergación
permanente son literarias y supersticiosas. O viceversa: Me da miedo
llegar ahí, reencontrarme con todo eso, y que la realidad suplante
para siempre a la materia mexicana de mis ficciones. Lo que no impide
que México esté cada vez más presente en su computadora.
Acaba de alcanzar la página 450 de una novela que, intuye, tendrá
más de 1000, transcurre en la frontera mexicana, será relativamente
policial y espera terminar para el próximo marzo. Mientras
tanto y hasta entonces, sus chilenos mexicanizados vuelven a aparecer
aquí y allá en varios de los mejores relatos de Putas asesinas
libro más autobiográfico que Llamadas
telefónicas, su anterior libro de textos breves, donde nos
reencontramos con su antiheroico alter ego Arturo Belano (quien volverá,
por fin, al DF en un largo cuento de su próximo Sabios de Sodoma),
con una sui generis y desde ya polémica invocación del espectro
de Pablo Neruda en Carnet de baile, y con El Ojo Silva:
posiblemente uno de los mejores cuentos de Bolaño y, seguro, de
cualquiera.
MEDIUMS
Juan Villoro todavía tiene cara de jet-lag y ha perdido la barba
(cortesía de la policía mexicana que así se lo exigió
para expedirle un certificado de buena conducta). Efectos personales es,
también, un certificado de la inteligencia de Villoro a la hora
de reflexionar sobre esa única experiencia estética
de la que todo escritor puede estarorgulloso: la lectura, a través
de un libro que acaba configurando un retrato accidental de
su autor, pintado con la técnica de dos grandes grupos los
de allá (Rulfo, Monterroso, Rossi, Arlt, Pitol, Fuentes y la novela
mexicana de Valle-Inclán Tirano Banderas) y los del resto
del mundo (Schnitzler, Nabokov, Calvino, Burroughs, Bernhard, Stevenson).
Iguanas y dinosaurios: América latina como utopía
del atraso es el ensayo magistral funcionando como bisagra
del asunto sobre los malos entendidos accidentales y buscados en
el acto de mirar y leer con un océano de por medio, y el realismo
mágico en todas partes de lo que se supone debe ser la imaginación
latinoamericana.
Efectos personales es el libro con el que simbólica o casualmente
su autor ha decido salir del Distrito Federal (la Janis Joplin de
las ciudades, según Villoro) para venirse a escribir una
novela que transcurre en México y seguir leyendo libros que transcurren
en cualquier lado, en todas partes.
La
escritura como desafío
Juan García Ponce es el
último ganador del Premio Juan Rulfo. Poco conocido fuera de México, Radarlibros
presenta su obra, única en el contexto de la literatura latinoamericana.
POR
BETINA KEIZMAN,
DESDE MEXICO
Quiero que me cojan
todo el día y toda la noche, es la frase inicial de Crónica
de la intervención. Es el erotismo, la perversión y también
la escritura que se enfrenta a formas instituidas y que en este comienzo
de siglo sigue rebelándose a los límites del erotismo de
superficie y de las historias bien contadas y mejor digeridas. Por
terribles que sean nuestros actos, estoy seguro de que tiene que haber
algo que nos lleve a comprenderlos y justificarlos, porque de otro modo
el mundo carecería de sentido. La cita pertenece a La noche,
pero podría pertenecer a casi todos los cuentos y novelas de Juan
García Ponce, a ese mundo de su literatura en que la mirada es
una buceadora tenaz, atraída y temerosa por las zonas
más recónditas, vitales y terribles del ser humano. Hacedor
de una literatura del mal y del voyeur, de la palabra y del pensamiento
inteligente, Juan García Ponce, un escritor poco conocido fuera
de México y con escaso pero selecto reconocimiento en su país,
acaba de recibir el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe
Juan Rulfo 2001.
El jurado del premio se ha referido a su excepcional fidelidad a
la escritura y a su entrega sin reticencias al destino creador
de nuestra cultura. Ambrosio Fornet, en una intervención
de ecos apocalípticos, menciona la obsesión de García
Ponce. Consideraciones más bien enigmáticas si desconocemos
que Ponce sufre de esclerosis múltiple desde hace más de
30 años, que vive atado a una silla de ruedas, que apenas puede
hablar y escribir y que es ya casi un lugar común hablar de la
entereza y brillantez intelectual en un cuerpo diezmado por la enfermedad.
Convertido en tótem y ejemplo de eso que suele denominarse una
persona castigada por un destino atroz o alguien cuya voluntad se sometió
a toda prueba, Juan García Ponce ha desarrollado una obra prolífica
que se destaca por su calidad, su constancia y por su indiferencia a los
cánones más o menos mercadotécnicos de las prácticas
literarias contemporáneas.
Es imposible, en este caso aún más que en otros, leer la
obra sin pensar en el escritor, no reconocer sus libros como verdaderos
descensos al infierno de las vidas infames y, por eso mismo, lúcidas
reflexiones sobre la función del arte y de la literatura. Aunque
se trata de una constante anterior al desarrollo de su enfermedad, la
mirada introspectiva nos remite de inmediato a su cuerpo degradado, pero
de mente e imaginación fértil. Así son sus personajes,
testigos quietos frente a sentimientos desatados o seres impotentes, paralizados
por indomables impulsos que reconocen en sí como se reconoce una
hecatombe climática o una pulsión inconfesada. Para decirlo
de inmediato: García Ponce parece haberse convertido en metáfora
de su propia creación. Cuando esto sucede, se trata sobre todo
de ejemplos terribles, de metáforas atroces como la columna partida
de Isadora Duncan o el fin de Fitzgerald y sus años dorados.
