Hitos
una de
jean Eustache por primera vez en un cine argentino
El
marido de
la secretaria
Durante
años fue conocido entre los cineastas franceses por ser el marido
de la secretaria de Cahiers du Cinéma. Hasta que en 1963 estrenó
un mediometraje y monstruos como Truffaut, Godard y Rohmer reconocieron
en él a un compadre. Timbero, borracho, mujeriego, proletario
y dandy, Jean Eustache apenas pudo filmar un puñado de películas
y documentales antes de que la falta de reconocimiento lo empujara primero
a realizar cortometrajes por encargo y luego al suicidio, en 1981. En
un acto de justicia, el próximo fin de semana se proyectará
por primera vez en la Argentina su obra maestra: La madre y la puta.
POR
LUC MOLLET
Debo
haber conocido a Jean Eustache en 1962, en la redacción de Cahiers
du Cinéma. Me dio la impresión de que era el único
allí que no tenía nada que ver con las películas.
Pasaba a buscar a su mujer, Jeanette, la secretaria de la revista, todas
las tardes a las seis en punto y se iba pocos minutos después.
Por eso me sorprendió mucho enterarme, un par de meses después,
de que había terminado un mediometraje, Les mauvaises fréquentations
(1963), con el que había ganado dos premios en el Festival de
Cine en 16 milímetros de Evian. Tenía mis dudas con Eustache.
Siendo franco, la súbita inmersión en el cine de el
marido de Jeanette, ese circunspecto consorte, parecía,
como mínimo, algo extraño. En retrospectiva, creo que
su silencio en la redacción se debía a una cierta timidez
provocada por la presencia de Truffaut, Godard, Rivette y hasta Rohmer,
las fuerzas que movían los engranajes de Cahiers... La mala impresión
que tenía de él influyó en la crítica que
escribí sobre su película, un romance que se vuelve sórdido,
ambientado en un baile en los suburbios parisinos y contado de forma
bastante naturalista. La vanidad es sólo la superficie,
dice la cita de Pascal. Tal fue mi primera reacción ante la película,
centrada en gente realmente muy mediocre. A favor de Eustache estaba
su rigor, su ausencia de golpes bajos, su exactitud en la observación,
la precisión de su banda de sonido y un ritmo que parecía
coincidir con la realidad cotidiana.
LA
FRANCIA PROFUNDA
Eustache daría
el gran salto con Le Père Noël a des yeux bleus (1966),
que mostraba la misma devoción por la reconstrucción de
un ambiente natural, en esta ocasión Narbonne, en el sudoeste
de Francia (uno de los dos lugares de origen del director, junto a Pessac,
cerca de Burdeos). La película tenía un tono provinciano,
ligeramente venido a menos, pero también una cierta calidez,
el peculiar dinamismo de JeanPierre Léaud y un toque luminoso
y divertido. También poseía un gran final, en el que las
palabras au bordel (al burdel) se repiten sin
cesar, recordando el clímax de Cero en conducta de Jean Vigo.
Ver a Eustache pasar de la ficción al documental fue sorprendente,
ya que la mayoría de los cineastas acostumbra realizar el movimiento
opuesto. Pero la línea que divide al documental de la película
de ficción es muy delgada: la ficción, en su mayor parte,
está basada en la reproducción de algo observado previamente;
el documental, por lo general, registra ostensiblemente la realidad
de ese preciso momento. La categoría documental es
débil en sí misma. Por ejemplo, en La Rosière de
Pessac (1968), Eustache entrega una suerte de realidad compuesta:
vuelve a uno de sus pueblos natales y, con el permiso del intendente,
filma la elección de la mujer más virtuosa del pueblo.
Pero el concurso revela la hipocresía, incongruencia y ridiculez
de tales premios, obsoletos para el conspicuo 1968, incluso antes de
los acontecimientos de mayo. La Rosière de Pessac es una película
que hace reír a casi todo el mundo, pero Eustache no hace absolutamente
nada para lograrlo. Las pontificaciones del intendente, repletas de
furcios, se vuelven cada vez más graciosos porque el director
no interviene (irónicamente, al intendente le encantó
la película). La ambigüedad natural de la película
es mucho más fuerte y menos artificiosa que la concebida por
cualquier guionista: la película es un triunfo de humor espontáneo.
