SANDRO
PEREIRA, ARTISTA TUCUMANO EN COMBUSTION
Esta es la historia de un
escultor que trabaja en la soledad del fondo de su casa, junto a una huerta
y un gallinero. Cita a Baudrillard, escucha cumbia y vendió por
10 mil pesos su obra Homenaje al Sánguche de Milanesa.
Mientras tanto, pone en marcha la agrupación que intentará
agitar las aguas del estrecho circuito artístico de su provincia.
POR
MERCEDES URQUIZA
Esto ocurrió en la feria
de galerías de arte más importante de Argentina, ArteBA.
Un lugar en el que todos los años se mezclan señoras rubias
de doble apellido, jóvenes modernos de jean con botamanga y promotoras
de Chandon, potenciales participantes de Gran Hermano III.
Durante los preparativos para la inauguración de la feria, entre
cientos de cuadros y esculturas, resaltaba la voluminosa estatua de un
gordo gigante, completamente blanco excepto por el colorido sandwich de
milanesa que agarra furioso con las manos. El murmullo de especialistas,
aprendices de críticos e invitados de zona norte rodeaba al gordo
entre la sorna y la piedad. Ahora bien, tantas risas, interpretaciones
al pasar y comentarios irónicos se evaporaron cuando se abrió
el juego de la feria y el coleccionista Juan Cambiasso (ex presidente
de ArteBA, abogado de prestigio y un peso pesado entre los coleccionistas
locales) decidió comprar el gracioso gordo. Así pues, los
diarios del día siguiente mencionaron que el Homenaje al Sánguche
de Milanesa, de un tal Sandro Pereira, había pasado de manos por
la nada despreciable suma de 10 mil pesos.
Desde ese momento, este casi ignoto artista tucumano, elegido por el Espacio
Duplus para exponer junto a otros creadores alternativos, se transformó
en el suceso de la feria. Además, ese jueves de mayo Sandro Pereira
pasó de no saber cómo volverse a sus pagos por falta de
plata, a contar con un primer adelanto de los 10 mil, algo absolutamente
inesperado para él, un invitado secundario entre tantas estrellas
de las artes plásticas locales. Nacido en San Miguel de Tucumán
en 1974, Pereira se formó en la Facultad de Artes de la UNT, donde
todavía debe algunas materias. Su primera obra data del 95.
Es un calco de su propio cuerpo hecho con narices de payaso. Desde entonces,
el autorretrato marcó toda su producción, hasta hoy. Hago
esculturas partiendo de mi imagen, para sacar de allí el lugar
del mensaje. Siempre estoy hablando a través de mí y, dependiendo
de la idea que surja, uso plastilinas, resina o yeso, explica.
Sandro es un personaje bastante particular. En una charla mansa sobre
él, su obra y sus gustos, confiesa que lee poco, aunque a la hora
de hablar de su obra le sobran frases literarias. Así, cita a Platón
y a Baudrillard para explicar el porqué del autorretrato y, en
la misma conversación, cuenta que mientras trabaja sólo
escucha rock nacional y cumbia. Gordo y grandote como sus esculturas,
Sandro vive en el barrio tucumano de Villa Urquiza junto a su familia,
en una casa de ciudad con huerta y gallinero. Trabaja en la beca del Fondo
Nacional de las Artes, que ganó el año pasado. Estudia para
dar las últimas cuatro materias que le quedan de su carrera y continúa
produciendo en el taller que tiene en el fondo de la casa, junto al gallinero
y la huerta.
Con mucha timidez recuerda su primera muestra individual en Buenos Aires.
Llegó a la gente de Duplus por un amigo en común. La exposición
se llamó Muchachito de pueblo. Para esos días, Pereira se
vino con una bolsa de tierra que sacó del fondo de su casa. Del
19 de junio al 29 de julio, el espacio del Abasto exhibió un conjunto
de macetas (adonde finalmente fue a parar la tierra tucumana) que sirvió
de soporte para las miniesculturas, los pequeños sandritos. Vinieron,
entre otros, Resistiré, un boxeador con la lengua afuera; El sembrador,
una escultura de gomaespuma cubierta de semillas, y Fantasía, un
hombre en imitación oro completamente desnudo con un pene enorme.
