Curiosidades
El Museo del Erotismo en pleno Pigalle parisino
sexo
a la francesa
No
podía ser de otra manera: a diferencia de los demás museos
eróticos que se han abierto en distintas partes del mundo, el
Museo del Erotismo de París pretende ser provocador.
Instalado en pleno distrito rojo de Pigalle, su oferta de dos mil piezas
estables y diversas muestras rotativas hace cándido hincapié
en los saludables efectos de la sexualidad plena y la manipulación
de tabúes impuestos por las autoridades políticas y religiosas.
POR
MARIANO BLEJMAN, DESDE PARIS
Son
algo más de las cuatro de una tarde húmeda y gris en Pigalle.
Una mujer del barrio camina con su hijo de la mano. Mamá,
¿por qué me llevas siempre del lado de la calle?,
pregunta el niño mientras come un pan con chocolate. La madre
hace como que no escucha, así como simula no ver a una pareja
de talante germánico que se frena delante de todos los peep-shows
en su camino, sin decidirse a entrar en ninguno. A unos pasos del mítico
cabaret Moulin Rouge, frente a la fachada de un edificio de siete pisos,
estaciona un autobús de dos pisos y aire acondicionado, del que
descienden en tropel turistas japoneses. Una francesita mira la vidriera
del edificio, donde se exhibe una silla con un sistema de lenguas humanas,
ubicadas estratégicamente en el lugar donde las mujeres suelen
apoyar la entrepierna al sentarse. Cuando la francesa ve que el tropel
de nipones se interna no en el Moulin Rouge sino en el edificio mencionado,
se acerca tímidamente a la boletería y pregunta en voz
muy baja cuánto sale la entrada. Quien le contesta escuetamente
(Cinco dólares) es el director del Museo del Erotismo
de París, Alan Pumey, cuya institución es el único
museo de la ciudad que no cierra después de las seis de la tarde.
DIFUNDIR
O PROVOCAR
Los museos eróticos han ido poblando las grandes capitales
del mundo. Primero fue Amsterdam, luego Copenhague, ahora París
y ya se presentaron los planos de uno que se construirá en breve
en Nueva York. A diferencia de todos ellos, los responsables del Museo
del Erotismo parisino reivindican poco la mirada antropológica;
prefieren casi cándidamente verse como provocadores.
En el mundo occidental la sexualidad ha sido maniobrada demográfica
y económicamente para satisfacer la oferta y la demanda. Los
tabúes han sido impuestos también por autoridades políticas
y religiosas, desde los tiempos en que se castigaba los cuerpos,
sentencia Alan Pumey. Nuestra sociedad sigue regida por el modelo
judeocristiano, es decir por sus tabúes y prohibiciones. Por
eso, mostrar el erotismo sigue siendo subversivo, dice, mientras
marca otro ticket de ingreso de un nuevo turista en su caja registradora.
Pumey está detrás del mostrador desde 1997, cuando decidió
abrir el lugar porque París se debía un museo del
erotismo, y el avance del conservadurismo le ha dado nuevamente a las
posturas sexuales carácter de pervertidas, cuando creíamos
haber superado esa mojigatería. Sin contar las exposiciones
itinerantes, las piezas del museo son más de dos mil, y provienen
de los incansables viajes de sus propietarios por América del
Sur, Africa, Asia, Europa y Oceanía. Desde la boletería
se alcanza a ver una pieza del interior, además de la exhibida
en vidriera: parece africana, y muestra un hombre y una mujer desnudos,
enroscados como un trapo de piso recién estrujado.
UN
ARGENTINO EN ONAN
El museo es desparejo: las piezas originales conviven con reproducciones,
lo realizado especialmente a pedido comparte espacio con ilustraciones
de reconocidos dibujantes franceses ya aparecidas en distintos medios
de la prensa local. Una recorrida por los primeros pisos deja en claro
que la faceta más sabrosa del museo es la que roza la mirada
antropológica y las tradiciones populares ligadas al erotismo.
Mal que le pese al afán provocador de su director, se notan intenciones
más didácticas que transgresoras en la presentación
de sus objetos condicionados. Uno de los carteles explicativos del primer
piso, por ejemplo, dice: En Africa, los objetos eróticos
tienen la función de aumentar la excitación durante la
danza. La provocación y la obscenidad son parte fundamental de
los cantos africanos. Y el sexo sirve para satisfacer los instintos,
protegerse de los demonios, venerar a Dios y organizar las estructuras
comunitarias. Pero antes de subir al primer piso, en una recorrida
por el subsuelo atiborrado de objetos de gran porte, se descubre un
puñado de obras móviles. Entre ellos la representación
del asiento de una bicicleta, que mueve mecánicamente los glúteos
de una supuesta ciclista desnuda. La pieza es de un argentino llamado
Jack Vanarsky, quien comenzó su carrera pintando cuadros, pero
desde 1967 realiza objetos en movimiento. Cuando inauguró
el Museo tenía dos obras eróticas sueltas en mi taller
que a ellos les interesaban. Entonces realicé una más
para la inauguración y terminaron comprándome todas.
