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Fue la primera vez que una banda anglosajona de rock tocó en Cuba, la primera vez que los Manic Street Preachers pisaron Latinoamérica, la primera vez en su historia que hicieron un bis y la primera vez que Fidel estuvo en un concierto de rock. Radar estuvo, antes, durante y después de un show que los cubanos consideran que abrirá las puertas de la isla a las grandes bandas del mundo.

Por Mariana Enríquez, desde La Habana

Cuando la policía empezó a cortar las calles en los alrededores del Teatro Karl Marx, la mayoría pensó que se trataba de una de esas medidas habituales en los recitales en el resto del mundo. Nadie –o muy pocos: los que sabían de su presencia– entendió que las calles alrededor del teatro estaban cortadas para que Fidel Castro asistiera por primera vez a un concierto de rock. No era la única primera vez de ese 17 de febrero: fue la primera vez que una banda anglosajona de rock tocó en Cuba, la primera vez que los Manic Street Preachers tocaron en Latinoamérica, y la primera vez en la historia de la banda en que hicieron un bis.
A los músicos se les había avisado que Castro podría estar allí, pero nadie les dijo que los visitaría en el camarín antes del concierto. Así que, cuando el Comandante hizo una de esas entradas sorpresivas que tanto le gustan, los galeses James Dean Bradfield, Sean Moore y Nicky Wire quedaron atónitos. Al rato (fueron sólo unos minutos de encuentro) Nicky Wire se atrevió a señalarle: “Comandante, va a haber un poco de ruido esta noche”. Fidel, sonriente, le retrucó: “¿Más ruido que en la guerra?”


James Dean Bradfield en el Hotel Nacional, La Habana, 18 de febrero.
El cantante con pasamontañas, en vivo, 1995. Un momento del show.

Banderas en tu corazón
A las cinco mil personas que estuvieron en el recital de los Manics se le regalaron pequeñas banderas rojas, que sólo decían el nombre de la banda, y el lugar y fecha del evento. Las banderas flamearon toda la noche, pero sobre todo cuando Fidel se sentó en el palco. Los espectadores extranjeros creyeron que el frenesí banderil tenía que ver con la entrada de la banda al teatro, hasta que descubrieron que se estaba saludando al Comandante de la Revolución. Y era extrañamente adecuado que se lo saludara así: en las ferias artesanales cercanas a la catedral habanera se venden cuadros de artistas que imitan la sopa Campbell de Warhol, sólo que en vez de “sopa” dicen “revolución condensada”. Los cubanos se pasean con remeras que rezan “somos marxistas como Groucho”. El merchandising de la revolución está por todas partes, pero en los últimos tiempos ha adquirido tratamiento de pop art antes que de realismo socialista. La Habana, en estos momentos, es probablemente uno de los lugares más extraños del mundo.
