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LOMPO TODO

Después de demostrar su versatilidad filmando libros como Sensatez y sentimientos de Jane Austen y La tormenta de hielo del norteamericano Rick Moody, Ang Lee decidió homenajear a la literatura de su país rescatando las historias de espadachines ambientadas en la vieja China imperial. El resultado es El Tigre y el Dragón, una de patadas en la que Lee muestra una muñeca notable para cruzar la adrenalina de las artes marciales y la contemplación de los dramas costumbristas (y, de paso, filmar la mejor pelea de la historia del cine).

POR HERNAN FERREIROS

En el comienzo, El Tigre y el Dragón no recibió los mejores augurios. “Empezamos la filmación en el desierto de Gobi”, recuerda el director Ang Lee. “La primera noche el equipo técnico se perdió en una de las zonas más áridas. Afortunadamente los encontramos. El segundo día de rodaje, poco antes de comenzar a filmar, se desató la peor tormenta de arena que vi en mi vida. No pudimos hacer nada. A partir del tercer día, se me ocurrió prender un poco de incienso al comenzar el rodaje para atraer a la buena suerte. Inmediatamente comenzó a llover. Hasta ese momento no se me había ocurrido que pudiera llover a cántaros en un desierto. Mientras más incienso quemaba, más fuerte llovía. Ya en la primera semana de rodaje nuestro cronograma se había arruinado. Las lluvias retrasaron todo. Después de varios días, uno de los lugareños se acercó a felicitarnos por nuestra suerte. Dijo que me había visto encender el incienso todas las mañanas y que estaba sorprendido por la respuesta de los dioses. Creímos que se estaba burlando, pero luego nos explicó: la quema de incienso es la forma tradicional que usan los habitantes del desierto para pedir lluvias.”
Con los dioses a favor o en contra, Lee estaba dispuesto a terminar su proyecto: era una película con la que venía soñando desde su adolescencia en Taiwan, cuando consumía vorazmente novelas y películas de wu xia pian, las historias de espadachines situadas en la vieja China imperial. El Tigre y El Dragón es su homenaje a estos relatos ya olvidados en Oriente y muy poco conocidos en Occidente.

Cuentos chinos
Japón contempló las aventuras de sus máximos héroes cinematográficos en las películas de samurais. China, en el wu xia pian. Este fue su género literario y cinematográfico más popular hasta la década del 70. El equivalente occidental más cercano, tanto en su evolución como en la caracterización de sus personajes, es el western –paradójicamente, el género que significa “occidental” fue el que más se nutrió de los relatos orientales: clásicos como Los siete magníficos o Por un puñado de dólares son adaptaciones del cine de samurais–. A pesar de que sus invenciones narrativas eran mucho más delirantes y extremas, o tal vez por eso mismo, el wu xia pian nunca tuvo entre nosotros el mismo reconocimiento que el cine de samurais o la misma popularidad que las películas con estrellas de las artes marciales. El realizador chino King Hu hizo la obra maestra del género: A Touch of Zen (1969), film épico de más de tres horas en el que la violencia va de la mano de una poderosa espiritualidad. La película comienza con largos planos de una araña que pasa de una red a otra: una reflexión sobre las diferentes capas narrativas del film. El relato puede ser dividido en tres partes que representan una versión posible de la evolución de un sistema de creencias: el primero dedicado a la superstición, el segundo a la política y el tercero a la religión. Está claro que la película es mucho más que cine de acción. Y al mismo tiempo, es cine popular, pura aventura. Aunque reinó durante décadas, a mediados de los 70, el wu xia pian fue superado por el cine de artes marciales con un marco contemporáneo, mucho más lineal y simple: estructuralmente igual al musical o al porno, es un relato banal puntuado por nodos de intensidad, las peleas. En este último rubro, Bruce Lee fue amo y señor y Jackie Chan, Jet Li y Sammo Hung, sus herederos actuales. En los 80, la máquina cinematográfica de Hong Kong impuso aun otro género: el policial ultraviolento, que hizo superestrellas del actor Chow Yun Fat –protagonista de El Tigre y el Dragón– y el director John Woo. Entre los directores orientales de hoy, el único que mantiene el recuerdo del wu xia pian es el vietnamita Tsui Hark, admirador y continuador de King Hu. Hark, quien actualmente, y para su descrédito, dirige las películas de Jean Claude Van Damme, realizó algunas de las aventuras más extravagantes y excesivas del género. Su obra más destacada acaso sea Pekin Opera Blues (1986), una especie de versión feminista y enloquecida de las películas de Indiana Jones.

