Música
Un rescate de Rickie
Lee Jones antes de los Grammys
La
chica que vivía en sus
canciones
Está
buscando casa en Uruguay para dejar Argentina. Planea mudarse de país
porque dice que está cansado de pagar los altos impuestos que
les imponen a los escritores. Mientras tanto, Federico Andahazi, el
autor que surgió al calor de la condena moral de Amalita Fortabat,
acaba de vender los derechos cinematográficos de El anatomista
y explica por qué se considera uno de los escritores argentinos
más resistido por sus pares.
POR
CLAUDIO ZEIGER
Era
un psicoanalista en crisis con su profesión y un escritor vocacional
con tres novelas inéditas bajo el brazo, con las que pateaba
y era pateado de las editoriales que hoy no dudarían
en disputárselo. Hasta que en 1996 decidió jugar todas
sus cartas a los concursos literarios y envió a competir varios
cuentos y una novela. Además de ganar dos concursos de cuentos,
Federico Andahazi se encontró con la agradable noticia de que
había ganado el Premio Fortabat, galardonado con diez mil dólares
y la publicación. Su novela trataba sobre la historia de un Colón
llamado Mateo, que había hecho un descubrimiento no menos importante
que el de Cristóbal: no América sino el clítoris.
Pero, unas horas antes de realizarse la fiesta de entrega de los premios
Fortabat, la poderosa empresaria descubrió el tema de la novela
ganadora, suspendió la fiesta y estuvo a punto de anular el premio.
Andahazi cobró finalmente su premio (escándalo mediático
mediante) y cuando, tres meses después, Planeta publicó
la novela, El anatomista se convirtió en uno de los sucesos de
venta de la década.
Cinco años después, Andahazi lleva publicadas dos novelas
más, Las piadosas y El príncipe y el libro de cuentos
El árbol de las tentaciones. Sus novelas siguen siendo lanzamientos
editoriales con considerables inversiones de publicidad, cosa que suele
suceder con muy pocos autores locales. Por otra parte, El príncipe
fue un salto considerable de género y tono desde el libro anterior:
de la ambientación gótica del romanticismo de Mary Shelley
y Lord Byron llevó a sus lectores a sumergirse en el mundo de
los líderes populistas latinoamericanos (el libro es una sátira
donde aparece un caudillo adorado y temido por las masas muy parecido
a Carlos Menem). Para Andahazi, El príncipe es hija de la indignación:
Me indigna ver lo que está pasando en el país. Sobre
todo la indiferencia general, que creo que va más allá
de la resignación, porque me parece que hay una actitud de ver
qué tajadita se puede sacar de esto. Supongo que algo de complicidad
colectiva debe haber, como cuando se decía que la gente votaba
a Menem por la cuota del lavarropas. Ahora bien, un escritor no tiene
derecho a mostrar solamente su indignación, porque la indignación
de un escritor no le importa a nadie. La literatura justamente nos presta
recursos como la ironía, la sátira, que le dan forma a
ese sentimiento.
Algo pasó, sin dudas, en estos cinco años, en la vida
de Andahazi, quien de víctima del capricho reaccionario de Amalita
y niño mimado de las buenas causas, pasó a ser uno de
los autores más vendedores de la literatura nacional y, al mismo
tiempo, de los más resistidos por los otros escritores. ¿Cuestionamientos
estéticos a sus libros? ¿Envidia por las ventas? Borges
decía que la historia de la literatura es la historia de las
pujas literarias, pero era válido para su época. Hoy percibo
una especie de guerra de migajas donde no se sabe muy bien qué
es lo que está en juego. Guita hay poca. Prestigio, cada vez
menos y fama, ni qué hablar. La guerra de capillas, sin embargo,
es feroz, dice Andahazi sin poder resolver del todo el enigma
de su propia ubicación en el mundo literario.
EN
BUSCA DEL TIEMPO
Ahora estoy tratando de que mi vida sea igual a como era
antes de El anatomista dice Andahazi. En esencia no cambió
demasiado, porque mi vida siempre consistió en hacerme tiempo
para escribir, trabajando en otra cosa la menor cantidad de horas posibles.
En realidad, como me había decidido a escribir, fui dejando paulatinamente
la profesión. Dejé de trabajar en hospitales y tenía
muy pocos pacientes. Quise salirme de la maquinaria psiquiátrica
cuando me di cuenta de que el laburo consistía en taclear a los
locos para que los enfermeros pudieran atarlos. Y estaba enemistado
con los ámbitos psicoanalíticos. Siempre me despertó
una suerte de aversión fóbica el tema de las capillas,
algo que en el psicoanálisis abunda mucho. Lo que ignoraba en
ese momento era que la literatura también es así.
¿Ahora abandonó definitivamente el psicoanálisis?
