Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
NO

todo x 1,99

Clara de noche
Convivir con virusBoleteríaCerrado
Abierto

Fmérides Truchas 

 Bonjour x Liniers

Ediciones anteriores

 

KIOSCO12

Jueves 3 de Mayo de 2001

tapa
tapa del No

“Los Chicos del Pueblo”, en marcha desde La La Quiaca

Ahí vienen los pibes

Esta es la singular experiencia de un movimiento que reúne más de 300 agrupaciones que trabajan por los niños que no tienen quién los cuide y proteja. El 7 de mayo, como una forma de mostrarse tal cual son, una bien nutrida representación arrancará desde el Norte y llegará a Buenos Aires dos semanas después. Detrás del gesto público se esconde una historia que merece ser contada.

POR CRISTIAN VITALE

De La Quiaca a Buenos Aires. Una larga marcha que el “Movimiento Nacional de los Chicos del Pueblo” concretará del 7 al 22 de mayo. Desde el emblemático pueblo de la provincia de Jujuy partirán unos 300 hijos de la zona de entre 7 y 15 años en una movida cuyo mayor objetivo es simbolizar la necesidad y el abandono en el que muchos niños están sumidos en la Argentina. “Marchamos porque ser niño ya no es un barco de papel, ni una aventura de pan y chocolate. Porque ser niño pobre tiene su destino: prostitución, droga, cárcel o ser asesinado en cualquier esquina de la pobreza... Marchamos porque, en este país, mueren 100 niños por día...”, reza la convocatoria a la que adhieren, entre otros, Adolfo Pérez Esquivel, Víctor De Gennaro, Daniel Goldman, Luis Farinello, Daniel Viglietti, Osvaldo Bayer, Teresa Parodi y Joan Manuel Serrat. Munidos de sus armas de lucha –títeres, globos, juguetes–, los Chicos del Pueblo pasarán bailando, cantando y aprendiendo por Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Frías, Córdoba, Río Cuarto, Rosario, Villa Constitución, Tigre y llegarán a Buenos Aires el martes 22 de mayo.
“¿Acaso sólo los adultos son protagonistas de la historia?: No, los niños también están en una etapa plena de la vida. ¿Acaso las maestras de las escuelas y sus niños no construyen todos los días una nueva utopía, con su guardapolvo blanco, su conocimiento, su ternura? La cuestión es visibilizarnos, vernos, ganar la calle, el matecito de la tarde y no encerrarnos en un hipermercado. La cosa es volver a ganar un país para todos”, introduce Alberto Morlachetti, algo así como el papá de esta singular apuesta que nació en 1987.
Morlachetti se había introducido en el oscuro mundo de la infancia sin techo, cuando, allá por 1974, fundó el hogar “Pelota de Trapo” en un rincón perdido de Avellaneda. Y su ilusión, durante ese camino de 13 años que media entre Pelota de Trapo y el Movimiento de los Chicos del Pueblo, había sido unificar todas las experiencias afines en un solo corazón. Ese momento fantaseado tardó pero llegó: “Nos reunimos una noche de mucho frío, todos arropados en una capilla de Florencio Varela. Eramos poquitos, dos o tres curitas y yo, tomando unos mates, y proyectando un futuro mejor para muchos de esos pibes descalzos y desprotegidos. Así creamos el movimiento. No te exagero, en las primeras marchas eran más los que cruzaban el semáforo que nosotros. A veces éramos ocho. Por suerte, después fuimos miles”. Con el tiempo, como explica Alberto, se fueron sumando obras, jardines maternales y hogares de todo el país, con sus respectivos educadores, hasta llegar a ser 300 las organizaciones que hoy integran el Movimiento, entre ellas “Che Pibe” de Villa Fiorito; “Siquem” de Río Cuarto; “El Encuentro” de Bariloche, la obra de Carlos Cajade, de La Plata y Fedem, de Mendoza. En total, se asiste a más o menos 9000 chicos en todo el país. “No tenemos el número exacto de pibes, porque hemos tratado de ser algo inorgánico. No queremos que nos institucionalicen, porque es una manera de morir”, afirma. El objetivo de esta marcha multicolor es estrechar lazos en una sociedad en vías de fractura definitiva. “El fin de la marcha es meter en el imaginario de la gente de qué infancia es destino. Esta es una sociedad que no protege a los niños, sino que se protege de ellos. Es increíble que, en un país que es el quinto exportador de cereales del mundo, se mueran 100 chicos por día por causas relacionadas con la pobreza. Esto es un genocidio”, afirma Morlachetti.

