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Tres cartas

Por María Moreno

Cosita
Carta didáctica dirigida a una mujer y a todas las mujeres, a pesar de que se dice que ellas no aprenden nunca.

Querida mía:
Por lo que sé de ti últimamente quisieras ser la feliz poseedora de una conciencia. No lo consentiré ni por asomo. ¿No te contentas con haber llegado, con tu enorme y variada energía animal, a tener un alma? ¿Un alma que ha perturbado profundamente el ánimo de los filósofos? ¿No te bastó la hoguera de las brujas ni la hornacina de las santas, ni la matriz natural con que reproducen seres con las ínfulas de una copiona de Dios?
Ahora ambicionas el trono y el altar, interrumpir la economía universal y la cincha de las grandes potencias con tu realismo propio del doctorado doméstico, con tu infantil sentido de la equidad que consiste en preservar del progreso y su necesaria ley de transformación los reinos que te son más familiares: el animal y el vegetal (No digo el mineral porque a ti no te gustan las cosas que, como las piedras, no tienen sangre ni corazón, pero que en cambio tienen historia, una ciencia que según tu versión te ha jugado una mala pasada).
Bien, no voy a consentirte un solo paso más. ¡Atrás! O te encerraré en un zoológico modelo que funciona clandestinamente en Centroamérica, un zoológico donde la jaula de las feministas está al lado de la de los zorrinos.
Voy a recordarte qué es lo que quiero.
Quiero tu mirada perdida por un placer que sea el resultado meritorio de mis trabajos forzados. Quiero tus ojos grandes y derramados como los de un animal de presa (un bambi o una gacela, nunca un zorro). Quiero tus lágrimas cuando, partido como estoy entre el amor y el deseo, salgo en busca de otros cuerpos, para marcarlos uno por uno con una simiente que, no está de más decirlo, has aprendido a esterilizar con unos métodos antinaturales e incómodos.
Quiero tu atención magnetizada por el Falo.
Quiero tu fe en mí, cubriéndome como una Caperucita. Sí, como una Caperucita. ¿Acaso no te conmovían los hombres que accedían a tener un rasgo femenino?
Quiero tu boca bien pintada, para que yo pueda saber si has besado o no a algún otro. Quiero que selles con ella mi cuerpo, que esas marcas sean mis medallas de honor en la guerra de los sexos.
Quiero tus pechos lo suficientemente grandes como para apenas desbordar mis manos, pero no tanto como para evocarme su índole nutricia, que he olvidado.
Quiero que te muevas a mi compás como otro Yo Mismo y que tu desobediencia sea sólo para arrancarme un placer con el que no contaba.

