La conexión argentina
Por
Cristian Alarcón
Acaso
el pasaje más misterioso de la vida de los Carlotto, de Padova,
hayan sido los cuatro años que el nonno Guglielmo vivió
en la Argentina. Corría 1886, tenía diecinueve años
y había preferido embarcarse en un velero hacia el confín
del mundo antes que entregarle sus días al Estado enrolándose
en el ejército. En 1890, la aventura porteña terminó
y Guglielmo retornó a casa. Se convirtió en panadero,
se casó, tuvo hijos y nietos. Pero en su larga vida jamás
contó detalle sobre su exilio argentino. Fue por ese motivo que
un siglo después su nieto Massimo tomó un vuelo directo
al extremo sur, dispuesto a rastrear los pasos de aquel anarco desterrado.
Al fin y al cabo la historia de Massimo Carlotto también era
una de persecución política, represión y exilio.
A la misma edad en que su abuelo emigró, pero en 1976, y mientras
investigaba a fascistas para una organización de izquierda en
Padova, Massimo fue acusado de matar de 59 puñaladas a una joven.
Se convirtió así en el chivo expiatorio más famoso
de su país, en el símbolo de una época. Su proceso
duró 18 años, fue el más largo y kafkiano de la
historia italiana. Después de tres juicios y un lustro de clandestinidad
en decenas de ciudades europeas y centroamericanas, Carlotto recibió
la grazia presidencial de Luigi Scalfaro, tras una campaña mundial
en la que desde Jorge Amado hasta Norberto Bobbio y Massimo Dalema pidieron
que se lo liberara. En 1996, cuando viajó a Buenos Aires tras
los pasos del nonno, Carlotto ya se había convertido en escritor,
contando su historia en una novela. Y estaba, sin saberlo, a punto de
concebir otra, no sobre el gran secreto familiar sino sobre otros misterios.
Durante sus años en las sombras de la ilegalidad internacional,
Massimo Carlotto se había ocupado de investigar los mecanismos,
técnicas y estructuras de los aparatos represivos. Aunque había
ensayado la misma tarea en su adolescencia, con el fascismo padovano,
fue en 1980, en su clandestinidad parisina, cuando comenzó a
reunir información con método. Sufría los avatares
del que vive con nombre y papeles falsos, a punto de ser descubierto
por alguno de los muchos espías o quebrados de su generación,
y siempre bajo la débil cobertura de un disfraz muchas veces
inverosímil. Al comienzo, por ejemplo, fue un tal Jason: rubio,
norteamericano, experto en computadoras (a pesar de su mediocre inglés
y de su olímpica ignorancia sobre informática). En
París nos dimos cuenta de que no conocíamos nada de la
policía y que de esa manera nos iban a derrotar completamente.
Armamos entonces un grupo de investigación formado por exiliados.
Por seguridad nos encontramos contadas veces. Empecé la investigación
hablando con los más viejos exiliados italianos, turcos, kurdos,
argelinos y paraguayos, antes de pasar a los chilenos y centroamericanos,
rescatando las informaciones que iban a perderse con ellos. Los compañeros
daban una interpretación de la represión que era solamente
política: faltaba la interpretación técnica. Eso
fue lo que empezamos a construir, estudiando cómo trabajaba la
policía las relaciones internacionales.
FOTOGRAFIANDO
AL ENEMIGO
A los doce años, Massimo ya marchaba cada 1º de mayo con
el retrato del ruso de bigotes. Muy a pesar de la memoria ácrata
de su abuelo, era un declarado stalinista. La sangre pudo pronto con
ese primer arrebato: a los quince, el joven Carlotto ya se había
convertido y era el más joven militante de Lucha Continua, un
grupo de lo que en Italia se llamó la izquierda extraparlamentaria,
enemiga del viejo PCI. Hijo de una familia de empresarios padovanos
Guglielmo había vuelto con dinero de la Argentina y logró
prosperidad para la familia con la panadería que abrió
a pasos de la basílica de San Antonio, alto, fuerte para
su edad, la organización lo incluyó muy pronto entre los
encargados de trabajar contra los fascistas de su ciudad. Al comienzo
era sólo una tarea de contención, luego se trató
de identificar al enemigo, pero entonces llegó el 75 y, con él,
el ingreso masivo de la heroína en Italia. Hasta ese momento
sólo intentábamos tener en claro quiénes eran y
qué hacían los fascistas. Como parte del Aparato Organizativo
de Seguridad e Información, investigamos entonces la vía
de llegada de la nueva droga, para nosotros introducida por los capos
fascistas. Era muy importante ese paso. Hasta entonces el problema con
el fascismo sólo había sido una cuestión de resguardo,
más que de conciencia de su poder.