El año del dragón Ang Lee esperó casi la mitad de su vida para hacer esta película. Como uno de los personajes de El Tigre..., de chico Lee devoraba novelas de aventura y caballería. Desde que se graduó en la Universidad de Nueva York intentó llevar una a la pantalla. Sin embargo, para un director debutante es mucho más factible realizar una película que no requiera la construcción de sets, la aparición de jinetes, dobles de riesgo, vestuarios fastuosos o efectos especiales. Sus primeras películas, entonces, fueron comedias costumbristas sobre el choque entre Oriente y Occidente y, a la vez, entre la tradición y lo nuevo. Debutó con Pushing Hands en 1992. Cuando la segunda y la tercera –El banquete de bodas (1993) y Comer, beber, amar (1994)– resultaron dos de las películas con subtítulos más exitosas de los Estados Unidos, Lee se sintió preparado para pasar a algo distinto. (En este momento vale la pena recordar que Hollywood considera que el espectador norteamericano medio no va al cine a realizar un esfuerzo intelectual. En consecuencia, estrenar una película en la que debe leer es considerado un suicidio comercial. Casi ninguna película subtitulada recibe exhibición nacional: sólo las estrenan los circuitos de “arte”. Para no crear suspenso berreta ahora hay que decir que El Tigre y el Dragón logró el record de ser la película subtitulada más exitosa en la semana de su estreno en Estados Unidos, no sólo para las habladas en chino sino en cualquier idioma –el record para una película en chino lo tuvo que resignar el pobre Jackie Chan, que lo conservaba desde 1994 por Legend of the Drunken Master.)
Luego de dos éxitos subtitulados consecutivos, Lee estaba listo para encarar cualquier proyecto. Su elección fue curiosa: Sensatez y sentimientos, una adaptación del drama romántico escrito por Jane Austen en 1795. Aunque esta historia de una madre que quiere que sus hijas logren una posición acomodada mediante el matrimonio no era demasiado ajena a la trama de los dos films anteriores del Lee, la elección de un oriental para dirigir un clásico inglés fue cuestionada. El film de todos modos tuvo éxito, incluso en la entrega de los premios Oscar (“Mejor guión adaptado” para Emma Thompson).
La siguiente elección de Lee fue aún más extraña. La tormenta de hielo adaptaba una novela de Rick Moody sobre las pequeñas miserias de dos familias burguesas de Connecticut a mediados de los 70, el momento en que la clase media acomodada comenzaba a asimilar los ideales políticos, culturales y sexuales de los 60. La Inglaterra del siglo XVIII podía resultar tan ajena a un chino como a un joven realizador norteamericano, de acuerdo, pero, ¿qué autorizaba a un taiwanés a meterse con una época y una forma de vida que cualquier cineasta neoyorquino parecía mejor equipado para retratar? Lo cierto es que todas las películas de Lee habían tratado acerca de la aceptación o el rechazo de un conjunto de protocolos sociales en la vida familiar.
Pero la que vino después rompió incluso con esta precaria intuición: una película sobre la Guerra Civil norteamericana. Ride with the Devil fue la producción más cara de la carrera de Lee y también su mayor fracaso. La película quedó varada en medio de la compra del estudio que la producía, recibió un estreno limitado y pasó completamente desapercibida. En un momento en que su posición como realizador competente y exitoso estaba amenazada, el taiwanés se lanzó a realizar su proyecto más querido, y también el más arriesgado: una película filmada en China, sin un solo actor norteamericano e íntegramente hablada en mandarín.

Un extraño caso de dos lenguas
Además de las dificultades comerciales ya mencionadas, filmar la película en chino puede tener otras complicaciones.El mandarín es el dialecto que se habla en China continental y el lenguaje tradicional del wu xia pian. El guión de la película, sin embargo, se escribió originalmente en inglés. El guionista James Schamus, el mismo de todas las películas de Lee –excepto Sensatez y sentimientos–, adaptó fragmentos de una novela en cinco tomos escrita en la década del 30 por Wang Du Lu. El proceso fue laberíntico. Como Schamus no habla ni lee chino, Ang Lee debía contarle la trama de la novela. El guionista escribía sobre ese relato. Luego, el guión era enviado a otro guionista, encargado de traducirlo. “No sólo no domino el mandarín sino que mi conocimiento de la cultura china es muy limitado”, dice Schamus. “Cuando Hui Ling Wang, mi colaborador, leyó el guión, lo encontró casi incomprensible. Fue un shock recibir las traducciones al inglés de lo que él había traducido al chino y darme cuenta de qué lejos había estado yo en mi borrador original de lo que quería decir. El proceso de escribir, traducir, recibir las traducciones, reescribir y volver a traducir duró meses.” Lo más extravagante, sin embargo, no fue contratar a un guionista para adaptar un libro que no leyó en un idioma que no domina. Lo que ocasionó las mayores complicaciones fue que los cuatro protagonistas del film tampoco lo hablaban.

