Mutaciones
Luis Sepúlveda filma su primera película en Salta
La
Internacional
cinematográfica
Con
capitales italianos, españoles y argentinos y un elenco integrado
por el norteamericano Harvey Keitel, la española Angela Molina,
el cubano Jorge Perrugorría, el italiano Andrea Prodan y el argentino
Leo Sbaraglia, el escritor chileno Luis Sepúlveda se apresta
a filmar en Salta su primera película, Ninguna Parte, una historia
ambientada en un campo de concentración en tiempos de dictadura,
que se apoya en la ironía más que en la tragedia, y que
se presentará en sociedad en el próximo festival de Venecia.
Por
Alicia Martínez Pardíes
A las
6.30 del próximo 19 de marzo, apenas salga el sol, la realidad
se irá mezclando poco a poco con la ficción en el paisaje
desértico de Cafayate, Salta: un grupo de prisioneros, recién
secuestrados por militares a las órdenes de un dictador, llegará
a un campo de detención con los ideales intactos y dos propósitos
silenciosos: resistir y fugarse. Lo que no saben esos presos políticos
es que, en principio, el plan no es maltratarlos ni eliminarlos: sólo
se los ocultará, para lograr un buen efecto de propaganda cuando
se les devuelva la libertad, y así desbaratar las campañas
de denuncia por violaciones de los derechos humanos. Pero los dictadores
suelen cambiar de estrategia tanto como de humor, y el dictador de turno
ordenará un simulacro de enfrentamiento para así librarse
de los prisioneros y de los soldados que los cuidan. Cosa que pondrá
a unos y otros a correr una carrera contra el tiempo. Tal como ocurrió
en Temuco, durante la dictadura de Pinochet. Tal como ocurrirá,
en pocos días más, en Ninguna Parte.
El nombre de Luis Sepúlveda está ligado desde hace décadas
a la literatura (Patagonia Express, Nombre de torero y Mundo del fin
del mundo, entre otros libros), pero también al cine, desde que
un amigo le prestó, a mediados de los 80, una cámara
de 16 milímetros y, casi sin pensarlo, él empezó
a filmar un cortometraje llamado Parejas, sobre los conflictos de las
parejas latinoamericanas en el exilio, que recibió parejos elogios
en el circuito under y de parte de Wim Wenders, cuando se exhibió
en el Festival de Berlín. Como guionista y co-guionista, Sepúlveda
trabajó en la adaptación de su novela emblemática,
El viejo que leía novelas de amor, cuyos derechos adquirió
el francés Jean-Jacques Annaud y que acaba de estrenarse en París,
con Richard Dreyfuss en el protagónico. También en Tierra
del Fuego, dirigida por Miguel Littin, y en la recreación cinematográfica
de su novela Historia de una gaviota y del gato que le enseñó
a volar (que vendió, sólo en Italia, país donde
el chileno dice tener militantes más que lectores, un millón
y medio de ejemplares), dirigida por el italiano Enzo dAlò.
Además, fue miembro del jurado de la edición 1998 del
Festival de Venecia. Después de este entrenamiento, Sepúlveda
volverá al ruedo. Pero esta vez, para dirigir él mismo
una de sus historias.
¿Cómo describiría su primer largometraje como
director?
Es una historia de los tiempos de la dictadura, pero con
un enfoque que, desde ya aclaro, no será trágico sino
más parecido a un recurso bastante utilizado por Osvaldo Soriano:
la ironía. Cosa que escandalizará a más de uno
porque, como bien sabemos, cuando se habla de dictaduras, muchos santurrones
se escandalizan ante la menor desviación de la perspectiva trágica.