Un mundo dividido en dos bandos ideológicos, la guerra fría
y su baja intensidad como telón de fondo y el crecimiento
de las organizaciones armadas y del combate ilegal contra la subversión
marxista alimentaban la necesidad de obtener información
sobre el enemigo. Carlotto se inició así en esa actividad
conocida con el nombre de contrainteligencia, una práctica que
se transformaría en su obsesión. Formado con técnicas
del periodismo, y por periodistas, para que se dedicara a su tarea en
el Aparato Organizativo de Seguridad e Información de Lucha Continua,
su primera misión se redujo al recorte de diarios, la clasificación
y el cruce de datos. Las responsabilidades crecieron con su ascenso
a la sección fotografía: su misión era retratar
durante las marchas y las batallas campales en que solían
terminar a infiltrados de la policía y de las células
de ultraderecha.
TODO POR UN GRITO
El 20 de enero de 1976, Massimo Carlotto
seguía los pasos de dos hombres involucrados con el tráfico
de heroína. Los datos con que contaba su organización
decían que uno de ellos era un activo fascista de Padova. Pero
el seguimiento resultó una trampa. Caminaba semioculto por el
barrio en el que vivía su hermana cuando oyó gritos de
un departamento en el que vivía una muchacha a la que había
visto varias veces. Carlotto dice que fue un acto reflejo: dejó
la calle, se internó en el edificio y se encontró con
el cuerpo de Margherita Magello tirado en el piso y bañado en
sangre. Luego se sabría que le habían dado 59 puñaladas.
Massimo no supo qué hacer. Orgánico hasta los huesos,
volvió furtivamente a la calle y corrió a consultarlo
con sus compañeros. Yo estaba identificado y fichado por
mis enfrentamientos con la policía en las manifestaciones. Y
los compañeros me dijeron: Esto es un problema. Si alguien te
vio puede ser peligroso para la organización. Escoltado
por los abogados del grupo, que recomendaban que se presentara como
testigo, fue a los carabineros. Dice que se sentía tranquilo.
Apenas entró en la comisaría lo encerraron.
NO
HABRA MAS PENAS NI OLVIDO
Como si aún le pesara la culpa de haber adherido precozmente
al stalinismo, Carlotto conserva como caballo de batalla de su discurso
la crítica a los casamientos non sanctos de la internacional
comunista: entre ellos, el que significó relaciones carnales
con la dictadura argentina. Hasta para los cuadros de Lucha Continua,
que en su momento intentaron un proceso de democratización
y respeto por los movimientos internos, entre ellos el de las mujeres,
la ignorancia podía más que la realidad en el país
del peronismo. En mi organización se decía que la
dictadura argentina era una batalla extraña de peronistas que
mataban a otros peronistas. Suficiente para no interesarse. El hecho
es que la Unión Soviética había ordenado a los
partidos comunistas hermanos no hablar de la Argentina. Siempre me impresionó
el hecho de que en la izquierda europea esto haya sido un agujero negro,
algo absolutamente innombrable, dice Carlotto hoy.
CULPABLE
POR ODIO DE CLASES
En su primer libro, Il Fuggiasco, con el que ganó
el Premio Giovedi en 1994, Carlotto cuenta lo que descubrió con
los años, investigando por las suyas el crimen que le imputaron.
Los Magello integraban la asociación católica Il Cavallieri
de Santa Cristina, uno de los varios grupos de derecha fuertemente ligados
al poder. La familia Magello estaba vinculada al tráfico
de diamantes, un negocio millonario que estaba en auge en esa época.
La muerte de la chica fue, en ese sentido, accidental: el verdadero
objetivo de los asesinos había sido la madre, no ella. Una historia
típica de la buena burguesía italiana, entre la que hay
un modo de hacer bastante criminal, que ampara la acumulación
de capital a través de una economía que difumina los límites
entre lo legal y lo ilegal, instaurada hace décadas por un sistema
en el que son cómplices y parte los dirigentes políticos.
