Elvis
está vivo
Es
célebre la reticencia de Sandro a dar entrevistas, y mucho más
para hablar de su vida. De pronto Pinky levantó el teléfono
y lo llamó desde Uruguay. Contra todo pronóstico, Roberto
Sánchez aceptó tomarse un avión en ese mismo instante.
El resultado es esta entrevista que hasta ahora sólo se conocía
muy parcialmente, en la que Sandro habla de su debut sexual a los diez
años, los playback que hacía de Elvis, los primeros shows
con Los de Fuego, las mujeres, la época en que compraba autos
para combinarlos con la ropa, la isla con gente y todo que le ofrecieron
en el Caribe, su amor a Buenos Aires, la muerte de su madre, los problemas
de salud y lo único que todavía le pide a la vida: seguir
cantando. Lo que se dice un lujo.
Por
PINKY
Mediados
de los noventa. Tenía que hacer una serie de reportajes, sólo
a los difíciles. Lo cierto es que cuando lo llamé
(qué duda cabe: él encabeza los difíciles) no sólo
aceptó, sino que decidió que no hacía falta que
yo fuera a Buenos Aires; él vendría a casa, a Punta del
Este. Una vez más tuve clarito por qué siempre lo he querido
tanto. Sandro es absolutamente adorable, y rotundamente divertido. Su
repertorio de chistes y la gracia infinita con que los cuenta me han
hecho pasar horas aferrada al teléfono riendo a carcajadas. Pero
también y por sobre todo, es locamente seductor. Los ojos, que
miran, ven y saben. ¡La boca! Pulposa, inquietante. Sus manos,
tan expresivas como sus palabras. Y aquí está, en mi casa,
abierto, sonriente. Hermoso.
¿Te contaron algo del día en que naciste?
Me contaron que nací en un horario incierto, no se sabe
si era dieciocho o diecinueve de agosto, pero me anotaron el diecinueve
(aunque según mi vieja nací el dieciocho); nací
de incubadora, pesaba dos kilos trescientos, cuatrocientos, ¡era
un ratón! Yo vivo porque quise... ¡me empeciné en
vivir!
¿Eras sietemesino?
No, normal. Mi mamá ya había tenido otro, muerto...
Mamá tenía problemas con sus embarazos y yo nací
enclenque; no daban dos guitas por mí y acá estoy; no
van a poder conmigo, ¡qué joder!
¿Cuáles son tus primeros recuerdos?
Hay cosas increíbles, que se fijan, que recuerdo perfectamente:
mi madre no me podía amamantar porque le había dado una
eczema en los pezones y la veo a la vieja poniéndose crema en
el pecho. Estamos hablando de meses, quizá días de recién
nacido. Recuerdo un almohadón que había, negro con flores
rojas y amarillas. Mi propia vieja cuando yo le contaba decía:
Pero ¡no puede ser!, yo te lo conté alguna vez;
y yo: Mamá, nunca me lo contaste. Y tenía
meses, eh. Una memoria en ese aspecto, impresionante, ¡impresionante!
Gran poder de retentiva, eso me ayudó mucho. Es importante para
el laburo de uno acordarse, sobre todo de la gente.
¿La niñez?
¡Ah! (se ilumina) ¡Fantástica! ¡Fantástica!
Como digo siempre: Yo fui un pibe callejero, no un pibe de la
calle; es una diferencia muy grande. Tenía un hogar bien
constituido, un viejo y una vieja sensacionales que me criaron con una
serie de principios morales bárbaros, me dieron... creo que lo
mejor que me podían dar, que eran ellos mismos. Pero era de barrio,
¡y muy callejero! Hijo único y mi vieja, pobrecita, era
enferma. Y yo me rajaba, me iba a la calle. Ya desde muy chiquito saltaba
de la cuna, saltaba por la ventana, me iba a la calle y ¡me subía
arriba de un árbol!
¿Qué edad tenías?
Dos años. ¡Todo el barrio alborotado y yo arriba
del árbol mirando cómo me buscaban! En calzoncillitos,
¿viste? Era lo peor: José Libertad. Esta es otra cosa
que recuerdo: yo tendría seis, siete meses y mi cuna era de hierro.
