POWDER,
LA NOVELA ROCKER QUE CUENTA LA VERDADERA HISTORIA DE LAS BANDAS
INGLESAS DISPARADAS AL ESTRELLATO
Si
viste Casi famosos, te habrás acercado a la trastienda del rock
and roll. Ahora podes llegar mas cerca: desde Inglaterra y escrita
por un crítico musical, acaba de aparecer en la Argentina la historia
de una banda ficticia, Los Grams, que bien podría ser cualquiera
de las que ya están en la cúpula ¿Oasis? ¿The Verve? ¿Travis? ¿Coldplay?
Todas y ninguna , protagonistas de esta ficción realista que el
No te presenta en tres fragmentos.
El contrato
pag. 57
Los chicos bebían Saint Michael y pedían algo de comer
cuando Guy cruzó la calle en dirección al Don Pepe.
Se había planteado celebrar la reunión en Purvert;
sin embargo, a pesar de su interés en que cuajara la relación
entre Jeff y la banda, no habría sido muy sensato para tratar
una cuestión como aquélla en la oficina del más
locuaz de los agentes. El Don Pepe, vacío antes de la afluencia
masiva de las seis de la tarde, era tan buen sitio como cualquier
otro para sus propósitos.
Beano y Tony lo saludaron con amplias sonrisas y apretones de manos,
todavía encantados con su nuevo aliado de la alta sociedad
y muy dispuestos a complacer.
Bueno, Guy, man dijo Beano a bocajarro, ¿conocés
algún remedio para las hemorroides?
Todos se echaron a reír. El problema de Al con las hemorroides
era ya famoso. No perdía ocasión de hablar del tema,
e invitaba a las chicas con quienes se acostaba a acariciarle su
clítoris.
No pases tanto tiempo sentado contestó Guy sin
inmutarse, arrancando nuevas carcajadas.
Eh, Guy, ¿dónde está Ticky? preguntó
James con una mirada llena de ternura. Había empezado a pronunciarlos
Gui, como Ticky y Hannah, que se habían pasado
un par de veces por el estudio de grabación y los había
acompañado a Farm Place a fumarse unos porros.
Hannah era lo más. Los Grams la adoraban. Wheezer no le quitaba
ojo. Le recordaba a Tara. Pero Hannah nunca se fijaría en
él. Era una chica con clase.
James tenía motivos para estarle agradecido a Hannah. Ella
misma consumía con moderación, pero le había
presentado a mucha gente que podía proporcionarle lo que
quería. Y lo que quería era cocaína. En Liverpool,
durante mucho tiempo, James había tenido que conformarse
con un poco de marihuana, una raya aquí, un gramo para el
fin de semana allá. Pero las cosas habían cambiado.
Ahora estaba en Londres. Era James Love, el guitarrista, y ése
era un dios que requería carburante. Ese era un dios que
requería coca. Mucha coca.
Mientras Héctor era embromado por sus compañeros,
Guy pidió otra ronda. Wheezer los hizo callar a fuerza de
codazos y muecas. Guy le dirigió un gesto de agradecimiento
y tomó la palabra.
Vamos, chicos. En la vida pasarán un rato más
aburrido que éste en un bar, pero les aseguro que será
también uno de los más importantes. En muchos sentidos,
esto es el todo, aquello por lo que han luchado durante tres años
y medio: el contrato de grabación guardó silencio
por un instante para mayor efecto. Nadie despegó los labios.
Pero ahora mi intención es convencerlos de que el contrato
de grabación no es ni mucho menos por lo que han luchado.
En sí, no es nada. Es un punto de partida. Sin embargo, sé
por experiencia que es un fundamental, importantísimo, que
la banda conozca hasta el último detalle del acuerdo. Quiero
que comprendan el verdadero carácter de nuestra relación
comercial en profundidad.
Guy advirtió que Wheezer empezaba a irritarse. Si era la
clase de manager que pretendía dejar al grupo al margen de
los pormenores, las opciones, los contratos, Guy dudaba que la relación
soportara grandes tensiones. Daba igual. Lo que tuviera que pasar,
pasaría.
