El
barón rojo
Como
siempre, la película es sólo una excusa. Y esta vez le
toca a Almas perdidas, un engendro producido por Meg Ryan en el que
Winona Ryder intenta salvarnos del Anticristo. A partir de eso, José
Pablo Feinmann recorre las películas que Hollywood le regaló
a Satanás y explica por qué siempre fueron más
bien simplonas y bastante propagandísticas en comparación
al lugar que personas como San Agustín, Goethe, Hegel, Engels
y Baudelaire le otorgaron al ángel caído: el de un verdadero
revolucionario.
Por
José Pablo Feinmann
1
El Diablo escupe en el Cielo
A esta altura de los tiempos sobre todo: luego de haber
atravesado el siglo XX son pocos los que no están de acuerdo
en lo siguiente: Dios ha muerto (y no sólo por decisión
de Nietzsche) y el Diablo está más vivo que nunca. No
obstante, es arduo entenderlo. El Diablo ha sido un ente subordinado
a Dios. Angel caído, rebelde maligno expulsado del Cielo, seductor
implacable al servicio del Mal, el Diablo sólo existe dentro
de un contexto o si se prefiere: de un plan divino. Para
creer en el Diablo hay que creer en Dios, hasta tal extremo ambos conceptos
se implican.
Durante los años de la dictadura se editaba una revista hecha
por semiólogos algo irresponsables, tipos que habían decidido
no cuidar excesivamente sus vidas, o no ser tan cuidadosos (y hasta
cobardes o cómplices) como lo era la mayoría. Se llamaba,
esa revista, Medios y Comunicación. En la tapa de uno de sus
números (finalizaba 1980) pusieron una leyenda expresiva: Prohibido
escupir en el Cielo. La dictadura como todo orden represivo
se postulaba como el Bien, como el Cielo. Su espacio era sagrado y perfecto.
Plena afirmación, una geografía en la que sólo
se podía y sólo se permitía ser feliz. ¿Qué
era escupir en el Cielo? Era escupir en el espacio sagrado, negarlo.
Acaso alguien piense que era demasiado sutil, que los militares no advertirían
la agresión; atentos, sobre todo, a las agresiones directas,
sin veladura alguna, que recibían del afuera del Cielo, del exterior,
y que ellos llamaban campaña antiargentina. Es posible. Acaso,
también, ello explique que la revista no fue clausurada ni tampoco
sufrimos persecución sus colaboradores y sus editores. Sin embargo,
sutil o no, ese texto del adentro del Cielo, sirvió. Decía:
ellos dicen que esto es el Cielo y nos prohíben escupir en él.
Decía: hagamos como hizo el Diablo. Decía: escupamos en
el Cielo.
No es casual que luego de la dictadura la democracia se postule como
un nuevo Cielo. Un Cielo no represivo que alertaba una y otra vez contra
la existencia de los demonios. De los dos demonios que habían
malogrado la democracia y volverían a malograrla si no se los
echaba del Cielo, o, al menos, si no se los mantenía lejos, más
allá. El prólogo del Nunca más en célebre
y solucionable error: alcanzaría, para tal propósito,
con eliminarlo e iniciar el libro con la escueta Advertencia dice:
Durante la década del 70 la Argentina fue convulsionada
por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como
de la extrema izquierda. En el medio, una sociedad inocente. Esta
sociedad (la de la inocencia) es la que recupera su espacio con la democracia.
Son esos honestos ciudadanos sobrevivientes del caos que
menciona María Elena Walsh en su celebrado texto sobre el país
jardín de infantes. Ellos, ahora, deberán velar contra
los demonios (Nota: ver el capítulo Referentes y demonios
de mi ensayo La sangre derramada). El Cielo de los militares advertía
contra un demonio, la subversión; el Cielo de la democracia contra
dos, la extrema derecha y la extrema izquierda. Así, el Cielo
es siempre un espacio de pureza e inocencia que debe luchar contra la
agresión incansable del Demonio. Además, ese espacio existe
en tanto existe el Demonio, de aquí que todo espacio de pureza
busque demonizar a Otro para justificarse. Hoy, el Cielo de la democracia
ya ha demonizado a quienes, dice, lo agreden: en Europa los inmigrantes;
en América latina los marginados, los excluidos, los delincuentes.