Me despertaba de noche, me paraba en la cuna, la empezaba a sacudir
¡y chau pibe!, ¡al carajo el pibe! Debajo de la cama: Guauaaa,
llorando. Entonces mi viejo me hizo una red. ¡Así como
lo oís! Me acostaban a dormir y me metían la red encima,
porque si no me piantaba.
Hablame de tu viejo.
¡Mi viejo es uno de los tipos más brillantes que
yo conocí! Laburador. Nació en Buenos Aires y después
mis abuelos se fueron a vivir al campo. Pasó toda su juventud
allá, después volvió a Buenos Aires... Hizo tercer
grado nada más, pero tenía un poder de análisis,
una concepción de las cosas tan... ¡tan certera! Simpático.
¡Bah!, maravilloso. Vendíamos vino a domicilio. Mi pobre
viejo se levantaba a las cuatro de la mañana para trabajar en
el frigorífico Wilson, y cuando salía se armaba changas.
¿Por qué razón? Porque la enfermedad de mi vieja
se la llevaba toda. No había guita que alcanzara.
¿A qué edad empezaste a acompañarlo?
A los diez. Triciclo, noventa a cien damajuanas ¡y a
pedalear! Cuando llovía había calles de tierra donde no
se podía entrar y mi viejo tenía que llevar cinco damajuanas
en cada mano... bajo la lluvia. Era un animal laburando, una topadora.
Lo conocía todo Valentín Alsina, por la simpatía
que tenía. Por ahí venía con el triciclo, después
con la motoneta que se compró, pobre santo, y si había
una barra de atorrantes, paraba, les contaba dos cuentos, se morían
de risa y él seguía. Ya lo esperaban, ¿viste? ¿Y?,
don Vicente, ¿qué cuento nuevo hay hoy?. Siempre
tenía, siempre, era una máquina... Me marcó mucho
mi viejo, muchísimo. A los diez años me dio la llave de
mi casa.
¿A los diez?
Yo era imparable, Pinky, entonces; como no podía luchar
conmigo me dio la llave y me dijo: Acá tenés tu
libertad, usala bien; que yo nunca te saque de una comisaría
porque esto se acaba. ¡Estuve en cana mil veces! En aquella
época un pibe solo a las once, doce de la noche por la calle...
te arriaban para adentro. Eso sí, mi viejo nunca me sacó
de la comisaría. Ahí descubrí mis dotes actorales:
le mentía al comisario, pobrecito.
¿Qué le decías al comisario?
Que mi viejo era un mal tipo, que me fajaba. ¡Cualquier
cosa! Todas mentiras. Al fin, cuando me veía, decía: ¡Otra
vez vos! Andá para tu casa (ríe a carcajadas). Éramos
atorrantes pero no hacíamos nada raro, éramos incapaces
de hacer algo con premeditación
¿Y las chicas?
Bien... bien... muy bien.
¿Había muchas chicas en Valentín Alsina?
Muchas. Y lindas... tuve varias noviecitas. A punto de casarme
siempre; ¡pero nunca pudieron con papá!
¿Cuál fue la primera?
¿La primera? La de al lado de mi casa. Yo tenía
diez y ella ocho. Maravilloso. Le mandaba cartitas. Me acuerdo el primer
beso que le di atrás de la iglesia... ¡lo que me costó!
Y se puso colorada como un atado de Jockey. Uno con el tiempo valora
las cosas, el barrio, los amigos; éramos callejeros, había
travesura pero no había droga, no había pegamento.
¿Por qué no te casaste?
(Baja la voz y dice intensamente) La libertaaaaaad. Te estoy
contando que me metían una red en la cuna cuando aún no
sabía caminar, imaginate. Aparte hay otras razones: el tipo de
laburo que llevamos nosotros, la imposibilidad de mantener una familia
en serio, con todas las normas, porque tiene que ser como me educaron
a mí, ¿está claro?
¿No te hubiera gustado educar a alguien así, como
te educó tu viejo?
Sí. Pero mi viejo laburaba y venía a mi casa.
Estaba todas las noches, me miraba los cuadernos, estaba presente, me
enderazaba si me torcía. En cambio el laburo nuestro, ¿qué
es? Te vas tres, cuatro meses a trabajar al exterior, volvés,
estás dos días, te volvés a ir. No hay un tiempo
para hacer las cosas realmente bien. Me dio siempre un poco de miedo.