Fidel estuvo sentado con el ceño fruncido y expresión de sumo interés durante la hora y media de show. Sólo se puso de pie y aplaudió cuando llegó la canción “Baby Elián”, que la banda escribió sobre el niño balsero que su familia en Miami quiso retener. Fue el estreno mundial, a pesar de que el Granma –en su edición de ese mismo día– sostenía que el tema “impactó a la opinión pública el año pasado”, cosa imposible porque el disco que la contiene, Know Your Enemy, se editará recién en abril. Según James Bradfield: “La canción apunta a que ese hecho fue un símbolo de la arrogancia norteamericana. Ellos creen que todos los cubanos quieren vivir en Florida, y piensan que Elián será más feliz allá, aunque su familia y su cultura estén en Cuba. Sé que muchos quieren irse a Miami, eso está claro, pero hay doce millones de cubanos en la isla, y evidentemente no todos quieren emigrar... y probablemente no todos los que quieran emigrar sueñen con hacerlo a Estados Unidos. No todo el mundo está embobado por la cultura norteamericana”.
El show de los Manic Street Preachers abre con “Found that Soul”, una canción inédita, pero para los cubanos es lo mismo, porque de todos modos no conocen ninguna. En la radio, un solo programa (“A Propósito”) pasó canciones de la banda, pero de This is My Truth Tell Me Yours, el único disco que tienen de ellos. Por eso, cuando llegaron las canciones punk de la primera época del grupo, el teatro levantó temperatura. O por lo menos una parte del teatro: en las primeras filas languidecía un anciano, probablemente funcionario, casi dormido, sin soltar en ningún momento la banderita, y muchas chicas vestidas con el uniforme de secundaria (pollera amarillenta, camisa blanca) se aburrían soberanamente. La mayoría bailaba,sobre todo las canciones disco (como “Miss Europa Disco Dancer”) o el himno “You Stole The Sun From My Heart”. La banda jamás se refirió a la presencia de Fidel, ni habló en castellano. Cosa que sorprendió al público, que esperaba alguna gentileza. Cada vez que Nicky Wire saltaba, el público contenía la respiración: nunca habían visto algo así. Bueno, los rockeros lo habían visto, pero no eran mayoría. La mayoría eran estudiantes secundarios. Y funcionarios. En la puerta nadie fue palpado de armas. Muchos pirateaban alegremente el concierto, con grabadores y alguna filmadora. Era obvio que la seguridad de civil debía estar por todas partes, teniendo en cuenta la presencia del Comandante, pero no se sentía. Es cierto que, cuando Fidel abandonó el teatro, antes de los bises (otra Primera Vez en la Historia), el clima cambió. El baile se hizo más libre; los pasillos se llenaron de gente, como si los adolescentes agradecieran la retirada del líder. Un chico a la salida decía: “Una lástima, estuvo nuestro comandante, no nos pudimos soltar como queríamos”. Los bises (una canción propia, “Australia”, y un cover de “Rock’n’Roll Music” de Chuck Berry) fueron el corazón de la fiesta, mucho más que la acústica y vitoreada “Baby Elián”. El periodista cubano Eduardo Montes de Oca escribía al día siguiente, en su crítica del concierto: “Arte e ideales de redención social se estrecharon las manos en el Teatro Karl Marx, donde hizo acto de presencia el artífice de la cruzada honda y estratégica para lograr un pueblo cada vez más culto; por tanto, más libre. Y esa presencia, largamente ovacionada, se nos antoja otro símbolo”.