Ocurre que el Cielo de la democracia que se ha transformado en
el Cielo del mercado es cada vez más estrecho, cobija a
menos ángeles (ángeles rumbosos y extravagantes) y crea,
día a día, incesante, hambrientos demonios. No es casual
que el Diablo se convierta en una figura fascinante. Escupe contra lo
establecido, contra lo sacralizado. Se revela, quiere ser lo Otro de
Dios. Quiere encontrar en el Mal la expresión suprema de la libertad.
Si la historia humana, en tanto expresión de una desobediencia
fundante, existe es porque existe como pecado, porque el Diablo tentó
a Eva, porque Eva tentó a Adán, porque comieron el fruto
del árbol del conocimiento y fueron arrojados del Cielo. Por
haber escupido en él.
2
El Diablo contra el sentido
divino de la historia
Esta fascinación del Diablo debía convertirlo
en un personaje fascinante para el cine. El Diablo ha sido cortejado
hondamente por el romanticismo, por el literario y el filosófico.
También por el cinematográfico. Acaso el cine sea un arte
romántico en tanto se alimenta de las subjetividades, de los
conflictos y de las pasiones. De aquí, su recurrencia al Maligno.
Hablaremos del Diablo en dos sentidos: 1) como negación del orden
social establecido; 2) como negación del sentido divino de la
Historia. Esta segunda modalidad es la que más se ha expresado
en el cine y la que trama por completo la película que motiva
estas líneas. Es una película sobre la llegada del Anticristo.
¿Se logrará impedir o no? El Anticristo viene a destruir
el sentido y el final de la historia de la cristiandad. Viene a negar
la redención, a impedir la consumación de la Historia
por la que Cristo se sacrificó. Esta película se llama
Almas perdidas y la encargada de arruinarle los planes al Anticristo
es la pequeña pero enérgica Winona Ryder. El Anticristo
ha elegidopara encarnarse a un exitoso autor de best sellers
interpretado por un actor de apellido Chaplin y ostentosa nariz semita.
¿Casualidad? Tal vez no. Sobre todo si recordamos a Josef Pieper,
un especialista en la temática del Maligno que, en Sobre el fin
de los tiempos, escribe: Quien trate de ver las profundas señales
de los tiempos tendrá que conservar siempre a la vista lo que
acontezca a los judíos (...) Y es doctrina teológica general
que, antes del fin temporal de la historia, el judaísmo, como
pueblo, se convertirá a Cristo, de forma que algunos teólogos
han entendido que entre las cosas que retardan todavía el fin
del mundo, está la incredulidad persistente de Israel.
Tal vez, conjeturo, no falten quienes anhelen la continuidad del obstinado
descreimiento de Israel para que el mundo, cotidianamente, siga existiendo.
(Nota: Josef Pieper nacido en 1904 es un pensador tomista
con una pasión por la desmesura escatológica, es decir,
por las temáticas sobre el fin de la historia [escaton: fin].
Volveremos sobre él porque expresa como pocos las paranoicas
imaginerías del tomismo acerca del Anticristo, presentes en la
mayoría de los films de Hollywood y, muy especialmente, en el
que nos ocupa, el de la dulce, atormentada Winona.)
Menos contemplado por el cine está el primer sentido del Diablo,
el que lo entiende como subversión del orden social. Para las
visiones cristianas (que demonizan, si se me permite decirlo así,
al Diablo) el ángel caído subvierte el orden de Dios.
Para las visiones dialécticas inspiradas en Hegel y Marx,
con un toque nietzscheano el Diablo subierte el orden burgués.