Si traés alguien al mundo, ojo, no es un cachorrito que compraste
en la cancha de River y que después dejas tirado, ¿no?
Es un ser humano. ¡Guarda con eso! Y ya te digo, esas razones...
fue pasando el tiempo... pero bueno, tuve mis parejas, ¡algunas
duraron diez años!
¿Tienen algún punto en común?
Primero, me gustan que sean muy de su casa (ríe), muy
señoras del hogar. Quizá porque uno se lo pasa viajando
permanentemente, cuando regresás querés que tu mujer te
esté esperando. Si llegás y está filmando una película
en tal lado y ¡Hola! Sí, nos vemos dentro de tres
días, no. Ese no es mi ideal. Me gusta la mujer de su casa.
Me gusta tenerla como una reina.
¿Qué significa tenerla como una reina?
Que no le falte nada: ¿Qué querés?,
Tal cosa; Ahí lo tenés. Todo.
¡Pero yo voy a laburar y cuando vengo tenés que estar acá!
Sí, sí, sí. Me puede ir a ver al teatro pero yo
termino de trabajar y vengo a comer a mi casa, eh. Y la comida, lista
(ríe a carcajadas).
¿Dónde las encontraste?
En la vida. Nunca en el ambiente, por aquello de que donde
se come no se... ¿no? Nunca me metí con las compañeras
de trabajo.
¿Ni por un ratito?
No, no. Ni por un ratito. Créase o no. (Imita el acento
español) Se tejen mil leyendas, coño. Y he
sido un tipo muy fiel. Por aquello de No le hagas al otro lo que
no te gusta que te hagan.
¿Sos celoso?
Seee... Una cuota. No mucho.
También, si la pobre está todo el día en su
casa encerrada.
No, no, todo el día encerrada, no; salen, se divierten,
hacen las cosas que tienen que hacer. Los celos... un poquito nada más,
me dura diez minutos.
¿Nunca hiciste una escena de celos? ¿Qué hacés
cuando tenés celos?
Se lo digo. Por ahí se puso una ropa que me parece demasiado
llamativa y digo: Eso no te va. Mentira, le queda bárbara,
pero: No te queda bien. Hasta ahí nomás, ¿eh?
¿Y ahora?
Ahora también, tranqui.
Ahora, ¿tenés pareja?
Sííí. Cómo no. Claro. Hace años.
Una señora muy de su casa. Que ama su casa, cada rincón,
los animales. Tengo: gatos, perros, canarios, loro, papagayos, teníamos
mono, gallinero tengo, huevitos frescos todos los días. Y sobre
todo el canto de los gallos, que me vuelve loco. A las cinco de la mañana
¡es un quilombo! Me encanta.
Tu mujer, ¿tiene celos?
¡Noooooo! Al contrario. Entra en todas, no sabés
cómo las atiende a mis fans. Mejor que nadie. Las atiende de
primera. Entiende esto. Esto es así, me conoció así.
Que es una de las cosas que siempre antepongo: Mirá, si
yo hubiera sido albañil y un día me encontré con
una guitarra, hice una canción y tuve éxito, tenés
justificativo para muchas cosas... pero a mí me conociste así
y si no lo comprendés, lo siento mucho. ¿O no? Yo
no tengo un mercadito, yo vendo algo que se llama Sandro, punto. Y:
De eso vivimos muchacha, si no lo entendés me estás
saboteando la empresa.
¿Cómo se llama ella?
María.
La más mía, la lejana...
Que encontré una mañana... Buena gente. ¡¡¡Ahh!!!
Me estás haciendo hablar de mi vida privada y no quiero (reímos).
¿Cómo te enganchás con la música?
Tenía, bah, tengo dos primos. El viejo los hacía
estudiar música, inglés, los volvía locos; uno
estudiaba bandoneón y otro guitarra. Un día estaba mi
primito con la guitarrita; un odio, pobrecito, porque quería
jugar a la bolita; y estaba esperando que llegara mi viejo, que enseguida
hacía la canchita y se ponían a jugar, mi viejo era un
sol, como te dije... Él había dejado la guitarra ahí
y yo le pasé un dedo a las cuerdas. Oí. Qué
lindo pensé me gustaría tocar esto.