Quiero tus dientes lo suficientemente duros para no hacerme cosquillas pero no tan filosos como para castrarme o dejarme una cicatriz duradera.
Quiero que te vistas siempre así, como una prostituta, pero no cuando vas al médico, y que no te asomen negras puntillas o cintos de raso por los bordes de tu ropa de calle. Que esas tramas abiertas que escriben sobre tu piel blanquísima sean el argumento del amor, resistentes y elásticos para mi barbarie en tono menor (dudo que mi dentadura pueda arrancarlos como mi antepasado, el lobo).
Quiero ver tu sexo sólo en el momento de poder taparlo con el mío, nada es tan desagradable como la animalidad de una mujer. Y nada hay de más animal que un sexo de mujer, un animal que engulle sin crecer ni morir. No quiero ver tu sangre, me bastó la de tu himen que necesité como prueba de que tu padre no me había engañado. Detesto los ciclos cuando no son los de las mareas o cuando no duran nueve meses.
Quiero tu instinto ágil y aleccionador para orientarme allí donde el conocimiento no llega. Pero si exageras, te llamaré bruja y te quemaré.
Quiero que me aceptes en tu cuerpo cuantas veces yo quiera, pero no tantas. Porque entonces te haré responsable de matar mi deseo en rutina o te acusaré de desear más allá de mí y te llamaré ninfómana.
Quiero que seas como una madre, no como la que tuve ni como la que deseé, sino como la que podría tolerar aunque no tan semejante como para que tu contacto me repugne.
Quiero tu mente en blanco, no tus maquinaciones de loca.
Te quiero muerta o dormida o, mejor, una mujer robot si no tuviera que escuchar en tu pecho dos corazones.
Quiero tu sangre para mi apellido (te dije que no me gusta verla), tu sexo como un guante, tu goce como una orden al mérito.
También te quiero como si fueras un hombre, que me recuerdes a los hombres sin que yo tenga necesidad de ellos. Quiero tu vida interior para saber quién vive ahí y tu pasado para saber a quién hay que matar.
Quiero un contrato que lleve solamente tu firma.
Quiero tu laboriosidad, no tus creaciones. Quiero tus manos para que me toquen o me curen y tus pies para que vengas a mí, constantemente, constantemente.
Quiero todo y a cambio de eso tú me quieres a mí, ¿no es cierto?
Entonces prométeme que vas a olvidarte de tener conciencia.
¿Acaso no te encanta que te llame “Cosita”?
Un beso de él.
Demasiado tensa para ser hada
Querida Demasiado Tensa:
Quisiera no incurrir en una falta de delicadeza, pero ese hombre no es un ideólogo comprometido con los conflictos sociales y, si lo es, ¿qué tendrá que ver eso con su erotismo de repertorio? Francamente, usted confunde a un Apolo del placer con un perrito que cava ansiosamente una zanja en busca de un hueso. Si es absurdo hacerlo para tener cría, no es menos absurdo hacerlo para obtener una simple descarga neurológica. Usted no es el perro de Pavlov. ¿O sí? Un orgasmo no hace un Perú. Aunque por su edad deduzco que padece las secuelas de la revolución sexual. Todos hemos estado en Vietnam, a nuestro modo, querida, pero eso no la autoriza a arrojarse sobre el lecho como un comando palestino sobre un aeropuerto. La imaginación, el crescendo, las molduras, el tienta y niega, son los aparejos del placer, no la anestésica vuelta de la noria. Ya sé que es una estupidez suponer que los hombres recuerdan más a las mujeres con las que no que a las con que sí, pero no se puede vivir con el sí en el borde de las ligas. Recapacite y abandone esa gimnasia animal populista, que su cuarto ya debe oler a salón de entrenamiento de Luna Park. Dignidad, querida Demasiado Tensa. Dignidad. Mande a su ideólogo a hacer la mano muerta por Florida. Si es fetichista, regálele como objeto transaccional una botita de charol. Y usted, cómprese un perro de mediano formato, raza indiferente, austriaca.

La náusea
Querida Asqueada:
Ojo por ojo, diente por diente, cutícula por cutícula. No le deje pasar una. Pero devuelva con altoparlante, con la magnificencia y exageración de los obispos vaticanos. ¿Que él deja El Gráfico sobre el sofá? Usted, a sacarse la tierrita de entre los dedos de los pies. ¿Que él dijo “se acabó la yerba”? Grítele desde el baño, sentada en el inodoro “¡Cómo! ¿No haypapel?” ¿Que él moja el pan en el plato mientras lee el diario? Aféitese las piernas sobre la mesa y deje la taza con la cera perlada de pelitos junto a la jarra de vino. ¿Que el diario que él lee se llama Diario de Poesía? Sugiérale que es impotente. ¿Que él le dijo que la vida de ambos es mediocre? Conteste mientras hojea ansiosamente un ejemplar de Playgirl: “¡Oh, oh, oh... ya lo creo que sí!” Coma ajo y cocine brócoli. Deje de usar desodorantes y repita doscientas veces por día: “¡Me cacho en Die!”.
¿Que su problema es que él se muestra repugnante y que yo pretendo ahora que la repugnante sea usted? Bueno, le voy a dar un truco que ni Mata Hari. Cómprese el libro de Irene Gruss El mundo incompleto, copie el poema titulado “Rara, como encendida”, fírmelo usted y envíelo para su publicación a Diario de Poesía. El morirá de celos; Irene Gruss le hará un juicio. Alégrense ambas. Las mujeres que salen a la esfera pública son las más deseadas.