Hay, para esto, un ejemplo brillante: Severino Di Giovanni. Severino
se consideraba un maldito, acaso en la tradición de Baudelaire.
(Nota: ver Letanías a Satán en Las flores
del mal.) Era, se asumía como el Mal, porque era la negación
de la sociedad establecida. Vestía de negro, el color de los
malditos y, en una de sus más bellas cartas de amor, escribe:
¡Oh, cuántos problemas se presentan en los senderos
de mi joven existencia, trastornada por miles de torbellinos del mal!
No obstante, el ángel de mi mente me ha dicho tantas veces que
sólo en el mal está la vida (...) El mal me hace amar
al más puro de los ángeles. Sabemos cuál
es, para Severino, el más puro de los ángeles: el ángel
rebelde, el ángel caído, el que ha renegado del paraíso
del buen Dios. Hollywood no ha ofrecido ejemplos como el de Di Giovanni.
Se le acercan, tal vez, Bonnie y Clyde; pero si Hollywood los idealiza
y los trata románticamente (aunque jamás sin mostrar ese
trágico, sangriento final que dice: El crimen no paga) se debe
a que Warren Beatty y Faye Dunaway no cuestionan el orden capitalista
burgués, sólo quieren robarle algo de su dinero. No son
bandoleros con una ideología de sustitución. No son subversivos.
Agreden el Cielo de la burguesía, pero lo aceptan. Y aunque no
se integran, jamás piensan reemplazarlo. Di Giovanni le ponía
bombas porque quería destruirlo.
3
San Agustín se confiesa
El concepto del Diablo surge para ayudar a Dios. Es tan evidente
el mal en este mundo, tan evidente el dolor, los padecimientos de todo
tipo (físicos y morales) que la pregunta está a la mano
de cualquiera que piense con mediana hondura estas cuestiones: si Dios
es bueno, ¿por qué permite el Mal? Pocos hombres de la
Iglesia se han planteado esto con mayor desgarramiento que San Agustín.
No lo hizo Santo Tomás. El tomismo adquiere la forma de una summa.
El agustinismo se expresa en primera persona: adquiere la forma de las
confesiones. Donde Santo Tomás estratifica el Saber, San Agustín
habla desde la duda, desde el desgarramiento. Así, en sus Confesiones,
dice: ¿Quién me ha hecho a mí? ¿No
me ha hecho mi Dios, que no sólo es bueno, sino la misma bondad?
¿Pues de dónde me vino a mí el querer el mal y
no querer el bien?. Vemos, aquí, el punto central de la
confesión: yo deseo el Mal y no el Bien; si Dios, que es el Bien,
me hizo, ¿de dónde surge esta atracción por el
Mal? Sigue San Agustín: ¿Quién puso esta
voluntad dentro de mí? ¿Quién sembró esta
semilla de amargura en mí, habiendo sido hecho por mi Dios, que
es la dulzura misma? Y si la puso el diablo, ¿quién hizo
al diablo?. Agustín conoce la respuesta bíblica:
el Diablo era un ángel bueno que se hizo demonio. No le alcanza.
Pregunta cómo llegó el Diablo a poseer esa voluntad mala
que lo hizo demonio. Lo que implica seguir preguntando la misma insidiosa,
lacerante pregunta: ¿Dónde está el mal? ¿De
dónde y por dónde se ha colado en el mundo? ¿Cuál
es su raíz y su semilla?. Y también: ¿De
dónde viene, pues, el mal, si Dios hizo todas las cosas buenas
y siendo bueno las hizo buenas? (...) Tanto el Creador como su creación
son buenas. ¿De dónde procede el mal?. La confesión
un mecanismo de explicitación extrema lleva a San
Agustín a escribir textos que parecieran acercarlo a espíritus
como el de Kierkegaard o aun Dostoievski: Todo esto revolvía
mi espíritu, desdichado y entristecido sobremanera por las agudísimas
preocupaciones que el miedo a la muerte y el no haber encontrado la
verdad le causaban. Finalmente, San Agustín habrá
de calmarse. Todos necesitan encontrar paz para su espíritu y
acaso más un hombre ligado a una concepción de lo sagrado
sin contradicciones internas. Es decir, Dios no puede ser malo ni crear
el Mal. ¿Quién queda? El hombre, claro. Agustín
habrá de recurrir al mito del pecado. El Mal existe porque el
hombre ha pecado; idea que habrá de redondear con menos
dudas y desgarramientos San Buenaventura: el Mal existe porque
el hombre ha obrado por causa de sí y no por causa de Dios, y
esto es el pecado.
