EL LARGO
Y SINUOSO CAMINO DE GEORGE HARRISON, EL BEATLE ESENCIAL
Oda
al genio invisible
Pertenecer
a la banda de rock más grande de la historia, ser más famoso que
Cristo, prefigurar a comienzos de los ‘70 la música del 2000. Bla,
bla, bla... A varias galaxias de la histeria y los caprichos de
la estrella pop, el guitarrista de la mirada insondable era la tormenta
perfecta detrás de la todopoderosa dupla Lennon-McCartney. El psicodélico,
el hinduista, el clarividente, el hombre que sabía que la verdad
estaba lejos de la Tierra y que sus mejores canciones probablemente
no serían escritas jamás.
POR
EUGENIA GUEVARA
Antes de
morir, Dios dijo ámense los unos a los otros.
Tenía 58 años. Estaba enfermo y cansado. Los fieles
fanáticos del rock habían olvidado venerarlo en vida,
pero para George Harrison era natural pasar inadvertido. Tras su
muerte, su guitarra lloró en primera plana por última
vez. Fue recordado como el místico padre del sonido beatle
y de Something, una de las más bellas canciones
de amor, según Frank Sinatra. Toda una paradoja la
de morir y convertirse otra vez en beatle, sobre todo considerando
que su vida se trató de ir siempre más allá.
Esta es la historia de un emboscado. De un tipo silencioso, que
sembró los gérmenes de los estilos musicales que explotarían
treinta años después. Un hermoso raro, que con veinte
años y portando flequillo quiso saber si podía componer
una canción.
En 1963 formaba parte de la banda de rock más importante
de la historia, pero ni él ni sus compañeros lo sabían
aún. Los líderes, John Lennon y Paul McCartney, habían
decidido que ellos eran las canciones de Los Beatles. Sin embargo,
eran generosos y dejaban que los demás cantaran algunas de
las tantas que componían sin cesar. George sintió
el llamado y llegó un día al estudio con su propia
canción, Dont Bother me. La dupla oficial
y Martin, el otro George, se miraron, se encogieron de hombros y
convinieron que nada terrible podía pasar si le daban el
gusto al menor de la familia. Claro que la canción no era
buena. Puede que ni siquiera sea una canción,
dijo después. Paciente y obsesivo, decidió que las
primeras veces nunca fueron buenas, pero podían ser mejores.
Dos años después, las influencias de McCartney se
notaron en I Need you, su aporte para Help! Algo sonaba
distinto: una guitarra monótona creaba un clima extraño
y moderno. Quizás incomprensible o caprichoso para 1965,
año en que George se enamora de los sonidos de la India,
de esa música que no modula, sólo permanece.
Entonces comienza la verdadera silenciosa revolución.
En 1966 no había misterios. Estaba aquello de más
famosos que Jesucristo y los alaridos de la juventud del mundo.
En ese marco de histeria, George se escondió detrás
de un gran bigote para que no lo molesten y partió
a la India en busca de Ravi Shankar, el maestro que le enseñaría
cómo dominar el sitar. Esa era la excusa, al menos. Lo cierto
es que tenía 23 años, estaba buscando las respuestas
y el LSD todavía no se las había dado. Ravis, Maharishis,
krishnas, yoguis y sitars parecieron calmar sus inquietudes. Fue
la primera vez que tuve la sensación de liberarme de ser
un beatle o un número, dijo entonces. Y eso fue evidente
con Love you to y después con Whitin you
whitout you, un resumen de una larga composición de
su maestro que maravilló a Lennon y convirtió a Ringo
en su fan incondicional. En la misma sintonía, siempre experimentales,
con más instrumentos y ruidos, muchos ruidos, llegaron otras
canciones climáticas, hinduistas, deformes y alucinantes.
Los oídos del 60 deben haberse extrañado y las
cabezas estallado ante las variaciones de Blue Jay Way,
los ruidos estrafalarios de Only a Northern Song, la
fuerza extraterrestre de Its All Too Much y la
locura de ese viaje relajado al que invita The Inner Light.
Ahí está el principio de todo. El trip hop, el ambient
y otras variantes de la música electrónica están
ahí. Son engendros que las décadas verán crecer,
ramificarse y convertirse en todo el abanico de posibilidades: desde
los climas de Morcheeba, Tricky, DJ Shadow, Air o Massive Attack
(sobre todo en Protection) hasta los experimentos de Beck (caso
Derelict), el sonido hinduista del Suede de Head Music
y la psicodelia ambiental de Stereolab.
Experimentos
y guitarras
George sabía que esas canciones eran experimentos y
no perdía de vista que los Beatles eran Lennon-McCartney.