De hecho, el abogado de esta familia Magello, llamado Piero Lungo, es
hoy es el único abogado de Berlusconi.
La brevísima declaración que hizo Carlotto sobre lo que
pudo ver en la escena del crimen fue suficiente para que lo acusaran
de homicidio. Piero Lungo enunció una tesis que abriría
la puerta a cientos de procesos a activistas de izquierda: que Carlotto
había matado con saña por simple odio de clases.
Su enemigo era la burguesía; ergo, Margherita Magello había
sido asesinada por él (Lungo nada dijo del origen burgués
de Carlotto). Sugestivamente, las pruebas se esfumaron del expediente
apenas comenzó la investigación judicial. Nunca aparecieron,
por ejemplo, los cabellos que Margherita tenía bajo las uñas,
única esperanza fáctica con que contaba la defensa. En
el último juicio, finalizado en 1992, la Corte de Casación
italiana dictaminó que la mayor irregularidad de los sucesivos
procesos contra Carlotto era que la única prueba de su culpabilidad
era su probada condición de violento. Ciertamente
estaba acreditado que Carlotto participaba en manifestaciones
de masas, incluso había demostrado arrojo enfrentándose
en las calles, a la vista de la comunidad, a fascistas activos
y servidores públicos. Pero el caso Carlotto era un despropósito
que merecía ser estudiado en los claustros académicos
por todos los estudiantes de leyes: desde el punto de vista jurídico
y criminológico, se trataba de un caso único e irrepetible.
UNA
AUTOPISTA DE CADAVERES
Carlotto basa sus novelas en una línea de investigación
que no se detiene en su propio caso judicial, el que hizo que durante
años tuviera que escuchar, cada vez que pronunciaba su nombre:
Ma lei è il Caso Carlotto!. Sus libros son puzzles
negros en los que desde que relató, con una ironía elogiada
por la crítica, qué fue lo que le ocurrió entre
el 20 de enero de 1976 y el 7 de abril de 1993 en fríos
números legales: 86 jueces, 50 peritos y 11 procesos, antes de
obtener la grazia, Carlotto se dedica a retratar a modo de puzzles
noir las transformaciones del mapa criminal de los países mediterráneos.
El tráfico de cocaína desde Colombia a Roma por elegantes
miembros de la clase media alta decididos a zanjar así sus deudas
bancarias es el eje narrativo de Il corriere colombiano. Los seis años
de cárcel que vivió le alcanzaron para crear, a partir
de los guiños y códigos de intramuros, un personaje apodado
Lalligatore, ex cantante de blues injustamente condenado que,
al salir en libertad, se convierte en investigador privado. Carlotto
también ha buceado en el expediente judicial de uno de los casos
más polémicos de la década, en el que se reconstruye
la historia del líder de una mafia del norte, que pactó
con el Estado el manejo de sus fondos (50 mil millones de dólares)
a cambio de la concesión de todos los casinos y las casas de
cambio de Croacia. Investigo estos hechos verdaderos con el mismo
esfuerzo con el que comencé en Padova, intentando descubrir las
relaciones entre el crimen, el poder y la policía, dice.
Ese zigzagueante devenir del compromiso político a la clandestinidad,
de la cárcel al ingreso en el prestigioso grupo Noire Mediterraneé
de novela, también se manifiesta en su viaje a la Argentina del
96, tras el rastro de su abuelo anarquista, que desembocó en
la búsqueda de los orígenes del más perverso y
perfecto método de eliminación que se conozca: la desaparición
de personas. Como noticia, como hecho divulgado por los diarios
del mundo, la desaparición sistemática de personas era
ignorada hasta entrados los años 60, si se exceptúa, por
supuesto, el genocidio perpetrado por los nazis. Pero, lejos de los
motivos ideológicos, la mafia italiana comenzó aplicando
lo que yo llamo Lupara Bianca hace ya cien años. Usaban esa metáfora
(porque lo que no se ve, no existe) para decir que nadie había
disparado contra la víctima. Los argumentos de la mafia eran
los mismos que usaron los comandantes argentinos: el desaparecido puede,
según esa lógica perversa, haberse suicidado, o partido
de vacaciones sin avisar. Con la misma traba se encontraban los familiares
de las víctimas de la mafia y las Madres de Plaza de Mayo: No
pasó nada. Con el mismo argumento, jueces argentinos han negado
a los familiares de desaparecidos en democracia (como el estudiante
Miguel Bru) que existía un delito para investigar cuando no había
un cuerpo que lo demostrara. Ahora mismo, en Italia, las declaraciones
de arrepentidos están provocando hallazgos escalofriantes: con
estupor nos hemos enterado de que la autopista MessinaPalermo,
entre otras, se construyó encima de un verdadero cementerio,
producto de ejecuciones en sucesivas guerras de clanes mafiosos. Primero
sembraron los cadáveres; luego se echó el cemento.