Los teólogos son los abogados de Dios. Consagran sus vidas a
demostrar su inocencia. A explicar cómo en un mundo arrasado
por las atrocidades aún debemos creer en un Dios bueno e inteligente,
que quiere lo mejor para nosotros. Y la más efectiva y sin
duda espectacular de las pruebas que han presentado los abogados
de Dios... es el Diablo.
4
Dios es bueno, el Mal es cosa del Diablo
El Times Literary Supplement declaró que el historiador
Jeffrey Burton Russell es el ser humano que más conoce sobre
el Diablo. Con frecuencia pienso que Burton Russell es, sin más,
el Diablo y por eso lo conoce tan bien y debiéramos pedirle cuentas
a él y no a Dios. JBR sabe mucho y tal vez demasiado, de aquí
la imposibilidad de obviarlo. Sea o no sea el Diablo, parece haber tenido
sus contactos con el Maligno. Al menos en la modalidad de la frecuentación
absoluta. Así, en El príncipe de las tinieblas, dice:
La tensión de confrontar el poder de Dios con la existencia
del Mal es la piedra angular del concepto del Diablo. Lo que venimos
viendo: el Diablo es la mejor prueba de absolución que los teólogos
han puesto al servicio de Dios. Se reduce a decir: toda la culpa la
tiene el Maligno, Dios es pura bondad. No obstante, vimos que esto no
tranquilizaba a San Agustín: si Dios es pura bondad, ¿por
qué diablos creó al Diablo? Así las cosas, se hace
necesario el traslado al hombre. La culpa fue del pecado. El razonamiento
es similar al que se emplea cuando se estrella uno de esos aviones que
no fueron hechos para estrellarse sino para ser perfectos, como Dios.
Digamos: el Concorde. Cuando se estrella un Concorde se dice que se
debió a un error humano. Lo mismo con Dios, que es, quién
podría dudarlo, un gran Concorde, ¿cómo entonces
habría de serle adjudicado el Mal? Fue un error humano, dicen
los teólogos.
JBR escribe: La razón básica para examinar al Diablo
en las tradiciones musulmana y judeo-cristiana es que esencialmente
fueron ellas quienes crearon el concepto. Con su énfasis en el
monoteísmo, estas tradiciones han tenido que enfrentar la responsabilidad
de Dios por el Mal. ¿Cómo se reconcilia la existencia
del Mal con la de un Dios bueno y omnipotente?. Aquí, los
amigos de Dios han esforzado sus dotes ficcionales y crearon toda esa
parafernalia del ángel caído, la manzana, el Paraíso
y el pecado.
Pero otros vendrán en defensa del pecado. En defensa del hombre,
ya que defender el pecado es defender a los hombres. Y defender a los
hombres es defender al Diablo, que los hizo pecar y los arrojó
a la temporalidad. Al, digamos, barro de la historia.
5
El Diablo es enemigo del establishment
Busquemos ayuda en la palabra. Esa palabra, Diablo, debe venir
de alguna parte y su procedencia alumbrará una que otra cosa.