Sin ir más lejos, he escuchado y leído una sarta de estupideces
increíbles sobre el último libro de Miguel Bonasso (Diario
de un clandestino), en que se lo acusa de ser una especie de sacrílego
de una causa sagrada, o un reivindicador de la violencia. Esta historia
que quise narrar y ahora filmar muestra la alegría intensa de
un grupo de gente que luchó, se jugó, fue encarcelada
y soñó con su fuga. Porque creo que es posible (y de lo
más saludable) revisar la peor parte de nuestra historia reciente
a través de un lenguaje libre de prejuicios, más allá
de las críticas que puedan provenir de esa dirección.
En general, estas críticas provienen de sectores de la propia
izquierda...
No necesariamente. Son sectores de la izquierda que se han acomodado
en el establishment o en la mediocridad, dos situaciones que les impiden
convenientemente ver sus propios errores. Lo que pretendo demostrar
es que hubo algo muy fuerte para la gente que pudo fugarse de Chile
desde el 73 hasta fines del régimen, y eso fue no sólo
el valor y la capacidad de entrega sino un enorme sentido del humor,
que les permitió sobrevivir al horror. La mayor parte de la documentación
de la película la realicé con compañeros que estuvieron
detenidos en los campos de concentración deChacabuco y Temuco,
que me contaron más de una vez cómo mantenían las
banderas mirándose irónicamente a sí mismos, la
única manera de no agachar la cabeza frente a los milicos. Porque
si la agachaban, pues bueno, ahí sí que les daban el gusto
de verlos derrotados.
Usted también fue preso de la dictadura chilena, entre el
73 y el 77. ¿Ninguna Parte es también su propia historia?
En cierta forma, porque esta incursión en el cine responde
a los mismos motivos que mi vocación por la escritura. Es decir,
resistir a todo lo que nos somete hoy: la mediocridad, la idea de un
pensamiento único, la vergonzosa corrupción que nos rodea
por todas partes, la idiotización de la sociedad y los intentos
criminales por desmontar tanto la espiritualidad como la sed de cultura
innatas en el ser humano.
¿Cómo se disparó la historia de este film?
Un día conversando con un actor chileno que hoy vive
en Francia y estará en la película, Oscar Castro, me contó
esta historia: su hermana y él estaban presos y la madre fue
a verlos a la cárcel. La buena señora pensó en
llevarle a su hija el botiquín con sus cosméticos, sin
saber que allí estaban escondidos documentos que podían
comprometer a sus hijos. Cuando llegó a la prisión los
guardias la revisaron, encontraron esos papeles y desde entonces está
desaparecida. Oscar también me contó los planes disparatados
que pergeñaban durante el cautiverio para escaparse de allí.
Tanto él como sus compañeros sabían que se trataba
de ideas absurdas, esperpénticas, pero igual se sumergían
en ellas porque los ayudaba a mantenerse vivos. Además de esos
planes, organizaban cursos de cocina, charlas sobre cine y hasta pequeñas
puestas de obras teatrales. A tal punto que algunos milicos les confesaban
que, cuando salían de sus trabajos, se aburrían. Esto
me dio una de las puntas del film. Y la otra surgió, no de lo
anecdótico o histórico, sino de una discrepancia sutil
que mantengo con alguna gente de izquierda. No soporto que a mis compañeros
de lucha de esos años se los presente como un puñado de
inocentes que no sabían qué podía pasar y que cayeron
sólo por la perversidad de los milicos o un mal designio del
destino. No es así: todos sabíamos que caer era el riesgo
por atreverse a intentar cambiar las reglas del juego social establecido
entonces. El precio generacional que se pagó por querer llevar
a la práctica un mundo mejor.
¿Cómo trabajó el guión del film?
Hubo muchos momentos en que la limitación de tiempos
que exige la estructura de un guión me hizo dudar acerca de una
resolución u otra. Entonces le pedí ayuda a uno de los
mejores guionistas que tiene el cine italiano, Tonino Guerra, a quien
admiro desde hace muchísimo tiempo, por sus trabajos con Fellini,
Antonioni, los hermanos Taviani. Tonino me ayudó y me aconsejó
cada vez que fue necesario, con una generosidad inmensa. Sólo
cuando él me dio el visto bueno final me sentí tranquilo.