Las piezas de Vanarsky actualmente en exposición son una serie
de culos laminados en movimiento, una pierna que sobresale del marco
de un supuesto cuadro y un par de tetas que parecen cortadas en círculos
sucesivos, como una cebolla. Vanarsky vive en Francia desde hace 38
años, cuando uno se venía a París a buscar
nuevas aventuras, y no escapándose de los militares, ironiza
este artista que adquirió una gran popularidad al realizar un
inmenso libro móvil, presentado en la Exposición Internacional
de Sevilla en 1992 (hay una obra de Vanarsky en la Exposición
Itinerante sobre Borges que recorre actualmente el mundo junto a María
Kodama). Además de las creaciones que expone en el Museo, este
argentino viene mostrando sus invenciones en otro espacio diametralmente
opuesto: el Carrousel del Louvre. Allí también se ven
senos, traseros y vientres desnudos en sus piezas, combinados con mapamundis
que juegan con la geografía de las personas. Pero como
se trata de un lugar donde la connotación erótica no está
prevista, el efecto es más poderoso, dice Vanarsky. En
medio de Pigalle, y sus vidrieras saturadas de cuerpos desnudos o insinuantes,
la provocación pretendida por el museo corre el riesgo de pasar
inadvertida. Así como hay cosas que, vistas en el Centro
Pompidou, son artísticas y puestas en otro lugar son obscenas,
completa Vanarsky.
LO
ABSTRACTO y LO CONCRETO
Lo que dice el argentino se hace notorio en el Museo. Aunque la
falta de ventanas pretenda potenciar el efecto de lo exhibido, las piezas
más cercanas al mundo porno terminan banalizadas en el contexto,
así como ciertas piezas de carácter religioso o ritual,
que para los occidentales son eróticas, en su cultura original
ni siquiera rozan ese aspecto. Un grupo de norteamericanos equipados
de cámaras fotográficas y filmadoras no se pierde detalle
de la enorme construcción del francés Alain Rose llamada
Hermaphrodiable autosodomée par sa prope malicie: un diablo desnudo
con cuerpo de mujer, que se autoflagela con la cola. Hace frío,
comenta la pareja de alemanes que no se atrevía a entrar. En
el segundo piso, un turista belga parado frente a la obra Elles voient
des mains par tout (Ellas ven manos por todos lados) tiene
una cámara de fotos olvidada entre sus manos. No ha detenido
su vista precisamente en el cartel explicativo, que dice: En Japón
se considera la sexualidad como un elemento de la vida que conduce a
la inteligencia y a la divinidad. La apuesta silenciosa que plantea
el Museo parece ser la siguiente: sólo luego de cuatro pisos
de erotismo concreto se accede a la abstracción de las últimas
tres etapas. Del cuarto piso en adelante no hay ascensor y los suelos
están llenos de polvo. En el sexto hay una muestra de dibujos
eróticos de Wolinski, un satirista que publica habitualmente
en Paris Match, LHumanité y JDD sus ilustraciones osadamente
simples. Unos pocos visitantes llegan hasta el séptimo, rogando
que no haya otro. Y se topan con una exposición excepcional de
Romi y Gilles Thiébault, que ilustra con fotografías,
dibujos, documentos y piezas literarias la historia y el funcionamiento
de las maisons closes, las casas de damas de compañía
que tuvieron su época de oro durante los Años Locos. Las
figuras muestran casas dedicadas al sexo, centros neurálgicos
de una prostitución sin pudores ni culpas, con camas de amor
a la antigua, piezas de tortura y mujeres listas para toda clase deplaceres.
Como la denominada Le 122 (o One-Two-Two, como le decían los
norteamericanos) del proxeneta Marcel Janet, una casa de citas sofisticadísima
de la rue de Provence por donde pasaron senadores, ministros, académicos
y comediantes hacia 1925. O Le Chabanais, creada en 1880 por Madame
Kelly, una dama vinculada con el Jockey Club cuyos socios eran los más
asiduos clientes.
EL
ESPEJO DEL ALMA
Pumey sabía que abrir un museo así iba a ser buen
negocio a la larga o a la corta. La mayoría de la gente
que viene siente una gran pulsión sexual: vienen a satisfacer
su libido o su curiosidad. Es una forma de encontrar respuestas sobre
sí mismos. La gente encuentra su sexualidad reflejada aquí.
Y se queda mirándola. Quizá por eso, Pumey ha sido
aséptico: hay una puerta para la entrada y otra para la salida,
ambas convenientemente giratorias, que no permiten el roce comprometedor.
Una vez afuera, la mirada saturada de libido o de antropología
visual puede toparse con una vidriera completa de pantallas de televisión
que pasa películas pornográficas clase B, un grupo de
apostadores callejeros, vendedores ambulantes de droga y más
turistas en busca de placeres incautos o no tan incautos. Visto desde
afuera, en el aire frío y húmedo de la noche de invierno
parisina, el Museo parece ejercer un moderadísimo magnetismo
entre los paseantes. Salvo para la tímida francesita que sigue
de pie frente a la entrada, sin atreverse a pagar por su ticket, contemplando
con el mismo arrobamiento de hace horas cómo pasan las lenguas
giratorias por la silla exhibida en la vidriera.
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