Querés, ¿qué? saltó James,
y se echó a reír, mirando alrededor en busca de apoyo.
Todos hicieron caso omiso. Guy sacó unos papeles de su cartera.
Esta pila de folios es su contrato de grabación, si
bien...
Traelos y te los firmaremos y volveremos al estudio. No puedo
perder el tiempo con una estupidez.
¡Cerrá la boca de una puta vez, Héctor!
¡Un poco de respeto! dijo Keva entre dientes.
¡Y dejá de hablar así! añadió
Wheezer. ¡Cuidá el vocabulario! ¡Al
carajo! replicó James. Guy, hermano, no lo tomes
a mal, pero yo toco la guitarra en una banda de rock. Paso de todo
lo demás de la relación comercial. ¡El dinero
me importa un carajo! Me fío de vos. Me caés bien.
¡Hagamos música!
El resto del grupo se dispuso a arremeter contra él, pero
Guy levantó una mano para pedirles calma.
No hay problema, James. Pero quedate y escuchá, ¿no
me harías ese favor? Procuraré aligerar, pero esto
requiere su tiempo. De buena gana se los ahorraría, pero
es demasiado importante para ocuparme yo solo. Los artistas deben
saber adónde se meten, qué compromisos asumen. Créanme:
lo es todo.
James hizo un gesto de indiferencia y tomó un trago de cerveza.
Guy empezó de nuevo.
Inevitablemente me dejaré en el tintero aspectos esenciales,
así que interrúmpanme si no entendiesen algo.
Todos asintieron.
Sin dudan, ustedes conocen ya los puntos básicos de
los contratos de grabación
entre las grandes compañías discográficas y
los artistas. La compañía adelanta el dinero para
cubrir los sueldos y los costos del estudio presupuestados. Paga
la comercialización del disco: anuncios, posters, videoclips,
agentes de prensa, etcétera. Con las ventas, recupera esos
costos y una proporción acordada de los gastos de promoción.
Si hay superávit, la compañía discográfica
paga al artista una parte... un porcentaje, unos derechos... generalmente
alrededor del 14 por ciento. Para justificar el pago de un porcentaje
tan bajo al artista, suele aducirse que el costo de su lanzamiento,
el costo que representa introducir una nueva banda, es tan elevado
que el margen de la compañía debe reflejar el riesgo.
Se alega asimismo que las distribuidoras, las editoras, las distintas
sociedades de derechos, todos quieren participar en los beneficios,
pero en muchos más casos la compañía discográfica
es filial de la distribuidora, y en muchos casos también
lo es la editora, de modo que contemplan la posibilidad de unas
ganancias nada despreciables si colocan uno de sus productos. Si
recuperan la inversión con el primer disco, tienen todos
los números para hacer un negocio redondo. ¿Me siguen
hasta el momento?
El New
Musical Express
pag. 143
Con Patt todos se sintieron a sus anchas inmediatamente. Era un
tipo legal. Durante los diez minutos iniciales, mientras subían
por Mount Pleasant y atajaban por una travesía hasta el Pilgrim,
dejó claro que era un admirador, que consideraba a los Grams
una ocasión única en su vida, sabía lo que
se proponían y quería verlos alcanzar su objetivo.
Incluso se ofreció a ir a la barra para la primera ronda.
Cuando Keva insistió en su derecho como nativo para pagar
la bebida, Hannah le tiró de la camisa desde atrás.
Esto va a ser pan comido dijo. Quiere hacerse
amigo de ustedes. Para él, esto es, o sea, mucho más
que un simple trabajo. Es un honor. O sea, viene a ser como si hiciera
la primera gran entrevista a los mismísimos Beatles. Está
en Liverpool y, o sea, se siente como si fuera 1963, ¿ok?,
y estuviera a punto de sentarse a tomar una copa con John Lennon
en persona. Así que no lo defraudes. Tampoco le des demasiada
confianza. No digo que te pongas jodido con él, eh, pero
no vayas de incauto. Espera encontrarse con una estrella. ¿Me
explico, Keva? ¿Sí o no?
