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Música
en libertad

Cuando tenía 15 años, Cameron Crowe se convirtió en el periodista estrella de la Rolling Stone. Salió de gira con monstruos como Zeppelin, Neil Young y Los Who, conoció el otro lado del mostrador y fue el discípulo dilecto del legendario Lester Bangs. A los 22, colgó los botines y comenzó su carrera en el cine. A continuación, el mismo Crowe explica por qué decidió filmar aquellos años felices en los que el rock no pertenecía a las multinacionales, vendía menos que un disco de los Backstreet Boys y era considerado tan nocivo como la pornografía.

Por Cameron Crowe

La música sigue siendo mi primer amor. Cuando era chico, nunca pensé en estudiar cine. Me gustaba mucho, pero lo único que existía para mí era la música. Por eso, hacer un retrato cinematográfico de 1974 fue una idea a lo que le di vueltas durante mucho tiempo. En un principio quise escribir sobre Lester Bangs, un personaje muy vívido (y real) de la época. Después de Jerry Maguire me demoré con una serie de proyectos, hasta que un amigo me dijo: “¿Para qué das vueltas con otras cosas? O hacés la película del ‘73 o sos de esos que hablan durante años y no hacen nada”. Es el tipo de comentario que, si alguien hace en el momento preciso, se clava como un puñal. Tuve todo guardado en cajas durante 27 años: las acreditaciones de prensa, las listas de temas de los conciertos, mis notas, algunas fotos. Viví con esas cajas en varias casas y más de un estado. Ya era hora de escribir el guión y transformar esa pila de papeles en algo concreto, algo que representara las sensaciones que todavía me siguen golpeando por dentro. Casi famosos es el resultado de no haberme quedado en un cuarto a oscuras rodeado de mis discos y mis cajas, pensando qué canciones pondría en esa película de la que venía hablando desde hacía años.

EL PORNO ROCK Mi madre fue la responsable de que yo empezara en el periodismo siendo tan joven. Como el personaje de Elaine en la película, que interpreta Frances McDormand, mi madre era maestra y creía en una infancia acelerada. Decidió que yo era el último hijo que tendría y que iba a probar su teoría en mí. El método consistía en ir a la escuela de verano, aprobar la mayor cantidad de materias posible, recibirme antes de término, recorrer el mundo y comenzar mi carrera universitaria. Si quería tomarme un tiempo para descansar, mi madre consideraba que lo mejor era poner todas las vacaciones de verano juntas y tomármelas después de terminar la secundaria, antes de entrar a la universidad.
Así que iba al colegio todos los veranos: era el estudiante carapálida. Hasta que mi hermana me hizo descubrir el rock. Justo como temía mi madre, el rock entró por la ventana, por debajo de la puerta, ocupando todo, y nos cambió para siempre, tanto a mí como a mi hermana. Como mis contactos con las revistas eran telefónicas, recibía pedidos de notas de editores que no tenían la menor idea que yo apenas había cumplido los 15 años. El plan de educación acelerada de mi madre me dio la confianza que necesitaba. Para cuando la enfrenté diciendo que nunca me dejaba tomarme un verano libre y que esta vez, en lugar de rendir materias pensaba irme de gira con los Allman Brothers, ella ya se había resignado.
Mi primer contacto con las revistas de música fue a través de un negocio en San Diego, California. El tipo que atendía me dejaba hojearlas, a pesar de que había que tener 18 años para comprarlas, como si fueran porno. Yo creía que la gente que escribía en esas revistas eran elegidos, que podía destruir con sus críticas los discos, pero que respetaban la música y vivían su vida según el estilo correspondiente a alguien vinculado al rock.
Había un diario independiente en San Diego, el San Diego Door, y mi hermana salía con un tipo que escribía ahí. Con la condición de que no le dijera nada a mi madre, me llevaron a una reunión de sumario. Yo quería comentar discos para ellos y se los dije. Por supuesto, me dijeron que no. La música era una herramienta de las corporaciones y ellos necesitaban los avisos de las discográficas. Además, me dijeron que ya había alguien que les enviaba críticas de discos: Lester Bangs.
En la película, William (que vendría a ser yo) trata constantemente de establecer qué es lo real y qué no lo es mientras sale de gira con los Stillwater. Lester Bangs es el único que dice que todo es parte de una industria corrupta. Sin embargo esta banda, las groupies, el mismo William, tratan de engañarse a sí mismos, convencerse de que son una familia y no herramientas al servicio de una industria (una industria, cabe aclarar, que se ha consolidado de una manera que en 1973 nuncapodríamos haber imaginado). Precisamente por eso, la película está llena de contradicciones. Los personajes se contradicen todo el tiempo. Yo mismo me contradigo. Hasta el gran Lester es una contradicción. En la versión larga de la película –el primer montaje, que saldrá en DVD– Lester está celoso de que el chico (yo) consiga escribir para la Rolling Stone.
En 1973 entré por primera vez a las oficinas de Rolling Stone en San Francisco. Hasta el momento yo era sólo un periodista free-lance que trabajaba desde el otro lado de la línea telefónica para el editor musical, Ben Fong-Torres. Había hecho mi primer reportaje para la revista en enero de ese año, con Poco. Me pagaron 350 dólares. Un par de meses después, el editor de la revista, Jann Wenner, me escribió diciendo: “Creo que quizá resultes ser el hombre más joven de la Rolling Stone”. Los Allman Brothers fueron mi primera nota de tapa. Esa experiencia es fundamental en la película. Yo tenía quince años. Al día de hoy, mi madre sigue pensando que voy a estudiar Derecho. Siempre dice que me fui de casa a los quince y nunca volví, que si ella hubiera sabido qué era Led Zeppelin en esa época nunca me hubiera permitido acercarme a ellos.

