¿Sabés
que está haciendo
tu pareja en este momento?
Cuatro
parejas estables. Y veintiséis solteros dispuestos a todo con
tal de separarlos. Dos semanas en una isla paradisíaca en el
Caribe. Bienvenidos a La isla de la tentación, el nuevo reality
show de Fox, donde la humillación no tiene límites y romper
mandamientos a granel no es tan divertido como parece. Para los participantes,
claro.
Por
Dolores Graña
Taheed
ya le fue infiel a su novia Ytossie en el pasado; ella intenta comprobar
si la infidelidad es parte de su naturaleza. Shannon piensa que su participación
en el programa logrará que Andy se comprometa seriamente con
ella. Kaya ha pasado de una relación a otra sin darse la oportunidad
de estar solo; por eso quiere aprovechar esta experiencia: para descubrir
quién es en realidad; mientras su novia, Valerie, sólo
quiere casarse. Billy ya sabe que Mandy es la mujer de su vida; ella,
en cambio, tiene sus dudas: cree que descubrir que otras mujeres lo
desean logrará convencerla.
Éstas son las razones que esgrimen las cuatro parejas que llegan
a La isla de la tentación. El público puede considerarlas
estúpidas, prosaicas, egoístas, descabelladas o, incluso,
falaces. Pero ésas son las razones por las cuales estas cuatro
parejas estables (aunque sin papeles ni hijos de por medio) probarán
su compromiso, a lo largo de dos semanas y ocho capítulos, encerradas
por separado, las mujeres por un lado y los hombres por otro, cada contingente
con doce personas del sexo opuesto contratadas especialmente para seducirlos.
Es decir, el compromiso es únicamente verificable a través
de su fracaso. Y ni siquiera eso, porque el juego termina el último
día, cuando las parejas vuelven a encontrarse y deciden si volverán
juntos o separados a la civilización. Una civilización
que vio todo lo que ellos no vieron, pero imaginan.
LAS
REGLAS
En La isla de la tentación no hay premios. Ni dinero,
ni casas, ni autos. Ni siquiera el pasaporte a otra isla similar pero
sin cámaras. Lo único que ganarán estas ocho personas
es, a lo sumo, el perdón de sus respectivas parejas por lo que
acaban de cometer frente a cincuenta millones de televidentes (incluyendo
familiares, amigos y seguramente, más de un ex novio/a diciendo
lo sabía). La mecánica de esta humillación a escala
planetaria es como en todo reality show tan sencilla como
para que su público deba pensar aún menos que los participantes
para entrar en el concurso. Como en el caso de Expedición Robinson
el programa transcurre en el Caribe (Belice, en lugar de Panamá),
para demostrar los efectos de la naturaleza virgen en la aparición
espontánea de la imbecilidad humana. Hay un conductor rígido
como poste de choza tratando de acaparar vicariamente el esfuerzo de
disipación ajeno y en honor a la literalidad, numerosos
tambores, cacatúas y instrumentaciones vagamente ominosas y primitivas
en la banda de sonido. Como si hubiera algo más en juego que
ocho personas arruinándose la vida mutuamente para nuestro beneplácito.
Pero, volviendo a las reglas: las parejas no tendrán contacto
alguno entre sí luego de la cena del primer día. Separados
en dos cabañas ubicadas en puntos opuestos de la isla (donde
también se alojarán los solteros del sexo
opuesto que intentarán tentarlos) sólo podrán
comunicarse a través de un mensaje en video que pueden enviar
a su pareja al final de cada jornada. La cabaña de los hombres
se intitula El Retiro del Capitán Morgan; la de las mujeres,
Mata Chica. Lo que probablemente sea involuntario. O no.
EL
PROPOSITO
Para ser
un reality show, La isla de la tentación tiene un número
exorbitante de supervisores de guión en sus créditos
(superan largamente la docena). ¿Qué hacen exactamente?
Misterio, pero puede adivinarse que se ocupan de darle algún
viso de coherencia a las imágenes, algún sentido de progresión
dramática a algo que no necesariamente lo tiene. Es claro que
en ningún reality show vemos verdaderamente lo que ocurre, y
ni que hablar de todo lo que ocurre. Para eso deberíamos ver
al mismo tiempo, y sin perder detalle, todas las cámaras. Y que
las cámaras filmaran todo y todo el tiempo. Es claro que lo que
vemos en un reality show es lo que sus creadores quieren que veamos.
