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RESEÑAS

La esfinge

LA DIVINA CECILIA
(Una interpretación del infierno)
Abel Gilbert
Norma
Buenos Aires, 2001
239 págs. $ 17

POR JORGE PINEDO

De la mano del pretexto de la subjetividad individual la res publica se despolitiza: ésta es la ideología finisecular que instala el estado de ánimo del star system del Poder en el lugar de la Causa. Bajo el ala de la psicología, las acciones que comprometen a los pueblos se recluyen en la culpa privada. Privada de culpa al disolverse en el malestar general.
Exactamente en la dirección simétrica y opuesta, Abel Gilbert desenvuelve los vericuetos de un personaje a fin de utilizarlo a la manera de cruce de caminos y paradigma de la miseria histórica, política, social y económica latinoamericana. Al narrar el paraíso de celuloide que jalona la existencia de Cecilia Bolocco de Menem, desanda los caminos que llevan al origen del infierno subdesarrollado en las últimas dos décadas. Recupera de este modo el sentido pleno de la idea de ficción: ni verdadero ni falso. En todo caso, más cerca del decir romano: si non e vero, e ben trovato.
Novela experimental, La divina Cecilia se aproxima a Operación Masacre en precisión histórica, desarrollo de climas y rigor documental. Relato social, toma de Madame Bovary aquella fina trama donde histeria y poder se cuecen en la experiencia vivida a la manera del folletín. Dotado de un lenguaje tributario de Flaubert y Walsh, La divina Cecilia sólo se define por la reductio ad absurdum pues escapa a la constipación de la “novela histórica”, al oportunismo de la biografía cholula y al ascetismo cómplice del ensayo periodístico “objetivo”. Prolegómeno de un género todavía inclasificable, el texto de Gilbert anuncia un campo imprevisto en la literatura, válido tanto para Transgentina como para Argénica y, aún, para la (próxima) Argentina misma.
Chile de Pinochet, Perú de Fujimori, guerras de Bush, guerrillas de Colombia, Menem –por supuesto–, resultan enhebrados por el derrotero de La Chechu convertida en medio de aproximación a la realidad latinoamericana, más que un fin en sí mismo. Escritura de fuertes contrastes, el humor de Gilbert toma respiro al instalar, al concluir algunos capítulos, la contundencia de testimonios verídicos de personajes variopintos cuya función es otorgar al relato el eco de la diversidad. Un continente que cambia “las misas por las misses, aunque sin abandonar por completo ese clima de recogimiento y culpa”; una mujer entreverada con “cirios y sirios, entre cetros, eminencias, patriarcas, galanes y fugitivos”; una “guía enbellecida (sic) del museo viviente del neoconservadurismo latinoamericano”, son algunas de las coordenadas donde La divina Cecilia rescata una política sin psicologismos románticos. Quien pretenda husmear en las alcobas, otear una tetita que se escapa bajo un bretel caprichoso o confirmar performances eróticas, se verá frustrado. Merecido está.


Justicia infinita

JUSTICIA PENAL Y SOBREPOBLACION PENITENCIARIA.
RESPUESTAS POSIBLES
Elías Carranza (Coordinador)
Siglo Veintiuno / Ilanud
México DF, 2001
338 págs.
, $ 28