Por eso, nada más natural en George que hacer un chiste y
responsabilizarlos por todo aquello: Si estás escuchando
esta canción, podés pensar que los acordes están
errados, pero no, él los escribió así. Cuando
escuches tarde en la noche, podés pensar que la banda no
toca bien, pero ahí están, ellos tocan así.
No importa qué acordes toque, las palabras que diga o qué
hora del día es, ésta es sólo una canción
norteña, canta en Only a Northern Song,
haciendo referencia al copyright con el que Paul y John habían
soñado.
En este tiempo, el ojo astuto de George Dunning capta la esencia
de George en la película Yellow Submarine. Para introducirlo
en la historia, una de las puertitas de la psicodélica casa
se abre para mostrar una vaca en un altar. La cámara sube,
los colores parpadean y arriba, sobre una gran montaña, con
el pelo al viento y los brazos cruzados, mirando al cielo, está
George. John, el viejo Fred y Ringo se quedan mirándolo,
pero él ya bajó y los sorprende por detrás,
tocando la bocina del auto de Ringo. Se dan vuelta y lo ven ir y
venir. El auto cambia de color ante la mirada atónita de
su dueño. Todo está en la mente, dice
y el dibujo animado desnuda su pensamiento cartesiano que es evidente
en I me mine -una canción sobre el ego y la realidad
que no es tan real, que aparecerá en Let it Be.
Luego, George decide volver al rock. Se graba el Album Blanco y
nace la leyenda
de While my Guitar Gently Weeps. De no haber sido por
Eric Clapton, jamás habría sido grabada. Lennon y
McCartney no le habían dado importancia. Tenían sus
propias canciones y si había otro genio en el grupo, tenía
que arreglárselas solo. Después llegan Something
y Here Comes the Sun para Abbey Road, el asombro y las
culpas. McCartney dijo que no habían querido dejarlo de lado.
Ringo preguntó si no les tomaba el pelo con canciones tan
buenas. George Martin se responsabilizó: Creo que el
problema de George era que nunca fue tratado por nadie como alguien
que tenía la misma calidad a la hora de escribir canciones.
En ese aspecto soy igual de culpable... El otro problema era que
no tenía un colaborador, George era un solitario y me temo
que los tres agravamos el problema. Ahora lo lamento.
En realidad, ni McCartney ni Martin tenían que lamentarse.
La guitarra de Harrison nunca lloró por ese tipo de cosas.
Jamás le importó que Frank Sinatra o Michael Jackson
no supieran que Something era suya. Only a Northern
Song, habrá pensado. El prefería satisfacer
su necesidad de componer antes que la fama y el reconocimiento.
No le ayudó demasiado estar al lado de dos tipos talentosos
y egocéntricos como sus amigos de Liverpool, pero tenía
otra visión del asunto: Desde el punto de vista general
importaría muy poco que nunca hubiésemos grabado un
disco o cantado. Eso no es lo que cuenta. A las puertas de la muerte,
necesitarás algún tipo de guía espiritual y
conocimientos que abarquen más allá de los límites
del mundo físico. Desde esa perspectiva da igual que seas
el rey de un país, el sultán de Brunei o uno de los
fabulosos Beatles; lo que cuenta es lo que se lleva dentro. Para
mí, algunas de las mejores canciones son las que todavía
no he escrito y da lo mismo si nunca llego a escribirlas.
George no esperaba laureles. Quería que lo dejaran en paz.
John quería irse para dedicarse a su vanguardia o lo
que fuese y yo sólo quería grabar más canciones,
dijo. Y así lo hizo.
Sintetizadores
y enanos
Antes de que Los Beatles se separaran, había editado
dos discos como solista. La banda de sonido para la película
hippie Wonderwall (donde hizo una especie de antología de
la música hindú con toques psicodélicos) y
el extrañísimo Electronic Sound, que contiene dos
temas o dos climas o dos experimentos con un par de sintetizadores
que él mismo construyó y que es reconocido como el
primer disco jungle de la historia. George sabía que podía
ir, mirar y volver todas las veces que quisiera. Cuando la pesadilla
terminó McCartney retando a Harrison, Lennon ignorando
a McCartney y Yoko Ono mirando a todos y Los Beatles se despidieron,
John y George salieron corriendo en direcciones opuestas con un
mismo sueño: dejar el ser beatle. McCartney,
en cambio, eligió quedarse allí durante un largo tiempo.
Y Ringo... Ringo siempre había sido Ringo.