Keva asintió con la cabeza. Hannah los dispuso en torno a
una mesa del patio de modo que Pat se sentara junto a ella y enfrente
del cantante. Los otros deberían inclinarse y levantar la
voz si querían intervenir. Pat, bandeja en mano, subió
con cuidado los escalones y expresó su satisfacción
por haber recordado correctamente lo que le había pedido
cada uno. Hurgó en su bolsa y sacó una diminuta grabadora.
¿Alguien tiene inconveniente en que grabe la conversación?
preguntó, mirando a Hannah.
Ella le dio autorización con una sonrisa y empezaron.
Las horas fueron pasando, y a media tarde continuaban en el bar,
sin el menor deseo de marcharse. Wheezer llevaba ahí casi
una hora, insinuando con delicadeza que quizás les apetecería
asistir a su propia fiesta, pero nadie se movía. Estaban
aturdidos, perezosos y contentos pero, sobre todo, extenuados de
tanto reír. Después de una hora de interrogatorio
intensivo acerca de conceptos tales como el destino, la eternidad,
la cosmología y el alma, Pat tomó un largo trago de
cerveza y preguntó:
¿Cuál es la situación más disparatada
en que se han encontrado hasta la fecha?
Tony ofreció un irónico relato del show de diciembre
en el Gathering Hall de la isla de Skye, parte de una gira de cuatro
conciertos por las tierras altas y las islas de Escocia que había
patrocinado Potters Whisky. Allí se dio la circunstancia
de cuatro chicas que acompañaron al grupo de regreso a la
pensión para proseguir con sus procacidades.
Probablemente teníamos la esperanza de que nos prodigaran
ciertos favores, pero no podía darse por seguro ni mucho
menos. Pensábamos sólo que eran de lo más cachondas
y queríamos seguir bebiendo. Bueno, como decía, volvimos
a la pensión y nos encontramos con que Margaret la Negra
nos esperaba levantada. Margaret la Negra vestía siempre
de negro, como una de esas presbiterianas del Nuevo Mundo, y era
una psicópata de remate, la jodida. Era dueña de la
pensión, la oficina de correos, la cafetería del puerto
y, como pronto averiguaríamos, nada escapaba a su influencia.
Lanzó una mirada a las chicas y soltó: ¡Son
de las tierras bajas! ¡Putas de las tierras bajas! ¡Largo
de esta isla!. Y los ojos se le pusieron de color verde y
blanco, como a la reina malvada de La bella durmiente. Las chicas
se echaron a reír, y una de ellas la mandó a la mierda,
en voz muy baja, casi un susurro, y al instante la chica empezó
a ahogarse. Te lo juro, no podía respirar, estaba asfixiándose
delante de nuestras narices. Margaret la Negra, muy digna ella,
se marchó escaleras arriba. Estaba ya en el pasillo, y la
cola del vestido, metros y metros de tela negra, continuaba aún
al pie de la escalera. Y de pronto la chica volvió a respirar...
Increíble.
Aunque... interrumpió Keva.
¿Sí? dijo Pat con vivo interés.
Keva habló de la vez que Cindy Hogan fue a Blackpool para
entrevistarlos y confundió a los Sensira con los Grams. Dirigió
una furtiva mirada a Hannah. Ella lo eludió. Contar aquella
anécdota a Pat era un riesgo calculado, pero acaso, sospechaba
Keva, despertara la rivalidad entre Melody Maker y el NME. Quería
animar a Pat a comprometerse con los Grams como contrapartida al
descarado apoyo que Cindy ofrecía a los Sensira.
Surtió efecto. Por lo visto, Pat McIntosh aborrecía
a los Sensira por las mismas razones por las que Keva los encontraba
tan detestables. Durante una hora, con la entrevista suspendida
al parecer definitivamente, Pat amenizó la tertulia con anécdotas
sobre las recientes historias de Helmet. Un cronista
de Select le había explicado que un par de semanas atrás,
al entrar a las cocinas del hotel Columbia para ver si había
vino frío en los frigoríficos, descubrió a
Helmet llenándose de comida.