Nicky Wire trasvestido para un show, como es habitual (izquierda). El bajista en la vereda del Karl Marx, antes de la prueba de sonido (arriba).

Poster boys
En la mayoría de los medios europeos se sigue publicando que las entradas para el concierto se vendieron en su totalidad y que las cinco mil personas entraron al Teatro Marx pagando 25 centavos. Es que así fue difundido el mecanismo, tanto por el management de la banda como por los medios. Pero ya desde el viernes 16, antes de la conferencia de prensa en el Centro de Prensa Internacional de Cuba, un periodista local lanzaba el rumor: conseguir entradas no sería tan sencillo; se trataría casi exclusivamente de invitaciones. A los cubanos les parece razonable: es lógico que las repartan, dicen, la juventud del Partido va a coparlo todo. En el teatro no hay nadie, y nadie responde a los golpes en las ventanillas. Alguien sostiene que las entradas se consiguen en el Instituto de la Música, pero nadie está seguro. Charlotte, una de las chicas encargadas de prensa, niega todo. “La idea es que vaya la gente y vamos a asegurarnos de que todos los que quieran entrar puedan hacerlo. Pero, una vez que las entradas se pongan a la venta, quedan en manos de ellos, y no tenemos más control.”
La incertidumbre reinaba en el campo de los Manics el día antes del show. Bradfield, cantante y guitarrista, fumaba un Marlboro light tras otro en una sala del Hotel Nacional, sin ocultar su ansiedad. “Debo admitir que, hoy, este show no me parece una buena idea.” Bradfield se reía, pero lo decía en serio: “Nadie sabe las canciones, no sabemos cuánta gente va a haber, y nosotros no tocamos en vivo desde el show del Milenio en Cardiff el año pasado. La verdad es que tengo miedo”. Para agregar, enseguida: “Está bien tener miedo. Ésa es una de las razones por las que hacemos este show: para salir del confort y despertarnos un poco. Sin embargo, la verdad es que me tomaría un avión de vuelta a Londres ya”.
Poco después llega la conferencia de prensa, y se hace evidente que la presencia de los Manics es un evento oficial. Cosa que no sorprende a nadie. El Centro Internacional de Prensa cubano (a tan sólo una cuadra del bellísimo Hotel Nacional, y a metros del malecón) es un edificio eminentemente burocrático, poco transitado, gris. La conferencia de prensa es en el subsuelo, en un salón pequeño, para aproximadamente cincuenta personas. Los Manic Street Preachers se acomodan junto a una traductora yun moderador, probablemente un funcionario, presencia permanente en el hotel y acompañante de la banda durante casi toda su estancia en Cuba. Parecen –por primera vez, siendo una banda tan desafiante–, indefensos y tímidos. Nicky Wire, el bajista y letrista, lleva puesta una guayabera, cosa que deleita a los periodistas cubanos y que será remarcada por la televisión en el único noticiero que hay, “Emisión Estelar”, por Cubavisión a las 20. Éstas son algunas de las preguntas que contestan:
–¿Qué saben de los medios de comunicación en Cuba?
–Nada, hace dos días que llegamos (Nicky).
–Ustedes son la primera superbanda británica que visita Cuba. ¿Qué esperan, del viaje y del concierto?
–Es muy difícil contestar a esa pregunta. No sabemos (James).
–¿Por qué utilizaron la bandera cubana en la tapa del simple “The Masses Against the Classes”?
–Porque estéticamente es bellísima. Y fue un gesto de solidaridad (Nicky).
–Cuando comenzaron su carrera y eran un cuarteto se los consideraba chicos malos...
–¿Chicos malos? No, somos gente agradable, muy amistosa. Pueden confiar en nosotros. No estamos aquí por cuestiones económicas (Nicky).
–¿Qué le dicen a la gente que los critica sosteniendo que están explotando la imagen de Cuba, que es un truco publicitario?
–Que son estúpidos (Nicky).
–La letra de “Baby Elián” está claro que esto no es una moda. Alguien que habla de la Operación Peter Pan y la Independence Act con tanta soltura y conocimiento es alguien informado. Creo que ustedes vienen con conciencia de lo que quieren decir y por qué. (El que habla es un funcionario del Ministerio de Cultura).
–Gracias (Nicky).
–¿Les gustaría que Fidel asistiera al concierto?
–Sería un gran honor (Nicky).
–¿Creen que tendrán problemas en Estados Unidos por tocar en Cuba?
–Espero que sí (Nicky, ovacionado).
Poco más tarde se produce el primer encuentro con la burocracia cubana. Los periodistas extranjeros, la mayoría sin acreditación oficial, tienen que conseguir sus credenciales (60 u$s). La gente de prensa de los Manics está estresada e inmersa en papeles. Para colmo, todos han bebido una buena cantidad de ron. Pero el tema de las entradas está resuelto: serán sólo por invitación, y totalmente gratis. Quienes estuvieron en la reunión dicen que eso ya se había decidido diez días antes de la llegada de los Manics a Cuba, más allá de que la banda (y la compañía discográfica, y el management) hayan sido alertadas o no. Cuatrocientas veinte entradas fueron repartidas por la Asociación Hermanos Sais (una suerte de centro cultural), y quedaron en manos de gente relacionado al rock cubano, que es mucha más de la que puede intuirse a simple vista. Otras mil seiscientas fueron a parar a la multitudinaria Escuela Lenin y el resto quedó para la prensa y estudiantes de escuelas varias de arte y letras. El concierto nunca fue promocionado como un evento para el público.