POR JOAQUIN MIRKIN

Los atentados terroristas contra el Pentágono y las Torres Gemelas –sedes del poder militar y económico mundial– han puesto un punto final a la posguerra fría. Lejos ha quedado ya aquella vieja ilusión liberal de los años 90 que suponía un mundo mejor y más seguro a partir de la implosión de la Unión Soviética y la desaparición del comunismo. Para América latina –y para varios países del ex bloque socialista–, la experiencia neoliberal ha significado una abrumadora marginalidad, aumento vertiginoso de la pobreza, el desempleo y el delito, caos urbano, crecimiento de la deuda externa, y retroceso del Estado.
Al mismo tiempo –y al compás de esta ideología del “pensamiento único” expandida por todos los rincones del planeta–, se ha desarrollado fuertemente la tendencia a la “tolerancia cero” como forma de combatir el crimen y frenar la creciente ola de violencia generada por la exclusión. De este modo, se ha endurecido el control social y ha aumentado el número de encarcelamientos. La visión predominante es puramente represiva: a mayor repliegue del Estado social, aumento de la población penitenciaria. Al menos, esa parece ser la fórmula-respuesta que están siguiendo los hoy denominados Estados mínimos y penales, como los denomina Loïc Wacquant.
Se estima que 8 millones de personas están privadas de su libertad en todo el mundo, de las cuales 700 mil corresponden a América latina, aunque en este último caso el número ascendería considerablemente, incluyendo las personas que transitan por comisarías, cárceles y centros más o menos clandestinos de detención. Cerca de la mitad de los presos del mundo se encuentra en China, la Federación Rusa y Estados Unidos, que alberga al 25 por ciento de los presos del planeta.
En 1980, Estados Unidos tenía 494 mil personas en prisión; hoy tiene 1,8 millón. En 1975, la tasa de encarcelamiento de Holanda era de 17 cada 100 mil habitantes (así se comparan los índices de población carcelaria); hoy es de 85, lo que supone un aumento de más de cuatro veces. Las cifras se vuelven más significativas cuando son desagregadas por género y grupo étnico. En casi todos los países del mundo, el 90/95 por ciento de los presos son hombres; en Estados Unidos, el 50 por ciento de los presos son afroamericanos, lo que contrasta fuertemente con el 6 por ciento de su población total.
Entre los problemas más serios se encuentran la sobrepoblación penitenciaria, las deficiencias sanitarias y la falta de una atención médica adecuada, con graves consecuencias para la población recluida. Además existe un alto número de presos sin condena. En promedio, se calcula que cerca de un 60 por ciento de la población penitenciaria de América latina y el Caribe aún no ha sido condenada por medio de una sentencia firme. Ello implica un retraso excesivo de la Justicia penal, que mantiene privadas de libertad a personas que pudieran resultar inocentes. Resulta difícil imaginar la magnitud real del estado de hacinamiento. “Se necesitarían las destrezas poéticas del Dante y las habilidades artísticas de Bosch para poder describir adecuadamente el infierno que encontré en estas celdas”, confesó el reportero de las Naciones Unidas en su visita a las personas en prisión a la espera de juicio en Moscú, en 1994. Justicia penal y sobrepoblación penitenciaria. Respuestas posibles, una serie de trabajos de diversos especialistas coordinada por Elías Carranza, director del Instituto Latinoamericano de las Naciones Unidas para la Prevención del Delito y Tratamiento del Delincuente (Ilanud), intenta, a partir un profundo diagnóstico, aportar algunas soluciones a la problemática actual de la prisión.
Se trata de una muy buena compilación de ensayos con una impronta fuertemente empírica (gráficos, cuadros y bibliografía) que presenta la evolución de los sistemas carcelarios durante el último decenio, recoge información y experiencias de casos, al mismo tiempo que sugiere respuestas. La primera parte está dedicada a América latina y el Caribe (con trabajos de Elías Carranza, Morris Tidball-Binz, Luis Paulino Mora Mora y Raúl Zaffaroni), mientras que la segunda se centra en las experiencias de América del Norte, Europa y Asia (escriben Andrew Coyle, Nils Christie, Esther Jiménez Salinas I Colomer, Ramón Parés I Gallés, Cynthia Olson, Brian Tkachuk, Ruth Morris, Shinya Watanabe, Horoshi Iitsuka).
Desde un enfoque multidisciplinario, se analizan los casos de los sistemas penitenciarios de 26 países de América latina y el Caribe, de los cuales 25 se encuentran sobrepoblados, lo que constituye una violación explícita a los derechos humanos, tal como lo establece la Convención de las Naciones Unidas contra la tortura y otros tratos o penas crueles (cabe recordar que son los Estados, y sólo ellos, los violadores de los derechos humanos. En todo caso, lo que se plantea con la globalización de la Justicia es la posibilidad de que estos derechos estén por encima del derecho de los Estados nacionales, que han sido –y siguen siendo– los principales actores del sistema internacional de los últimos cuatro siglos, pero eso ya es otra cuestión).
Una serie de factores –además del aumento de la exclusión social– contribuyen al crecimiento de la población penitenciaria, de acuerdo con la hipótesis de Zaffaroni. En primer lugar, la reducción del poder de los Estados y la ignorancia de los operadores políticos, que se vuelven presos de las exigencias de las corporaciones, de las encuestas de opinión y de las propuestas disparatadas (como penas de 50 años o más, castración a los violadores, pena de muerte, etcétera). También influye la transnacionalización del poder punitivo que se ajusta a la unipolaridad reinante y que establece cómo debe operar el sistema judicial.
Además, el mejoramiento de la capacidad tecnológica de control y la manipulación de la comunicación social, junto con lo anterior, transforma a los sistemas carcelarios en verdaderos botes de basura donde desechar a las víctimas de la sociedad (aquellos que están desempleados, que no tienen casa, ni familia, y cuya presencia en nuestro medio sería inconveniente para el resto de nosotros). Para colmo, la imposición de la lógica del mercado en forma salvaje –la misma que margina a grandes capas de la población– produce una fuerte crisis en las políticas sociales, incluidas las orientadas al mejoramiento del sistema penitenciario. Así se produce lo que Zaffaroni describe como el quiebre del Estado de derecho a partir de la “irracionalidad de las agencias punitivas”. Es por ello que las respuestas posibles del libro (libertad bajo palabra, ausencia temporal, libertad bajo fianza, condenas intermitentes, libertad por multa, libertad condicional, mediación, procesos de consenso, entre otras) deben ser urgentemente atendidas y, por supuesto, analizadas caso por caso, país por país, según corresponda, así como también los ejemplos que no deben seguirse.
Por último, hay que decir que Justicia penal y sobrepoblación penitenciaria es un libro indispensable para quienes tienen responsabilidades en la materia, con el alto (y elogiable) valor agregado de abordar la temática de las cárceles, el delito y la seguridad, desde unenfoque verdaderamente político y social –tal como lo hizo Michel Foucault en Vigilar y castigar–, algo que las sociedades en su autorreflexión parecen no hacer por estas épocas.

