Gráfica
Ricardo Cohen, más conocido como Rocambole
autorretrato
ARTESANO SAMPLER
En
la primaria, sus maestras le encargaban láminas didácticas,
y se las pagaban. Después hizo cotillones a mano, letreros fileteados,
bijouterie, la primera tapa de La Cofradía de la Flor Solar,
donde conoció a los hermanitos Beilinson. Ya como Rocambole,
no sólo fue el responsable de las tapas de los discos de Los
Redonditos de Ricota, sino de infinidad de murales y alguna exposición
de su trabajo en Nueva York. Mientras prepara una muestra para el Palais
de Glace el año que viene, Ricardo El Mono Cohen
le cuenta a Rep su vasto itinerario en la gráfica.
Por
REP
En
el último y conceptualísimo disco de Los Redondos, Momo
Sampler, el toque distinto de su packaging está en el medallón
que el grupo regala a las brigadas ricoteras y que, seguramente adornará
miles de cogotes en el próximo recital que Patricio Rey hará
en fecha incierta de este año para presentar el disco. El colgante,
hecho en peltre, pesa 38 gramos, y, por supuesto, es una artesanía
de Rocambole.
En la Cofradía de La Flor Solar vivíamos mucho de
las artesanías. Nosotros fundamos las ferias artesanales, en
el 67, el 68. En ese momento todos los puestos tenían
algo novedoso, algo hecho por primera vez. Colgantes, bijouterie, todo
lo que hoy es moneda corriente, formas conocidas, repeticiones, salían
de aquellas comunidades donde compartíamos todo. Todo. Menos
las mujeres, eh.
Rocambole es Ricardo Cohen, el Mono Cohen. Nació en Buenos Aires
pero de niño lo llevaron a La Plata. Vamos en auto hasta allí,
a su estudio, en su Falcon verde, y me cuenta de la Cofradía
de la Flor Solar, cuya existencia multiartística y comunitaria
resistió a toda una dictadura, aunque apolíticamente,
desde 1967 hasta 1972. Allí, entre otros, conoció a los
jovencísimos hermanos Beilinson. Cuando llegamos a la ciudad
maldita, ya hemos repasado toda esa historia de que La Plata es un mensaje
masón de Dardo Rocha quien se basó en la Francesville
de Julio Verne para el trazado, me ha contado de la repetición
de 666 en sus calles numeradas, de la cruz invertida, del día
de su fundación, del arquero sin arco y sin dardo, de las cuatro
estaciones haciendo cuernitos, de la bruja y la violación a la
piedra fundamental enterrada. Así llegamos a la estación
Gonnet y el mural sobre la Prensa Libre que le encargó, temiendo
que no aceptara, el intendente Alak. Pero Rocambole aceptó gustoso,
y otra marca suya, diagonal entre diagonales, se erige con ese estilo
inconfundible de aquel que creyó que nunca iba a tener un estilo.
¿Qué tapas de discos, antes de hacer las tuyas, te
impactaron?
La cultura rock, cuando empezó a expresar un nuevo
pensamiento juvenil, incorporó la plástica en general
a sus producciones. Siempre me impactaron los trabajos de Hipnosis (Pink
Floyd, Génesis, etc.), los de Roger Dean (Yes), y aquí
en Argentina me gustaban las tapas de Juan Gatti (El Reloj, Sui Generis).
Ya en la Cofradía de la Flor Solar nosotros pensábamos
integrar todos las ramas del arte, y había tanta preocupación
por la gráfica como por la música. Yo participé
junto con Kubero Díaz en la tapa del primer disco, en 1970. En
la Cofradía éramos como nuevos primeros cristianos. Decíamos
Vamos a abrir la poesía a la vida, y vivíamos en consecuencia.
En su taller, mitad telas mitad computadoras, mitad atelier mitad estudio
de diseño, miramos antiguas fotos. El Mono en inauguraciones
de sus exposiciones, el Mono con la misma calva pero el pelo oscuro,
el Mono pintando los decorados de los recitales ricoteros, el Mono en
incontables murales, trabajando para un rato nomás, hasta que
los tapen. Rocambole viene de exponer en Nueva York, a expensas de un
ex discípulo que vive allá, y aquí ya piensa cómo
va a armar su exposición si le dan el Palais de Glace en marzo
del 2002. El Mono se comporta afablemente, mostrando su mundo siniestro
en formato de pinturas, animaciones, esculturas, videos. Y, por supuesto,
esa pequeña pinacoteca que son las tapas de Patricio Rey y sus
Redonditos de Ricota.
En Gulp no hay foto del grupo, ni dibujo reconocible, y eso es muy
curioso para ser la tapa de un primer disco. Y eso que tenías
el maravilloso formato long-play.
El grupo no era conocido por su nombre. Entonces, para mí,
lo importante era poner el nombre en las bateas. Poner foto no tenía
sentido porque no los conocía nadie. Un dibujo mío podía
ser atractivo pero era poco significativo con lo que se pretendía
en ese momento. Entonces hice esta especie de letrero rojo sobre negro,
con varios espatulazos y una pintada con el nombre del grupo. Hicimos
800 en serigrafía, y se vendieron por el boca a boca. La segunda
edición ya era de una discográfica, contapas en offset,
todos los chiches. Pero la primera Gulp fue artesanal: cada sobre era
un original.
¿Cómo trabajás con el grupo? ¿Ellos te
dan los temas ya hechos, conversan las letras, vos sugerís?