LOS CURSILLISTAS
Así como Carlotto ha puesto la mirada en reconstruir
la realidad oculta desde un género bautizado como ficciones de
no-ficción (apelando a coartadas literarias que lo hacen, a él
y sus cómplices de Noire Mediterraneé, inmunes a las denuncias
judiciales), también siguió el rastro del sistema de desaparecimiento
de personas. Su tesis sostiene que, si bien se trata de una evolución
del método nazi, es más precisamente un perfeccionamiento
del sistema represivo croata durante la Segunda Guerra. Los croatas
tuvieron que hacerlo pero con cuidado, porque temían la venganza
de los serbios. Y se lo ocultaron también a los nazis, porque
para ellos era una cuestión interna de su policía étnica.
En Croacia la gente desaparece en fosas comunes sin pasar antes por
los campos, y es la primera vez que los curas militares están
directamente conectados a la represión, algo que se repitió
luego en la Argentina. Lo que he tratado de seguir son los sucesivos
pasos de esa mentalidad de perfeccionar, con perdón de la palabra,
desde la raíz ese sistema. Cuando habla de perfeccionar,
Carlotto pasa por los diferentes aportes extranjeros que recibieron
los militares argentinos antes de comenzar con su gesta de 1976. Los
cursos de interrogatorio bajo tortura y técnicas de acción
psicológica inculcados en bases militares norteamericanas a 2766
militares argentinos entre el 50 y el 75. Los cursos que, en Fort Benning
(Georgia) y en Fort Gulick (la zona yanqui del canal de Panamá),
recibieron futuros generales como Videla, Pinochet y Banzer. Los franceses
que vinieron a la Escuela Superior de Guerra a dejar sus enseñanzas
después de la guerra de Argelia, entre otras cosas porque
era necesario comenzar a disponer el funcionamiento de los campos de
concentración para aplicar la desaparición forzada.
Pero el lugar destacado en la creación del sistema represivo
de desaparición lo tienen los militares croatas que se refugiaron
en la Argentina después de la guerra. No se trató, según
Carlotto, sólo del líder del nacionalismo croata Ante
Pavelic (quien llegó en 1948 para permanecer hasta 1957, protegido
por el peronismo primero y por Aramburu después) sino de una
larga lista de criminales de guerra que fueron recorriendo el camino
abonado por Pavelic. Carlotto cree que fueron ésos los primeros
maestros del método de la desaparición, transmitido cuando
los hombres del Libertador y Jefe de los Audaces y Sacrificados
Ustasha ingresaron a las policías nacionales en la década
del 50. Los Ustasha fueron provistos de armas por los nazis para que
liquidaran las huestes del futuro Mariscal Tito. Y justamente fueron
los servicios de Tito los que dieron con Pavelic en 1957. Dos balazos
lo alcanzaron en una calle porteña, heridas que lo llevaron a
morir dos años después, en el Hospital Alemán de
Madrid, atendido por el que había sido médico de Goering,
según escribió Osvaldo Soriano en una contratapa de este
diario publicada en febrero de 1992.
LA
DEVOLUCION DE FAVORES
Si el origen del sistema de desaparición fue lo que primero desveló
a Carlotto en su obsesión por comprender la lógica del
nuevo fascismo, la comercialización de dicho sistema
es lo que lo ocupa en estos días. Fue perfecto a tal punto
que decidieron exportarlo, explica en Le irregolari (Buenos Aires
Horror Tour), la novela que nació tras su primer viaje a este
país. Cuando los militares argentinos se dieron cuenta
del valor de su método intentaron venderlo como si se tratara
de un producto. Tradujeron a varios idiomas un manual de contraguerrilla
titulado Europa-América: ¿el mismo terrorismo? y enviaron
sus emisarios a España para convencer a los servicios secretos
locales de que la suya era la única estrategia en condiciones
de derrotar a los separatistas de ETA. Vendedores prolijos, ofrecieron
garantía y asistencia técnica por el mismo precio.