Pasaron los años, frente a mi casa había un tipo que tenía
una guitarra rota. Se la pedí prestada y un atorrante del barrio
me empezó a enseñar los primeros acordes. Entonces yo
me sentaba en la cocina, apoyaba la guitarra en el borde de la mesa
y hacía fuerza para enderezarla; aprendí a tocar así.
Mi vieja me ponía un tazón con agua y sal para que metiera
los dedos. Me pasaba ocho horas con el instrumento en la mano, ocho,
¿oíste?, de las dos de la tarde hasta las diez de la noche.
Ahí descubrí que ésa era una vocación real.
Ningún pibe se pasa horas. ¡Eso es muy loco! A todo esto
empecé a cantar, imitaba muy bien, tenía doce o trece
años y cantaba como Johnny Albino, me salía la vocecita
tal cual. Entonces hicimos un trío de boleros con este atorrante
que me había enseñado a tocar y que después formó
parte de Los de fuego. Nos presentábamos a los concursos
de cantores, pero nunca en el barrio, porque nos gastaban como locos.
Esto viene después de un festival en el colegio para el que los
chicos del barrio habían decidido armar un número. Lito
se disfrazó de Blackie y yo de (ahueca la voz) Elvis. Sííí,
me pinté las patillas, jopo con alambre y un sweater que me prestó
la madre de un amigo. Poníamos los discos y hacíamos fonomímica,
¡fonomímica! Setenta y ocho. Ponen el primero, fenómeno,
hacemos como que Blackie me entrevista, sanata, sanata pura, ¡en
inglés!, ¡si yo no hablaba una palabra! Atrás, cuatro
parejas bailando rock. Habíamos salido del eterno pericón
tan-tararararán, aquellos plomazos. El número
ese estaba matando. Los pibes: ¡Biiiieeen!. Cuando
el chico va a poner el segundo disco, se le cae y se rompe. Yo me largué
a cantar a capella y todo estalló. Bailé con las pibas
más lindas. Me dije: Esta es la mía. ¿Quién
me decía que no? ¡Me había convertido en la estrella
de la noche! Formamos el trío, pero cada vez que nos presentábamos,
éramos dos. Era muy gracioso, siempre faltaba uno. Presentaban:
El trío Los Caribes, o algo así, entrábamos
y éramos dos. El que me enseñó a tocar la guitarra,
Enrique Irigoytía, cantaba en un recreo. Él me enseñó
a tocar en el café. Empecé a ir al café a los diez
años, porque tuve un desarrollo prematuro impresionante, tenía
diez y parecía de catorce, quince.
¿Después de haber nacido con dos kilos doscientos?
¡Increíble! Nunca fui púber. Era un paria;
tenía diez años en la cabeza pero un lomo de catorce...
(con voz aguardentosa): ¿Qué hace ese boludo grandote,
ahí, con los pibes?. Estaba con los de catorce, quince,
y tuve que pagar todos los derechos de piso. Hacerme respetar. ¡Estar
con una mina a los diez años es muy duro! ¡Toda una mina
en bolas, para vos solo, sin saber cómo empezar!
¡No me digas que debutaste a los diez años!
¿Debuté? ¡Fue un simulacro! ¡Los
nervios que tenía! ¿Sabés lo que es eso? ¡No
sabía cómo empezar! Fue muy lindo. Éramos como
quince en una obra en construcción.
Y saliste haciendo pinta... la maté.
¡Mentira! Nada. De los nervios... No pude hacer nada...
¿dónde estábamos?
En tu amigo, que cantaba en un recreo.
Se tenía que ir a la colimba y quedaba el puesto vacío.
Fui y me hice cotizar. ¡Era un pibe y cobraba como una superestrella!
Qué loquito que era, qué pretencioso. Y con eso me pude
comprar mi guitarra. Un chico de mi barrio tenía batería;
otro, otra guitarra; y se armaron Los de fuego originales...
Yo era el que menos mal tocaba, era la guitarra líder del grupo.
Cantaba el bajista pero un día se retobó, no quiso cantar
un tema, y le dije: Canto yo, vos no cantás más.