Sí, como analizado y como analista. Me traté
muchos años, justamente con un escritor (Germán García),
y creo que fue un muy buen análisis. Debo confesarlo: siempre
fui un pésimo analista. Cada vez que un paciente me pagaba, estaba
a punto de no aceptarle el dinero porque lo sentía como mal habido.
Creo que es cierto cuando dicen que la experiencia del análisis
te confronta finalmente con la ignorancia. Y, si bien creo que eso es
algo constitutivo del psicoanálisis, a mí me resultaba
algo muy difícil de sobrellevar. Disfruto mucho leyendo teoría,
particularmente a Freud, y es obvio que la literatura psicoanalítica
está muy emparentada con la ficción. Podría decirse
que es posible construir un personaje con mayor facilidad porque manejás
los resortes del psicoanálisis. Pero hay un léxico psicoanalítico
que, sacado de contexto y llevado a la literatura, es horrible y tiene
una sonoridad espantosa. Con la clínica me llevé decididamente
mal: muchas veces dudé de su eficacia, sobre todo en un país
saturado de psicoanalistas. No es normal que la gente se analice como
quien va a cortarse el pelo. Si uno ve los casos de Freud, se da cuenta
de que eran casos graves, histerias con parálisis, fobias jodidas,
y éste era otro de los conflictos que se me planteaba en relación
con mi trabajo. Los pacientes, en su mayoría, venían por
cuestiones que para mí no justificaban un análisis. No
eran casos graves.
Cuando tenga que contarles a sus nietos su pelea con Amalita, ¿qué
les piensa decir?
Diría que en principio no lo pude vivir como una pelea
sino como una reacción extemporánea de una persona muy
poderosa y que la parte más humillante del asunto le tocó
al jurado. A la distancia, siento que todo fue de una desproporción
absoluta, en un país donde la literatura no le importa a nadie.
Evidentemente el caso tuvo ribetes extraliterarios. Muchos se habrán
abalanzado al texto para ver si allí se hablaba del clítoris
de Amalita. Hoy, con el tiempo, en cierta forma me alegra que haya sucedido
esto con un libro. Me refiero a que hay consecuencias objetivas, como
que el concurso de la Fundación Fortabat no se hace más,
desde el año siguiente a El anatomista. También me tocó
presenciar reacciones extrañas en el exterior. En más
de una charla dada fuera del país, me asombró encontrarme
con gente a quien uno puede sospechar como relacionada con ese grupo
empresarial, intentando provocarme con la intención, creo yo,
de romper la charla. La señora era en ese momento embajadora
itinerante y no es raro que en el exterior hubiera gente dispuesta a
defenderla. En el fondo, me alegra ver que quede alguna cicatriz del
forúnculo que le salió a Amalita con ese concurso.
VIAJANDO
SE CONOCE GENTE
Algo que sí cambió en la vida de Andahazi desde que
empezó a publicar sus novelas es que empezó a viajar mucho
al exterior para promocionar los libros. Estos viajes, cuenta el escritor,
le dieron la oportunidad de comparar la situación de los autores
dentro y fuera del país. Partamos de la base de que hablamos
de un país en el que a nadie le interesa la literatura. Es muy
contrastante con lo que sucede en España. Estando allí,
te da la impresión de que la relación de la sociedad con
los escritores es, como mínimo, diferente. En España no
hay un diario que se precie que no tenga opiniones cotidianas de escritores
y los noticieros les dedican un bloque entero a las noticias literarias.
No es que la sociedad española sea más culta; quizás
es porque tienen un mercado más fuerte. Aquí creo que
pasa con la literatura lo mismo que pasa con la Telefónica: así
como los teléfonos son de multinacionales, lo mismo sucede con
las editoriales, cuyos capitales ya no sabemos cómo se componen.
Estos grupos tienen más interés en colocar sus productos
en los distintos países que en llevar productos de las colonias
a la capital del imperio. Cada vez se hace más difícil
que la literatura latinoamericana se lea en Europa. Se lee a García
Márquez, Vargas Llosa, Isabel Allende, y eso puede generar la
ilusión de que se leen otros autores, pero eso no es cierto.
A mí me espanta un poco que ningún autor argentino se
lea realmente en elexterior. Me parece que aquí existe la ilusión
de que Argentina es sinónimo de literatura en el mundo, y eso
no es verdad. Así como percibo que a la gente en general le chupa
un huevo la literatura, paradójicamente, fronteras adentro de
la literatura tampoco importa mucho. Y eso es más llamativo.
Cuando veo por qué carriles transcurren las discusiones literarias,
por dónde pasan las críticas de las capillas, de la academia,
me parece que no hay debate literario.
¿Se sintió muy resistido por el campo literario?