Vaya, piensa nuestro hombre de Select, ¿que tenemos
aquí? Un ligero trastorno alimentario. Pobre Helmet. No obstante,
seré discreto. Me marcharé sigilosamente antes de
que se dé cuenta de que lo han visto. Así que vuelve
al bar principal. Casi de inmediato, Helmet aparece en el mismo
bar con los ojos en blanco, gimiendo, desvariando en latín.
De pronto se interrumpe, mira a los presentes como si acabara de
despertar de una pesadilla, sonríe y se vomita encima. Luego
entra su manager y, a gritos, hace salir de allí a todo el
mundo. Pero no sin antes dirigirse a todos los periodistas uno por
uno para pedir disculpas y explicar que últimamente Helmet
está tomándose las cosas demasiado a pecho, que va
allevárselo a algún sitio a descansar, a ponerle en
forma de cara al concierto de Reading.
Cuando remitieron las risas, Beano preguntó:
¿Por qué se recrean tanto con él, pues?
¿Por qué lo presentan en las revistas como a un mesías
si saben que es una mierda, un fantoche?
Vende bien.
¿Cómo?
Un momento, un momento. Yo no suscribo todo eso. De hecho,
somos cada vez más lo que, por no darle, no le daríamos
ni la hora. Pero ya saben cómo funciona. Helmet es famoso.
Más famoso cada día. Ponele un micrófono adelante
y tenés aseguradas unas jugosas declaraciones. Sacalo en
la tapa y agotás la tirada. La prensa musical atraviesa una
época difícil. Hemos de agarrarnos a lo que podemos.
Estados
Unidos
pag. 366
Wheezer pidió otro tazón de la famosa sopa del Carnegie
Deli. Aquel ligero caldo de pollo con raviolis y sabrosos pedazos
de jamón era justo lo que necesitaba. Le había gustado
Nueva York, le había gustado mucho, pero le alegraría
verse en el avión camino a Boston esa tarde. Se sentiría
más tranquilo cuando dejara atrás Nueva York: Myra,
Katie, la locura... Los otros, entre risas, hablaban aún
de sus experiencias de la noche anterior. La de Beano había
sido la más insólita.
Y entonces, al acabar, la chica se echa hacia atrás
y se relame, mirando al techo como si intentara recordar algo. Luego
mueve la cabeza y dice: Mmmmm....
James empezó a reír. ¡Vaya locura!
Beano, todavía borracho, eufórico, acelerado, miraba
a los otros con los ojos muy abiertos, impaciente por contarles
su anécdota.
Esperá, ¿querés? Eso no es nada. Ahora
viene lo verdaderamente increíble, man. Después de
relamerse, agarra su bolsito y saca una libreta. Como lo oís,
una libreta. Una auténtica libreta, pequeña y negra,
y escribe algo. Se los juro... Nada, una simple nota. Yo, claro,
le pregunto: ¿Qué es eso?. Y ella se queda
mirándome, con las mejillas rojas. La jodida, sin maquillaje,
no aparentaba más de diez años... se interrumpió,
incapaz de aguantar la risa.
¡Vamos! instó Wheezer, dándole un
codazo. Si has empezado, no podés dejarnos con la miel
en los labios.
¡Es increíble de verdad! No lo van a poder creer...
Keva, con un gesto, le pidió que continuara.
La mina va y me suelta prosiguió Beano, adoptando
una voz chillona, con la de esas adolescentes de las películas
ambientadas en colegios: Mmmm... Es salado. Más
salado que el del baterista de los Sensira, pero no tanto como el
del cantante de Macrobe. El lo tenía muy salado. El del baterista
de los Sensira era bastante líquido. Vos tenías más
semen que ellos. El tuyo también era más espeso. Espeso
y salado. El más espeso, diría....
pag. 428
El guardia de seguridad explicó el problema con la mayor
cortesía posible dadas las circunstancias. Los ascensores
no funcionaban a causa de una batalla con extintores entre los roadies
rivales de las tres bandas alojadas en el hotel. Eso planteó
un serio dilema a James, que no era precisamente el más atlético
de los hedonistas indolentes. Se agachó junto a la silla
de ruedas.