Yo había armado el grupo, así que él quedó
como bajista. Un representante, Mario Naón, que tenía
en aquel tiempo un grupo llamado Jack y los ciclones, organizaba
concursos de cantores. Vamos a dar una prueba, Club Bomberos de Ramos
Mejía, se despide el Dúo Dinámico y
entramos a hacer la payasada, éramos cuatro. Los solos de guitarra
los hacía el que me había enseñado, pero le daba
tan duro que se le rompían las cuerdas que era una maravilla.
En el primer tema rompió una, en el segundo, tercero rompió
dos cuerdas. Le pasé la mía... y me quedé sin nada.
Entonces empecé a hacer todo lo que me llevó a la fama:
pegar saltos, bailar, armar un quilombo arriba del escenario. ¿Y
este loco de dónde salió?, decían. Pero fue
una explosión. ¡Qué bárbaro! Bueno,
los agarro. Vos, ¿cómo te llamas? ¿Sandro? Sandro
y Los de fuego. ¡Ping! Ves que todo fue por accidente: se
rompió un disco, se rompieron las cuerdas, siempre tuve que manotear
algo, como quien dice sacar las papas del fuego. Pero es
el destino.
¿Después viene lo de Pipo Mancera?
Sí. Fuimos al canal a dar la prueba. No me olvidaré
nunca. Potín Domínguez con Paula Gales en la salita del
viejo 9 me dice: Bieeeen. Pibe, ¿te animás a sacarte
el saco?. Con las ganas de triunfar que tenía me habría
sacado hasta el apellido. Cómo no me voy a sacar el saco. Lo
trajo a Pipo: Pipo, mirá, lo que andábamos buscando.
Debutan el sábado, dijo. ¡¡Ay!! ¡My
mother!! ¿Y ahora? Señoras y señores, ahora
con ustedes... alguien que en quince días será éxito.
Ésa fue la presentación de Pipo. Salí, revoleé
el saco, ¡se armó un despelote! Al otro día todo
el mundo: ¿Lo viste al loquito?. Estaban como con
toda cosa nueva: muy a favor o muy en contra, no había término
medio. Después vino la prohibición: que era pornográfico,
que era obsceno. Pipo dijo: Si sacan al pibe yo levanto el programa.
Se la jugó. No me lo olvidaré jamás. Cuando
empiece con el circo, la cámara de arriba, eh, para no verlo,
dijo Potín.
El tema era el movimiento de la pelvis.
¡Claro! Era el único problema de ellos, después
que yo rompiera todo, que puteara en cámara, no importaba, el
asunto era allí abajo. Pero la ganó Pipo.
¿Cuándo sentiste que ya estabas plantado?
No hace mucho... Fijate vos lo que es la vida, uno que ha andado
tanto, que ha cantado en los mejores lugares... Hice el festejo de los
veinticinco años con el disco en el Luna Park. Hay un tema que
cantaba al final que se llama Amor en Buenos Aires. Dice:
Y te amo tanto como las glicinas de los viejos patios de mi Puente
Alsina. Me lo hicieron a medida; el tema es de Rubén Amado,
cuando lo escuché, las lágrimas se me caían. Ni
yo lo pude haber hecho mejor. Lo canto y a los pocos días voy
a la casa de un chapista que me estaba arreglando mi viejo Ambassador.
Llegué a la una del mediodía, cosa de que no hubiera nadie,
para estar tranquilo, ¿viste?. ¡Cuándo salgo!, qué
desfile de batones y ruleros de las señoras del barrio, anche
las camisetas de los señores... Y viene uno, me pega un abrazo
y me dice: Qué hacés Sandrito, viste qué
lindo barrio tenemos. Me dije: Ahora sí, ahora soy...
me quieren acá. ¿Te das cuenta, cuánto tiempo?
¡Me costó la vida! Me lo hicieron sentir: Ahora sí,
ahora llegué.
¿Te gusta Buenos Aires?
No puedo vivir sin Buenos Aires. Podría estar viviendo
ahora en mi isla privada frente a las Islas Vírgenes. Te lo digo
en serio. Me lo ofrecieron en su momento a comprar en cómodas
cuotas, con gente y todo, y fuera de las aguas territoriales. Un país
aparte podría tener. Si yo me voy de Buenos Aires, me muero.
