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Personajes Roberto Piazza dispara

La vida es
una pasarela

Llegó de Santa Fe con una mano atrás y otra adelante. Empezó a vender
vestidos y se fue ganando su público. En 1986 hizo pública su homosexualidad. No va a las marchas del orgullo gay porque dice que no se siente orgulloso de serlo. Tampoco va a Punta del Este porque dice que no tiene qué ponerse. Pero va a cuanto programa de TV lo invitan para explicar que, aunque le guste bordar, en realidad él está haciendo política.

POR CLAUDIO ZEIGER

Debe haber pocos personajes públicos que puedan afirmar sin pudor que “salvo Blackie y Tato Bores, a mí me entrevistó todo el mundo”. Así lo asegura Roberto Piazza, efectivamente uno de los hombres más entrevistados y cuyo target de interview puede ir desde la revista Glamour a Radar (como sucedió días atrás en la boutique del diseñador) pasando por programas políticos, “Paf” o el reportaje atrevido de Jorge Guinzburg. Pero –aunque suene paradójico– Roberto Piazza no está de moda. Su presencia mediática se multiplicó desde hace varios años al calor de la moda, pero sobre todo de las costumbres (Piazza habla sobre homosexualidad desde que asumió la suya públicamente en 1986) y la historia de vida contada con un tono seguro y enormemente entretenido. Piazza hizo de sí mismo un personaje interesante y mediático, eludiendo los prototipos, explicando la homosexualidad al gran público heterosexual y divulgando zonas tapadas de la sociedad argentina. Gusta recordar que, cuando vino a Buenos Aires por primera vez en 1978 desde su Santa Fe natal, se sintió más discriminado por ser provinciano que por ser gay, sobre todo en el mundo de la moda y la alta costura. Mostrando cara y ceca de ese mundo glamoroso que gran parte del público mitifica, Piazza se convirtió en un emblema que él explica del siguiente modo: “El 99 por ciento de la gente –hombres y mujeres– que me saludan por la calle me dicen que, más allá de los vestidos, les gusta mi manera de pensar, de hablar y de ser. Yo estuve haciendo política todos estos años. El vestido es una anécdota, linda, graciosa, lujosa, pero la gente a la que no le interesa la moda se detiene a escuchar lo que yo puedo opinar sobre las declaraciones de Jaime Bayly más que de la ropa que le hice a Yuyito González”.
Piazza es entonces un tipo que enarboló tempranamente la bandera de quitarse la careta sin dejar de estar metido en el centro de una actividad que gusta hacer del caretaje una de sus armas favoritas. Cuando hizo pública su homosexualidad a través de un reportaje, recuerda, su familia se enojó, sus clientas –lejos de escandalizarse– se rieron mucho, algunos medios le pegaron duro y él sintió que se quitaba un enorme peso de encima. Pero dice que en realidad no había sido un acto premeditado de su parte.
“Orlando Barone me preguntó en una entrevista para el diario La Razón por qué creía yo que los diseñadores hombres eran más talentosos y famosos que las diseñadoras. Y yo, medio salvaje, dije que creía que los hombres estaban más capacitados para crear moda fantasiosa, pero siendo gays, porque el gay tiene incorporada la sensación de la ambigüedad. Y agregué algo así como que todos los creadores de moda eran gays y, si no lo eran, era porque todavía no se lo habían avisado”.
En estos días, Roberto Piazza, tan entrenado en las intervenciones televisivas, acaba de arrancar con programa propio en cable (“Roberto Piazza presenta” por canal Plus Satelital), “una propuesta casi didáctica sobre alta moda”, dice, “mostrando vestidos sobre mujeres que no sean sólo modelos. Una chica normal ingresa al estudio y después de que la agarra Piazza queda transformada. Pero no es un Fashion Emergency, sino algo mucho más teatral. La idea es hacer algo divertido dentro de la frivolidad de la moda y también mostrar algunos secretitos y que la gente se sorprenda. ¿Vos sabés que un vestido mío pueda llevar 250 metros de gasa?”.