Pero, es el mejor momento de recordarlo, sus libros son ante todo una
celebración del erotismo, del sexo y del lenguaje (y el orden de
estos términos responde al juego permanente, intercambiable y lábil
que propone su escritura).
Su aislamiento de los últimos años contrasta con la intensa
actividad cultural que desarrolló a lo largo de su vida. Fue integrante
fundamental de la llamada Generación del Medio Siglo en que se
encontraron, entre otros, escritores tan destacados como la tampoco muy
reconocida Inés Arredondo, José de la Colina, Salvador Elizondo
y Sergio Pitol. Sin autoproclamarse grupo literario, la Generación
del Medio Siglo impulsó una trascendental renovación de
la cultura y de la literatura mexicana, desarrolló actividades
diversas, desbordantes de esa concepción vital y compleja de la
obra artística, de pulsión experimental y cosmopolita, que
ayudaron a imponer. Durante aproximadamente diez años fueron responsables
tácitos de la nueva época de la famosa Revista Mexicana
de Literatura en la que Juan García Ponce se especializó
en la crítica de artes plásticas.La revista publicó
lo más destacado de la literatura internacional de su época
y tradujo y difundió autores como Thomas Mann, Robert Musil y Hermann
Broch (son muchos los lazos entre esta generación y los jóvenes
autores mexicanos. Cierta germanofilia literaria en los primeros
e histórica y cultural en los segundos es uno de los aspectos
más asombrosos y relevantes).
La Revista Mexicana de Literatura dejó de publicarse no sólo
por problemas económicos sino porque la severidad de la selección
hizo imposible hallar obras que alcanzaran los rangos de calidad exigidos.
Esta actitud, tan criticada en su momento, es indicio de la inclaudicable
militancia de sus integrantes, y de García Ponce en particular,
en el mundo de las letras. Al igual que otros de su generación,
García Ponce se destacó por su oposición a las tendencias
nacionalistas y, aunque en apariencia evitó el campo de batalla
político, adhirió a las corrientes experimentales de vanguardia,
concibiendo la experimentación como una forma de socavar los cánones
ideológicos del poder y el erotismo como una puerta de entrada
a la libertad individual y colectiva. El grupo, con cierta razón,
fue acusado de mafia cultural y cuando cambiaron los responsables de cargos
estratégicos del escenario artístico de la época,
uno por uno se vieron desplazados de sus lugares de trabajo y, a partir
de entonces, declarará García Ponce en entrevistas posteriores,
todos fueron aplastados por las crisis personales. En su caso
en particular, era el comienzo de la enfermedad y de su progresivo retiro
en su casa de Coyoacán.
Cosmopolita y viajero, García Ponce nació en Yucatán,
que se dice es patria de poetas. De hecho, aunque en su obra predomina
la narrativa, su trabajo con el lenguaje y la creación de climas
y situaciones ambiguas le otorga un halo poético. Entre su prolífica
producción se destaca El gato, en que un enigmático felino
es testigo y singular partícipe de un triángulo amoroso.
Como en la mayor parte de sus libros Pasado presente, La casa en
la playa y Crónica de la intervención, para citar los más
destacados, la anécdota se ciñe al mínimo en
favor de la profundización de los deseos y angustias de los personajes.
En sus obras, una y otra vez, un personaje reconstruye la historia, aún
la suya propia, porque las motivaciones y los sentimientos (siempre oscuros,
reprimidos, anhelantes) envuelven de misterio los actos, y por lo tanto
en la mirada y la observación está la única posibilidad
de hallar una clave de comprensión y de conocimiento.
Leer a García Ponce una experiencia por demás recomendable
es asomarse a un lectura que supera restricciones de lugar y de tiempo,
una lectura en que el narrar historias (tan de moda, tan necesario) está
supeditado a la búsqueda del lenguaje, que es también una
búsqueda de la experiencia y de la vida interior.
Aunque en la actualidad su voz es casi inaudible, todavía circulan
grabaciones de su programa en Radio Universidad cuando narraba y hacía
suyas las obras de Thomas Mann y Robert Musil. Se trata de copias de registro
metálico en que la voz envolvente en nada disimula el entusiasmo
por la palabra, matriz de su propia literatura.
Ha pasado el tiempo, pero algunas cosas no cambian, y en una conferencia
de prensa reciente, mediante la voz de María Luisa, su asistente,
García Ponce, inaudible y obstinado, recordó una vez más
que no fue él el primero en romper dentro de su escritura las reglas
morales de su sociedad (baste recordar esa enterrada anécdota de
cuando el gobierno de Yucatán le negó una medalla acusándolo
de pornógrafo). El reto está en su obra desafiante porque
es mejor hablar de desafío que de obstinación, en
recordar que, más allá del tormento, el placer de la pasión
es ingrediente fundamental de los proyectos que valen la pena.
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