Me muero. Es mi ciudad. Por eso mi tango, que no lo puedo escuchar porque
me hago pelota, es: Moriré en Buenos Aires, será
de madrugada, que es la hora en que mueren los que saben morir... guardaré
mansamente las cosas de vivir, mi tabaco, mi pipa, mi puñado
de esplín. ¡Es una gloria! Yo soy Buenos Aires, tengo
todo: el idioma, la mirada, la marca del Riachuelo, el estigma del Riachuelo
tengo encima.
¿Te han hecho daño?
Sí. Pero lo olvidé pronto, gracias a Dios. Trato
de aprender, que es lo más importante, porque me dolió.
En la vida, lo que me pone muy loco es no comprender las cosas. Si te
dijeran que te van a fusilar... ¿Por qué?,
me preguntarías. Y yo te contesto: Te vamos a fusilar,
porque sí. En tu lugar, me muero antes, de un ataque de
locura por no saber. Pero si me dicen: ¿Sabés quién
soy yo? Soy ése al que le afanaste la figurita en el colegio;
¡Ah! Bueno, ahora comprendo, está bien, tirá
y que Dios te perdone, a vos por matarme y a mí por robarte la
figurita. La confusión me pone muy loco. Si comprendo la
cosa no hay problema. Las veces que me dañaron, me dañaron
porque estaba confundido.
¿Esto te ha pasado con hombres o con mujeres?
Con hombres y con mujeres. Creíste que era un amigo,
le entregaste la vida, y de pronto por poco te manda al Cipec. Eso es
muy triste. Pero hago como los gatos: salto para otro tejado y chau.
La vida es un boomerang, todo vuelve, lo bueno y lo malo. Un día
veníamos con Héctor Larrea, que fue mi locutor oficial
durante dos años: Señoras y señores, con
ustedes, Saaandro, un artista... legítimo, maravilloso
Héctor. Veníamos por Rivadavia a la altura de Ciudadela,
con el finadito Oscar Anderle y Luis de Gubea, y vemos un auto clavado
contra un árbol, pero parado al revés, la trompa para
abajo y las ruedas de atrás arriba del árbol, no sé
cómo se incrusto así. Paramos, me largo a toda velocidad,
fui uno de los primeros en llegar, me asomo, y el tipito estaba cabeza
abajo, se quejaba; ¡Todavía está vivo!,
grité, y como entonces era flaquito, me meto, lo saco, ¡un
olor a asado tenía encima! Había un viejo con una frazada.
Se la pedí, lo envolvimos, lo metimos en la camioneta y lo llevamos
al hospital. Le sacamos el saco, el tipo tenía un tenedor y un
cuchillo en el bolsillo del corazón. No estaba para la muerte
ese día. Estaba medio consciente. Le pregunto quién es,
miramos en los bolsillos, encontré una tarjeta, llamo a la casa,
hablo con el padre: Su hijo está acá, tuvo un accidente,
no se preocupe, no está mal (yo no sabía, pero qué
le iba a decir). ¿Testigos?. José
Pérez. Me fui. Pasa un tiempo, dos meses. Necesitaba comprar
amplificadores y voy a la Phillips que estaba en la calle Córdoba.
Viene un tipo, le digo que quiero averiguar. Espere un momentito.
Se va, aparece un tipejo, flaquito. Vos sos Sandro, ¿no?
¿Te acordás de mí?. No, la verdad que
no. Se abre la camisa: tenía un yeso hasta el cuello. Estoy
vivo gracias a vos; yo soy el hijo del gerente, y me regalaron
los equipos. Lo que es la vida, yo lo hice desinteresadamente, punto.
Pero de esas... mil.
¿Alguna vez te enfrentaste con la posibilidad de morirte?
Sí, en el 92, fue el peor año de mi vida: la
muerte de mi vieja, problemas económicos causados por un buen
amigo, me pegó una estafa de aquéllas. No, no fue
una estafa, no supo manejar un negocio en el cual yo había metido,
aparte de un toco de guita, ilusiones. Fue un irresponsable... y a veces
es peor. Entonces se me desató primero un problema en la piel.