La trama celeste
Chow Yun Fat no necesita presentación. Es el actor más famoso de Oriente y, en consecuencia, del mundo. Cuando llegó a China para comenzar el rodaje de El Tigre y el Dragón, el aeropuerto permaneció cerrado durante 35 minutos porque todos los empleados querían su autógrafo. Su fama sólo puede ser comparada con la de los semidioses del cine mudo, con la de los divos del período dorado de Hollywood. Basta verlo en una película para comprender de dónde sale: Yun Fat es Cary Grant con los ojos rasgados. Aquí interpreta a Li Mu Bai, un guerrero que decide pasar el resto de su vida en paz, pero no lo logrará. Michelle Yeoh –ex Miss Malasia, ex chica Bond, protagonista de incontables películas de acción en Hong Kong– es Yu Shu Lien, encargada de proteger al noble que recibe el regalo de Li Mu Bai: el Destino Verde, su espada (“Parece pura porque la sangre se lava con facilidad de su filo”, dice Li Mu Bai sobre el arma).
El Destino Verde es el MacGuffin, tal como Hitchcock llamó a aquel componente del relato que dispara todas las acciones. Cuando Destino Verde es robada, Shu Lien piensa que la responsable puede ser Jen Yu (Zhang Ziyi), una joven noble que protesta contra su rol. Jen Yi lee novelas de aventuras y envidia la vida peligrosa de Shu Lien. Otra sospechosa del robo es la gobernante de Jen (Cheng Pei Pei, una estrella del wu xia pian de los años 60), quien también podría ser Zorra de Jade, la asesina prófuga del maestro de Li Mu Bai. Pronto se revela que Jen tiene un talento especial para el arte marcial enseñado en el monasterio de Wu Tang, en el que tanto Shu Lien como Li Mu Bai son maestros. La película se pregunta por el destino final de Jen Li, quien está presionada por la voluntad de quienes la rodean. Tanto su padre como su amante, el ladrón Lo (Chang Chen), esperan que sea el matrimonio. Li Mu Bai quiere que sea su discípula en el arte de Wu Tang y tal vez algo más. Zorra de Jade quiere utilizarla como un instrumento para su venganza. En una vuelta curiosa para la narrativa de aventuras –aunque no ajena a la tradición del wu xia pian–, ésta es una historia dominada por mujeres. El principal problema planteado es si las mujeres deben cumplir con un rol asignado socialmente o elegir la libertad y se pregunta por las consecuencias de cada elección. Esto es territorio abiertamente feminista.

Mortal Kombat
De los 100 días de rodaje, 80 se dedicaron a la filmación de los combates cuerpo a cuerpo que, sin embargo, no ocupan más del 20 por ciento del metraje total del film. Semejante dedicación se debió a que Leeinsistió en no usar dobles. En la mejor secuencia de la película, una pelea sostenida sobre un bosque de bambú –que es una cita directa de A Touch of Zen, donde hay un largo combate bajo cañas de bambú–, puede verse todo el tiempo la cara de los protagonistas. Son realmente ellos, imposiblemente parados sobre tallos y hojas a 15 metros de altura. La escena es un ballet flotante sobre ramas flexibles, la mayor inyección de poesía que se pueda imaginar para un combate de artes marciales. Esta secuencia, y el resto de los increíbles enfrentamientos, fueron responsabilidad de Wo Ping Yuen, el coreógrafo que hizo volar a Keanu Reeves en The Matrix. “Escribir los combates fue lo más simple que hice en mi vida”, dice el guionista Schamus. “Simplemente ponía Pelea y debajo que Lee y Wo Ping se hicieran cargo”. “Nunca se había hecho algo así”, explica el director Ang Lee. “Y la razón es que es casi imposible. Los primeros tres días de rodaje fueron una completa pérdida de tiempo, había 30 técnicos bajo cada actor tratando de hacer que flote con gracia. Y todo resultó un caos. Lo cierto es que muchas de las ideas que tenía desde hacía años simplemente no eran realizables. Tuve largas discusiones con Wo Ping cuando él proponía una solución y yo no la encontraba satisfactoria. Luego de irme enojado y pensar en el asunto me daba cuenta de que él tenía razón y volvía a disculparme: Maestro, estaba equivocado, hagámoslo a su modo, por favor.” La secuencia sobre el bosque de bambú es la más lograda de la película, no sólo por la perfección del efecto sino por el poder de la imagen: se trata de uno de los juegos de seducción más hipnóticos de la historia del cine.