Carlotto sostiene que España mandó oficiales de
su servicio secreto a entrenarse a la ESMA. Cuando regresan, secuestran
y hacen desaparecer a dos militantes de ETA. Hay sobrevivientes que
sacaron fotos, y un juicio español por estas personas desaparecidas.
Carlotto trabaja hoy en una historia completa de la exportación
del terror. En Guatemala, por ejemplo, hubo un recambio en los
instructores militares: en 1984 se van los norteamericanos y llegan
argentinos e israelíes. Su radio de acción se extiende
hasta Honduras y El Salvador en el 85 y el 86, promoviendo básicamente
un plan de formación y un plan de aplicación. El éxito
de esa escuela redunda en 42.000 desaparecidos en Guatemala. En
Buenos Aires Horror Tour, Carlotto también afirma que los militares
argentinos tuvieron representaciones comerciales para la venta de su
perfeccionado método en Madrid, Londres y París, y que
desde allí lo vendieron a la casa real saudita para adiestrar
al servicio de seguridad. Después lo pasaron a Siria y Turquía.
Irónicamente, en 1994, una visita de militares croatas a la Argentina
da por resultado el retorno del método, ya perfeccionado, a su
lugar de origen: fueron esos visitantes castrenses quienes lo llevaron.
A continuación se producen las desapariciones de serbios de la
Krajina. La última imagen terrible que tengo es la de la guerra
en Kosovo; allí se reeditó todo: campos de concentración,
tortura, desaparición con vuelos de la muerte. Recientemente
encontraron casas donde, en los sótanos, había celdas
y cámaras de torturas con el tristemente célebre colchón
de metal. Parecía el Garaje Olimpo.
ESCAPANDO
DE NADIE
En 1979, Massimo Carlotto era el criminal más peligroso
de Italia y el primero de una larga lista de militantes de izquierda
encarcelados por delitos políticos (como los primeros brigadistas
rojos caídos), sometidos a palizas cotidianas en celdas que en
verano eran un horno y en invierno un cámara congeladora, contemplando
cómo los guardias les meaban la comida antes de entregársela.
Con el secuestro de Aldo Moro, ese mismo año, el Estado italiano
declaró la guerra y la situación se agravó aún
más: la estrategia fue quebrar a los encarcelados mediante tortura,
provocar la caída piramidal de las estructuras políticas,
en un proceso similar al que se dio en la Argentina. Mi caso fue
un ensayo general para procesar luego a toda una generación.
Con una acusación por un crimen tan irracional, se instalaba
la idea de que un militante de extrema izquierda era capaz de todo.
Después de tres años de tormentos, Carlotto salió
libre por falta de pruebas. Cuando otro tribunal volvió a condenarlo
meses después, decidió escapar al exilio. Al llegar a
París llevaba como único contacto la dirección
de unos exiliados chilenos. A los diez días ya tenía otra
identidad y comenzaba a jugar con los disfraces que usaría durante
los siguientes años como prófugo de la Justicia. Medijeron
que podía ser útil estudiar los sistemas represivos, así
que empecé por Europa: Francia, Italia, Alemania; cada lugar
adonde me llevaran mis cambios de identidad. Y después El Salvador,
Nicaragua y México. Allí se camufló más
precariamente que lo habitual como Max, un estudiante gringo, y su suerte
se cortó nuevamente: un alto dirigente de izquierda, al que le
creyó en un fatal minuto, le propuso obtener papeles legales
a través de un cuñado que trabajaba con Migraciones.