Onda Góngora

POR DANIEL LINK
“A tontas y a locas” se llamaba la columna que María Moreno (esa afortunada invención de la conciencia colectiva argentina) publicaba a comienzos de la década del ochenta (¡hace veinte años!) en el diario Tiempo Argentino. En algunos casos (no en todos) los textos de esa columna adoptaron la forma de cartas como las que aquí publicamos en carácter de anticipo. Cartas enviadas a tontas y a locas, destinadas a esas “tontas” y a esas “locas” (“a cuál peor”) convocadas por el título de la columna (y, ahora, del libro) de María Moreno, con un estilo que era un poco así: nunca a ciegas, pero siempre excesivo, apresurado, enredado, asistemático, precipitado. Si la historia del pensamiento es, como quiere Peter Sloterdijk, la historia de una correspondencia, las cartas que María Moreno escribió hace veinte años en Tiempo argentino, Sur, Alfonsina (la revista que ella misma fundó) y, más recientemente, Latido, constituyen un capítulo fundamental de la historia del cómo se piensa (y conservemos la ambigüedad del “se”, que bien puede aquí ser un pronombre impersonal o un pronombre reflejo, volcado sobre el mismo sujeto del pensamiento).
“Cada vez que me invitan a escribir sobre textos de mujeres, ese pedido, que sabe a fórmula mágica, resuena como una letanía porque mi método de análisis –llamésmole así– no es el fruto de largas elucubraciones emanadas de la lectura de gruesos volúmenes polvorientos, con el paraguas y la protección de una teoría madre, sino un manojo de invenciones críticas, observaciones fragmentarias y algunos deslices de la Internacional Inconsciente”, escribió María Moreno como prólogo a Confesiones de escritoras. Los reportajes de The Paris Review (El Ateneo, 1997). Hay que decir que, allí, ella no mintió, porque sus manojos de “invenciones críticas” no necesitan de teoría alguna o pueden tratarla con el mismo desdén que las trataba Roland Barthes (autor que, de paso, después de A tontas y a locas, sólo podrá entenderse como un antecedente o precursor de María Moreno). La autora es una disidente, también de la teoría, por fortuna para nosotros, que podemos leerla sin paraguas y sin protección (¡nada de safe reading!). En el mismo “Prólogo” establece la relación con la teoría que mejor le sienta: “Actualmente se habla de un goce (algo que suele colocarse del lado de las mujeres) cuya fuerza semiótica en la escritura es capaz de poner en vilo al orden simbólico (Kristeva) de la feminidad como la sede privilegiada para desmontar el pensamiento falócrata occidental (Derrida) de un devenir mujer como una economía del deseo tendiente a cuestionar cierto tipo de finalidad de la producción en las relaciones sociales dominadas por una subjetividad masculina (Guattari)”. Parodia pura: si ella ha leído a esos autores, lo ha hecho como quien hojea una revista de actualidad, para olvidar inmediatamente los últimos dictados de la moda y volver a su estilo, a sus obsesiones, a su despiadada manera de ponernos frente a la verdad de que el estilo no se compra.
¿Y cómo es el estilo de la Moreno? Ella misma lo dice en “Locuelas”, el prólogo de A tontas y a locas: “Mi lenguaje pretendía ser como un foulard empapado en purpurina barroca con un fleco de jerga psicoanalítica, otro de materialismo dialéctico pop y otro de feminismo fashion, más algunas motas de argot farandulesco y tartamudeo histérico”. Un estilo artificioso, gongorino (digámoslo: travesti), pero a la vez filoso como un cuchillo de hielo. Pongan a hablar a María Moreno con Jürgen Habermas sobre la filosofía de la experiencia (porque hay que leer A tontas y a locas como una filosofía de la experiencia). Después de dos bostezos, lo aniquila. “Qué poca calle, che”, le diría sin remordimientos.