COLECCIONES

Los libros de la “Biblioteca erótica” de Editorial Sudamericana se dejan leer como pequeños, cariñosos cuadernos de citas, pasajes y entrecruzamientos marcados amorosamente. Pero también como “citas” en su otra acepción, según la cual dos personas eligen y se prometen la hora y el lugar del encuentro.
Bárbara Belloc, editora a cargo de la colección y compiladora, lee y subraya, recorta y organiza sin aspiraciones exhaustivas, aunque aplicando un cuidadoso criterio en la selección temática de los textos. Trabajo sutil e imprevisible, más próximo a los secretos del arte de citar que a una antología en concreto. Arte que consiste en cierta intensidad de lectura, cierta licencia para barajar y dar de nuevo, alejándose del índice sistemático de geografías o tiempos históricos y atendiendo al murmullo de unos cuerpos que el deseo reúne al azar.
La colección no se atiene a ninguna distinción de géneros: fragmentos filosóficos, pasajes de novelas o cuentos, poemas, epigramas, breviarios didácticos, cartas, recetas, etc., comparten toda clase de prescripciones en pos de una sabiduría carnal que intuimos inalcanzable.
A veces la pasión del coleccionista limita, como señala Walter Benjamin, con el caos de los recuerdos, y la labor fastidiosa de juntar textos alrededor de un eje que los unifique se ve convertida en una composición musical, más cercana al silencio que a un manual de consultas. Lectores hedonistas hicieron de la literatura un espacio esplendoroso de citas, como Borges primero y Arturo Carrera después, quien escribió en Teoría del cielo –texto precursor en este sentido–: “¿Qué son nuestras lecturas sino manchas, ocelos, puntos brillantemente iluminados –cada vez–, en medio de un profuso libro interior?”.
Bárbara Belloc (Buenos Aires, 1968), además de editora y periodista cultural, es poeta. Y es el poeta, al margen de cualquier teoría sobre el erotismo, quien trama una red inagotable de metáforas y símbolos, siguiendo un camino mucho más delicado y generoso que el saqueo de bibliotecas con fines enciclopedistas.
Autores conocidos alternan con desconocidos: Auden, Kavafis, Genet, Ana Cristina César, Francisco Calvo Serraller, Mutamid y Clemente de Alejandría; textos ilustres junto a inscripciones anónimas, la cultura oriental con la occidental, se superponen en un contrapunto vivaz, armónico, que excede cualquier rigor. De hecho, existe una contracara en el desorden de una biblioteca, y es la recurrencia de un catálogo que se ve reflejado en la variación apenas perceptible de sus fuentes. Un mismo autor aporta distintos textos a ese diálogo amatorio que no se termina: El beso (escenas y secretos del arte de besar), El perfecto sexo (sabidurías, recetas y artes amatorias), El amor platónico (historias de deseos, anhelos e imposibles) y El desnudo (la piel de Eros) son los cuatro melodiosos títulos que pueden leerse hasta ahora, cuya excelente edición incorpora, al final de cada volumen, un pliego con fotografías y pinturas que ilustran cada uno de los temas.

WALTER CASSARA

 

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