EL ROCK NO ES LO QUE ERA Cuando salí de gira y empecé a escribir sobre los Allman Brothers, Led Zeppelin, The Who, Lynyrd Skynyrd y Neil Young, el rock no era lo que es ahora. Toda esa cosa de la estrella de rock gorda, multimillonaria y satisfecha apareció después. El ‘73 siempre fue para mí una frontera: el último momento antes de que el rock se volviera un poco más impersonal y un poco más global. Pero claro, por aquel entonces todo el rock junto vendía lo mismo que un disco de Shania Twain en nuestros días.
Lo que vivimos fue anterior al período que ha sido retratado en las películas de una manera bastante kitsch. Todo eso vino después. Para mí, muchas de las bandas de entonces encarnaban la sensación de estar enfrentados al mundo. Estos tipos parecían hacer música por la emoción de tocar en vivo, para conseguir algunas chicas y, con suerte, acceder a algo de éxito. Demasiado joven para las chicas y chicos con los que iba al colegio, de pronto, en medio de todo eso, me encontré aceptado por gente como Pete Townshend. Por supuesto, en ese momento no se me ocurría que para ellos yo significaba un buen artículo en la Rolling Stone. Pero para mí era una cuestión de compromiso, una década del 70 sin bolas de espejos ni la falsa sofisticación que aparece en las películas. Para finales de la década, todo había cambiado: los Eagles y Fleetwood Mac vendían decenas de millones de discos.
Lo interesante es que muchas de estas bandas eran inglesas, los restos de la British Invasion. Algunos discos eran profundamente admirados y considerados piezas de gran potencia musical. Who’s Next, Led Zeppelin II, Layla de Derek and the Dominos: estos discos definieron la década. El hard rock pegó más en Estados Unidos. Los chicos norteamericanos se volvían locos con el hard rock. Hasta Townshend comentaba que canciones suyas como “Won’t Get Fooled Again” se habían convertido en himnos juveniles norteamericanos sin que nosotros imaginásemos la verdadera magnitud del fenómeno. Led Zeppelin no puso ni un aviso para sus giras norteamericanas. Todo pasaba de boca en boca. Y nunca, pero nunca necesitaron sacar un simple de promoción.
Entonces fue cuando salí de gira con Led Zeppelin, algo que con los años terminaría de dar forma a la película. Como muchos sabrán, Rolling Stone había destrozado todos sus discos. Jimmy Page dijo que jamás iba a hablar con Rolling Stone, aunque la revista siempre quiso sacarlo en tapa. El diario Los Angeles Times me mandó a cubrir la gira y, con el objetivo secreto de convencerlos de hacer algo para Rolling Stone, me quedé con ellos más de lo necesario. Como en la película, el par de días se transformó en tres semanas. Yo tenía los ojos rojos de no dormir. Pero uno por uno, todos los integrantes aceptaron las entrevistas. Menos Page, que a medida que avanzaba la gira repetía: “Ahora no. En otra ciudad tomaré ladecisión”. Por supuesto, eso se convierte en el centro de la película: Russell Hammond juega con William de la misma manera.