Sí, claro. Cuando gané el Fortabat y hasta
que salió la novela pasaron unos tres meses, y en ese tiempo
(obviamente por la situación entre ridícula e insólita
de que la misma organización que te premia luego te censura),
pude percibir una especie de tácita solidaridad hacía
mí. Recuerdo que, ni bien salió el libro, un medio alternativo
como Inrockuptibles sacó una nota muy amistosa. Hace poco tiempo,
en cambio, escuchaba un programa que tiene la revista en la Rock &
Pop y una chica que llamó dijo que, para su asombro, había
visto la revista francesa donde me dedicaban una nota por Las piadosas
y preguntaba por qué en la Argentina me habían censurado
(ella usó la palabra), en el sentido de que no habían
sacado ningún comentario. Y esto no lo hizo Fortabat sino una
revista alternativa.
¿Cree que esa resistencia tiene que ver con que sus libros
vendan?
Yo podría mostrarte la lista de jurados que me premiaron
en distintos concursos de cuentos, con nombres que van de lo más
reaccionario a lo más progresista, con palabras elogiosas hacia
esa joven promesa que era inédita. Esos mismos tipos hoy hablan
pestes de mis libros y yo lo sé. Evidentemente hay algo en relación
a cómo venden mis libros. Pero bueno, siempre fue así:
hay un apotegma que dice que todo lo que vende es malo. Además,
hay una especie de malentendido: yo no soy Isabel Allende, no soy ni
remotamente Stephen King. Si querés comparar ventas, puedo ser
equivalente a lo que es Patrick Suskind... ¡Con Isabel Allende
estamos hablando de millones de ejemplares solamente en Estados Unidos!
Muchos deben suponer que vendo muchísimos más ejemplares
de los que vendo.
¿Tiene alguna noción de cómo lo reciben sus
lectores?
Me cuesta mucho saber cómo es mi lector. Las pocas
veces que tenés la posibilidad de confrontar con lectores es
en las charlas. Y me cuesta darme cuenta para dónde van, cómo
son. Con el paso del tiempo afortunadamente me deshice de ciertas lectoras
que me hinchaban las pelotas, y que eran la única especie de
lector que pude clasificar: como una vieja gorda de Barrio Norte a la
que le había parecido muy divertido el episodio con la Fortabat
y que leía mis libros pensando en las muecas que haría
Amalita si leyera el libro. Por suerte creo que me fui desembarazando
de ese prototipo.
LA
UTOPIA URUGUAYA
A la hora de tener que nombrar un lugar favorito para escribir,
Andahazi no sólo elige su casa en el barrio de Colegiales; también
pasa varias horas por día en el bar La Academia, venerable reducto
de noctámbulos en la esquina de Corrientes y Callao, varias veces
reciclado. Pero, a pesar de su declarado amor porteño, hace poco
Andahazi anunció que pensaba irse a vivir a Uruguay. ¿La
causa? Según declaró recientemente a la revista DMode,
lo decidió cuando vio la abultada cifra de su última liquidación
de impuestos y se dio cuenta de que no los podía evadir. Porque,
si no, subrayó, por supuesto que los hubiera evadido.
Sí, esto es así porque me harté. Yo no tengo
motivos económicos muy fuertes para quejarme, sería miserable
hacerlo si uno ve lo que pasa con tanta otra gente. Pero me harté
de estar en un país donde todo el mundo se tiene que dedicar
a otra cosa de lo que es. Yo no sabía lo que es la revista DMode,
pero tampoco practico la censura con los periodistas: si vienen a hacerme
una nota yo la doy. Después me enteré de lo que es y pensé
que un tipo saliendo a decir en DMode que, si pudiera, evadiría
impuestos, suena a pelotudo, o garca. Y yo puedo ser un poco pelotudo,pero
garca no soy. Uno sabe lo que pasa con los impuestos en este país.
Prefiero pagar los impuestos en Uruguay y ver cómo arreglan la
rambla en Montevideo y no tirar la plata a la basura acá. Sabemos
que pagar los impuestos acá es plata quemada, porque hay una
suerte de asociación ilícita que se encarama en todo gobierno,
sea el anterior o éste, un aparato mafioso contra el que no se
puede pelear. Cuando digo que si pudiera evadir impuestos lo haría,
es una manera de decir que no quiero darles la guita a estos delincuentes.
¿Y realmente se va a ir a vivir a Uruguay?
Sí, de hecho fuimos con mi mujer a ver casas allá.
Lo siento mucho porque me gusta mucho Buenos Aires. Viví toda
mi adolescencia pateando Corrientes, desde Callao a 9 de Julio ida y
vuelta, y cuando percibí que la misma avenida Corrientes por
algún motivo se te vuelve en contra, que es hostil, bueno, es
porque algo grave me está pasando.
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