El inglés Devil, escribe JBR, como el alemán
Teufel y el Diablo español, derivan todos del griego diabolos,
que quiere decir calumniador, perjuro o un adversario en la corte. Este
nombre fue aplicado por primera vez al Diablo en la traducción
al griego del antiguo Testamento (siglos II y III a. C.), en correspondencia
al término hebreo satán, que significa adversario, obstáculo
u oponente. Ya lo tenemos a Satán en el lugar adecuado:
es el enemigo de la corte. El que vino a arruinar la beatitud de Dios
y sus ángeles, esa siesta sin conflictos, ese escenario sin drama
alguno. El Diablo introduce el drama, que surge, siempre, del conflicto.
Goethe, al escribir el Prólogo en el Cielo (que abre
el Fausto y se inspira en el Libro de Job, como tantas otras cosas),
nos presenta al Diablo (Mefistófeles, aquí) en el ámbito
de la corte celestial. El Diablo afirma encontrar deplorable lo que
pasa en la Tierra: Lástima me dan los hombres en sus días
de miseria, y hasta se me quitan las ganas de atormentar a esa pobre
gente. (Nota: El Libro de Job es decisivo porque, en él,
Dios pone a prueba la fidelidad, la paciencia del hombre sometiéndolo
a infinidad de males. Job es la antítesis del hombre prometeico,
que ahora veremos surgir de la mano de Hegel y Marx. Y, desde luego,
de la Revolución Francesa, una revolución diabolizada
por todo el pensamiento posmoderno, enemigo de la historia.) Goethe
lo exhibe cómodo al Diablo, incómodo a Dios. El Diablo
está de visita en el Paraíso, sus diálogos con
Dios no son frecuentes. De este modo cuando Dios y los Arcángeles
se dispersan, dice en soledad: De cuando en cuando pláceme
ver al Viejo y me guardo bien de romper con él. Sin embargo,
¿hasta qué punto no ha roto con el buen Dios un ángel
que se atreve a decirle el Viejo?
La filosofía romántica (en la gran figura de Hegel) es
la que habrá de valorar la negatividad del Diablo. En el que
es su mejor libro, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía
clásica alemana, Friedrich Engels (mi valoración de Engels
un empresario cuyo gran mérito fue alimentar y apoyar a
Marx es tan escasa que con frecuencia me pregunto cómo
diablos pudo haber escrito un libro tan bueno) escribe: La misma
vulgaridad denota (Feuerbach) si se le compara con Hegel en el modo
en que trata la contradicción entre el bien y el mal. Cuando
se dice escribe Hegel que el hombre es bueno por naturaleza
se cree decir algo muy grande; pero se olvida que se dice algo mucho
más grande cuando se afirma que el hombre es malo por naturaleza.
En Hegel, la maldad es la forma que toma la fuerza propulsora del desarrollo
histórico. Todo nuevo proceso representa necesariamente un ultraje
contra algo santificado, una rebelión contra las viejas condiciones
consagradas por la costumbre. En suma, el progreso histórico
surge de la rebelión y la rebelión es el Mal, ya que siempre
se alza contra una realidad sacralizada. La dialéctica hegeliano-marxista
nace como amiga del Diablo. En el Prefacio de la Fenomenología
del Espíritu (texto al que sigo considerando la pieza maestra
de la historia de la filosofía), Hegel establece de una vez para
siempre la relación entre Dios (lo positivo, lo instaurado, lo
sacralizado) y el Diablo (lo negativo, lo que destruye, lo que arroja
a la temporalidad y a la historia). Escribe: La vida de Dios y
el conocimiento divino pueden, pues, expresarse tal vez como un juego
del amor consigo mismo; y esta idea desciende al plano de lo edificante
e incluso de lo insulso si faltan en ella la seriedad, el dolor, la
paciencia y el trabajo de lo negativo. No hay demasiada distancia
entre este texto y el traje negro de Severino Di Giovanni. Dice Hegel
que la vida de Dios, expresada como un juego del amor consigo
mismo, es insulsa. Debe aparecer lo negativo para que la historia
surja. Y lo negativo es seriedad, dolor, paciencia y trabajo. La densidad
del pensamiento es la densidad de la historia. Dios es aburrido, por
usar una expresión de moda en la Argentina. Así las cosas,
cuando viene Marx y según muchos demoniza a la burguesía,
lo que está haciendo es otra cosa. Los neoliberales acusan a
Marx de esa demonización. Paul Johnson en Tiempos modernos, por
ejemplo. No, para Marx la burguesía no es demoníaca. Jamás
hubiera pensado exaltarla tanto. Es el proletariado quien es demoníaco.
