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Jueves 14 de Junio de 2001

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La verdadera historia de la hermandad de los nómadas, de viaje por los países andinos

EL CLUB DE LA CARRETERA

No es necesario completar una ficha de afiliación ni pagar cuota de nada. Sólo es un estado mental, las ganas de ir donde el viento te amontone y quedarte, o mover enseguida, o desandar un camino andado por otros tantos, parte de una invisible legión con un código tácito de confraternidad. Todo es posible si vos querés...

TEXTOS Y FOTOS NACHO ORDOÑEZ
ASOCIACIÓN CULTURAL PLANETA FREAK

Hace tiempo me di cuenta de que los Países Andinos no son más que un estado mental, un estado de dejarse llevar, de compartir con la Pachamama, de acercarse a la cosmovisión, de caminar entre las comunidades en el tiempo, de entender lo cruel que puede llegar a ser la historia.
Hay que vivir aquí para intentar entenderlo. Ecuador, Perú y Bolivia son un laberinto lleno de respuestas en el entorno. Donde el ayer y el hoy conviven, pero todavía no se comprenden. Donde todas las imágenes son posibles. Sobre todo las surrealistas. Un niño vendiendo patas de cerdo en las calurosas calles de Guayaquil. Una señora indígena vendiendo fetos de llamas en un mercado de La Paz. Una anciana aymara saliendo de un templo evangelista en Santa Cruz de la Sierra. Cada mirada es un universo de significados y cada día un infinito de experiencias.
Tierra de contrastes y extremos, un hueco espacio–temporal que combina restos de culturas ancestrales con la cruz, el mestizaje, la idiosincrasia o la hoja de coca. Una tierra muy generosa para los viajeros quienes desde antaño hasta hoy la eligieron como vía hacia el aprendizaje, la diversidad y la convivencia. Todas estas cualidades tan especiales junto con un habla común, aunque ni mucho menos exclusiva, son lo que ha hecho que este estado mental atraiga continuamente a los nómadas del tercer milenio. En la ruta de este paraíso existe una gran hermandad de viajeros que hacen de su vida un auténtico viaje hacia la eternidad. Esta es la historia de los que decidieron, muy audazmente, vivir en todos los rincones del camino andino. Siempre hacia adelante. ¡Camine parcero!