La opción del documental estaba justificada además por
la economía: una película de una hora de duración
como ésta podía ser rodada en dos días. El costo
total fue de veinte mil dólares al cambio actual. Como antes
de Mayo del 68 los cineastas independientes rara vez recibían
subsidios, el documental era la solución para quienes querían
trabajar. A la película le fue muy bien: durante sus primeros
dos años de exhibición ganó más de tres
veces su costo. El siguiente documental de Eustache, Le Cochon (1970),
que dirigió junto a Jean-Michel Barjol, fue terminado en sólo
un día. La película registra una práctica tradicional
que ha desaparecido casi por completo: la matanza y descuartización
de un chancho en una granja del Macizo Central. Con escrupuloso respeto
por las tradiciones populares, el film presenta las voces y el sonido
real (que siguen siendo cautivantes), aunque el profundo acento patois
y las onomatopeyas hacen que las palabras sean incomprensibles.
LOS
ABUELOS DE LA GRANJA
Enfrentado
a la imposibilidad financiera de hacer su largometraje autobiográfico,
Mes petites amoureuses, Eustache decidió realizar Numéro
zéro, también filmada rápidamente, y luego decidió
no mostrarla (incluso a mí, que era el productor, me prohibió
verla): una actitud paradójica en un momento en el que la mayoría
de los realizadores hacía lo imposible por conseguir espectadores
(Eustache llegó a decirles a los organizadores del Festival de
Tours que les permitiría mostrar Père Noël sólo
si la seleccionaban sin verla).
Numéro zéro consiste en una serie de tomas largas y estáticas
en las que la abuela de Eustache cuenta la historia de su vida. Conocí
bastante bien a la abuela, un personaje apasionado y verborrágico,
que había fingido una ceguera para conseguir una pensión
por invalidez. Los abuelos jugaron un papel muy importante en la vida
de muchos directores franceses de ese período. La generación
nacida en los 20 solía enviar a sus hijos al campo a vivir con
sus abuelos: así, los hijos estuvieron mejor alimentados durante
la ocupación alemana y los padres pudieron disfrutar de la vida
inmediatamente después de la guerra. El resultado fue la reverencia
por los abuelos y el rechazo de los padres, una crisis que posibilitó
innumerables carreras artísticas. Numéro zéro incluso
inspiró un programa de televisión sobre las abuelas (en
1980, por razones económicas, Eustache decidió montar
una versión extractada de la película para ser exhibida
por televisión, llamada Odette Robert).
LA
MADRE Y LA PUTA
Eustache pasó
varios meses escribiendo La Maman et la putain. Estaba obsesionado con
este proyecto autobiográfico; soñaba con él. En
1971 se ofreció a editar mi película, Une adventure de
Billy the Kid. Se sentaba frente a la moviola y recitaba los diálogos
de su película que había escrito la noche anterior, sin
dejar por un minuto de realizar el montaje de la mía. El guión
consistía en una serie de conversaciones (un poco a la manera
de Rohmer) y testeaba conmigo las paradojas que formulaba su héroe,
Alexandre, papel que ya había aceptado Jean-Pierre Léaud.
El resultado fue una suerte de anarquismo de derecha, no demasiado lejos
de las novelas de Céline. No estaba inspirado en una ideología
sino en la necesidad de provocar que tenía Eustache. Después
de 1968, el anarquismo de derecha era verdaderamente provocativo. Y
ésa era su venganza contra la industria cinematográfica
que lo había rechazado.