Acaso la burguesía destructora de formas arcaicas que Marx dibuja
en el Manifiesto podría tener contactos con el poder negativo
del Maligno, pero una vez consolidada la burguesía se sacraliza,
establece un orden, un Paraíso que pretende no tener contradicciones.
Es entonces cuando llega la hora del proletariado destructor. Por decirlo
claro: siempre será demoníaco escupir en el Cielo. Y escupir
en el Cielo es la condición de posibilidad de la rebelión.
Si Hegel es el gran filósofo romántico, si su pensamiento
se despliega a partir del hecho prometeico fundante de la Revolución
Francesa, no es casual que esa vertiente se encuentre en Marx primero
y en los poetas y novelistas del desgarramiento luego. Entre nosotros,
Sarmiento amó el Mal como pocos. Era un gran escritor y como
gran escritor supo que Facundo era más fascinante que Rivadavia.
También a Echeverría le fascinó el matadero como
síntesis del Mal. Y Alberdi escribió el Fragmento
preliminar al estudio del Derecho pensando en Rosas, no en el
general Paz. Tanto atrae e inspira el Mal, que José Mármol
no escribió nada luego de la caída de Rosas. Y fue por
Rosas que escribió Amalia. Tanto atrae el Mal que Baudelaire
extrae de él sus flores. Y Dostoievski su amor por los desbordes,
por la locura: Que el hombre propende a edificar y trazar caminos
es indiscutible. Pero ¿por qué se perece también
hasta la locura por la destrucción y el caos? (Memorias
del subsuelo).
La historia del Diablo es inabarcable y deslumbrante. Baudelaire dijo
esa frase célebre: que la gran ventaja del Diablo es que la gente
no cree en él. Y Bram Stoker la retoma en Drácula: la
gran ventaja del vampiro (ese perfecto matiz del Diablo) es que nadie
cree en él, dijo. Y luego Freud y el inconsciente. Digámoslo:
el inconsciente freudiano es el Diablo. Es lo que se oculta, lo que
se niega desde la razón, lo que viene a alterar el calmo universo
de lo consciente. Y el nihilismo nietzscheano alcanza su más
explícita altura demoníaca cuando postula la muerte de
Dios. Nadie ha postulado la muerte del Diablo. (Nota: sobre los intentos
del pensamiento neoliberal por ligar las revoluciones en tanto
sucesos prometeicos con la idea de pecado sugiero consultar el
capítulo Modernidad y pecado de mi libro La sangre
derramada. Sobre la temática del Mal sugiero una ojeada a mi
reciente Pasiones de celuloide: Hegel y Richard Widmark.)
6
volvemos al cine
Raramente Hollywood ha estado a la altura de estas temáticas.
Las películas sobre el Diablo son maniqueas, cargadas de una
religiosidad elemental, casi propagandística. En verdad, uno
debería preguntarse por qué el agua bendita y los crucifijos
son tan poderosos contra un ser que se alzó frente al orden divino,
que hizo trizas el Paraíso de Dios, ese juego del amor consigo
mismo, según decía Hegel de la siesta edénica.
La mejor es El bebé de Rosemary. El Diablo aparece en el sueño
de la protagonista embarazada, que, antes de preñarse, sueña
que una Bestia la penetra y despierta con diversas heridas. En casi
todas estas películas el Diablo es asimilado a la Bestia que
describe el Apocalipsis. En el Apocalipsis aparece el Anticristo,
escribe Josef Pieper, como una bestia, que se alza desde el mar,
pero no como un animal conocido en nuestra experiencia, sino como un
monstruo (diez cuernos, siete cabezas, semejante a un leopardo, con
pies de oso, hocico de león). Que mete miedo, mete. De
aquí la violencia y la brutalidad del Diablo en estos films.