Y pensé que Ninguna Parte podía llegar a filmarse.
¿Imaginó de entrada que usted mismo la dirigiría?
La verdad, no. Apenas terminé el guión tuve
la intención de dárselo para que lo dirigiera al colombiano
Sergio Cabrera, a quien conozco y admiro mucho, sobre todo a partir
de su film La estrategia del caracol. Pero, casi de inmediato, algunos
amigos que ahora está relacionados con la producción de
la película, a quienes les di a leer la historia, empezaron a
animarme para que la dirigiera yo mismo, y después de meditarlo
bastante me dije, ¿por qué no?
¿A qué alude el título?
A una anécdota de cuando estaba detenido: cada vez
que lográbamos establecer una mínima confianza con algunos
milicos (sin caer, aclaro, en el síndrome de Estocolmo), y nos
atrevíamos a preguntar en dónde estábamos, para
desorientarnos ellos respondían: En ninguna parte.
A los personajes de la película les pasa lo mismo. Y cuando planifican
una fugalo hacen sin saber si ir hacia el sur o el norte, el este o
el oeste, porque no saben en dónde están. Para no hablar
de por dónde seguir la utopía. Cada movimiento que hacemos
es una cuestión de proporción matemática, que nos
acerca y nos aleja de la utopía. La experiencia histórica
nos ha demostrado que, cuando los hombres pensaban que se aproximaban
y hasta podían tocar la utopía, en realidad terminaban
pervirtiéndola. Para algunos será anacrónico, pero
quiero tratar la utopía, en la que creo de modo ferviente, como
una ética. De hecho, el título responde de forma muy personal
al mito globalizador, en el que no creo en absoluto. No comparto, por
ejemplo, las opiniones de Mario Vargas Llosa, quien sostiene que ni
es posible ni vale la pena oponerse a la globalización, y que
quienes lo hacen están condenados a ser marginales de la historia.
La globalización, si aceptamos el término, adquiere un
sentido si se transforma en aquella viejísima propuesta que se
llama internacionalismo. En cierta forma, podría decirse que
el gran impulsor de la globalización fue Lenin, con su tesis
del internacionalismo proletario.
Su película es una suerte de Internacional cinematográfica,
desde los capitales que la producen hasta el casting.
Podría decirse algo así, con cierta ironía
por supuesto. Es cierto que no quería terminar de escribir los
diálogos de la película sin conocer quién interpretaría
cada personaje. No soy partidario de los guiones prêtà-porter:
creo que cada actor precisa que le corten un traje a medida de acuerdo
a sus posibilidades expresivas, y por eso el casting era clave para
definir la escritura final de los diálogos. Necesitaba hablar
y trabajar con cada actor antes. Y, afortunadamente, los productores
(Surfilm y la RAI, por Italia; Filmax, por España; y Patagonik
Film, por Argentina) lograron un elenco excelente: el norteamericano
Harvey Keitel, la española Angela Molina, el cubano Jorge Perrogurría,
el chileno Oscar Castro, el italiano Luiggi Buronno, los argentinos
Leo Sbaraglia, Daniel Fanego y el casi argentino Andrea Prodan, hermano
de Luca.
¿Podría comentar por qué eligió a cada
actor y para qué personaje?
A Leo Sbaraglia lo había visto en teatro y en cine,
aquí en Buenos Aires, y después de su actuación
en Plata quemada me da mucho placer ver cómo se transformó
en un actorazo. Leo será uno de los prisioneros, un estudiante
muy inquieto, vivaz y amante del box. Jorge Perrogurría será
un obrero, muy pícaro, con mucho sentido del humor, un poco como
es él mismo en la realidad. Desde que supo de este proyecto,
me decía: Compadre, aunque sea para barrer, yo quiero estar
en ese film. Es un viejo amigo y un excelente actor, ¿cómo
no iba a formar parte de esta película? Con Harvey Keitel había
tenido algunos contactos hace un par de años, porque era uno
de los posibles candidatos para hacer el protagónico de El viejo
que leía novela de amor. Desde entonces fantaseaba con la idea
de que algún día pudiéramos hacer algo juntos.