El éxito de La Maman et la putain probablemente descansa en Léaud
y en el deseo de Eustache de que esta improbable logorrea anticonformista
tuviera alguna coherencia. Pero la película también capturó
la forma de hablar y actuar posterior a 1968. Su fortaleza radica en
la insolencia con que mezcla sentimientos de derecha y sexualidad de
izquierda. La solidez de la película reside también en
su duración (tres horas y cuarenta minutos), aunque no pase casi
nada en términos dramáticos. Era la época de LAmour
fou de Rivette, Milestones de Kramer y Doomed Love de Oliveira, películas
que se enfrentaban a un espectador acostumbrado a una dotación
interminable de productos de noventa minutos. En el caso de Eustache,
mantenía y renovaba el interés del público alternando
sus protagonistas a lo largo de su película.
Mucho antes de comenzar el rodaje, Eustache me preguntó si existía
alguna posibilidad de que su película fuera seleccionada para
el Festival de Cannes. Le dije que sí: de las tres películas
francesas elegidas para competir cada año, una de ellas era elegida
por su contraste con la norma. Eustache siempre tuvo en mente a Cannes
y el jurado terminó otorgándole dos premios y el reconocimiento
internacional (a pesar de, o quizás a causa del escándalo
alrededor de la película).
EL
DANDY PROLETARIO
Convertido
ya en un favorito de la crítica, Eustache podía emprender
finalmente su viejo proyecto de Mes petites amoureuses (1974). La historia
está ambientada en su ciudad natal, vista a través de
los ojos de un chico de trece años. Otra vez un cambio radical:
después de pasar de un documental pueblerino al paradigma de
la ficción parisina de autor, Eustache volvía a la crónica
de provincias a través de un chico común y corriente.
Cuatro años antes de comenzar el rodaje, me contó que
quería reconstruir su infancia: cada pared, árbol y poste
de electricidad tenían que ser exactos. Creía que era
la única manera de mostrar con precisión las impresiones
infantiles en el cine.
Mes petites amoureuses consigue echar luz sobre ciertos rituales franceses.
En ese sentido es un éxito. Los rituales son los del cortejo
adolescente: los lugares de coqueteo durante los paseos, el repertorio
de acercamientos y alejamientos, los primeros besos. Otros rituales
franceses registrados fielmente por Eustache: el carneo de un cerdo,
la elección de la Rosière, los bailes de pueblo (Les mauvaises
fréquentations), los paseos por Narbonne (Le Père Noël)
y hasta charlas de café en el 6e. arrondissement parisino (La
Maman et la putain).
El público se desilusionó cuando el director de la escandalosa
La Maman... estrenó una película apta para todo público.
Los problemas de Eustache se debían a su condición de
inclasificable. En un momento era el dandy de Saint Germain des Près
y al siguiente era un provinciano. En realidad era ambos. Al principio
era un joven típico, casado, padre de familia a los 22 años,
un trabajador manual (primero en el ferrocarril y después, cuando
no tenía un centavo, en la empresa textil de mi padre) sin preparación
académica. Pertenecía a la raza de cineastas sin estudios
y extracción proletaria, junto a Sacha Guitry, François
Truffaut, Claude Berri y Frank Borzage.
Poco a poco, Eustache se convirtió en un habitué de los
bares de Montparnasse, apostando a los caballos, emborrachándose
y dejando de lado a su mujer por distintas aventuras, mientras se mezclaba
con la intelligentzia cinematográfica. Se convirtió en
un artista romántico, en el sentido de Rimbaud o Verlaine. Los
distritos parisinos se volvieron como una droga para Eustache; no soportaba
vivir en ningún otro lado, a no ser que estuviera filmando. Se
aburría constantemente y parecía indefenso cuando viajaba
a Roma o Atenas, ya que sólo hablaba francés. Es difícil
decir si esta evolución fue natural o una forma de esnobismo.
Eustache era una mezcla sorprendente de proletario y dandy, una dicotomía
que ayudó a la consolidación de su proyecto estético.