Me dieron corticoides y ahí empecé a hincharme. Luego
la muerte de mi vieja, que fue a la antigua: murió en mi casa,
en su cama, con un cáncer galopante la pobrecita, dieciséis
operaciones tenía ya, todo lo que te puedas imaginar, mi vieja
era un compendio. De noche le hacía la vigilia, la familia de
día y yo de noche... me acordaba de Mirtha Legrand, porque la
pobrecita no podía llegar al teléfono interno y yo le
daba las campanitas que siempre le afanaba a Mirtha en los almuerzos
para que ella gling, gling, gling. Ahora suena una campana
y es automático, una reacción de aquéllas. Gling,
gling, gling, a darla vuelta, a cambiarla, o llamar a mi mujer
para que la cambie, ese tipo de cosas... Fue muy duro, muy duro... Rogaba
que se muriera... Por el sufrimiento tremendo de esta mujer y la impotencia
de uno, que es lo peor. ¡Qué hago! ¡Qué
puedo hacer! ¡Nada!. Esperar, nada más. Se murió
bien, se murió en su casa, con sus afectos y no sola, toda enchufada...
Quisiera morir así si Dios me lo permite. Todo ese proceso desencadena
el 1º de enero del 93. Tengo un dolor en el pecho. ¡A la
clínica! Pequeño preinfarto, problemas respiratorios producidos
por el faso y la ansiedad de todas esas noches y todo lo demás.
¡Me estaba muriendo! Después, un día estaba sentado
en el escritorio en mi casa, mal. Esto no puede ser, me muero...
o zafo... pero tengo que hacer algo, pensé, y me puse a
caminar por el parque de mi casa. El primer día, a los once minutos
no daba más. Así todos los días; llegué
a caminar tres horas y pico, a correr, a hacer gimnasia, pero igual
estaba muy mal. Estaban pautados unos shows esto es lindo, lo
que te voy a contar es una maravilla, había que trabajar,
la plata se va, ¿vio? La gente cree que no, pero la plata se
nos acaba. Subí en Quilmes, 2 de abril, me dolía hasta
la medalla, palpitaciones, sin aire, ¡veinte kilos de más
tenía! ¿Sabés lo que era eso? Subí y le
conté a la gente: Yo no sé si voy a terminar este
show, estoy realmente muy mal, estoy pasando por problemas de salud
muy serios. Empecé a cantar, cada tema que iba terminando
la gente aplaudía como diciendo no aflojes. Veía
gente llorando, y al final lloraba yo también. Lo terminé.
No lo podía creer. Igual seguían los problemas, pero esa
noche la fuerza me la dieron ellos. Al otro día vamos a Caseros
a trabajar, igual, muy mal, tan mal que me dio un acceso de tos en el
auto; yo iba atrás y le quería decir a Aldo: Pará
que me estoy descomponiendo. Había perdido el control del
centro motor, quería hablarle y me oía farfullar algo
ininteligible. Consciente absolutamente: ¿Qué estoy
diciendo? Perdí. Chau. Aldo paró el auto, me recompuse,
le digo: Vamos, vamos al escenario. No, esperá
que lo suspendemos, ¿cómo vas a ir así?.
No, no, vamos. Yo sé que esto es lo que me va a salvar.
Subo al escenario, tercera canción: Más que noche
esta noche. Me olvido la letra. Me digo: ¿Cómo
era?. Y me meto en el tema, absolutamente, decidido, toda mi psiquis
se metió en la canción... la fui encontrando y cantando,
cantando... en un momento dado... ¿vos viste el exorcismo en
las películas? Tal cual. De repente recuperé mi cuerpo,
no tuve un dolor más. Yo no lo podía creer; empecé
a bailar y a saltar, ¡estaba perfecto! ¿Qué
es esto? Esa es la psiquis, ése es el poder de la mente.
Se habían apoderado de mí de tal forma todos los problemas,
los dramas, que había somatizado, por todos lados reventaba.
Solamente en el momento en que me olvidé de mí y entré
en la canción me recuperé. Pero Pinky, fue como un exorcismo.
De golpe me sentí perfecto y no me volvió nunca más.
Tengo problemas respiratorios, pero no es aquella cosa de estar enfermo.