Ahora, ¿qué es exactamente lo que los productores de La
isla de la tentación quieren que veamos? ¿Hombres y mujeres
agradables a la vista? Claro. ¿Playasparadisíacas? Obvio.
¿Traición? Síí. ¿Sexo? Hmmm. Hay
que advertirlo, el sexo, está vedado en su forma real
por ser televisión. ¿Y el amor? Bueno, no es precisamente
el amor lo que mueve a estas cuatro parejas, no por lo menos a hacer
esto.
En cuanto a las traiciones, tendría que haber algo que traicionar.
Salvo que sea la buena fe de los productores. Cuando se descubra, por
ejemplo, que una de las cuatro parejas ha mentido en su declaración
y tiene un hijo pequeño en común. Lo que provocará
que uno de los creadores del programa aparezca en la isla de improviso
y provoque una huida generalizada de los participantes, todos ellos
convencidos de que han venido a sacarlos del juego por algo que hicieron.
Al final, la pareja (no es demasiado difícil adivinar cuál,
si se ha visto la primera emisión del programa, que Fox repetirá
mañana lunes a las 22, antes de emitir el segundo capítulo)
es expulsada del paraíso, ya que ni Fox ni yo vamos a poner
a padres de familia en una situación en la que puedan tentarse
a destruir esa relación. Pero los culpables del engaño
no son fletados a la civilización. Son despachados a otra isla
de Belice para arreglarse. Arreglar qué, se pregunta
el público.
Porque La isla de la tentación es un espectáculo sobre
la humillación. Sexual, emocional, moral y de cualquier otro
tipo que se nos haya olvidado por el camino y Fox pueda encontrar por
ahí. No importa demasiado si uno de los flamantes solteros consigue
a otra chica/o porque la/o van a conseguir seguro. Están ahí
para eso: elegidas/os siguiendo al pie de la letra las más mínimas
inclinaciones de los participantes (suministradas por los propios interesados
y sus parejas), tienen la orden de conquistarlos cueste lo que cueste.
Por ejemplo, así: Hola, me llamo Heather y soy de dónde
ustedes quieren que sea. O así: Soy de California;
me gusta mojado y salvaje. La isla de la tentación no es
precisamente la tierra de la sofisticación (en realidad, no es
más que La isla de la fantasía, pero sin Tatoo, en aras
de mantener el promedio estético). Al dar la tentación
por sentada de ambas partes, el único voyeurismo
posible en este programa reside en los efectos que provoca en sus víctimas.
LA
MECANICA
Una vez
que las cuatro parejas están cómodamente instaladas en
la isla (abrazándose constantemente como para compensar por adelantado)
y antes de que comience la tentación, el conductor
(con su uniforme de explorador circa 1880 que parece un requisito de
este tipo de programas) informa a los ocho concursantes que podrán
elegir, mediante mayoría absoluta, a quién de los tentadores
expulsarán de la isla en cada capítulo. Empezando ya.
Piensen en quién los intimida más, dice el
conductor. La sonrisa displicente y confiada se irá transformando
en un ceño fruncido, multiplicado por ocho. Las mujeres miran
de reojo a las carnadas masculinas, y ellos ídem
con el contingente femenino. Al final de la deliberación de los
hombres, un cúmulo de músculos llamado Ace debe tomarse
el olivo sin haber tentado a nadie. Shannon comenta a cámara:
Jamás se me hubiera ocurrido salir con él.
A lo que Mandy responde: ¿Cómo puede ser que no
se dieran cuenta? Tendrían que haber elegido al masajista.
Ytossie que ya ostenta la cara de profundo asco que la acompañará
durante toda la emisión mira a su novio Taheed y dice en
voz baja: Van a pagar caro el error. A continuación,
una tal Yvonne es exiliada del paraíso por haberle echado miraditas
casquivanas al morocho Taheed, que sonríe sin parar.
A continuación llega el momento de El Bloqueo: cada uno de los
ocho participantes elige cuál de los solteros no podrá
salir con su pareja Sean, el masajista profesional,
es bloqueado por dos de los novios a la vez. El bloqueado debe lucir
una pulserita del color correspondiente al collar que luce cada una
de las parejas. (Debe aclararse que salir significa simplemente
que no irán juntos y solos de excursión. Pueden verse,
hablarse y encontrarse todas las veces que quieran en las cabañas.Cosa
que sépanlo bien harán largo y tendido.) Esta
ceremonia inicial concluye con una ronda de entrevistas a las parejas,
por separado. Andy dice que no, no se sintió amenazado, que no
son más que marginales recién salidos de las calles
(mientras sus compañeros miran con odio al masajista profesional).