ROCK STARS DE MEDIA HORA Para fines de los 70, empecé a cansarme del periodismo. Aceptaba demasiadas notas y tardaba demasiado en terminarlas. No sabía cuánto más iba a aguantar. Quería entrevistar a Marvin Gaye, pero ya no daba más entrevistas y estaba literalmente desesperado por hacer una nota con los Rolling Stones para Rolling Stone. Entonces empecé Fast Times at Ridgemont High.
Habiendo agotado el periodismo de rock y chocado contra una suerte de pared, quise escribir un libro sobre la secundaria, los recuerdos y las experiencias que nunca tuve porque mi madre me obligaba a rendir libre. Me metí en eso inmediatamente, porque sentí que era más rock que el rock. Irónicamente, descubrí que todo ese año estaba marcado por la inminente llegada de Led Zeppelin a la ciudad y cómo se preparaban los chicos para su recital. Y entonces Bonham murió, la gira se canceló y un puñado de vidas cambiaron para siempre. El título original de Fast Times at Ridgemont High era Stairway to Heaven. Seguí escribiendo de rock, pero con una perspectiva diferente.
El periodismo de espectáculos es muy distinto ahora. La historia que el chico entrega a la revista al final de la película demuestra que, de alguna manera, él es el mediador entre la experiencia y el lector, dejando ciertas asperezas afuera pero incluyendo muchas de ellas; demuestra que se ha formado un juicio moral sobre la banda y ha escrito acerca de lo que vio. Hoy en día, las notas nunca pueden ser tan largas y el acceso a las estrellas es radicalmente diferente: media hora en un cuarto con decenas de otros periodistas. Y media hora, a lo sumo.
Siempre había un momento en el que los músicos sobre los que estaba escribiendo, como Neil Young por ejemplo, me decían: “Escribe sobre lo que ves”. Parte de la razón era que querían ver su vida reflejada, como si se tratara de una suerte de terapia. Querían tu versión de lo que estaba pasando en ese momento. Eso los ayudaba a responderse: “¿Cómo me ve el mundo exterior?”. Por supuesto, los demás nunca nos ven como nosotros creemos, así que cada vez que nos enfrentan a un espejo vemos aquello que más nos molesta.
El efecto principal de mi carrera en Rolling Stone fue sentir que tenía un lugar en el mundo. Podía escribir sobre algo que amaba profundamente. Hace un año y medio me encontré en un partido de fútbol americano con Stephen Stills de Crosby, Stills, Nash & Young y me presentó a su mujer. Así es cómo le explicó quién era yo: “Este es Cameron. Era un fan que siempre estaba entre hacerse amigo nuestro y complacer a la Rolling Stone, que no nos quería tanto como él”. Entonces pensé: ¿qué pasó con el poder y el misterio de la escritura? Y entonces me di cuenta cuál había sido mi papel: el de fan que tenía que servir a varios amos. Uno de los cuales... era yo.

 

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