Vamos.
Ella se dejó caer sobre la espalda. Pesaba lo suyo.
Subió los primeros tramos de la escalera con relativa facilidad,
deteniéndose de vez en cuando para tomar aliento y volviendo
después a la brega. A cada peldaño, notaba más
el cansancio en los muslos y en laspantorrillas. Cada paso era más
mecánico. Cuando llegó a su piso, ya no podía
más con su alma, y la chica, colgada de sus hombros, se sostenía
por su propia fuerza. James contempló el largo pasillo. Su
habitación se hallaba al final de todo, frente a la de Marty.
Tuvo una idea. Tendió a la chica en el suelo, boca arriba.
No te importa, ¿verdad? preguntó con voz
entrecortada mientras la llevaba a la rastra, tirando de sus tobillos.
Un poco impropio de una dama, pero así es mucho más
fácil.
A ella le rebotaba la cabeza en cada bulto de la alfombra.
¡Eh, cuidado!
Tambaleándose, James pasó junto a las toallas de baño
amontonadas en el suelo y se desplomó en la cama de Keva,
jadeando, dejando a la chica allí tirada. Ella lo miraba,
esperando.
¡Loco, deberías hacer un poco más de ejercicio!
comentó con una sonrisa.
Ah, eso me propongo respondió James. Observó
sus piernas inservibles, inútilmente enfundadas en unos 501
negros. La compadecía. De todo corazón. Veamos,
pues, ¿cómo te gustaría que la pasáramos?
Billy el Breve, dormido como un tronco, se volvió del otro
lado y se tapó con la toalla, captando sus sentidos vagamente
una voz masculina en las inmediaciones. James apoyó a la
chica contra la cama, los brazos y la cara sobre el colchón,
arrodillada en precario equilibrio.
Aguantá un momento dijo con un cigarrillo en
la boca mientras intentaba bajarle los jeans con una mano y la sujetaba
con la otra, hincándole una rodilla en los riñones
para mayor estabilidad. Se rindió al cabo de un momento,
la levantó y la echó en la cama, donde pudo quitarle
el pantalón más fácilmente. Ante sus ojos apareció
un bonito culo, aguardando sus caricias.
¡Vaya, nena! ¡Esto es precioso, cariño!
exclamó, palpándole el culo, asombrado por la
flexible resistencia de su carne. Sin pérdida de tiempo,
se despojó de sus propios Levis y se provocó
una plena erección. Guiándose y empujando hasta penetrarla,
susurró: Todos tus placeres te llegarán por
detrás.
¡Dios! ¡Sí, joder! ¡Sí! ¡OoOoooooooooh!
¡Me la has metido por el culo! ¡Dios! ¡Dios mío!
¡Me está dando por el culo!
Así es observó James con satisfacción.