DECLARACIONES A LA PRENSA
A tontas y a locas es un libro delicioso pero poco representativo de toda la obra de María Moreno: apenas su costado (el más brillante) de polemista, o panfletista, o poeta. Se sabe que es también una excelente recopiladora de testimonios y que la entrevista es un género que la fascina. Imposible entrevistarla, pues, sin la conciencia de que estaremos fracasando en el intento. Mejor dejarla hablar, que ella cuente su historia:
“Si tuviera que buscar una anécdota iniciática, me acuerdo de una tarde en el Jardín Botánico con mi mamá. De pronto descubrimos a Ramón Gómez de la Serna, medio abandonado en un banco. Nos pusimos a charlar con él (yo tenía menos de seis años) y hubo una suerte de escena de seducción con mi madre. Cuando tenía catorce años, no leía nada. Sólo miraba televisión mientras comía papas fritas. Pintaba un poco. En los 60 era –pero ése era un rasgo de la época– profundamente antiintelectual, beatnik –tengo una novela reprimida escrita a los 23 años, Simpatía por el diablo, que es puro Kerouac– y hacía action painting. En definitiva, tenía una fe ciega en la fuerza y la experiencia dura como fundamento del arte.”
“Yo no podía estudiar. No me acuerdo bien en qué momento me relacioné con la academia, pero tiene que ver con la desgrabación de las clases teóricas de la Facultad. La democracia valoró mi perfil como si yo fuera algo así como el emblema del destape. Llegué a cuadruplicar mis ingresos.”
“El nombre falso me habilitó para hacer cosas. Como Cristina Forero (mi ‘nombre de verdad’), empecé firmando notas de vida cotidiana en La Opinión. ‘María Moreno’ apareció recién con una nota que me parecía muy baja, una especie de investigación sobre las fruterías nocturnas de Buenos Aires. Después escribí como varón machista (Juan González Carvallo) y como vieja (Rosita Falcón, que era una maestra normal). Mis notas firmadas por Rosita eran muy populares: había viejitas que me escribían al diario, otras me mandaban pañoletas. También trabajé en Status y en Vogue, donde era cronista frívola. En Siete Días, durante toda la dictadura, había sido la experta en nobleza europea. Hacía un periodismo de farándula todavía más barroco que el de Tiempo Argentino recogido en este libro.”
“La influencia de Viñas se nota en ciertos giros, a partir de cierto momento (pienso sobre todo en Alfonsina) y mi necesidad de articular lo femenino con lo nacional. En las notas de Tiempo Argentino creo que se nota mucho la influencia del Barthes de Fragmentos de un discurso amoroso y de Mitologías. Por supuesto, los cronistas urbanos (Gómez de la Serna, de Souza Reilly, que había leído en antologías) también fueron muy importantes para construir mi estilo. Y luego Enrique González Tuñón y el tango canción (es decir el modernismo de Darío filtrado por el tango)”.
“Tengo recuerdos vagos de quienes leían estos textos cuando salían en el diario. En efecto, recibía muchos comentarios de gente de la literatura. A Alcalde le gustaba mucho mi columna. Creo que Saccomanno también la seguía. Eso porque seguramente en ese momento yo trabajaba con una idea (que hoy ya no sostengo) de una cierta autonomía de la literatura (lo que se nota, pienso, en el tonito de los textos, una especie de sobreagudo que servía para contradecir la voz grave de la política) y porque también existía la creencia de que la escritura era libertad. Y la paradoja, heredada de la dictadura, de que el estilo se veía como algo no peligroso.”
“En los suplementos de Tiempo Argentino que edité, traté de dar lugar a todos los movimientos y debates emergentes. Pero Burzaco era un protestante y todo se hacía bajo censura. De ahí el barroquismo y el trabajo de infiltración que caracterizaba mi columna.”
“Creo que mi marca, de todos modos, viene más del under porteño que del feminismo académico o político: Gumier Maier haciendo un strip-tease con un texto de Mansilla, las obras de Emeterio Cerro, las Gambas al Ajillo, el Ateneo de Lesbianas Latinoamericanas de Batato Barea y, por supuesto, Perlongher.”

EL ETERNO FEMENINO
¿Es María Moreno una mujer que escribe? ¿Es María Moreno una mujer? ¿Escribe para mujeres? “A mí no me gusta pensar a propósito”, recuerda haber dicho en A tontas y a locas. Tal vez ése sea el núcleo fundamental de este libro suyo: la mujer es la loca del hombre, su reverso, aquello que el hombre no se atreve a pensar y a escribir. Y como María Moreno es una escritora mayúscula (digámoslo, repitámoslo, ahora que los libros de crítica no dejan de hacer sonar su nombre, se trate de hablar de poesía, novela o ensayo: es la mejor escritora argentina viva), leerla es aproximarnos a ese abismo delicioso: ¿en qué piensa esa mujer? ¿Cómo piensa esa mujer?
¿Es María Moreno una feminista? “Aquí nunca hubo un feminismo político. Con la democracia llegó un feminismo juridicista y asistencial, por influencia de la psicología, a diferencia de otros lugares. En todo caso”, dice ahora refiriéndose a la época de Tiempo Argentino; “en esa época yo hacía un feminismo de la diferencia, basado en la idea de que la mujer no es una disidencia por sí misma. De ahí las reivindicaciones: de la gordura, del divorcio (por supuesto), pero también el elogio de la dependencia amorosa, y la reivindicación de la mujer ociosa”.
¿Y ahora? ¿Se reconoce la autora en esas páginas brillantes que gracias a Marta Merkin –directora de la colección Mujer de la editorial Sudamericana– vuelven como cartas perdidas, como fragmentos de pensamiento en busca de un lector inteligente? “No me reconozco en nada”, dice la Moreno. “Ni en mi pasado ni en mi presente ni en mi sexo.”

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