EL
SíNDROME BRESSON
Para volver
a Mes petites amoureuses, es palpable la sobriedad de sus actuaciones
y la influencia de Bresson. Pero Bresson es un maestro peligroso para
sus imitadores. Sus películas tienen un principio de enunciación
que no dramatiza los hechos, pero que, a la vez, tiene su propia música,
una combinación que resulta inimitable. Y el principio bressoniano
de estructurar la película a través de escenas de la misma
duración se vuelve monótono a lo largo de dos horas: una
vez que el público se acostumbra, ya sabe de antemano cómo
va a terminar cada episodio. El ritmo particular de la película
de Eustache, entre otras cosas, explica su fracaso comercial. Filmado
en 35 milímetros y en color (en lugar del blanco y negro en 16
milímetros de La Maman et la putain), Mes petites amoureuses
costó mucho más que su escandaloso antecesor y tuvo la
mitad de su público. Eustache debió volver a los mediometrajes
y los cortos.
Une sale histoire (1977) es un episodio de voyeurismo completamente
sórdido y algo incómodo de contemplar, narrado de dos
formas opuestas (una en color, la otra en blanco y negro), pero usando
el mismo diálogo (un método que más tarde recuperaría
Hal Hartley para Flirt). Dos años después, filmó
una segunda Rosière de Pessac, una década después
de la original. Eustache parecía querer afirmar que la vieja
realidad objetiva no existía, que la forma en la que percibimos
puede producir significados completamente opuestos. En sí misma,
la primera Rosière ya era doble: por un lado la película
oficial de la elección que había entusiasmado al intendente-protagonista
y, por el otro, una burla al propio intendente. El mismo doble principio
opera en las dos últimas películas de Eustache, el documental
para televisión Le Jardin des délices de Jérome
Bosch y el corto Les Photos dAlix, de 1980. En ambos casos,
un objeto estético (una pintura de Bosch o una serie de fotografías)
coexiste con un punto de vista oblicuo que por momentos parece contradecir
por completo a lo que se ve en pantalla. Alix Roubaud parece estar hablando
de las fotos que está mirando, pero ¿las fotos que vemos
son las mismas de las que ella habla? Las últimas películas
de Eustache juegan un juego interminable con el espectador, que debe
tratar (en vano) de dar sentido a lo que el director está ocultando
y determinar si lo que se le muestra es una ficción o un documental.
LAMOUR
FOU
El suicidio
de Eustache provocó muchas especulaciones en 1981. ¿Fue
a causa del rechazo de la industria? La motivación ciertamente
no era económica, puesto que el día de su muerte tenía
10 mil dólares en el banco. ¿Fue porque no podía
hacer las películas que quería y se había visto
obligado a filmar cortos por encargo? Eso es más probable. En
los últimos tiempos, varios directores franceses se han suicidado,
rechazados por la crítica o el sistema, o enfrentados a crisis
morales: Jean-François Adam, Hugues Burin des Rosiers, Christine
Pascal, Claude Massot y Patrick Aurignac. ¿Quizás Eustache
creyó que su suicidio atraería la atención del
público y la crítica hacia sus obras? Siempre ha sido
así: muchos críticos franceses tenían sus dudas
sobre Truffaut, pero todos lo adoraron sin reservas después de
muerto.
Las razones de Eustache quizás hayan sido más profundas.
Después de asistir a la proyección de La Maman et la putain,
su ex novia se vio tan afectada por cómo la retrataba (era la
madre) que se suicidó. Al parecer, había una suerte
de lógica suicida en el aire: ver quién era capaz de ir
más lejos. Aparentemente Eustache ya había tratado de
suicidarse saltando por la ventana de su hotel en Grecia. La caída
lo dejó incapacitado. Lo que se sumó a su ubicua melancolía.
A los cuarenta y tres (postrado en una cama viendo un video detrás
de otro) parecía de sesenta.
Aparte de Max Linder, otro nativo de Gascoña nacido a diez kilómetros
de Pessac, Eustache fue el único gran cineasta francés
que eligió suicidarse.
La
Maman et la putain se proyectará el sábado 13 y el domingo
14 a las 14.30 y 19.30 en la sala Lugones del Teatro San Martín,
Corrientes 1530.
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