Seis meses después de la separación, George fue el
primer beatle en dar el zarpazo: con una tapa en que se lo veía
disfrazado de enano de jardín y rodeado de otros enanos de
jardín, editó el primer triple de la historia. All
Things Must Pass, considerado una obra maestra, fue número
uno en ventas en Europa y Estados Unidos. El hit principal, My
Sweet Lord, es un milagro. ¿No es raro que una canción
religiosa, un himno de alabanza al Señor, se convierta en
número uno en medio de la novela del rock? El álbum,
por lo demás (reeditado treinta años después),
puede contarse entre lo mejor de la música de las últimas
décadas. Harrison tenía 28 años y lo había
hecho todo. Le quedaban el placer de bañar las guitarras
y el sentido del humor.
Sin duda era el mejor. Siguió demostrándolo en conciertos
que fueron discos (The Concert of Bangladesh), en discos que fueron
canciones preciosas (So Sad, Simply Shady,
Dear One, All Those Years Ago, Learning
How to Love you) y en canciones preciosas que dialogaron con
el Señor. Luego de un largo silencio llegó Cloud Nine
(1987), donde grabó una de sus más bellas canciones,
When we was Fab (Cuando éramos fabulosos). Lo
cierto es que Harrison es todos Los Beatles. Podría haber
sido todos y ninguno. Pasó Lennon, el mártir de una
causa, y McCartney, el eterno beatle de las sanas costumbres. Ellos
supieron entrever los 70 y los 80, pero aquello que
a George le había sido revelado recién comenzaba a
fluir. Un mes antes de morir, volvió a mostrar su sentido
del humor riéndose de sí mismo como lo había
hecho de su guitarra en la canción que firmó con Tom
Petty, Cheer Down. Grabó una canción (Horse
to the Water) en el disco del pianista Jools Holland. Los
créditos son para RIP Ltd. 2001, las siglas de Rest in Peace
(Que en paz descanse). Es que Dios podía, incluso, despedirse
del mundo con una canción. Aunque sólo fuera una última
northern song.
El
artista difícil
Por Carca
George Harrison
es más que muy bueno. Los Beatles eran cuatro personalidades
yo soy fan de cada uno de ellos, pero Harrison
en particular es un tipo increíble. Cuando todavía
estaba en Los Beatles, se involucró con la música
electrónica, lo que quiere decir que, si bien era miembro
de un supergrupo y era una personalidad famosísima
en todo el mundo, estaba a la vanguardia y tenía una
fuerte actitud de investigación, no era un pelotudo.
Su búsqueda iba a un nivel difícil, no demasiado
fácil de entender. De hecho, hay fans de Los Beatles
que no lo descubrieron del todo. Era un artista difícil,
inimitable.
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Pura
innovación
Por Fernando
Blanco y Mario Barassi (Súper Ratones)
Harrison manejó
como ninguno de Los Beatles ciertos códigos de rock,
por ejemplo las corrientes americanas, como se vio en sus
colaboraciones con Bob Dylan. En Los Beatles aportó
mucha investigación; él era el menor del grupo,
y tardó más en madurar y desarrollarse como
artista, pero lo suyo fue pura innovación. La atracción
que sintió por lo oriental y por lo electrónico
tuvo que ver seguramente con la búsqueda de sonidos
que te elevan a otra percepción. A George lo atraían
las novedades de la ciencia, desde la programación
neurolingüística hasta la elevación de
la meditación a través de los sonidos.
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Por
orden de onda
Por Ariel Minimal
(Pez y Los Fabulosos Cadillacs)
George creció
a la sombra de Lennon y McCartney, pero creció derechito
y sin atrofiarse; hizo su camino. Como lo prueban Wonderwall
Music y All Things Must Pass, el tipo no se encasilló,
probó muchas cosas, y fue el más abierto a las
nuevas influencias. Quizás por ser el más joven,
estaba ávido de corrientes e influencias, desde lo
musical aprendió a tocar el sitar y lo usó
a lo místico su vida espiritual y su fe.
El otro día decía, con unos amigos, que Los
Beatles se van muriendo por orden de onda. Así que...
que se cuide Ringo, porque el careta de Paul va a quedar hasta
el final.
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Cuelgue
y belleza melódica
Por Sebastián
Rubin
(Grand Prix)
Al final de Los
Beatles, George estaba en su apogeo creativo. Sus dos primeros
discos solistas tienen una sensibilidad increíble,
sonido cósmico, climas únicos, y son tan maravillosos
e influyentes como cualquier disco de Los Beatles. Lo sensacional
es cómo ellos se adelantaban. George venía del
mainstream, era tan o más famoso que lo que hoy son
los Backstreet Boys, y sin embargo su búsqueda era
de enorme riqueza. Estaba sensible y alerta a cosas no populares,
ya ni siquiera del under sino de otros lugares del planeta:
las absorbió, las tamizó y les dio ese aire
Harrison único. Porque los suyos no son temas hindúes,
son temas con el cuelgue y la belleza melódica de Harrison.
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