¿Manic qué?
Como los Redonditos de Ricota en Argentina o Die Toten Hosen en Alemania, los Manic Street Preachers son un fenómeno en su país. En toda Gran Bretaña –no sólo en su Gales natal– llenan estadios. En 1996, el año de su estallido, tuvieron cuatro singles en el Top Ten y llegaron al triple platino (un millón y medio de copias vendidas) con Everything Must Go, su cuarto álbum. This is My Truth Tell Me Yours, el disco de 1998, entró directamente en el número uno y arrasó en los Brit Awards, la versión británica de los Grammys. Su último lanzamiento, el single “TheMasses Against The Classes”, el de la bandera de Cuba en la tapa, también entró instantáneamente en el primer puesto. Y se supone que lo mismo sucederá cuando lancen Know Your Enemy en dos meses. Además de exitosos, los Manics son iconos. Pero fuera de Europa, son vagamente conocidos, una rareza para iniciados.
Nicky Wire, James Dean Bradfield, Sean Moore y Richey Edwards, el cuarteto original, nacieron y se criaron en Blackwood, Gales. Son amigos desde la infancia. Blackwood es un pueblo pequeño de los valles galeses donde, en 1984, cuando Margaret Thatcher comenzó a cerrar minas, se inició la famosa huelga de mineros. El sur de Gales posee una orgullosa tradición de socialismo militante (la comunidad de Maerdy es conocida como la “Pequeña Moscú”, porque su biblioteca pública posee una de las mejores colecciones de literatura marxista del país). La huelga de mineros radicalizó a todo aquel que creciera en esos años en la región, y los Manic Street Preachers –todos con algún integrante de la familia trabajando en las minas– no fueron excepción. “Lenin y Marx eran tan importantes para mí como las estrellas de rock”, diría Nicky Wire.
Cuando los mineros huelguistas fueron eventualmente derrotados, junto con la tradición marxista de los valles galeses, los cuatro amigos se encerraron en una habitación y armaron una banda. Leían a Marx, Sartre, Camus, Guy Debord, Orwell, Rimbaud, Salinger, Sylvia Plath, Valerie Solanas (la feminista que le disparó a Warhol), y escuchaban a The Clash, Sex Pistols, The Who, Public Enemy. Más tarde, Nicky Wire y Richey Edwards partieron a la Universidad de Swansea, a estudiar Historia Política. Cuando obtuvieron sus títulos, volvieron a la banda.
En el principio, se pintaban remeras con aerosol como lo hacía Paul Simonon de The Clash, usando graffittis situacionistas y otros de creación propia (Nicky y Richey, dos criaturas andróginas, se maquillaban y desplegaban seducción homoerótica, además). En su primer disco, Generation Terrorists, cantaban las angustias de la clase trabajadora, la alienación del consumismo, la frustración de ser jóvenes, bellos y pobres. Para Simon Price, casi biógrafo oficial de la banda y autor de Everything, el mejor libro sobre los Manics, “los sobres internos de sus CDs hicieron más por la educación de la juventud británica que la escuela”. Y los describe así: “Desde el primer día fueron un anacronismo, una banda anfetamínica para la generación del éxtasis; una banda que pensaba como Chomsky y rockeaba como los Pistols. Es por eso que los Manics pueden no ser la banda más grande de Inglaterra, pero son la más importante”. Los siguientes álbumes, Gold Against the Soul y The Holy Bible, anteriores al gran éxito, citaban a Octave Mirbaeau, hablaban de insomnio, anorexia, lanzaban críticas a una generación despolitizada y dormida (en la que se incluían con feroz autocrítica) y cosecharon una legión de fans. Pero, en 1995, la historia de MSP llegó a su punto de mayor dramatismo. Ése fue el año en que desapareció el ideológo del grupo, Richey James Edwards.

