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EL EXTRANJERO

ATONEMENT
Ian McEwan
Jonathan Cape
Londres, 2001
372 págs. 16.99 libras

Una de las tantas maneras de definir al inglés Ian McEwan (Aldershot, 1948) sería la de consagrarlo como el mejor escritor de primeros capítulos de toda su generación. Menos estilista que Martin Amis o ingenioso que Julian Barnes –con quienes ha acabado por configurar un triángulo cuyos lados y estilos se complementan–, McEwan arranca, siempre, convenciéndonos de que nos encontramos ante un libro perfecto e inolvidable. Esto, por suerte, se sostiene hasta los perfectos finales de Niños en el tiempo (1987) o Los perros negros (1992) y se viene abajo con gracia pero sin genio apenas superadas las primeras páginas de Amor perdurable (1998) y Amsterdam (1999). Ver las fechas y, sí, McEwan venía pasando una mala racha. Su prosa entre cínica y apasionada seguía estando ahí. Pero algo fallaba a la hora de cerrar bien lo que se había abierto con tanta maestría.
Malas noticias: Atonement no comienza con un capítulo magistral. De hecho se toma todo el tiempo de 187 páginas (durante las primeras 70 el lector tiene la perturbadora impresión de que allí no ocurre ni va a ocurrir nada) para narrar lo que sucede durante un “fatal” día de 1935 en el que la familia Tallis se reúne en su casa de campo.
Buenas noticias: Atonement es, de lejos y sin dificultad alguna, lo mejor que ha escrito McEwan en toda su carrera a la vez que –de paso y sin llamar mucho la atención– ofrece, al fin, una tangible Gran Novela Inglesa ante el espejismo recurrente de la Gran Novela Americana. Aquí -por aquí– desfilan las sombras tutelares de Jane Austen, Henry James, Virginia Woolf, Ford Madox Ford, Thomas Hardy, Aldous Huxley, D. H. Lawrence, E. M. Forster y L. P. Hartley. Todos juntos y sin encimarse y dando forma a una trama que produciendo una constante sensación de déjà vu británico con escena espiada a través de cortinas de ancaje, héroe de clase trabajadora, chica que renuncia a su posición, nena que quiere ser escritora cuando sea grande, guerra que llega para cambiarlo todo y el derrumbe en cámara lenta de un Imperio como telón de fondo. Material que se aleja a toda velocidad del pastiche o la parodia metaficcional de un John Fowles para ser reinventado como si nunca lo hubiéramos leído por un McEwan en estado de gracia a medida que escribe y reescribe –en algún momento comprendemos que Atonement es uno de esos libros adentro del libro en constante estado de elaboración y memoria y culpa de esa nena que creció para convertirse en célebre y anciana escritora en busca de la redención, de la “expiación” del título– una historia pequeña y colosal al mismo tiempo. Una novela que bajo el engañoso disfraz de la tradición y lo anticuado hace entrar a la literatura inglesa en el futurista siglo XXI por la puerta grande. Una magistral novela inglesa de Ian McEwan a la que pocas veces costó menos aplicarle la etiqueta de obra perfecta. Una historia que a cualquiera de esos maestros a los que este alumno formidable honra aquí, seguro, les hubiera encantado escribir para que nosotros la leyéramos tantos años después y en cualquier otra parte.

Rodrigo Fresán

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