TEORíA DE LA MODA
“Para mí la moda no es una frivolidad, y si lo es, en todo caso se trata de una filosofía de la frivolidad, que es algo más interesante”, dice Piazza.
En sus desfiles suele mostrarse un culto a la feminidad y, en general, la presencia del hombre sobre la pasarela está en función de la mujer. ¿Qué pasa con lo gay en la moda?
–Hay una moda gay, pero no la sabemos mirar ni detectar, y la verdad es que tampoco es algo tan desarrollado en la Argentina. Aunque esté solapado, yo diría que el 90 por ciento de la moda actual es gay y todo lo que gira en torno de la moda masculina de hoy es gay. Ni siquiera es la androginia, que ya fue. Es la feminidad puesta en el hombre. De hecho el hombre era el dueño del adorno hasta mitad del siglo XIX, se ponía pelucas y tacos, y hoy vuelve a usar mucho cosmético, aunque todavía quedan pruritos... seguramente para que no vayan a creer que es puto. Cuando vas a un casamiento de mucha guita, ves a los hombres con todo: perfumes, bronceado, maquillado, peinado, teñido, arito, anillos, smoking de raso, ropa interior de seda. El hombre hace más cosas que la mujer para llegar bello al día del casamiento. Hoy por hoy está instalada la elegancia ambigua, la delicadeza. A la mujer ya no le gusta el macho peludo y la publicidad muestra claramente esa tendencia de cuerpos masculinos depilados, pibes casi feminoides.
¿Cómo fueron sus comienzos en la moda?
–Vine a Buenos Aires en 1978 vendiendo ropa; había empezado con un tallercito en Santa Fe dos años antes. Llegué a Buenos Aires con una valija de ropa y pronto instalé mi boutique, fui conociendo modelos, actrices, las primeras clientas. Yo siempre viví de vender vestidos, blusas, ropita, y enseguida me metí en el ambiente de toda esta farándula. La diferencia es que cuando llegué yo estaba más contento que ahora porque me deslumbraban las luces de la gran ciudad, aunque quizá si ahora tuviera veinte años viviría la misma felicidad de ese momento.

ORGULLO Y PREJUICIOS
Después de años de prejuicios, parecen haberse instalado algunos mitos inversos: los gays son más sensibles que los heterosexuales, más estéticos, más creativos, incluso más lindos. ¿Usted qué cree?
–Todo lo que rige Venus y el arte tiene que ver con la ambigüedad y la homosexualidad, de eso estoy seguro. Debe haber algo, aunque no todos los gays son creativos y talentosos. Yo voy a un boliche donde hay tres mil gays juntos y te digo que a lo sumo puedo sacar cinco personas talentosas. Los demás son seres comunes y normales: uno no hace nada, uno quiere ser modelo, el otro quiere cantar, el otro yira, otro estudia. Yo no creo que la elección sexual te haga más o menos sensible. Puede ser que siendo gay te des más permiso para expresarte o emocionarte. Está mal visto que el carnicero o el policía escriban un poema si quieren hacerlo. Pero sin exagerar: puedo ser muy creativo y ser un espanto de hijo de puta, aunque espero no llegar a serlo. Evidentemente hay muchos mitos.
¿Siente que hacer pública su homosexualidad le dio impunidad?
–A mí me sirvió para hacer y decir socialmente lo que se me canta. Me dio impunidad y sobre todo mucha libertad, pero yo nunca hice escándalo en televisión y no fui a las marchas por el orgullo gay. Yo no estoy orgulloso de ser gay. Si me preguntás si querría retroceder mi vida y cambiarla te diría que sí, pero no la cambio porque a esta altura es una fantasía de locos. Yo estoy orgulloso de ser Roberto, no Roberto el gay. Me enorgullece ser un triunfador dentro de la sobrevivencia. Un sobreviviente triunfador. Ahora, de dónde pongo el culo no estoy orgulloso. Ni me importa. En realidad, ni me pongo a pensar si estoy orgulloso o no. Quizás estoy orgulloso de haber llegado a los 42 años sin tantos retorcimientos, pero no por eso voy a hacer una marcha en la vereda.
Más allá de la forma escandalosa que pueda tener una marcha, se trata de la lucha por los derechos civiles.
–Los derechos que pretendemos tener se lograrían con representantes que vayan y luchen políticamente, no mostrando las tetas por la calle o mezclando todo, porque el problema es que la gente no entiende quién es quién a esta altura, qué es un gay, qué es un travesti, estamos absolutamente segmentados. Las manifestaciones son divertidas, pero no llevan a nada.