Contra Newton y los trampolines
Para Lee, cada combate no debía ser una interrupción del relato donde los espectadores encuentran mayor gratificación y acumulan paciencia para otros veinte minutos de diálogo sino una continuación de la exploración del personaje y sus conflictos. Cada uno imprime su personalidad a su técnica. En la primera pelea, Yu Shu Lien, guerrera experimentada, retiene sobre el suelo a su contrincante, un enmascarado más inexperto que prefiere luchar en el aire. La representación de los combates es detallista y meditada al punto que muestra que hay una técnica particular para pelear con alguien que vuela. Porque eso es lo que sucede: los guerreros entrenados en la técnica de Wu Tang son tan livianos como un ala de mariposa, caminan por las paredes y sobre el agua, saltan sobre tejados apenas rozando la superficie con pies que no emiten sonido. Estos guerreros pueden correr en el aire.
La técnica para lograrlo es muy compleja porque no involucra efectos digitales sino arneses, cables y actores que son sostenidos a varios metros de altura. El único efecto de computadora es el borrado de los cables del negativo. Todo lo demás es mérito de Wo Ping. “Ver a Wo Ping trabajar es como contemplar a un maestro ruso jugando una partida de ajedrez con 250 contrincantes a la vez. Tiene ese tipo de concentración porque sabe que si cada día no hace todo a la perfección, alguien podría salir lastimado”, explica Schamus. Los saltos sobrehumanos son parte de la tradición del wu xia pian y del cine de artes marciales en general. Lo que antes se lograba con efectos burdos como trampolines fuera de cuadro, se perfeccionó hasta lo irreprochable. Esto es crucial, ya que en todo combate de artes marciales no gana quien pelea mejor sino quien luce mejor, aquel capaz de lograr las proezas más deslumbrantes con su cuerpo y sus armas. Aquí el énfasis está mucho más puesto en la gracia de los guerreros que en transmitir la idea de que están en un combate a muerte.
El vuelo no sólo es un efecto curioso, sorprendente o innovador: es una parte crucial de la película, es lo que le imprime su tono onírico, hipnótico. La forma en que los cuerpos surcan el cielo nocturno no hace sino remitir a los sueños en los que podemos volar. Verlos es increíblemente gratificante, es reconocer en la pantalla un deseo íntimo que a la vez es de todos.

Un extraño caso de fusión
Lo mejor de El Tigre y el Dragón –algo que será lo más reprochable para los puristas– es que se trata de una combinación de elementos diversos, una cruza entre la cultura oriental y occidental, entre la acción de las artes marciales y la contemplación de los dramas costumbristas. Une la destreza física característica de los actores orientales con la intensidad de la actuación de los occidentales. La música de buena parte de los combates es un solo de cello de Yo Yo Ma y eso lo dice todo: la película combina elementos que ya existen para lograr algo que nunca se había hecho antes. Es cine de fusión.
La mayor superposición, casi una contradicción, se da entre realismo y fantástico. El sonido, por ejemplo, es totalmente realista, mientras que en el cine de acción chino tradicional es hiperbólico. El efecto es que se reduce el nivel de distancia que impone el tono de comic producido por los brazos que cortan el aire con un ¡whooshh! y se incrementa el grado de la verosimilitud de las proezas sobrehumanas de los protagonistas. Esta película no dice: “Todo es posible, es una fantasía”. Apuesta al costumbrismo y al realismo en un género que siempre fue en la dirección contraria y por ello lo enriquece.
Para un occidental, el cine chino tiene una gramática extraña, no es inmediatamente decodificable. Los planos sonoros parecen equivocados, los puntos de vista no siempre privilegian la visibilidad, el montaje asume ritmos anómalos para lo que se cuenta. Esta película no tiene ninguna de esas características. El problema de la fusión, claro, es que cancela las diferencias. El Tigre y el Dragón no es cine chino, tampoco es una película de superhéroes, un drama romántico, ni una película feminista. Es un aspecto de esas cosas y, por ello, algo distinto a cada una.
Todas las películas de Lee plantean esa combinación de elementos, aunque sea en la extrañeza de un taiwanés dirigiendo un clásico de la literatura inglesa. Su nuevo proyecto no renuncia a esta forma –¿podemos todavía usar la palabra?– “posmoderna” de entender el cine. Será un musical basado en el disco 69 Love Songs del grupo independiente The Magnetic Fields. ¿Su mayor influencia en el musical? “Godard”, responde Ang Lee, sin pretender pasar por gracioso.

 

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