Los Nómadas del Tercer Milenio y su Hermandad
En los Países Andinos hay tantas rutas como destinos, viajeros o culturas. Aquí siempre hay movimiento pero, ¿quién se mueve? ¿Quiénes son los nómadas del tercer milenio?
Normalmente, el viajero constante empieza a moverse como viajero temporal, hasta que un día decide no hacer caso de la llamada del “tengo que volver”. Es ahí cuando surge su caminar y si persiste un tiempo, se transforma en nómada. En ese momento aparece la primera enseñanza. Desprenderse de las cosas, de la gente conocida y del lugar que te vio nacer.
Cuando encaramos la ruta por los Países Andinos a bordo de Copacabana (la combi amarilla ecuatoriana en la cual viajamos por Sudamérica) nunca pensamos que íbamos a encontrar una hermandad de nómadas tan diversa en el camino. Latinos, europeos, australianos, norteamericanos, africanos y asiáticos. Una gran mezcla de rostros y personalidades con un objetivo en común: el viaje. Escapar de la presión de tener que vivir para toda la vida en un lugar. Porque, como dicen, piedra que rueda no junta musgo, pero sí aprendizaje.
Fue en esos tiempos en Montañita cuando el peruano Chakira nos dijo una clave que nunca olvidaremos: “Las manos y la mente son las armas del nómada”. La ruta no es fácil y constantemente aparecen barreras. Javier y otros viajeros colombianos siempre dicen: “Ponte pilas”. “Si piensas, pierdes.” Recuerdo que en el Festival de Cultura de Sucre, Bolivia, nos juntamos un gran número de viajeros. La mayoría vendía artesanías en la plaza y la mayoría sobrevivió durante esos días. Sin embargo, un amigo limeño hizo bastante dinero para seguir viaje porque ofreció conchas de mar en un país sin océano. En un lugar no se puede vivir de una cosa y en otro sí. Hay que saber de todo un poco para poder resolver cualquier situación.
Una vez que tenés armas, explorás cada rincón. Cuando llegás a un lugar desconocido y caminás con un paño de artesanías, unos malabares, unos muñecos de títeres, o unas melodías musicales, instantáneamente te colocás detrás y no delante. Esto significa que vas a los lugares a expresar y aofrecer tu trabajo, a poner tu granito de cultura y de diversión en la gente. Una de las veces que entramos a la selva ecuatoriana convivimos con una comunidad Quichua quienes se quedaron asombrados con el didgeridoo, un instrumento aborigen de Australia. Cortamos cañas, las ahuecamos e hicimos instrumentos para todos los niños. Aprendieron en horas. Lo curioso es que durante las siguientes noches, cada uno tocaba desde su choza ante la inmensidad amazónica. Este hecho hizo que entráramos en contacto con los nativos como amigos y no como turistas, y favoreció en el desvelamiento de secretos. En estas ocasiones es cuando uno se da cuenta de que las armas son admitidas como trueque de alimentos, bebidas o lo que uno ingenie.
Los nómadas no tiene prisa por llegar a ningún sitio, disfrutan y profundizan en cada lugar que se les antoja, así consiguen entender la problemática de cada pueblo, las costumbres de sus gentes, explorar los rincones históricos más insólitos o deslumbrar con la flora y la fauna de la naturaleza.
Libertad total de movimiento. Eso es lo que hace separarse y juntarse cada ciertas temporadas. La comunicación se realiza a través de Internet o de la propia ruta. Siempre hay algún hermano que viene bajando, se cruzó con la gente y trae noticias de los amigos. Como decía Mercedes la española: “La ruta es el Internet del maluco (loco)”. Casi siempre hay comunicación. Es difícil perder el rastro, por lo menos mientras se continúa en la ruta.
En muchas ocasiones, cuando varios viajeros se juntan, surgen fuerzas y energías para llevar a cabo proyectos muy interesantes, como el formado por Carlos, Mariú, Karina y otros titiriteros y malabaristas bautizado “Fundación Arte en todas partes”, cuyos integrantes de la Argentina, Brasil, Colombia y otros lugares viajaron por los países andinos.
Eso es la hermandad. Una familia llena de nombres, artistas, locos y pensadores que recorren de norte a sur y de este a oeste en busca de su leyenda personal. La hermandad está formada por malabaristas como Pancho el Guatemalteco o Mr. Miguelo de España, artesanos como Lorena “La turca” de Argentina o Mel de Inglaterra, revendedores, titiriteros como Carlos de Perú, músicos, talladores como Héctor de Perú, ceramistas, joyeros como Hernán de Catamarca, peluqueros como el Chino, cocineros, reflexólogos como Giorgia de Uruguay y una lista interminable de artistas que pellizcan un poco de cada arte. Gente sencilla, tranquila, espontánea y comunitaria. Detrás de cada espectáculo callejero o detrás de cada paño artesanal, hay un consejero de la familia. Sólo es cuestión de comunicarse. Esta hermandad tiene dimensiones descomunales, cada vez hay más miembros, más humanos que se han dado cuenta de que en los tiempos de hoy es más saludable disfrutar la vida como un viaje.