HOMOSEXUALIDAD: TEORíA Y PRáCTICA
“La libertad que se vive ahora en Argentina es maravillosa”, cree Piazza. “Pensá que yo vine a Buenos Aires en 1978, cuando no podías salir a la vereda, no podías reunirte en la casa de nadie, ni siquiera podías mirar a un tipo a la cara. Te llevaba la cana, te cagaban a trompadas, te hacían un Segundo H por prostitución y escándalo. Eso fue cambiando lentamente desde la democracia hasta ahora. La gente se ha olvidado de lo jodido que era y creo que con el tiempo, si se la pelea, se pueden llegar a obtener mayores libertades”.
¿Cuando va a un programa de televisión siente que tiene que explicar la homosexualidad a los heterosexuales?
–A mí me aburre un poco explicarlo, pero hay que hacerlo, entonces hablo desde el punto de vista de una persona que es gay, que no se cree que es un enfermo a pesar de que puedo ser un neurótico, pero que a la vez cree defender la causa de muchos otros desde la postura de tener una vida normal, de trabajo, no desde el fracaso y la tristeza. Ni, por el contrario, tener que mostrar todo el tiempo que sos un tipo divertido, creativo, alocado, fiestero, promiscuo. La gente está esperando ver cuál es la falla del puto, cuál es su enfermedad.
¿No hay un riesgo de tener que mostrar que el gay es un superhombre sin debilidades para no dar una mala imagen?
–El tema es no dar ninguna imagen. Yo he contado mis fracasos y tristezas en esta Buenos Aires y digo siempre que soy un privilegiado por trabajar en lo que trabajo, porque la gente que es gay y trabaja de periodista o militar o en una heladería es peor vista. No quiero hacer ni una apología de la homosexualidad ni hacerle creer a la gente que yo soy el maravilloso superhombre que la tiene reclara.
Resulta interesante, y supongo que es la base del atractivo que genera su presencia en los medios, alguien que, a diferencia de los opinólogos, habla directamente a partir de su experiencia.
–Sí, y ésa es la diferencia de lo que pasó cuando estuvo Jaime Bayly en la televisión (en el programa “Memoria”, Bayly habló desde Chile y Piazza estaba en el estudio con Chiche Gelblung). Él hablaba desde su cultura y su intelectualidad y teorizaba un montón de cosas.
Cuando le tocó intervenir a usted, se lo notaba muy exaltado. ¿Por qué lo enojó tanto que Bayly se mostrara ambiguo con su sexualidad?
–En todo momento jugaba con la ambigüedad, la bisexualidad, y hacía creer a la gente que ser un bisexual o un homosexual es algo fantástico. No me gusta la manera que tiene de seducir, tocándose los lentes, sacando la lengua. Y bueno, me pareció un pelotudo. Podés ser bisexual, homosexual, drogadicto, heterosexual, lo que quieras, pero no tomar eso con tanta frescura. No sé por qué me enojó tanto ese tipo.
¿No será que le salió su costado ortodoxo?
–Bueno, yo soy tremendamente conservador: es así o es asá. Jamás me van a poner a hablar con un tipo bisexual para que yo tenga que convencerlo de que se defina para un lado. ¡Andá al club de los bisexuales y no rompas las pelotas!
También está el mito de que la bisexualidad no existe.
–Sí existe. ¿Por qué no te va a poder gustar un tipo y una mujer? Bien pensado, sería lo ideal. Yo sé que los hay. Si hacés números, creo que hay más bi que homosexuales. El problema para un gay es que tenés que competir con una mina y con un tipo a la vez. Si al tipo que sale conmigo le gustan Susana y Pedro, me vuelvo loco: puedo competir con Pedro, pero no con Susana. Y una mina, en el momento de casarse con un bisexual, seguro que lo va a pensar mucho. ¿Cómo hará para competir con un tipo? Es difícil ser fiel a una persona, así que imaginate a dos, y de distinto sexo.
¿No lo harta el ambiente de la moda?
–Hace 26 años que hago esto y en verdad lo hubiera abandonado, pero me gustan mucho los desfiles, las modelos, el bordado. Pero yo no participo de las fiestas del ambiente de la moda. Voy a muy pocas fiestas y no soy amigo del sistema de la moda. No voy a las discos del ambiente del fashion, no voy a Pinamar ni a Punta del Este. Podría ir, pero me aburre horrores, me violenta. No tengo ropa para ponerme cuando tengo que ir a esos lugares. Tenés que ser un tilingo para participar de eso y a mí me gusta la tilingueada, pero dentro de mi circuito. Prefiero ir a reventarme una noche a las dos de la mañana a un boliche.
¿Qué encuentra de bueno y de malo en el ambiente gay?
–Lo malo, lo peor, es la gran histeria y la falta de compromiso, las tremendas dificultades de conocerse unos con otros. Es muy difícil conectarse con alguien con demasiado alcohol. A las tres de la mañana, los boliches son una olla hirviendo a mil. Yo me tomo una cerveza y ya estoy alegre, pero es terrorífico. Lo bueno es la libertad y que todavía te podés asombrar de lo que ves, podés llegar caminando al boliche porque no hay peligros, no hay tanto rollos con el miedo y la violencia. Hay lugares más tranquilos y hay mucha gente rotando por todos los lugares. El boliche es el lugar del encuentro. Yo ya no tengo tiempo de ir a yirar por la calle. Hay mucha competencia y un fondo de inseguridad terrible, sobre todo de rebotar, de ser rechazado. La búsqueda permanente es encontrar a alguien a quien querer y que te quiera, nada más. En el camino está el sexo nocturno, pero en el fondo el sábado te vestís para encontrar pareja.
Pero cuando usted entra a un boliche, todos saben quién es. ¿Adopta alguna actitud especial?
–Me pongo a la defensiva. Y el que está enfrente también. Hay dos etapas de la noche. Cuando llegás todos te miran y se codean, uy, mirá quién está. Después, a eso de las cinco, están en pedo y se soltaron, entonces ahí ya no hay muchos problemas. En realidad, no me puedo quejar.
¿Sigue pensando que lo discriminaron más por provinciano que por gay?
–Sí, y fue algo increíble pero real. No entraba al circuito de la alta costura y de la moda porque era un santafesinito de mierda recién llegado, y para colmo, pendejo. Me costó mucho más eso que cuando dije que era gay. Por ser gay nadie me la hizo tan difícil para llegar a un lugar como por ser pendejo del interior. Y no debería ser tan complicado todo esto de la moda. La gente, al final, viene a comprar un vestido.

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