Missing
Los rockeros de La Habana tienen un centro de reunión cerca de la Plaza de la Revolución: El Patio de María, un centro cultural, especie de Obras, por la importancia de tocar allí (“Una banda no es una banda si no pasa por El Patio”, dice Pavel Havlic, ex manager de Zeus, banda de heavy metal cubano que editó un disco en España y lleva doce años de carrera). Allí pueden encontrarse rockeros, metralleros (fans del metal) y peluses en general (nombre que dan los cubanos medios a los chicos de pelo largo con remeras de bandas de rock, que en general les regalan los turistas). En El Patio, como en toda Cuba, nadie vio nunca una foto de Richey Edwards. Cuando Jorge Luis Hoyos García, probablemente el rockero más informado de La Habana y colaborador del fanzine Ilusión (sí, hay fanzines en Cuba), escucha la historia de Richey, parece sinceramente desolado y se entusiasma teorizando acerca de cómo los artistas sensibles siempre terminan mal.
Richey Edwards, el guitarrista desaparecido hace siete años, era quien diseñaba la imagen y estética general de los MSP, además de escribir las letras. Pero su depresión, alcoholismo, anorexia y automutilación no podían ser controladas por el Prozac ni las internaciones. El evento que lanzó a la fama a Richey fue durante una entrevista antes de la edición del primer disco de los Manics. Richey no podía convencer al peridista de que sus angustias y marxismos eran sinceros, que no se trataba de un marketing de la alienación. Entonces sacó una gillette y se escribió, con enormes cortes en su brazo, 4Real (“de verdad”). Richey fue llevado al hospital y el New Musical Express publicó la foto a todo color junto con la entrevista. Cuatro años después, el 1º de febrero de 1995, Richey dejó el hotel Embassy de Londres en su auto, rumbo a su departamento en Cardiff (donde dejó el pasaporte, tarjeta de crédito y el Prozac). El 16 de febrero, el auto apareció vacío junto al río Severn. Richey Edwards pudo suicidarse: el río Severn tiene salida al mar, y los cuerpos a veces se pierden. O pudo sencillamente irse. Algunos fans ingleses creían que estaba en Cuba, y que el show sería su vuelta triunfal. Pero no fue así. La investigación sobre el caso está cerrada y se lo dará oficialmente por muerto en el 2003.
Ningún medio de prensa cubano logró deletrear correctamente el nombre de Richey James Edwards (lo llamaron Ricky James, o Richie Edward). La banda, que siempre lo presenta sobre el escenario como el cuarto integrante y guitarrista, aunque hace siete años que está ausente, ni siquiera lo nombró en el show. El día anterior, bajando la voz y con sincera tristeza, James Dean Bradfield decía: “Llega un momento en que tenés que convencerte de dejar de pensar en él. Pero este show es un momento particularmente agridulce. No podemos evitar desear que él estuviera aquí, con nosotros”.

Conociendo al enemigo
Sábado 17, once de la noche. En la fiesta después del show, en el Hotel Nacional, corren el ron y la cerveza Cristal. Están Félix Savón y Alberto Juantorena, campeones olímpicos de box y atletismo (según los cubanos, fueron enviados allí por Fidel, luego de que los Manics le dedicaran una canción a Savon en el concierto). Nicky Wire está extasiado por esas presencias, pero igual se retira a las doce. Nicky Wire no vive la vida de una estrella de rock. Nadie parece haberlo visto en la noche de La Habana ni en la de ninguna otra parte. Nicky es el único que habló fluidamente con Fidel. Nicky es el responsable de títulos como “La Libertad de Expresión No Alimentará a mis Hijos”, el hombre que alguna vez le deseó a Michael Stipe que se muriera de sida (después dijo estar arrepentido) y en la primera gira norteamericana de la banda solía gritar: “Lo único bueno que hicieron fue matar a Lennon”. También sufre un desorden obsesivo compulsivo que lo lleva a limpiar su casa con pasión, al punto que alguna vez lució una remera con la inscripción: “Yo Amo Pasar La Aspiradora”.
Sean Moore, el silencioso baterista, habla mucho en la fiesta, y todo el tiempo de Fidel Castro. De lo impresionado que está. Del evento histórico que acaban de producir. James Dean Bradfield, mientras tanto, habla de una canción del grupo (llamada “If You Tolerate This Your Children Will Be Next”): “La Guerra Civil española es un mito en Gales, porque de mi país salieron muchos de los que integraron las brigadas internacionales. Pero nuestra canción no se trata sólo de nostalgia o de prédica, sino de enfrentarnos a nuestra apatía, y estoy hablando de nosotros tres, los de la banda. Cuando la escribimos nos preguntamos: ¿tendríamos hoy el coraje y la convicción de ir a pelear por algo que no nos beneficia directamente, pero que es mucho más grande que nosotros? Y la respuesta es no. Creo que diríamos que esas cosas no tienen nada que ver con nosotros. Yo leo lasección deportes en el diario antes que cualquier cosa. Pero en cierto momento tuvimos que ponernos frente al espejo y enfrentar nuestro conformismo. Así es nuestra generación. Por eso el disco nuevo se llama Know Your Enemy. Conocemos bien al enemigo, y está en nosotros: es nuestra complacencia y nuestra apatía. Queremos sacárnosla de encima, pero es difícil. Haber tocado en Cuba es un primer paso”.

