Hace
un año que está detenido en el penal de Batán.
No es la primera vez, desde los quince que recorre institutos de menores
primero, diversos penales y comisarías más tarde. Su prontuario
es casi su historia de vida, consumo de drogas, algún menudeo
suficiente para seguir tomando, robos de estéreos, arrebatos,
entradas y salidas. No dice que tres de sus hermanos murieron a causa
del sida cuando otros están empezando a pensar en tener hijos
o en terminar una carrera o en que ya es hora de enamorarse o mejor
de comprometerse. Walter seguramente se enamoró más de
una vez, pensó en dejar la falopa, en rescatarse. Pensó
también en cuidarse un poco más. De hecho, poco antes
de perder la última vez estuvo en casa de su hermana y decidió
hacerse el análisis, sabía que tenía vih, pero
nunca se había tratado y, bueno, tenía el impulso de hacerlo,
de enterarse cuál era su situación. Fue al hospital Carrillo,
en el oeste del Gran Buenos Aires. Lo acompañó su hermana
para que no se arrepintiera. Los resultados fueron mejor de lo que esperaban,
la carga viral era indetectable y los Cd4 las células que
indican el nivel de las defensas estaban en un buen nivel. No
hubo necesidad de medicarlo, claro que los controles se los hizo muy
lejos de casa. Él vivía en Mar del Plata y no era muy
cómodo volver a Ituzaingó para ver al médico. El
problema es que el Hospital Interzonal de su ciudad hace tiempo que
no cuenta con reactivos para los análisis de carga viral y Cd4.
Lo mismo pasa habitualmente en el resto de la provincia de Buenos Aires,
y en la Patagonia, y en Jujuy y en la mayor parte de los hospitales
del país. Así entró, una vez más, al penal
de Batán. Sin saber si todo seguía en orden o qué.
Si no hay reactivos en general, mucho menos hay para los presos. En
Batán se supone que hay un infectólogo, pero los familiares
de los presos lo desmienten, dicen que es un médico clínico
con buena o mala voluntad según el día. Se calcula que
casi un tercio de la población carcelaria vive con vih, pero
ni un tercio del tercio recibe medicación adecuada. Hace unos
días la mamá de Walter recibió un llamado desde
Batán: su hijo estaba internado en la enfermería. Seguramente
otras imágenes acudieron con ese llamado, el cuerpo de su hija,
la hermana de Walter, en una bolsa negra entregado en la femenina de
Mar del Plata, después de haber escuchado cien veces que la chica
no necesitaba tratamiento fuera del penal. Por suerte Walter no está
solo. Después de ese primer llamado se sucedieron otros, una
cadena telefónica que recorrió fundaciones y amigos y
que desembocó en el funcionario correcto y en el traslado de
Walter a un hospital fuera del penal. Casi un final feliz, si no fuera
porque la historia de Walter es apenas una muestra gratis de lo que
sucede todos los días, apenas un susurro que se escuchó
a través de los muros que encierra miles de voces silenciadas.
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