Cuando llegó al lugar indicado se encontró con agentes
federales y miembros del grupo Jaguar, la policía política
mexicana. Buscaban a un italiano de las Brigadas Rojas llamado Massimo
Carlotti, que había matado a dos policías italianos en
un asalto a un banco. Diez días estuve tratando de que
entendieran que yo no era Carlotti sino Carlotto. Diez días chupado
junto a un alemán que terminó muriendo en la celda, un
rubio muy rubio con cara alemanota por donde lo miraras, que tenía
un pasaporte a nombre de ¡Ramón Carrizo!. Por entonces
sus abogados se esperanzaban con una apelación a la Corte y le
recomendaron regresar a Italia. Carlotto fue a dar a la cárcel
de Milán y después a Padova. Allí descubrió
algo que hizo de su odisea en la clandestinidad una caricatura: ¡La
orden de arresto internacional había sido extraviada! ¡Me
había pasado cinco años de clandestinidad y nadie me buscaba!.
EL
ENCUENTRO
Cansado, abatido, en los tres años que pasó encerrado
a su regreso a Italia, Carlotto contrajo bulimia. Mientras se intensificaba
la campaña internacional por su caso con la creación del
Comité de Justicia por Massimo Carlotto, engordó
hasta pesar 140 kilos. Su grave estado de salud hizo que
le dieran una libertad vigilada. Sus abogados pidieron la revisión
de su juicio a la Corte de Casación, que anuló la condena
y reenvió la causa a la Corte de Apelaciones de Venecia. Juzgado
nuevamente durante catorce meses, los jueces no dieron sentencia argumentando
que el proceso había comenzado cuatro días después
que entrara en vigencia el nuevo código italiano. Aun así,
sostuvieron que no había pruebas incriminatorias. Estaba todo
a punto: la Corte Constitucional sólo debía ratificar
el escrito. Pero uno de los tres jueces se jubiló y, en dos días,
la decisión fue cambiada. Cuando Massimo esperaba la absolución
definitiva, fue condenado. Para entonces ya funcionaban comités
por su libertad en París, Madrid y Londres. La municipalidad
de Padova remitió una resolución al presidente Scalfaro
para que revisara la causa y le diera la grazia. Scalfaro accedió
el 17 de abril de 1993. Fue tras esa noticia que escribió su
primera novela. Y, tras la novela, vino a Buenos Aires. Al llegar a
la ciudad se hospedó en un hotel llamado Nontue, sobre
la calle Corrientes. Tal como cuenta en Buenos Aires Horror Tour, al
ver el pasaporte, el conserje le preguntó: ¿Es pariente
de la señora Estela?.
¿De quién, disculpe?
El conserje señaló al otro lado de la calle: la sede de
Abuelas de Plaza de Mayo. Ella tiene parientes en Italia. Cuando
vienen se hospedan acá. Desconfiado, Carlotto zanjó
la charla con un buenas noches. Luego de varios días de recorrer
bibliotecas leyendo sobre el anarquismo, en busca de rastros del nonno
Guglielmo, decidió ir a ver a aquella señora llamada Estela.
Ella quiso saber si la familia de Massimo era vicentina, de Arzignano.
Porque Guido, el suegro de Estela Carlotto, era cocinero allí,
y también se había dedicado a cocinar panes. En efecto,
ese hombre que se había dedicado a investigar el funcionamiento
de los sistemas represivos y esa mujer que los había combatido
resultaron ser de la misma familia. Estela le presentó a Massimo
decenas de sobrevivientes; de esos encuentros nació Buenos Aires
Horror Tour. No debe haber personaje de la dictadura, de Pio Laghi a
Tortolo, de Patti a Camps, que no aparezca en el documentado relato
de Massimo Carlotto, pronto a publicarse en castellano y convertido,
desde el año pasado (con la colaboración de Renzo Sicco,
miembro de Assemblea Teatro) en una obra teatral sobre la historia de
las Madres. Con esa obra el prestigioso grupo recorrió Italia.
El dinero recaudado en esa gira fue el que permitió a los hijos
de desaparecidos alquilar la primera casa de la organización,
en la calle Venezuela.
Hoy a las 21, en Plaza de Mayo, el grupo italiano volverá a interpretar
la obra. La dialéctica por la que los Carlotto terminaron conociéndose
veinte años después del año que signó sus
vidas y las de miles de miles, volverá a transformarse en esa
historia que empieza cuando el primer chofer de su viaje a la Argentina
le ofrece a Massimo hacer un Buenos Aires Horror Tour, lo
más parecido que se haya visto a un escrache móvil, la
genial creación de los H.I.J.O.S.