Lo que se ve en las caras de ellos y ellas es exactamente lo opuesto:
el Deberíamos salir con otra gente no es tan divertido
cuando es democrático y el éxito está asegurado.
A partir de mañana, comenzará propiamente el programa
con la primera cita de los ocho participantes con el soltero de su preferencia.
Luego de ella, tanto hombres como mujeres se reúnen alrededor
de una fogata para expulsar a uno de los doce solteros del sexo opuesto.
A continuación, viene la posibilidad de contemplar qué
ha hecho su pareja durante la cita. Las reglas sostienen
que, si el novio elige ver el tape de la excursión de su novia,
ella está obligada a hacer otro tanto. Para suavizar la impresión,
cada uno de ellos tiene la posibilidad de enviar a su pareja una sentida
carta de amor en videocasete, con las disculpas, excusas o insultos
que crean apropiado. Después de cuatro salidas similares a lo
largo de cuatro capítulos (que, si algo demuestran es que no
hay límites para la autojustificación), cada uno de los
participantes deberá elegir un soltero/a para pasar la última
cita, de cuarenta y ocho horas de duración (noche incluida, obvio).
Sólo pueden elegir entre aquellos solteros con los que ya hayan
salido antes. Así se llega al último capítulo,
en el que las amorosas parejas se reúnen para decidir si lo suyo
es amor.
EL
RESULTADO
Como parábola sobre el sexto mandamiento viviendo
como vivimos en una cultura judeocristiana el programa de Fox
no entrega lo que promete. No porque no haya momentos humillantes entre
los ocho competidores sino porque no hay suficiente drama en ver a Mandy,
por ejemplo, lamiendo jugo de frutas del estómago de una de sus
múltiples citas mientras le pide perdón a
gritos a su novio Billy. Porque sólo pide perdón por ese
fenómeno habitual en los participantes de reality shows: el reflejo
de cámara. El mismo efecto que lleva a los encargados de
casting a contratar, más tarde, a alguno de estos participantes
para un programa de ficción, pensando que están frente
a un actor nato, cuando en realidad se trata simplemente de alguien
que da por sentado que es observado continuamente.
La facultad hipnótica de este programa reside en la capacidad
aparentemente infinita de vergüenza ajena que puede provocar en
el espectador. El espectáculo de la humillación humana
nunca ha sido levantado por falta de público. Lo importante entonces,
de La isla de la tentación, es esto: la excitable Mandy gritando
¡Uyy, qué bueno: chicos! para consternación de su
novio Billy; el propio Billy y sus tres camaradas parándose cual
resortes cuando se anuncia la llegada de las chicas; Kaya, el modelo
imbécil, acomodándose el pelo frente al espejo con la
boca abierta, ignorando sublimemente el ataque de pánico de su
novia Valerie, que a último momento parece haberse arrepentido
de participar; el horroroso Andy revelando que, para su novia Shannon,
el atractivo no pasa tanto por lo físico como por lo emocional,
gastada que, gracias a la brillante edición del programa (que
genera los mejores gags) rebota límpidamente y se vuelve en su
contra.
Así llegaremos al último episodio: la hora de la verdad.
Las parejas vuelven a encontrarse y tratan de mirarse a los ojos mientras
se oyen en off reflexiones como éstas: Confieso que estuve
con cuatro chicas, aunque sólo con una sentí una conexión
verdadera. Pero es culpa de ella. Después de todo, la trajeron
a la isla para que me cogiera (diez minutos después, quien
dice esto le pide a su novia que se case con él; increíblemente,
ella acepta). Me mudo a Los Angeles, para probar suerte en el
mundo del espectáculo (la novia quedó en Atlanta,
desde donde mantienen una apasionada relación por teléfono).
Ella pensaba que yo la monitoreabamientras salía con esos
chicos, pero yo no veo nada de lejos sin anteojos. No me arrepiento
de nada: hice buceo, me tiré de un acantilado, escalé
una montaña. En cuanto a haber estado con esas dos chicas, creo
que va a ayudarme a ser un mejor novio para ella (a lo que su
novia responde, simplemente: Salgamos de aquí). Así
regresan a casa, confiando vivamente en que el camino del exceso los
llevará al palacio de la sabiduría o por lo menos
a un programa de TV donde reciban cachet. A esa civilización
donde, seguramente, los pararán por la calle el resto de sus
vidas para decirles que su novio/a los cagó con otro.
arriba