Entonces cómo querés que yo no suba al escenario. Debo
hacerlo si quiero seguir viviendo. Necesito esa vitamina.
¿En que creés, Sandro?
Yo creo en Dios, absolutamente. ¡Me ha zafado de cada
cosa! No te digo que lo he visto, no tuve esa suerte, pero sí
siento la presencia, permanentemente me acompaña. Es de lo que
más he estudiado. Bah, me he informado, porque cuando se tienen
treinta años, todo el éxito, toda la guita, juventud,
salud, las mujeres te persiguen, decís: Bueno y ahora,
¿qué? ¿Así que esto era el éxito?.
¿Esto era?.
¿Te sentías solo?
No, me sentí peor. Sin sueños, sin ilusiones.
Es lo peor que le puede pasar a un tipo, quedarse sin una ilusión.
Hasta el condenado a muerte tiene la esperanza y la ilusión de
que llegue la conmutación de la pena un segundo antes de estar
en la silla eléctrica. Ahora, cuando vos hiciste, no todo lo
que quisiste, sino mucho más de lo que habías soñado,
cuando alcanzaste la cima, decís: ¿Era esto?.
Estás solo allá arriba, porque el éxito y el poder
y todo eso te da la más absoluta soledad: son cosas que no se
pueden compartir. Me quedé sin ilusiones, tuve que empezar a
reverme, fabricarme los sueños. ¡Guarda con esto que estoy
diciendo! Me los tuve que fabricar. Hice un castillo, todos quieren
tener un castillo.... armé un edificio que es un minicastillo
(hasta están las oficinas), laburé diez años, hice
los planos, me metí de arquitecto con tablero y todo, otro firmaba
claro, por la matrícula, ¡y lo terminé! Me llevó
diez años. Cuando había guita poníamos las puertas,
cuando no había guita dejábamos las ventanas con el agujero.
Ese fue un elemento motivador, ¿ves? Para seguir dándote
manija, porque llegás a algunos momentos donde ¿qué
más puede haber? ¿Un millón más de dólares?
¿Para qué? Duermo en una misma cama, como en la misma
mesa, y uso un solo auto. Yo tenía siete autos, aquellas cosas
de pibe: un auto para cada color de pilcha. A los veinte años,
quién no. Eran míos, me los ganaba yo, no me los regaló
nadie, era mi plata; me compraba de a dos autos, iba a lo de Cacho Steimberg
y le decía: Dame éste y aquél. Totalmente
sonadito. Cometí todos los errores que puede cometer un ídolo.
Como digo: Menos la falopa y los trolos, por supuesto, no me privé
de nada. Después, bueno, la usé a la vida, la usé.
Cometí errores, tengo una casa gigantesca, bueno grande, costosa
para mantener, porque en aquellas épocas el star system, las
estrellas, vivían así. ¡Qué gil!, Dios, ¡qué
gil!
¿Tenés miedo?
Sí, sí. A morir lejos de Buenos Aires. No es
chiste, es en serio. Y espero tener una muerte elegante. Después,
no sé, porque nunca fui miedoso, perro callejero, ¿viste?,
audaz, siempre me metí en las cosas más insólitas:
Está loco, mirá lo que va a hacer... y lo hizo el
loco. No tengo miedo. Aparte soy un tipo muy precavido. Si tengo
que pintar el placard, pongo un paño en el suelo para que no
se manche. Todo está cubierto; después es cosa de Dios,
¡del famoso imponderable!
¿Qué más querés?
Vivir. Vivir. Mirá qué simple Pinky. Poder disfrutar
un poco de las cosas que uno se ha ganado... ya en la quietud de este
tiempo otoñal que estamos entrando y viviendo. Vivirlo plenamente,
tranqui, sin presiones, sin la locura de la venta del disco ni del rating
de televisión, ni cuánta gente metiste en el teatro o
en un estadio. Disfrutar ahora. Cantar por cantar. Eso es lo que quiero,
cantar por cantar. Hace mucho que no canto. Canto en un escenario, pero
yo, ponerme a cantar... Querría recuperar la alegría de
cantar por cantar, no por el oficio de cantar. Mirá qué
sencillo y qué complicado que es. Quisiera recuperar la alegría
de cantar para mí.