Seguramente
mucho más lento de lo necesario, pero en el camino voy aprendiendo.
Aun cuando de tanto en tanto creo que ya no queda demasiado por descubrir,
aun cuando pienso que ya sé, que esto ya lo vi, ya lo viví,
ya lo sufrí, aun entonces algo más se muestra y soy de
nuevo alumna, como no quiero dejar de serlo nunca. Si no fuera por este
delantal tan manchado por el tiempo y los golpes que siempre me doy
en los recreos, diría que estoy empezando cada vez mi primer
día. Pero por suerte están esas manchas para decirme que
no, que no, que no hay modo, que este día es éste porque
detrás hubo una sucesión de lecciones que aprendí
o no, pero que fueron dadas. Y todos esos días que me preceden,
todos esos días y esas experiencias que me fueron construyendo,
tal como soy, con estos pocos dientes y estas muchas marcas, lo que
me falta y lo que me sobra, eso es mi vida y ésa soy yo. Y no
hay nada definitivo en esto, hay una certeza sí, unas cuantas
tal vez, muchas menos que las incertidumbres, pero son esas dudas, esos
espacios que se abren, esa cosquilla de no saber todo lo que vendrá
lo que sigue definiendo la arquitectura de mis emociones. Lo que sigue
tallando las cinco letras de mi nombre. Más de una vez sentí
que llegaba al final, más de una vez pensé que se me iba
la vida detrás de un amor, de un dolor, de una traición.
Y sin embargo seguí adelante; es más, los días
siguieron por delante de mí y tuve que apurar el paso para ponerme
a tono con el sol y sus ciclos. Más de una vez me sentí
encerrada, asfixiada, arañando las puertas que creí haber
cerrado definitivamente. Y con alivio supe que todas las llaves de las
puertas que he cerrado están en mis manos. Y otras que me cerraron
en la cara también enseñan una rendija por la que volver
a mirar. Parece una certeza estúpida afirmar que la vida continúa
y que en ese ritmo todo puede cambiar, incluso aquello que el tiempo
parecía haber ocultado bajo tormentas de arena. Parece estúpida,
pero para mí es toda una revelación. Algo se mueve más
allá de mí y aun cuando caminamos en círculo, un
mínimo paso al costado, un abrir y cerrar de ojos, habilitan
el cambio y los cruces son posibles y el círculo dibuja una espiral
por la que es necesario subir o bajar, pero mirar otros horizontes.
La vida sigue, no he muerto de pequeñas muertes, sigo aprendiendo
a caminar aun sobre las cicatrices que quedaron después de haber
pisado las brasas. Todo se mueve y yo también. Nada me da más
alivio que las pequeñas sorpresas cotidianas, que saber que tengo
un nombre, que no cambia, pero que aun así sus bordes se imprimen
cada día como tallas en la corteza de un árbol, con esa
impronta flexible de lo que cambia, pero que aun así, permanece.
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