No era la fiebre,
era el miedo. Me da pudor reconocerlo, pero así es más
fácil, tal vez la próxima vez no me eche a temblar como
una hoja a punto de caer de su rama, tal vez consiga que no me corran
las lágrimas como si asistiera a mi propia despedida. Por ahora
la cama se me aparece como un pantano de arenas movedizas en el que
puedo caer y no levantarme. Tendida ahí, sobre la sopa de mi
propia transpiración, todos los imaginarios de la enfermedad
me parecían posibles. ¿Hasta dónde subiría
la temperatura? ¿Qué me pasa? ¿Puedo morirme ahora?
Sí, ya sabía las respuestas lógicas, sabía
que a la larga noche siempre la desgarra el amanecer, pero hasta que
no escuché su voz diciéndome al oído yo me quedo
con tu miedo vos dormite no me había dado cuenta que no era la
fiebre sino el pánico lo que me tiraba hacia abajo como si tuviera
un hilito en el ombligo. Pero estuvo su voz, y su mano en mi frente,
y un resto de cordura para entregarme al sueño.
lTambién me queda,
para rescatarme, la vergüenza. El recuerdo de algunos amigos a
los que vi sonreír cuando su cuerpo era una mala copia de lo
que había sido, cuando los huesos pinchaban como agujas en el
abrazo. Me acuerdo de Claudia diciéndome con una caída
de ojos que todo estaba bien cuando nada lo estaba, mostrándome
las fotos de las últimas vacaciones que disfrutó a pesar
de los dolores que le causaba el hígado y las escaras en la piel
y la certeza de que ya no le quedaba tiempo. Esas fotos en mi memoria
me obligan a tener una actitud digna, muy lejos de ésta que me
echa de espaldas sobre las sábanas pensando que nunca me voy
a poder levantar. Esas imágenes son el piso sobre el que tengo
que aprender a caminar.
l¿Será que
todo este escándalo es porque sé que mañana va
a estar todo bien? ¿Será que necesito decir en voz alta
que tengo miedo, que me asusta el dolor, el deterioro del cuerpo, que
no soporto depender de nadie que me alcance el vaso de agua, que mi
omnipotencia no me permite decir por favor acompañame? Será
que ésta soy yo, que me hago la valiente cuando me late el miedo
en el pecho, y que así, poniéndolo en palabras, aprendo
a conjurarlo.
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