La proxima vez
A Raúl no pueden importarte menos los MSP. Tiene 32 años, escucha la música de la radio, va a las discotecas que venden entradas en pesos cubanos y, con unas cuantas cervezas encima, reconoce con pesar que Fidel “está un poco chocho”. Lo que atormenta a Raúl, tomando como ejemplo el show de MSP, es que “Fidel se ha vuelto rockero, imagínate”. Todo comenzó, dice, con la estatua de John Lennon, inaugurada con gran pompa en una plaza del Vedado, un evento de tribuna abierta. “Imaginate que Fidel dijo que Lennon era un revolucionario. Por Dios. Che era un revolucionario, Camilo lo era, y Fidel. Pero ¿un rockero? Por Dios”. No obstante, lo indigna que al John Lennon de bronce le hayan robado los anteojos dos veces durante las últimas semanas. La segunda vez le pegaron con cemento de contacto un nuevo par, que hurtaron igual. A Raúl le parece un sabotaje y cuenta que, ahora, Lennon tiene permanentemente guardia policial.
Es cierto que el gobierno revolucionario se está volviendo rockero. Dentro de un mes, el Ministerio de Cultura otorgará equipos de sonido a las cinco principales ciudades cubanas, que se mantendrán en las casas de cultura para que las bandas puedan tocar (es una tarea titánica conseguir equipos en la isla, es casi imposible comprarlos, y ninguna banda cubana tiene un Marshall, por ejemplo). En agosto se editará la primera revista oficial de rock, Jarrock de Café, donde colaborarán todos aquellos que alguna vez participaron de los fanzines.
A los rockeros cubanos les gustó mucho el show de MSP pero también les pareció frío. Y corto. Lo que pasa, concede Palev, es que ellos prefieren el rock más fuerte, más norteamericano. Y que de rock inglés no les llega casi nada. De lo que nadie duda, lo que tiene asombrados a todos, es la generosidad de la banda. “Fue realmente solidario. En ese sentido me saco el sombrero, qué gente recta”, dice Jorgito. La aventura cubana de MSP (que incluyó diez toneladas de equipos, entre otras cosas) costó medio millón de dólares, que pagaron ellos en su totalidad. Las negociaciones comenzaron en noviembre, y casi se caen cuando, durante un show en el Karl Marx de una banda de pop/son cubana llamada Moneda Dura, se rompieron 64 butacas (ni una más ni una menos). Antes habían fracasado negociaciones con Rage Against The Machine (los asesores cubanos dudan de la sinceridad del grupo) y Beck. Esperan que después de esto, aunque sea por contagio, lleguen más bandas. Según James Dean Bradfield, la decisión de tocar en Cuba no fue un plan maquiavélicamente elaborado. “Sé que nadie viene acá, ni siquiera las bandas supuestamente de izquierda. Es que es cierto, es un gasto. La decisión fue espontánea: un amigo nos dijo: Tienen muchas referencias a Cuba en al álbum, por qué no presentarlo allá. Y tenía razón. Además es una buena manera de probar que es posible hacer shows en Cuba. Me temo que no hay mucho más detrás”.
En un primer momento los rockeros cubanos creían que los Manics visitarían El Patio de María. Habían tenido reuniones con la producción, y arreglado un encuentro. Pero, en la mañana del domingo, la banda recibió una invitación que no podían declinar: Fidel los invitó a almorzar en la inauguración de la Escuela de Instructores de Arte Manuel Domenech, en Santa Clara. Allí, dice el diario Granma, “estuvo el Comandante Fidel Castro con personalidades de la esfera intelectual, de los estados venezolanos de Portuguesa y Lara y la banda británica Manic Street Preachers, con la que departió un buen rato”. Departieron acerca de músicasobre todo, dice James Dean Bradfield al otro día, agotado, sin ganas de conocer a nadie más (ni siquiera a Diego Maradona aunque “me gustaría, es un genio”). Estuvo nervioso ante Fidel “y dejé que Nicky hablara”. Nicky Wire, por su parte, declamaba eufórico: “Es un honor. Fue increíble. Otras bandas conocen a Tony Blair, Nosotros comemos con Fidel Castro”.

 

 

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