Daniel tiene 28 años y es resultado de la obra. Llegó al hogar en 1988, cuando tenía 15 y hoy vive en pareja con una de las chicas que se hizo como él. Tiene rulitos, pinta de pibe bueno y es uno de los que más acompaña a su papá en todas las tareas cotidianas. “Soy un integrante más de este hermoso mundo, que me enseñó a entender el porqué de los derechoshumanos”, reconoce. Y alude sobre la sana costumbre de marchar llevando la buena nueva a cada rincón del país: “Marchamos estando en las marchas, o quedándonos a trabajar acá. Siempre decimos que los compañeros marchan haciendo el pan. Sabemos que el país que soñamos se construye a fuerza de marchas y a fuerza de lo que hacemos todos los días”. La llegada a cada una de las 11 ciudades que planean visitar la imaginan como una celebración, liderada por un trencito de la alegría custodiado por murgas, títeres, zancudos, un ómnibus escuela –habrá maestras dictando clase en cada pueblo– y un ómnibus hospital, que representa el derecho a la salud de todos los niños. “A nadie le importa un pito si se mueren más o menos chicos, si los hospitales tienen más o menos remedios, si hay más o menos jardines”, es la queja general.
Además de trabajo y educación, el Movimiento tiene rock and roll. Barones del sur, la banda hardcore del “Juan Salvador Gaviota” –otro de los hogares–, es eso. Fueron grupo soporte de Los Caballeros de la Quema, en La Rockería de Banfield. Y tocaron “una hora” para Joan Manuel Serrat. “Chau... dije, este tipo va a pensar que estamos todos re-locos, pero al final le gustó”, ríe Alberto. Más serio, apuesta al rock como otra de las armas necesarias de los jóvenes: “¿Cómo puede ser que los ídolos del mundo sean los Bill Gates y los Soros?, excrecencias humanas que crecen sobre el hambre de los otros. No se puede pensar un mundo que produce para ganar y no para vivir. Por eso me parece bien que la juventud los tape con su música y con sus rituales, que aleje sus virus así. Es lo más sano contra el horror, ¿qué proponen los Soros y los Gates?: Guerra y hambre”.

Revolución productiva

Los chicos y chicas de “Pelota de Trapo” y “Juan Salvador Gaviota” no reciben limosnas. Viven de lo que producen. La organización cuenta con una panadería y una imprenta en Avellaneda, y dos granjas en Florencio Varela. Es lo más parecido a una cooperativa. En la imprenta trabajan 12 personas, de 8 a 18 horas. Imprimen la revista Tercer Sector, los panfletos de la CTA y toda la folletería de Avon. Cuentan con un equipamiento apropiado para considerarse una imprenta respetable, hay una máquina Heideburg cuatro colores, que imprime 8000 pliegos por hora. Y también tienen reveladora, insoladora y cromalinera. Dos veces por semana, los operarios se convierten en profesores y dictan clases de Artes Gráficas para 75 alumnos “de la barriada” en una sala de estudios ubicada arriba del taller. En la granja Azul –ubicada en Colonia La Capilla, a 15 kilómetros de la Estación de Florencio Varela–, trabajan unos 30 chicos. El lugar abarca 10 hectáreas y posee 20 invernaderos. Se siembran hortalizas, zapallitos, tomates, espinaca y frutillas. Todo lo que es cultivo intensivo. También producen dulces artesanales. Cuentan con envasadora, caldera y un tractor. “La temática es crecer y soñar juntos un país distinto y construirlo. Crecer trabajando, porque el trabajo provee identidad y humanidad. Queremos ser laburantes del campo”, apunta Diego Chichizola, especie de alma mater de la obra. En la granja también hay cabañas, que se pueden alquilar como lugar de encuentros, fiestas y convenciones, con capacidad para dormir 50 personas. También funciona una escuela primaria que brinda asistencia a los vecinos.
Panipan, la panadería, es otro de las unidades productivas de los chicos del pueblo. Y es un símbolo, porque está justo enfrente del Wal Mart de Avellaneda. “Cuando vinieron estos tipos hace 5 años –recuerda Diego–, intentamos ver si lográbamos un local, algo, pero la idea de ellos era exterminar al resto de los negocios chicos que había alrededor. Salieron con el kilo de pan re-barato para hacernos desaparecer, provocando una auténtica competencia desleal. Nos quedaba irnos, o quedarnos y resistir. Preferimos la última opción y así comenzamos con los servicios de lunch.” La panadería funciona hace 10 años. Hacen pan, factura, galletitas y glicines. Los mayores son los que entran más temprano, y a las 5 de la tarde llegan los chicos en edad de escuela primaria, para hacer sus primera experiencias. Dice Diego: “La cosa es demostrar que los pibes que sólo servían para meter bala pueden generar cosas muy dignas”.