Una serie de fotografías pegadas en la pared en línea recta,
desde la entrada de la galería hasta uno de los cuartos, contaba
el paso a paso del muchachito, de Tucumán a Duplus. Un amigo suyo
se había encargado de registrarlo todo con una Polaroid. Este chico
del interior había viajado antes y por primera vez
a Buenos Aires en 1999. En esa oportunidad pudo conocer personalmente
y ver obra de muchos de los artistas que había visto en catálogos
o libros de arte.
No sabe si hay alguno en particular que lo haya influido, pero con largos
silencios llega a nombrar a los que más le gustan. Y, sin caer
en el cholulismo, menciona entre sus favoritos a Pablo Suárez -artista/agitador
integrado a la movida del Di Tella en los años 60 y a Pablo
Siquier, pintor de proyección internacional. De los extranjeros
elige a Munch, expresionista alemán autor de El grito.
A ese primer viaje a Buenos Aires le siguieron otros, en los que participó
de los encuentros de análisis de obra que organizó el programa
Trama, arregló detalles de la beca del Fondo e hizo clínicas
de obra.
El año pasado, en uno de esos viajes a Buenos Aires, Kevin Power,
un crítico inglés que vive en Valencia, se interesó
por su obra y lo invitó a participar de una muestra colectiva que
se realizará antes de fin de año en Granada, España.
Sus esculturas se reunirán con obras de distintos artistas de la
zona andina de América latina. De su último viaje surgió
una invitación para exponer en México. La señora
Graciela Kartofell, una crítica argentina radicada en Nueva York,
vio mi muestra, le gustó y me preguntó si me interesaba
exponer en una galería del Distrito Federal de la que ella es curadora
y, claro, le dije que sí.
Desde su tierra natal, silencioso y tranquilo, Sandro Pereira sigue creando
y reconoce que en Tucumán el circuito es muy precario, aun cuando
hay varios artistas valiosos. Lo compara con Buenos Aires y ve una notable
diferencia en cantidad de espacios y movidas alrededor de las artes plásticas.
Sin embargo, disfruta de poder viajar para confrontar las producciones
de un lugar y otro, a las que ve lejanas pero, en algún punto,
también, afines. Acá no hay lugares donde exponer,
pero me comentaron que hay un proyecto de hacer un museo de arte moderno,
cuenta ilusionado. Se trata de un edificio que el famoso arquitecto tucumano
César Pelli comenzará a construir pronto en el centro de
San Miguel.
Sandro, en tanto, ya inició su proyecto propio: El Ingenio (ver
recuadro). Sin grandes ambiciones, piensa en las cosas que le van saliendo.
Por estos días está trabajando en una escultura de las grandes,
titulada Salvavidas. Es muy grande, toda amarilla. Me la imagino
con el fondo azul del mar. Me encantaría presentarla en una playa
para el verano, dice, como si lo soñara. Sin perder la paciencia,
Sandro viene consiguiendo todo lo que se propone. Tal vez exista algún
coleccionista con una casa en la playa que quiera comprarla. Por qué
no.
Ingenioso e hidalgo
El Ingenio es un proyecto
independiente, un espacio de producción y apoyo, con espíritu
cooperativo. Somos un grupo de artistas plásticos tucumanos
que decidimos compartir nuestro tiempo de trabajo en un espacio
común, dice Sandro Pereira acerca de su movida. El
proyecto surgió de la necesidad de cubrir el espacio vacío
en que se encuentran los artistas plásticos de esa provincia.
Comenzaron hace algunos meses a trabajar en el taller de Sandro.
Ahora consiguieron un lugar, en el centro, detrás de la casa
histórica. La idea que tienen es refaccionar el local para
transformarlo en sala de exposiciones que ellos mismos se encargarán
de curar, y próximamente también piensan editar una
revista mensual para difundir todas las actividades de El Ingenio.
Casi todos los integrantes del grupo provienen de la Facultad de
Artes de la Universidad Nacional de Tucumán, todos con la
fuerte intención de producir, generar circulación
de obra e intercambiar experiencias. El Ingenio emerge de la pobreza
y la alta tasa de desocupación tucumana para orientar y acoger
a los artistas jóvenes. Confían en su producción
como base para desarrollarse, crear y creer. Para mayor información,
escribir a [email protected].
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