DE
COMO EL GUITARRISTA DE RAFAGA ELIGIO UN CAMINO
“Hay
guitarristas virtuosos que tienen la posibilidad de no venderse como me
vendí yo y por eso están en el anonimato”
Raúl
Rosales es Richard, el llamativo instrumentista de uno de los grupos más
populares de la cumbia argentina. Antes, durante y después, Raúl es rockero
de corazón y en él puede ejemplificarse el camino que muchos otros músicos
siguieron. Aquí, su historia, que no es la historia del día, pero se le
parece bastante.
CRISTIAN
VITALE
En
el colectivo que lleva a Ráfaga por todo el país, hay una
imagen que persiste: es Richard, sentado al fondo, solo, y escuchando
a Steve Vai o Joe Satriani en su discman. A varios de sus compañeros,
el rock así entendido les molesta un poco. Por eso él debe
esperar que se duerman para compartir esa música la que no
escuchan todos con el chofer del micro y el sonidista de la banda.
No le queda otra. En cada show, sin embargo, hay reservado un lugar para
que el hombre pueda puntear y ejecutar la gran Mollo (ver foto). Raúl
Ariel Rosales, el guitarrista del que sea posiblemente el grupo de cumbia
más popular del momento, vive entre el rock y la cumbia. En una
encrucijada permanente, según confiesa. Es muy duro, varias
veces llegué a mi casa llorando por tocar cumbia. La bailanta es
un ambiente para mujeres que buscan tipos facheros y lo mío va
por otro lado, soy un veterano (tiene 26 años) y mi cara no da
para eso. Hay un marketing que te impone que tenés que ser lindo,
fachero, pelo largo. ¿Ves algo de eso en mí? En los primeros
recitales me cohibía, me ponía el pelo en la cara porque
no podía mirar a la gente. Sólo quería tocar y de
hecho me mataba tocando, pero sentía que ellos no me daban pelota.
¿Qué voy a hacer?: la necesidad tiene cara de hereje,
admite.
Richard nació y vivió toda su vida en el barrio de Diego,
Villa Fiorito. Siempre fue un bicho raro en el vecindario: mientras todos
escuchaban Malagata, él se mataba con Deep Purple, Led Zeppelin
y Pink Floyd. Dice que la primera guitarra la empuñó a los
10 años. Una Faim negra, de mi hermano, toda desafinada
y que, luego de aprender de las Toco y Canto, su sueño del pibe
fue tener una banda de rock and roll como el grupo de Gillan, Lord y Blackmore.
La primera vez que escuché a Blackmore dije ¡la puta!
Esto es increíble, ¿cómo hace este tipo para tocar
con velocidad y armonía a la vez? Así me convertí
en un setentista absoluto, no pensaba en otra cosa que en tener una superbanda
de rock. Jamás había pensado en tocar cumbia. Ni siquiera
escuchaba cumbia. Yo estudiaba en un industrial de Avellaneda y todos
mis compañeros eran rockers de barrio, me sentía muy bien
en ese ambiente.
Y, sin embargo, empezó tocando cumbia. Un buen día, un proveedor
del almacén que sus padres todavía tienen en Fiorito, escuchó
su guitarra detrás de la pared y le insistió para que tocara
en un grupo del género. Le dije que sí, porque siempre
había tocado solo, en mi casa, y quería saber cómo
era tocar en una banda. Me pasó lo mismo que a esos jugadores que
sueñan todo el tiempo con jugar en Primera, pero se tiran de cabeza
si los vienen a buscar de Sacachispas con la camiseta y un par de botines.
No le fue bien en aquella primera experiencia. Se puso firme. Esta
vez voy a formar mi banda de rock, no quiero saber más nada con
esto, dijo en un momento. Terminó la secundaria, se metió
en la Universidad a estudiar ingeniería electrónica y cumplió
su sueño. Armó una banda under junto a su compañero
Mauro hoy también parte de Ráfaga, es el tecladista
para hacer covers de Purple. El grupo se llamaba Alternativa, tocábamos
Haragán, Maltratado y otras, así
recorrimos muchos pubs en el sur. Pero nunca pude traer mi banda a la
Capital. Sabía que sonaba bien, pero ni siquiera tenía plata
para el flete. Tocábamos en pubs de la zona sur y nos pagaban con
pizza para la gente que nos seguía. Además, teníamos
que llevar los equipos en el 404 de mi viejo. Por eso, cuando en la Rock
and Pop dicen que toco bien, pero que soy un careta, yo pienso ¿por
qué no me apoyaron antes?. Gracias a la cumbia, pasé de
la vieja Faim a tener tres Fender americanas. Nunca me hubiese pasado
si seguía con el rock, por lo menos en este país.
Alternativa
duró todo 1995, teloneó a un Rata Blanca en decadencia y
se separó. Nuevamente, Richard fue tentado por la cumbia. Pero
esta vez iba en serio. En un principio, prefería andar sin
un mango en el bolsillo y defendiendo mis gustos, antes que hacerles el
caldo gordo a los demás. Se sabe que el músico es el último
orejón del tarro. Pero al final meconvencieron: yo estaba sin laburo,
el título no me servía para nada y mis viejos me tenían
que pagar el boleto para ir hasta la facultad. Por eso encaré Ráfaga.
Hay guitarristas virtuosos que tienen la posibilidad de no venderse como
me vendí yo y por eso están en el anonimato. Lo mismo les
pasa a esos poetas increíbles que tienen que vivir al día,
mientras nosotros, con letritas de amor y un poco de ritmo tenemos mucho
éxito. Soy consciente de eso y me da bastante bronca. Pero yo no
puedo arreglar el mundo. Ráfaga permitió que Richard
conozca lugares que jamás hubiese podido de otra manera. No está
lleno de plata como muchos piensan (eso es un mito, dice),
pero estuvo en todo Latinoamérica y llegó a España.
Hasta conmovió a turistas ingleses en las Islas Canarias, cuando
peló el trillado solo de Humo sobre el agua, mientras
los gringos se aburrían con la salsa, como llaman ellos a la cumbia.
Pero está molesto porque la cumbia le endureció los dedos.
Nunca más pude tocar Haragán, reclama.
Sin embargo, no abandona su viejo sueño. Está convencido
de que, algún día, tendrá su grupo de rock. Una banda
que imagina sin tatuajes, ni circo con humildad y buena música,
pero tiene miedo de que el ambiente lo discrimine por haber tocado cumbia.
De hecho, ya lo han hecho varias veces. Debo ser el único
caso de discriminación en ambas partes. Cuando tocaba rock, me
costaba conseguir lugares para tocar porque tenían miedo que se
llene de descontrolados y ahora me discriminan por ser el guitarrista
de Ráfaga.
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