Hay una idea conceptual que pasa generalmente por Solari
y en pleno proceso de creación tenemos una reunión donde
ellos me muestran sus propuestas musicales, las ideas de las letras,
el Indio me cuenta de su concepto global, y ahí empiezo a trabajar,
a trabajar, a trabajar.
¿Nunca trabajaron a la inversa, vos presentando un dibujo
y ellos creando lo suyo a partir de esa visión?
No, no. Lo que ocurre es que muchas veces lo que estoy trabajando
por mi lado está en sintonía con los Redondos. Yo no puedo
hacer nada que no tenga que ver con procesos míos, así
que no soy exactamente un diseñador de lo que hace
el grupo. Es un encuentro.
¿Te considerás un Redondo?
Sí, claro, en muchos aspectos fue una epopeya empujada
en conjunto. Sobre todo en las primeras épocas.
¿Cómo
describirías tu mundo gráfico, tus personajes?
Son imágenes enfáticas, de cierta espectacularidad,
que tienen que ver con la historieta, o con cierto tipo de lenguaje
siniestro, bizarro, que siempre me impactó. Forman parte de mis
ensueños. Ensueños que a veces se acomodan a letras que
me van pasando ellos. Si hay un cordero, hago un cordero, pero uno que
está en mis ensueños. Ese mundo mío siempre aparecerá.
Una vez, trabajando en carteles de publicidad, me tocó recrear
una mano tomando una botella de Coca-Cola. La dibujé en grande,
con las gotitas de frescura, tal como estaba en la foto que me dieron
y que traté de reproducir fielmente. El cartel se instaló
en el distribuidor de tránsito de la entrada a la ciudad de La
Plata. Y mis amigos me decían: ¿Vos hiciste esa
botella de Coca-Cola?, por qué, decía yo. Porque
parece Drácula en una ciénaga sacando una mano con una
Coca-Cola. O sea, se transmitía mi impronta, no una imagen
neutra de publicidad. Ahí empecé a reflexionar y deduje
que, finalmente, tenía un estilo.
La preocupación del gráfico, o del plástico,
por un estilo...
Alguna vez fui un joven pintor con veleidades plásticas.
Pero pasó. Me siento muy feliz con la obra reproducida, cuando
la veo en remeras, en tatuajes, me siento gratificado. Es más
excitante verse en una revista que montar una exposición.
¿Hiciste tapas para otros grupos?
Hice una para un disco de tangos a Miguel Cantilo, una para
un compilado de Frank Zappa, también trabajé para grupos
de La Plata y mi estudio de diseño (Cybergraph) hizo cosas para
Los Tintoreros, Claudio Gabis, pero eran trabajos no Rocambole.
¿Cambió mucho en tu trabajo el pase de long-plays a
compacts?
Y, el cambio es notorio. Y lógicamente yo veo cada
vez menos, así que trabajar para un formato menor se me dificulta
más. Pero a favor de la etapa compact podemos contabilizar el
book, donde podés meter más cosas. Naipes, por ejemplo.
¿Qué tapa te hubiera gustado hacer?
Revólver de Los Beatles, ésa me hubiera gustado.
Y las tapas de Frank Zappa: Ratas calientes, Las comadrejas me arrancaron
la carne. Es un músico que me motiva mucho. Pero él llamó
a Liberatore, no a mí. Y de acá, aparte de los Redondos,
me hubiera gustado hacer alguna de Pescado Rabioso, o una de un grupo
casi desconocido que se llamó Bubú, de Miguel Zavaleta.
Y seguimos
conversando sobre técnicas (He pasado más tiempo
aprendiendo una técnica que aplicándola); sobre
la apropiación de su trabajo que hacen los seguidores del grupo
(Los chicos no titubean cuando se trata de la constelación
de Patricio Rey: se llevaron de una exposición el busto de Luzbelito,
por ejemplo, nueve kilos de barro cocido; y yo no diría que fue
robo, es algo natural para ellos); sobre su impronta en el mundo
deltatuaje (Tengo el dudoso honor de ser el artista más
reproducido en los tatuajes de las cárceles argentinas, con la
imagen de las rotas cadenas que puse en Oktubre). El Falcon verde
nos lleva ahora a City Bell, donde vive el Mono.
¿Cuándo empezaste a firmar Rocambole?
Fue en una historieta para Cerdos y Peces, en los primeros
80, llamada Las formidables aventuras del Barón Zamba.
Antes fui Cohen, el Mono: en Bellas Artes, enseñando y aprendiendo;
haciendo una tapa densa y nunca publicada para Pedro y Pablo (Apremios
ilegales); trabajando a destajo en San Pablo con aerógrafo; haciendo
parvas de remeras en el 78, acá en La Plata, hasta que
Martínez de Hoz, con su apertura a las importaciones me fundió
en 72 horas; en la primaria, con mis maestras encargándome láminas
didácticas, y pagándomelas; en los letreros fileteados;
en los cotillones hechos a mano; como docente en la Panamericana de
Arte, dando Ilustración. También hoy tengo cátedras,
en Bellas Artes (Comunicación Visual y Plástica, y Talleres),
pero ya soy Rocambole.
El medallón de Momo Sampler está en mi mano, como el puñal
en la palma de Hamlet, y cavilo: estos 38 gramos ¿en cuánto
se van a convertir, en cada frenético pogo del próximo
recital? ¿Se volverá un arma peligrosa, un bólido
imparable de varios kilogramos? Y Rocambole, seudónimo que suena
tanto a rock and roll, sonríe como diciendo no lo había
pensado, o tal vez, no está tan mal ¿no?
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