Las enseñanzas y los viajeros de la ruta andina
La ruta es sabia y además de enseñar, acompaña al nómada en el aprendizaje. Los países andinos son muy agradecidos para el viajero e ideales para aquellos que recién se están adaptando a la ruta. Allí es fácil cambiar de región rápidamente y existen muchas formas de moverse. Algunos viajeros, como Rocío de Medellín, prefieren viajar a dedo o a través de la red de camioneros. Otros como Jorge “El Pucheta” de Monte Grande, eligen el colectivo. Y algunos, como Patricia de Ecuador, lo hacen en furgoneta. También existen autobuses con proyectos de circo o como la caravana del calendario Maya que en estos momentos está en Chile y en la Argentina preparando su viaje por los países andinos. Todos las formas tienen sus ventajas y sus inconvenientes. Pablo de Bogotá una vez tuvo que esperar un día entero entre Uyuni y Potosí porque el bondi en el que viajaba pinchó tres ruedas y sólo tenían una de repuesto. O Patricia y sus amigos, que se cayeron al pantano con la furgoneta, en la frontera de Brasil con Bolivia, tuvieron que realizar setecientos kilómetros con elmotor dentro de la combi y fueron ayudados por la FELC (la DEA boliviana). O los largos días que se han pasado los argentinos Rómulo y Nico esperando al borde de una carretera a que alguien los llevara.
Pero caminemos por partes, vayamos al origen, a la primera enseñanza. El nómada viaja por muchas razones, pero la principal es conocer. Descubrir el ayer y el hoy de cada región. Todo viajero tiene un recorrido obligatorio por los lugares que habitaron las antiguas civilizaciones, como una forma de descifrar el presente a través de la historia, mirarse a uno mismo en lugares como Machu Picchu y el valle sagrado, el lago Titicaca y Tiahuanako, Chan-Chan, la ciudad de barro más grande del mundo, pueblos perdidos en la selva, completan muchos enigmas y resuelven muchas cuestiones existenciales, además de hacerte más fuerte.
El viajero es curioso y no hay nada como las experiencias enteógenas como los Hongos, el cactus de Sampedro o la liana Ayahuasca para aprender más de uno mismo. Las plantas también son maestras. Lo ideal para estas experiencias es llevarlas a cabo en lugares naturales como lo hicieron con una poción de Sampedro, Bastián el francés, Pancho el guatemalteco y otros viajeros en el Machu Picchu. Subieron desde Aguas Calientes a la ciudad sagrada. No pregunte cómo, pero consiguieron entrar en las ruinas antes de la salida del sol. Cuando se hizo de día, ellos estaban sintiendo algo indescriptible desde el reloj solar “Intihuatana”. Un asiento reservado para el espíritu.
El nómada, al haber superado la barrera de la rutina, muchas veces se muestra inquieto si permanece en lugares en los que no se siente a gusto. Así, una vez detrás de otra en busca de pueblecitos tranquilos, medio perdidos y alejados de las masas como Montañita, Vilcabamba o Misahuallí en Ecuador; Mancora, Aguas Calientes o Ollantaytambo en Perú; Buenavista, Coroico, Copacabana o Samaipata en Bolivia. Auténticos huecos que te pueden atrapar por largas temporadas. Nómadas que reposan para recuperar energías y curtir los lugares a fondo y sin prisa. La famosa etapa sedentaria que a veces puede ser muy peligrosa.
Muchos viajeros se quedaron tan cómodos y encantados en un rincón que nunca más inician el vuelo. Eso le pasó al peruano Héctor en Aguas Calientes (Perú), a la boliviana Charo en Yotala (Bolivia) o a la argentina La Chiflada en Montañita. Esa es otra de las enseñanzas. La ruta suele terminar en el paraíso. Y no lo decimos por el católico sino porque el nómada conoce tantos lugares que si decide instalarse, lo hace en el lugar donde se ha sentido mejor.
Todo es válido para aprender. Lugares históricos, sitios para relajarse o las propias ciudades. Las urbes andinas también tienen sus encantos, aunque la mayoría son centros de un surrealismo caótico. Gigantes hormigueros humanos que guardan bastante movimiento cultural y que siempre tienen un barrio especial. Como Guápulo en Quito o Barranco en Lima. Ideales para asimilar la mezcla entre lo indígena, lo colonial y lo occidental, además de aprender en la diversidad como camino hacia el entendimiento y tolerancia racial. Una vez, estábamos haciendo malabares en un semáforo de Barranco y aparecieron unos señores para ofrecernos ir a dar un espectáculo en ese momento a su discoteca. Aceptamos encantados y cuando estábamos cambiándonos para actuar apareció una señora oriental con dos guardaespaldas. Sentía curiosidad por nosotros, charlamos con ella y cuando se fue, al ver que en ningún momento la tratamos como a su alteza, nos dijo: “Soy la hija del presidente Fujimori”. Esa noche cenamos como auténticos reyes.
Aunque muchos afirman que los países andinos son prácticamente una región, lo cierto es que entre ellos se abren las fronteras. Oslu, colombiano, una vez llegó a última hora de la tarde a Kasani, frontera Perú-Bolivia y como no le podían sellar tuvo que pasar la noche allí, a 4 mil metros de altura. Se le acercó un militar y le dijo que se tenía queresguardar del frío porque sino se iba a congelar. Metió la mano en el bolsillo y le dio dinero para que pasase la noche en un hostal.
Es aconsejable visitar los mercados indígenas y observar detenidamente qué es lo que tiene este lugar que no tiene el otro. La ruta siempre enseña al nómada a aprovechar su viaje. Es bueno comprar artesanías en los países andinos si se viaja al sur del continente o se cruza el charco. Es una forma de intercambio cultural, al mismo tiempo que fuente de financiación para seguir viaje. La tagua (marfil vegetal) o el jade de Ecuador, la cerámica de Cochabamba, Bolivia, o el Mercado de Santo Domingo en Lima, donde se pueden adquirir todo tipo de artesanías al por mayor. Y en general, todas las artesanías de la zona andina y amazónica, así como piedras semipreciosas. Marcelo “el Cordobés”, lleva más de veinte años viajando por el mundo y su subsistencia se basa en llevar productos que son atractivos a diferentes países.
Y es que la ruta es la ruta. Tanto en los países andinos, como en Sudamérica o en el propio planeta y quien sabe si en toda la galaxia, los nómadas guerreros que conforman la hermandad siempre están en movimiento. La hermandad es infinita. En todos los rincones del planeta hay un hermano que abre su puerta o calienta el puchero. En la ruta nunca falta el calor humano. Así que, ya sabés. Cuando suena el despertador, no es necesario levantarse. Cuando salís de vacaciones, no es necesario regresar. Aunque parezca una utopía, se puede vivir sin depender de un despertador y sin aguantar a un jefe. Y todos podemos. ¿Qué te gusta hacer? ¿Dónde querés vivir?