Luego de Polanski vino la célebre El exorcista, que también
mezclaba al Príncipe de las Tinieblas con crucifijos y sotanas,
aun cuando fuera el eminente Max Von Sidow quien los portara. Aquí,
el psicoanálisis fracasa. Pero no el viejo Max, quien logra ahuyentar
al Maligno. Luego, La profecía. Luego La profecía II.
Films con viejos y queridos actores de Hollywood; la primera con Gregory
Peck, la segunda con William Holden. Y hasta mi venerado Richard Widmark
se sumó a la lista, ya que viajó a Alemania y filmó
Para el Diablo, una hija. El Maléfico se encarnaba en Christopher
Lee y la hija era una muy joven y muy hermosa Nastassja Kinski, lo mejor
del film.
Tal vez luego del film de Polanski lo mejor haya sido El
abogado del Diablo. Aquí, Pacino (el Diablo) entra en una iglesia,
mete su mano velluda en agua bendita y ríe desafiante, absolutamente
impune. Luego le dice a Keanu Reeves una verdad irrefutable: El
siglo XX ha sido enteramente mío.
Todo empeora con el módico intento de Winona y Meg Ryan (Meg
es la productora del film). Otra peli sobre el Anticristo. Con una variante
válida: los malos son los curas. (También en el film Vampiros,
de John Carpenter, el malvado es un cura que juega Maximilian Schell
y que prefiere la inmortalidad que puede darle el vampiro, pues ha dejado
de creer en la de Dios.) Un cura le dice a Winona: Ustedes tuvieron
dos mil años, ahora nos toca a nosotros. Un disparate.
Creer que estos dos mil años transcurrieron sin el Diablo sólo
se le puede ocurrir a un guionista excesivamente bien pagado de Hollywood.
Uno ve estas pelis y terminan siendo con frecuencia pelis de curas buenos
que luchan contra demonios atroces. No va con la experiencia argentina.
Aquí, los más sanguinarios, bestiales demonios que hemos
tenido, los despiadados maléficos de uniforme y no tridente sino
picana que asolaron este país, se llevaron muy bien con los curas,
quienes no se dedicaron a atosigarlos con crucifijos y agua bendita
(salvo para reverenciarlos y bendecirlos y calmar cualquier posible
inquietud que surgiera en sus almas ante las santas masacres que protagonizaban)
sino que, casi unánimemente, callaron ante la presencia del Mal,
acaso porque para ellos era, sin más, el Bien. No hubo un exorcista
para Videla.
7
Otra vez se trata de
escupir en el Cielo
Brevemente: hoy se nos postula un nuevo paraíso. El capitalismo
de mercado (con su poder mediático e informático) dice
ser lo único. Dice ser el Cielo. Todo pensamiento que se postule
como lo Uno, se postula como Dios. Como lo bueno y como lo mejor. Se
trata, entonces, de construir la alteridad. Bien manejada, la diferencia
derrideana puede presentar estimulantes aristas demoníacas. Porque
de eso se trata: de construir la diferencia, de impulsar el acto rebelde
y fundacional que proclame lo Otro. Y lo Otro es el Diablo. ¿Cómo
no habríamos de creer en él?
Sólo algo más, una confesión: escribí este
texto en Buenos Aires, durante las ardientes noches del 4 y 5 de este
mes de enero. Dicen que la sensación térmica osciló
entre los 35 y los 40 grados. Fue una gran experiencia. Todo ardía,
todo era un fuego. Tan absoluto, tan extremo era el calor que, en muchos
momentos, sentí Su presencia. Estaba a mi lado y como suele
hacerlo susurraba, acaso dictándome.