Y, cuando leyó el guión, me citó en Catania (Sicilia),
donde me preparó una magnífica cena y durante casi cuatro
horas me preguntó cien cosas distintas sobre su personaje, antes
de decidir su participación en la película. Será
un gringo que casi sin querer, se involucrará en una historia
ajena que se transformará en propia. Y Angela Molina... es una
actriz con la que cualquier director sueña trabajar en algún
momento. Será la mujer de uno de los prisioneros, que se mueve
en la ciudad para buscar ayuda humanitaria para los presos. En ese ambiente
exterior también aparece el siciliano Luiggi Buronno, encarnando
a un peluquero judío. Y me hubiera gustado contar con el Pato
Contreras, pero no pudo ser por sus obligaciones actuales con Polka.
También trabajan para el film el músico italiano Nicola
Paviani y el fotógrafo argentino Daniel Mordzinsky.
¿Por qué eligió Salta para el rodaje?
Cuando los productores italianos escucharon dónde
quería hacer la película, me dijeron: Salta? Ma,
dovè questo posto?. Y les contestéesto: después
de salir de la cárcel de Temuco, en el 77, y antes de partir
hacia Suecia, recalé en Salta luego de un difícil peregrinaje
(intenté quedarme primero en Buenos Aires, luego en Montevideo
y luego en Brasil, pero los amigos me desaconsejaron quedarme en cada
uno de esos lugares, así que volví a la Argentina pero
por el norte). Cuando llegué a Salta, sentí por primera
vez cuál era mi situación real, y allí también
comencé a curarme del dolor y planificar los primeros pasos de
mi nueva vida. Y allí regresaré ahora, a seguir saldando
cuentas con el pasado.
¿Hubiera filmado en Chile?
Sabía que no era posible, luego de los problemas durante
el rodaje de Tierra del Fuego: entre otras cosas, un día estábamos
montando a caballo con Jorge Perrugorría por un sitio que nos
habían autorizado los carabineros para filmar una escena, y de
pronto vimos a un paisano que nos hacía gestos con sus brazos.
Pensamos que nos saludaba, y le devolvimos el saludo. Pero el viejito
empezó a gritarnos: Compadres, salgan rápido de
allí, ¡están cabalgando sobre un campo minado!.
Por supuesto, nadie nos había advertido nada al respecto. Así
las cosas, apenas me preguntaron los productores italianos dónde
filmar, respondí que en Salta. Porque conozco cada rincón
donde será rodada la película, desde un registro muy íntimo.
¿Le gustó la versión fílmica que hizo
Miguel Littin de Tierra del Fuego?
No, es la única película basada en mi trabajo
con la que no quedé para nada conforme. Fue una gran decepción
porque no se respetó el guión. Lo único que puede
salvarse es la fotografía y el trabajo de los actores.
¿Qué es lo que más le atrae del cine?
¡Seguir escribiendo novelas! Recién a partir
del cine tomé conciencia de la enorme libertad que te da escribir.
Pero precisamente esa exigencia que impone el cine, la obligación
de montar una estructura férrea que debe obedecer sí o
sí a un tiempo y unos costos determinados, también tienen
su encanto. Porque todo eso depende del guión.
¿Y cuáles son los costos y los tiempos de Ninguna parte?
Tenemos cuatro millones. Y, después de cinco semanas
en Salta, iremos a filmar algunas tomas en Barcelona, con la idea de
terminar el rodaje en mayo, y empezar de inmediato el montaje, para
llegar a presentarla en Venecia este año, y cumplir una promesa:
el último día del Festival del 98, me invitaron a volver
como jurado. Y yo les dije: Claro que regresaré, pero para
mostrarles mi propia película. Y una promesa es una promesa,
¿no?
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