KEVIN
SAMPSON, EL AUTOR
Oportunista,
no estúpido
Kevin Sampson (Liverpool,
1963) se dedicó a la literatura de cerveza,
fútbol y rock and roll mucho antes de que Nick Hornby,
la última estrella de la narrativa popular británica,
publicara Fiebre en las gradas, su debut. En 1982, cuando
era un estudiante de 19 años, Sampson escribió
Awaydays, una novela que transcurre en 1979 que trata sobre
los días de Joy Division, los hooligans de un equipo
pueblerino de tercera división y las consecuencias
del primer gobierno de Margaret Thatcher en pleno período
post-punk. Pero, más allá de eso, relata el
momento de las grandes, traumáticas decisiones de Paul
Carty, el adolescente que la protagoniza. La novela fue rechazada
por las editoriales, y la decepción que sufrió
Kevin fue tal que no volvería a escribir ficción
durante los siguientes dieciséis años. Se desempeñó
como periodista de música en diversas publicaciones
NME, Time Out, The Face, Sounds, fue asistente
de cultura joven en el prestigioso Channel Four y, en 1986,
la revista Cosmopolitan lo eligió la mejor escritora
joven del año en un concurso al que se había
presentado con el seudónimo de Jane White. Recuperado
del rechazo editorial de principios de los 80, y luego
de un lustro como manager del grupo de Liverpool The Farm,
Sampson volvió a enfrentarse a la máquina de
escribir y cayó en la cuenta de que entretanto había
aparecido Trainspotting, de Irving Welsh, y que todas las
clases del Reino Unido habían podido husmear en las
alcantarillas de la sociedad. De pronto había
un montón de gente joven escribiendo sobre la cultura
que yo conocía y entendía. Y pensé: Tal
vez tengo algo para decir, después de todo,
recuerda Sampson. Nutrido de su experiencia como periodista
y manager de rock, se dedicó a narrar la explosión/implosión
de The Grams, banda ficticia que protagoniza su segunda novela,
Powder (1998), cuyo éxito le abrió el camino
para publicar la hasta entonces inédita Awaydays y
ponerse a trabajar rápidamente en sus dos obras siguientes.
Leisure, la tercera, relata los contratiempos de una pareja
que intenta salvar su matrimonio con una semana de vacaciones
en la Costa del Sol. Outlaws, la más reciente, es una
historia de debilidad humana narrada en el contexto de la
guerra de pandillas en Liverpool. Mientras tanto, el autor
se lamenta por los años perdidos por el desaliento
y reniega del subgénero laddism (término acuñado
por la prensa inglesa para designar a la literatura rockera
y futbolera de Hornby y Cía.). Eso fue inventado
por gente que mira desde afuera la cultura masculina de clase
trabajadora, observa. Hay un mundo de diferencia
entre esa gente y la que yo conozco. Es la misma diferencia
que hay entre la gente que sigue al Liverpool y los que siguen
a la selección inglesa. Los hinchas de Inglaterra la
van de callejeros; los del Liverpool tiene la sabiduría
de la calle. Son oportunistas, no estúpidos; leen vorazmente,
y pueden citar frases de las películas que aman.
P.P.
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PARA
ENTENDERLA UN POCO MAS
Reparto
Los personajes
que protagonizan Powder suman cientos, seguramente. Pero los
principales, mencionados en los fragmentos publicados, son:
Keva. Mc
Cluskey, el cantante, compositor y estrella de la banda. Melancólico
y talentoso, dotado de la suficiente dosis de ego como para
ser EL hombre. Con el correr del relato y a medida que Los
Grams se elevan, reclamará para sí el total
de las regalías de las canciones y asumirá el
control total de la banda.
James. El
guitarrista y, por tanto, la segunda estrella. Apodado James
Love, en realidad se llama Héctor Lovett. Lo
más gracioso es que su padre lo bautizó Héctor
(una rareza en Inglaterra) en honor a Héctor Chumpitaz,
zaguero central peruano, figura de su selección en
los mundiales de 1970 y 1978.
Tony y Beano.
Baterista y bajista, respectivamente. Ocupan en verdad un
rol bien secundario y no tienen muchas más ambiciones
que ganar una buena cantidad de libras para irse de vacaciones,
drogarse y pasarla bien.
Guy. El
dueño de la compañía Rehab, la que lanza
a la fama al grupo. Joven de clase alta inglesa, ex ejecutivo
de Universal y junkie recuperado (de ahí lo de Rehab,
rehabilitación), consigue el dinero para lanzar a la
banda con una parte de la herencia familiar.
Wheezer.
El manager. Proveniente de una familia de clase media-alta
venida a menos, fan del grupo de la primera hora (a veces
suele suceder así con los managers) y adicto al placer
solitario de los videos porno.
Helmet.
Cantante y líder de The Sensira (el grupo rival de
Los Grams), una verdadera obsesión para Keva y los
demás. Al comienzo de la novela es quien alcanza la
fama, pero luego es derrotado.
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